jueves, 23 de diciembre de 2010

Vuelo (VII)

Demasiados hechos han pasado estos días, tantos que estoy confusa. Un dolor punzante y latente está constantemente en mi cabeza, haciendo eco una y otra vez, para obligarme a no olvidar los sentimientos hallados. No pensar, es completamente imposible. He deambulado por el paso de Pankaskala, he luchado sin ayuda de mi guardián y he perfeccionado las barridas a los enemigos. ¿El motivo? Intentar no pensar; pero, aunque sintiera el caliente líquido escarlata sobre mi piel, no conseguía dejar de pensar en ello.

Ambos relacionados y tan distintos...

Es extraño, hacía años que había exiliado todos estos recuerdos. Recuerdos que se erradicaron con aquel que porta mi misma sangre. La inflanqueable muralla que ocultaba esos tiempos pasados fue desquebrajada por la idea de quizás estar equivocada… En realidad me siento ultrajada y engañada. ¿Qué diferencia hay entre engañada y equivocada? Me inculcaron que nos había traicionado, que había asesinado cual verdugo a nuestros hermanos de raza.

Ahora me pregunto cual de ambos puede ser más despiadado: padre al obligarme a observar como esas pulcras alas eran arrancadas con el grito exhausto y dolorido que su propio hijo emitía y se clavaba en lo más profundo de mi alma; o él, que no luchó por aquello que creía justicia y, simplemente, se arrastró tras la dehonrra en el más profundo del auxilio de los Silvanos. En parte, no puedo culparle por huír de este cruenta familia, que no dio concilio a un juicio justo; pero le culpo por irse sin hacerse escuchar.

¿Dónde quedó ese joven guerrero, impetuosos y valiente? ¿Dónde quedó aquel que luchó para sobrevivir en muchas ocasiones? ¿Dónde quedó el que lucho por ser guerero y no esteta? ¿Dónde quedó el que aguantó al maese Andaer? ¿Dónde quedó el que antaño fue mi hermano mayor?

William dijo que vio desesperación, preocupación, sinceridad en sus palabras y culpa… Debe sentir culpa, pues sus manos estan teñidas de sangre de aquellos que llama, ahora, conspiradores de Talos. Talos, dios de las tormentas y la furia, archienemigo de nuestra Madre alada. ¿Acaso la voluntad de nuestro clero es tan quebrantable?.

No obstante, yo debo decidir mi propio veredicto, como me aconsejó William.

Amywien dejó de escribir y observó aquel último nombre que había escrito. Dejó la pluma en el tintero y suspiró pensativa. Por más que intentara compreder a ese hombre no lo conseguía, algo se le escapaba. Algo que la hacía reaccionar sin juicio alguno, en ocasiones, y la hacía caer en el abismo de la confusión.

Cuando la tinta se secó dio la vuelta al diario y abrió la última página de la parte trasera. Tomó la pluma y comenzó a escribir de nuevo.

No creer en el amor, fidelidad y pensar en una sola persona, no poder ser leal al pueblo y a los demás, seguir el dogma de los dioses y la misión que ellos nos aportan… ¿acaso el amor debe ser tan extremista? ¿Por qué no meramente podemos amar? ¿No podemos ser fieles a un dogma y amar a alguien? ¿Es eso cierto? Me niego a creerlo..

Quiero volver a escuchar esa preciosa melodía y quiero darle mi agradecimiento. Quiero que entienda que ya hace todo por el pueblo. Quiero que sepa qué es el amor y que no lo repudie por temor a quebrantar el dogma de Helmo, pues su camino es centrado y dudo que erre sus pasos.

Cuán difícil es darle consejo sobre ese sentimiento.


Dejó la pluma sobre el diario y alzó la vista al techo, dubidativa. ¿Por qué escribía todo esto?

martes, 21 de diciembre de 2010

Vuelo (VI)

Impotencia, debilidad, ira, rabia.

Son tantos los sentimientos que uno puede sentir al ver como alguien está a punto de morir frente a tus propios ojos y ser incapaz de ayudarlo.

Cuán peligroso puede ser enfrentarse a una ilusión. Una ilusión que esconde trampas que podrían ser mortales. El techo se derrumbaba sobre mi, a ojos de mis compañeros incapaces de poder pasar esa barrera mágica que nos separaba. Esa es la magia que los Gennitas temen y odian. Esos son los arcanos que ambicionan el poder de la Urdimbre y usan sus enseñanzas con malicia e incompetencia.

Cuando mis cuerdas vocales se desgarraron por el grito de dolor alguien gritó mi nombre. Fue extraño oír mi propio nombre, bastante, pero poco tardé en identificar quién gritaba. Por unos segundos olvidé el hombro roto y el dolor que esa fractura me ocasionaba, pude pensar una oración para sanarlo o, al menos, obligar a mi hombro a no acabar quebrándose del todo. No obstante, algo más ocurría. Ellos luchaban por hallar la forma de sacarme de esa cárcel mágica; ellos seguían debatiéndose entre la barrera mágica y el derrumbe que amenazaba con sepultarme. Ellos, mis seres queridos y compañeros, no me abandonarían a mi suerte.

Quizás, como creo en ellos, deba creer en el que porta mi misma sangre.

Innumerables han sido las veces que ha instado a contarme lo sucedido antaño pero nunca le he escuchado. ¿Lo haré en alguna ocasión? Sus palabras citan traición, muerte y defensa por su propia vida. Es posible que antaño, aunque su mano fuese la ejecutora de atroces actos fuese por otros motivos que padre no me reveló. Aun así...

¿He de confiar el ese descastado traidor? ¿Debo darle un voto de confianza?

Ay de mí... muchos son los peligros que moran nuestro bosque, y el que porta mi sangre ahora ha sido encerrado en las cárceles. El motivo de su encierro es la protección de los bosques silvanos ante la amenaza de los druidas oscuros. Sus ojos estaban inyectados en rojo escarlata, sedientos de ira, odio o rabia, cuál animal rabioso en busca de una presa. ¿Cómo puedo confiar en su palabra si en su cuerpo ha sido implantado el mal?

Erdrie, Madre alada, déjame ver en ese hermano descarriado si es a la verdad a lo que tanto se aferra para obtener mi perdón. Un círculo de la verdad será llevado a cabo, cuando su maldad sea erradicada.

Por el momento, nuestros problemas nos llevaran al desierto de Norin. El mal implantado en esos hombres del Ónix será erradicado y su líder caerá con la furia de los titanes bajo nuestras sagradas armas. El Seldarine proteja a sus hijos en esta difícil cruzada y me otorgue fuerzas para poder sanar a mis hermanos, puesto que muchos seremos heridos en esta batalla de espadas y magia.

***

Como corderos acorralados en su trampa cayeron pero los corderos se convertirán en lobos.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Vuelo (V)

La joven avariel tamboreó los dedos sobre la mesa de su escritoria, esa mesa a la cuál siempre acudía a última hora del ocaso. En el momento donde el astro mayor se fundía con las sombras de la Dama Sehanine. Había tomado la costumbre de tomar nota de sus pensamientos en un pequeño diario. El diario constaba de una tapa de cuero curtido de tejón y una pequeña cinta del mismo material, lo suficientemente pequeño como para poder trasportarlo en su bota distra.

Se llevó ambas manos al rostro y suspiro cansada, muy cansada. Muchos eran los peligros que los bosque silvanos perecía y muchas eran las decisiones que debía tomar. Para esas decisiones la habían educado en Myrravin, la Ciudad Aérea. Apartó sendas manos de su rostro y se limitó a abrir el diario que ahora descansaba sobre el escritorio que tenía delante. Su diestra tomó la pluma que descansaba en el tintero y, tras sacudir la tinta de la pluma, comenzó a escribir.

Los ríos se secan, las lluvías han cesado durante dekhanas, los animales y la flora se mueren a falta de agua dulce. No hemos encontrado reservas de agua cercanas a nuestras tierras y más son los peligros que nos acechan. Svesngard, nuestro lider, ha desaparecido y no encontramos nada que nos lleve hasta su ubicación. Estoy segura que él podría hacer llorar a las nubes, vencer a la ira de Talos, y dejar que sus lluvias con la sagrada calma de los dioses silvanos hicieran renacer a este marchito bosque. Los aliados, las treguas que durante años se han mantenido ahora no nos sirven de nada, pues guerreros o arcanos son inútiles en estos difíciles momentos.

¿Cuánto más durará la desdicha de Tymora?

Mis guías de Myrravin me inculcaron en el sendero de los estetas y, aun así, no hallo la forma de hacer concluir el agonizar de nuestro bosque. Los miembros del círculo druídico aun son demasiado jóvenes en la senda de sus dioses y dudo que puedan controlar la ira de Talos, como podría ahcerlo el Archidruida… pero, quizás, sea posible que con un círculo natural y varios de ellos fuese posible. Debo hablar con ellos.

Cabe la posibilidad, como dijo el joven Adrâhîl, que el problema de esta falta de agua sea debido a al influencia del Orbe. Sin lugar a dudas no me extrañaría pero su paradero, al igual que el de su protectora, es desconocido para mía. El Seldarine ayude a los Vigilantes en su misión de hallarlos y poder reportarnos las nuevas.

¿Qué haremos si el bosque sucumbe a la muerte? No, no puedo pensar en la fatalidad y el cataclismo de los bosques silvanos.

Amywien apartó un rebelde mechón platino del diario y alzó la vista, recostándose en su silla. Algo se le escapaba, algo que no alcanzaba a ver por al venda que cubría sus ojos. Volvió a leer lo que ya había escrito y prosiguió.

Varias han sido las ordenes. Esperemos que los reportes lleguen a manos de Ser William antes de que algo irreparable pase. Tymora nos dé un ápice de suerte para poder salir del pozo que nos hallamos.

Todos tenemos una labor en este instante. Todos y cada uno somos importantes para poder llevar al bosque a su estado anterior. Sólo espero que no tengamos más flancos que defender en esta guerra interna.

Dejó la pluma sobre el tintero de nuevo y suspiró, levantántados y estirando sus entumecidas alas.

martes, 14 de diciembre de 2010

El Pergamino (I)


El día no era otra más normal de lo que hacía días era, independientemente de las batallas incesantes y los peligros que nuestro hogar corría seguían siendo días apacibles y tranquilos hasta llegado un punto. Aun así, las flautas de alerta resonaban perturbando los corazón de los Tel’Quessir de vez en cuando; y aquella sería una de esas veces.

La llamada de alerta resonó sobre las conversaciones, arrastrada por el viento y la lejanía. Los batidores corrían hacía su llamada al igual que algunos de nosotros. Ser William, Nyu y yo eramos unos de ellos.

- Soldados informen. - la masculina voz sonó autoritaria.

Aun así los batidores seguían alerta por el peligro que nos acechaba. Observé a los presentes, las murallas y como William intentaba averiguar qué había producido la alarma. En la lejanía con gesto alarmado y agitado uno de los hombres gritó, llamando nuestra atención, mientras se acercaba.

- ¡Señora!. – se plantó frente a mí y observó a William, percatándose de él. - Señor.

El batidor se mostraba alterado, su respiración era saturada y estaba segura que su corazón latía más rápido que el galopar de un caballo. No obstante, tomando un poco de aire prosiguió su explicación.

- Señora, un mensaje. La flecha por poco me dio pero no lo hizo. - entre explicaciones el batidor mostraba un pergamino que tendía hacia mi. - Eso es lo que encontamos.

Observé detenidamente el pergamino que mostraba una seríe de dibujos en su trazado. Mientras William seguía dando ordenes de redoblar la guardia y explorar el terreno en busca del causante de tal alboroto. Mis celestes ojos observaban curiosa los trazados pero lo único que conseguía averiguar era lo que significaba la llama y la cara con alas y colmillos. Tendí el pergmaino a William, mientras este seguía dando ordenes y ejerciendo de Capitán. Poco más conseguía discernir de esos dibujos.

Pero, ahí estaba la pequeña Nyu, tan callada como siempre por falta de conocer del todo el común. William se dirigió a los cuarteles para organizar a los batidores y su próxima abatida al bosque. Yo, en cambio, me acuclillé al lado de Nyu y le mostré los dibujos.

- Nyu, pequeña, ¿reconoces alguno de los trazados?. - la observé y la dejé debatirse entre sus pensamientos.

La pequeña asintió al cabo de un rato y fue recitando lo que le recordaba cada uno de los dibujos.

- Sa…gra…do… - señaló el círculo negro con haces de luz. Bajó la mano al círculo que estaba en medio del pergamino, a mano izquierda - Pa..re..cer..lu…na.. – continuó con la siguiente de su izquierda. - O..tro..ci…clo…lu…nar… - tras ello señaló la llama - lla…ma… - y por último el dibujo de abajo del todo, más pequeño: una cabeza con grandes colmillos y alas. - dra..gón…

- Gracias, Nyu. - Asentí sonriendo a la pequeña y me enderecé.

No tardaríamos en partir hacia la biblioteca en busca del Maestro Delmir. Aun así, el maestro nos e encontraba en su descolocada sala, ni en su mesa, ni en ninguno de los pasillos con innumerables libros que inundaban la biblioteca. Katherine andaba de un lado a otro, tan ocupada como siempre aparentaba.

- ¿Desean algo? - su chillona voz me hizo atenderla de inmediato.
- Si, perdone, buscamos al maestro Delmir.

La elfa bufó exasperada y de mala gana. En cierta formm fue gracioso ver lo molesta que estaba con el Maestro Delmir. Cuando pregunté si ocurría algo, se limitó a despotricar sobre su desorden, su descontrol de los libros, su pesadez al no dejarla trabajar e innumerables quejas más que quedaron en el olvido.

- Bueno, ¿podría decirme qué puede deducir de este pergamino?

Katherine tomó el pergamino en sus mano y lo observó descifrando algunas figuras a primera vista.

- Podría ser una carta… aunque entonces denotarián no ser muy listos, sólo han hecho dibujos. Miré, el primer símbolo sería el reemitente; estos dos símbolos - señaló ambas lunas. - el mensaje y esta llama la conclusión. Como no esta cabeza con colmillos, podría ser la firma del mandatario.. ¿Puedo hacer una copia?.

Asentí mientras ella ya se dirigía hacia la mesa y hacia una copia. Una carta.. era posible, aunque aun así solo era una conclusión. Preguntaría al Maestro Delmir sobre sus conclusiones y valoraría las alternativas, aun fuera o no una carta aun debíamos descifrar su contenido. Katherine concluyó su copia y se dedicó a estudiar sus dibujos mientras Nyu y yo volvimos a emprender la búsqueda del Maestro Delmir.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Vuelo (IV)


"Antaño, en tiempos pasados.

Hace, aproximadamente, dos siglos y medio dos criaturas vinieron al mundo, dos hijos de Corellon que nacieron unidos. Unidos por la protección del Seldarine.

Raro era el nacimiento de dos hijos bajo el mismo ciclo lunar, tan extraño que un festejo a nombre de los dioses se hizo. Aun así, aunque la unión de ambos era grande algo sucedió pasado el tiempo. Los caminos de ambos hermanos se bifurcaron: el hermano mayor recibió el castigo de cortarle las alas, perecer en la soledad de ser desterrado y, con ello, estirparle sus vínculos familiares al ser nombrado traidor por sus crueles actos; la hermana menor, en cambio, acogió el sendero de fiel devota a su raza y sus dioses jurando a su padre que no tendría relación con el hereje que antaño fue su hermano."

Pero he ahí él con sus insistentes intentos de ser escuchado por mí, viles palabras que mis oídos niegan escuchar por simple ira hacia el que porta mi misma sangre. Aquel que antaño encontramos con sus pulcras plumas manchadas de rojo escarlata por los cuerpos inertes de nuestros amigos. También mis hermanos, aunque en sus venas no corriera la misma sangre. Vil, mezquino y asesino, eso es el que lleva mi sangre y ahora pretende que sacie su culpa con mi perdón. ¡Jamás! Antes pereceré en el mismísimo infierno.

Y una carta se me entregó. Una carta que estaba llena de palabras que repudiaban todo perdón. Hablaba de justicia. Justicia que según ese hereje es tomar la vida de los seres con su propio filo, siendo juez y verdugo. ¿No es esa la mentalidad de un bellaco? Ahí muera, como perecieron aquellos que fueron juzgados a su libre albedrío.

¿Cuánta será la sangre derramada por sus actos? ¿Cuánto se manchará la sangre de mis ancestros en sus propósitos? - Una pluma blanca es adjuntada a la entrada del diario. -

Me siento perdida. Me siento en una tierra árida sin sombras. Me siento sucumbir en el odio hacia aquel que fue mi hermano y mis dotes hacia mis dioses se quiebran.

La Trinidad de Diosas oiga mis ruegos:

- Erdrie Fenya, Madre Alada, calma mis impulsos pues mi mano no será teñida de sangre.

- Hanali Celanil, hazme recordar el amor que antaño sentí por él pues en sus venas sigue corre mi misma sangre.

- Sehanine Lunârco, dame la serenidad que tu sabiduría me ha otorgado durante tantos años pues sino caeré en el abismo de la incertudumbre.

Preciso estar cuerda. Preciso no dejar sucumbir a mi mente en problemas banales que me hagan perder la senda encomendada. Preciso orar en el templo demasiadas horas para apaciguarme. Pero aun así, es la senda que elegí.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Vuelo (III)




Svenshut rugió. Rugió con tanta fuerza que nuestras almas se encogieron. El Orbe, oculto en una bolsa, latía con fuerza llamando a su aliado. Su calor ardía hasta tal punto que las hebras de la bolsa de contención se hicieron añicos y los conjuros de menguar los elementos nos rodearon a Nyn y a mí. ¿Qué más podíamos hacer? ¿Qué más aparte de intentar que ese Orbe no saliera en busca de su aliado?

Ser William y varios batidores se habían alejado al bosque y nosotras nos debatíamos con la fuerza de un dragón. Un dragón, encerrado en una jaula durante siglos, que anhelaba acudir con su aliado Svenshut. Nuestras fuerzas lo sostenían, mientras el Orbe luchaba por zafarse de nuestras manos y una explosión nos hizo salir disparadas unos metros. Nuestras manos estaban quemadas por la magia emitida pero aun así ambas volvimos a saltar sobre ese cristal que ahora era el Orbe. No sirvió de mucho, de nada... Volvimos a salir disparadas y, según dicen, caímos inconscientes.

Pero nada menos de la realidad.

Ante nosotras se mostraba un coliseo derruido en una montaña lejana y una tenue luz que discernía una gran figura, tan grande que nuestra respiración se cortó al ver al dragón negro que nos observaba con esos viles ojos. No, no era un sueño, no podía serlo, no podíamos, como dicen nuestros aliados, estar inconscientes con esa pesadilla resonando en nuestras cabezas. Mi diestra aferraba con fuerza en brazo de Nyn. Nyn no dejaba de repetir que ella me protegería y yo la protegería a ella. Aun así, ¿cómo podíamos protegernos de tan inmenso enemigo?

El dragón dijo que lo liberaríamos, que nosotras lo haríamos. Que tras siglos de encierra saldría. ¿Lo haríamos? ¿Seríamos nosotras quienes haríamos sucumbir a nuestra tierra? Me negué a creerlo, con un deje de orgullo avariel lo negué y juré que antes moriría, mientras Nyn mandaba que me calmara. Ambas temblábamos, ambas teníamos el corazón tan encogido que podría haberse parado del pavor. La vil criatura alzó el vuelo, observando a sus presas. Las nubes nos envolvieron de nuevo, se acercaban sigilosas, oprimiéndonos y encerrándonos.

No podíamos huir, no podíamos correr, no había lugar donde esconderse en ese nefasto lugar.

Nyn en su última voluntad se agachó para musitar a las hiedras y raíces de los dioses silvanos que nos protegieran de esas nubes y el dragón. La tomé del brazo y la acurruqué en mi para rodearnos con mis alas, aparte de las magias silvanas. El dragón rugió y mientras descendía en picado hacia nosotras Nyn llamó a un rayo para atacarlo... pero sobresaltadas y con las fauces del dragón a punto de devorarnos despertamos alteradas y desorientadas en nuestro templo, junto a Ser Nathelinn.

Pero allí no acabaría nuestros temores, allí no acabaría nuestra lucha... no había hecho más que empezar. Pues mi querida Nyn, como una maldición, portaba el inicio de lo que serían dos inmensas alas a su espalda.

Corellon, padre, proteja a sus hijas de tan vil destino que nos depara. La esencia del dragón en la joven druida y la angustia de su portadora.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Vuelo (II)

Una carta me fue entregada con el único emblema de un trébol céltico como remitente. A su lado, una bolsa de contención descansaba con un Orbe de color azabache, del diámetro tan grande como lo podía ser un balón de fútbol y tan pesado como podía serlo un infante de 10 a 12 veranos.

Cuál fue mi sorpresa cuando leí el contenido de esa carta. El pergamino hablaba sobre la historia de los dragones, esa que los bardos cantaban al son de los laúdes de antaño con la única luz que el crepitar del fuego. Comentaba la travesía de una compañía procedente del bosque silvanos de Svensgard, como atravesaron las montañas Pankaskala y llegaron a Thane dónde se les informó el poder del Orbe que había visto aparecerse en su bosque. Pero su travesía no acabó en esas gélidas tierras, descendieron las heladas montañas hasta acabar en Ciudad Mercantil donde Lumier, gran arcana de la ciudad protegía el poder con recelo. Muchas fueron los diálogos, muchos los intentos de predecirla sobre los acontecimiento venideros que ese poder albergaba pero la mujer ya los sabía. Aun así, tras horas de diálogos, el orbe fue entregado a una elfa lunar, a una arcana de los bosques silvanos, Aoi Englen.

Sin embargo, la carta no indicaba por qué me había encomendado tal misión a mi voluntad y protección. Pero por el Seldarine protegería ese apocalíptico dragón con mi vida. al igual que mis hermanos de armas.

Poco después de recibir tal odisea Svensgard fue atacado. Troll, Ogros, Orcos y Goblins tan despiadados que mis heridas tuvieron que ser sanadas por los sacerdotes y oradores del mismísimo templo. Cuán peligroso va a ser la misión que la Dama Aoi me ha encomendado, cuán peligrosa va ser mi travesía en la senda que el Seldarine ha puesto ante mi, pues ahora soy la Protectora del Orbe, de la vida que vive sobre nuestras tierras. Mucha sangre será derramada, muchos árboles gritaran angustiados por ser incinerados en esta guerra, pronto debemos aliarnos, pronto debemos forjar la tregua que antaño se formó pues sino Arthena perecerá bajo el fuego de los dragones.

Los dioses nos presten la luz necesaria para caminar en esta turba oscuridad que ciega a nuestros aliados en su guerra, pues sino pereceremos todos bajo el manto de esta desdichada oscuridad.

Vuelo (I)

[Continuación de "Antigüas y Nuevas Leyendas" de Aoi Englen]

Aciagados son los tiempos que moramos los habitantes de Arthena. Tan desdichados que el belicoso aire nos embriaga en un miedo infundado por batallas venideras. Profecías de dragones que desde antaño fueron recitadas, ataques de los Ssi’Tel’Quessir. Cuán peligrosa fue mi llegada al preciado bosque de nuestros hermanos.

Pocos días ha de mi llegada. Tan pocos que mis dedos son suficientes para contar la media dekahana que los une. Los Ssii’Tel‘Quessir nos han atacado, los batidores del bosque nos protegen en estas avanzadas que pronto, creemos, será una guerra. Ser William, con la ayuda de la alianza, formará fortificaciones en nuestros bosque para evitar más batallas. Aun así, algo me agita, algo me preocupa. Cuán desmesurada será la guerra que se cierne bajo nuestras tierras.

El Seldarine proteja a sus hijos y a sus más allegados aliados, pues en una guerra que de rojo escarlata teñirá el suelo, nosotros nos alzaremos victoriosos. No pereceremos, combatiremos; pues las almas que pereceran en esa batalla serán envueltas por la luz de los dioses. Permitiendo que su valor les deje reencarnarse en un mundo venidero que los mortales habremos forjado con nuestras fuerzas.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Fragmento XI. Tabú.

Volvía a estar en esa sala.

Las heladas yemas de mis dedos acariciaron la superficie lisa de la mesa y observaron esa sala. El lugar era el misma que hacia años habíamos usado los miembros de la Flecha. Recordé lo malhumorada que me sentí al tener que escondernos aquí todos los miembros, sin poder salir de la “Gema del norte”. Los zhentarim, ellos nos hicieron refugiarnos bajo el manto de esa ciudad hasta deshacernos de lo que tanto ansiaban, varias fueron las dekhanas que pasamos ahí. De alguna forma la infantil forma de actuar de ese entonces me hacía sonreír ahora.

Pronto, deslicé la mano por la mesa hasta alcanzar la jarra de vino y me desplacé hasta uno de los sillones delante del fuego. El crepitar del fuego. Ese danzar hacia que mi mente divagara en demasiadas ocasiones desde mi vuelta a La Marca. Aun así, casi siempre pretendía estar ocupada. Me deshice de mi capa que dejé encima del sillón contiguo junto a mi arco y mis armas, para así poder desplomarme en el sillón elegido. Sonreí irónicamente al verme con tanta dejadez. La dejadez que Alec me había inculcado, ese maldito bastardo. Negué y tomé un poco de vino.

El camino por el Paso había sido largo, tan largo y costoso que cada gigante me había hecho tener que esquivar un montón de sus rocas y golpes que me hubieran partido en dos antaño; pero ahora, podía descansar. A la vuelta, sólo pediría a Padre que me llevara de vuelta.

Volví a beber un trago de vino y suspiré llevándome una mano a la frente. Desde mi vuelta habían pasado demasiadas cosas. Rasiel no dejaba de meterse en problemas, aun así aun no comprendía por qué me estaba haciendo cargo de ese chico. Alcé la vista al techo, recostándome algo más en el sillón y ladeé la cabeza. Estaba segura que esa unión me traería problemas, tales problemas como sangre o muerte pero ¿qué más podía hacer sino proteger a ese crío? Hacía apenas unos días había salvado la vida de una mediana apuñalada por él. La guardia decidió que fue en defensa propia, aun así... los actos de agresión siempre son mentados. Esperaba fervientemente que Relenar pudiera inculcarle un poco de disciplina pero yo, como prometí, debía curar sus heridas.

Me reincorporé en la silla, sentándome decentemente antes de caer de culo de la misma. Y como no, bebí un poco más. Ahora me preocupaba otro asunto. Un asunto que abarcaba la marca hasta centrarse en Nevesmortas. Gigantes, Mefits, Bálors y demonios alados aporreaban la villa en busca de algo. Prendían el bosque, atacaban a los seres y buscaban algo. Relenar lo asoció a Kalimach. Kalimach, ese dragón que se hizo con su tesoro y desapareció tras el ataque al bosque. Negué fuertemente para sacudir ese problema de mi cabeza y suspiré pesadamente.

Deslicé la mano izquierda hacia mi cuello y saqué la cadena y con ella el anillo que portaba. Hacía unas lunas Daya había arrojado su pasado a las llamas y dado fin a su pesar, estaba segura que ella podría superarlo. Malakai la ayudaría o sino le sermonearía por dañarla. Esa chica empezaba a formar parte de mi vida. Observé como el anillo giraba sobre si mismo, haciendo que la cadena se enrollara y desenrollara. El reluciente color verdoso brillaba a causa de las llamas. Por algún motivo cerré los ojos, presa de un antiguo recuerdo, y aferré con fuerza el dichoso anillo.

Bajé las escaleras con un gesto de fastidio y enfado. El motivo era una pelea que no llegaba a tener importancia pero había seguido hasta ese lugar a ese varón. Lo cierto era que se veía lamentable. Tan lamentable como se ve un hombre que cree que lo ha perdido todo y pretende ahogar su llanto en alcohol. Así lo vi en ese instante. Ni siquiera me miraba, seguía con la cabeza entre sus brazos, apoyada en la superficie plana de esa mesa, y los odres alrededor. Mi enfado y mis frías palabras quizás empeoraban la situación.

Pero en ese mar de gritos ahogados y llantos él se desplomó del taburete. Estaba en el suelo convulsionando y, a mi parecer, a punto de morir ante mis ojos. La persona que amaba se retorcía delante de mí como un animal con rabia. ¿Qué podía hacer? Por un instante me sentí impotente. Tan impotente como me sentí cuando mi hermana fue asesinada. Mis manos temblaban con tanto miedo que estaba segura que me desmayaría, aun así reaccioné.

Viré de golpe el cuerpo de Thor, saqué una daga y con su empuñadura sujeté su lengua para que no se la mordiese. Tras ello lo tranquilicé. No sé cuanto tiempo estuve así, ni por qué seguía temblando cuando él acabó tranquilizándose. Sólo sé que lo estaba abrazando con tanta fuerza que creía que lo mataría por falta de aire.

Pero algo pasó...

Mi respiración, mi propia respiración se me entrecortaba con tal ansia que creí que acabaría en ese lugar muerta. Thor hacia pocos minutos que había salido de esa habitación y mi pecho me oprimía tanto que creí que haría que mi corazón se desenfrenara al son de la sonata de la muerte. Oí como el ruido de los odres se estallaba en mil pedazos contra el suelo, como unos brazos me tomaban en vilo y me ponían sobre una zona dura. No ese no era él, él se había ido...

Recordaba como me había dicho que me amaba, cómo me decía que no me dejaría sola, como de mi propio aliento sólo conseguía llamarle a él, a Alec. Esperaba que me escuchara y atendiera mis súplicas. Esperaba que mi amado Thor no me viese en ese estado de deficiencia mental, y contra todo pronóstico aguantaría hasta que él se desvaneciera de mi lado.

Ya estaba en el suelo cuando él llegó, estaba segura. Mi propio aliento se entrecortaba en un aspaviento conjunto con mi cuerpo. Él había pasado algo similar hacia pocas horas. Había conseguido calmarle, había conseguido que él sobreviviera ante eso pero yo.. ¿cómo iba a sobrevivir yo? Él no debía verlo, él ante todo tenía que recordar mi faceta alegre y tranquila; no esa apunto de caer rendida ante la mano de Kelemvor.

- Du..ele, Du..ele - mi mano arañaba mi pecho intentando sacarme el corazón para dar fin a tal dolor, a esa ansiedad

La fría imagen del cadáver de mi hermana volvía con gran realismo a mi débil cabeza, ensangrentada y prevista de amputaciones horribles que deseaba olvidar a toda costa.

- Gatita, céntrate. - algo apartó mi mano de mi arañado pecho, mi boca dejó de gritar oprimida por algo húmedo y maloliente que me hacia perder la visión bañada en lágrimas.

Abrí los ojos de golpe presa de la angustia de ese momento y con la sensación de que las lágrimas habían bañado mi rostro. Con un movimiento sordo estampé el odre con lo que quedaba de vino al fuego, haciendo que prendiera a causa del licor. Mi zurda seguía sosteniendo ese anillo y mi diestra temblaba por algún motivo que no conseguí comprender. No quería permanecer más en ese lugar...

Recogí mis pertenencias y musité una oración a Padre para llevarme a casa.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Runa IV. Antigüas y nuevas leyendas.

“Antaño fue cuando Arthena cayó sucumbida bajo el fuego de los dragones. Svenshut, el dragón verde, y su acompañante el dragón negro proclamaban la angustia y el terror por la tierra de los hombres.
Los hombres, separados por guerras internas entre los pueblos, se unieron en una alianza: Athoran, ayudó con sus arcanos; Svengard con sus arqueros; y, Genn con su guerreros. Los tres pueblos únidos por un fin común. Una tregua que no duraría más que la abatida de los dragones.
Pero sólo un dragón fue recluído.
Ahora, Svenshut, tras años de busca, ha sucumbido a su paciencia y proclama la cárcel mágica que recluye a su compañero. La esfera que ha cambiado entre las manos de los hombres y sigue oculta bajo su visión.
La tierra de los hombres vuelve a temer
la sombra de los dragones y la tregua que antaño fue disuelta deberá volver a ser formada.”.

***

La pequeña pixi se situaba en el cabezal de la ancha cama observando esa esfera, tan grande como lo podía ser un balón de fútbol, y batiendo las alas dejando que un poco de polvo salpicara la almohada. Al otro lado, la joven de puntiagudas orejas observaba el mismo objeto con una leve arruguita en el entrecejo. Esa cosa contenía lo que parecía un dragon negro. Ese famosos dragon negro de la leyenda que tantas veces había escuchado en esos días.

Aoi desvió la vista hacia la maciza puerta haciendo un ademán por salir de alli pero, ahora, estaba en su mano la custodia de esa esfera, al menos hasta las puertas de la ciudad del desierto, Athoran. Había prometido, junto con Kyh y los demás, proteger esa esfera… aunque ahora ella cargara con esa cárcel. Lumier, al final, había confiado en los Svensgarianos para movilizar la tregua o, al menos, proteger la esfera y evitar que el dragón engro saliese de nuevo para hacer cenizas las tierras de Arthena. Un leve suspiro salió de sus labios, cansada, tan cansada de la situación que empezaba a comprender por qué Dek se había deshecho tan pronto de esa diminuta cárcel mágica. ¿Qué ocurriría si el dragón salía? ¿Si ambos volvían a unirse en su afán de destrucción? La joven arcana dudaba que los legendarios dragones cayesen dos veces en la misma trampa y, eso, era problemático.

Alzó la pierna que había apoyado sobre el suelo y cruzó ambas sobre las sábanas, cuál indio meditavundo. Sus párpados se cerraron tras observar a Yang unos instantes y se quedó pensativa. Estaba segura que algo se le había olvidado en el trascurso de los días. Paseó su mente por el recoveco de su memoria, sonrió por algún pensamiento que la impregnaba de felicidad y meneó la cabeza para centrarse en su cometido. Pankaskala. Las montañas, las horrendas hamatulas, un grupo de viajeros, los cual no conseguía recordar, atravesando el paso y dirigiéndose al cubil del dragón verde, Svenshut. Habían observado a sus lacayos que cayeron ante magias y aceros hasta que el venerable dragon descendió en un batir de alas ante el grupo. Ah… ya recordaba, en parte. Ese noche, la lluvia caía apacible ante la mirada del grupo y las víperas palabras del dragón. ¿Qué deseaba? La elfa frunció el ceño al intentar recordar esa escena.

El dragón los observó a cada uno de los presentes y les perdonaría la vida a cambio de que les trajeran a una hembra. Una hembra que tenía algo que deseaba, algo que le había sido robado. Una hembra humana. En ese entonces quién poseía la esfera era Laura, la bárbara de Thane. Desestimó a Laura pues quien poseía ahora la esfera era ella y siguió recordando. El dragón, furioso, les perdonaría la vida si conseguían la esfera. No obstante, los ataques fueron aumentando, el bosque pereció en cenizas por su impaciencia y los ciudadanos no entregarían la eesfera a Svenshut.

Se llevó la diestra a la sien y avanzó a la noche anterior, cuando la luz rojiza iluminó el bosque en un haz vertical. Un batidor se encontraba con la mirada fija en la esfera, la cual irradiaba esa enigmática luz escarlata. La elfa recordó como la había tomado en sus manos el imprudente batidor, bajo la mirada de los presentes, y poco después como había desaparecido de la misma forma en que había aparecido. El rastro mágico los dirigió a Thane, dónde Laura les explicó de nuevo la historia de antaño. La esfera había sido entregada a una humana de Svensgard, la cual estaba desaparecida. La cárcel del dragón negro crecía y crecía, amenazando con ese aumento la rutura de las barreras mágicas que lo encarcelaban.

Pero aunque la esfera ahora mismo estaba perdida ua luz de claridad los llevó a la Ciudad Mercantil. Lumier, tan recelosa como ahbía indicado la fémina de Thane, había custodiado el orbe con sus protecciones. Tras varias horas, se entregó el orbe a Dek, pues la arcana desconfiaba del círculo druídico de Svensgard; pero los diálogos hicieron que el arcano devolviera la cárcel a su anterior dueña y ésta decidiera echarlos por sus ideas radicales. Kyh y Aoi, quienes habían permanecido ante la mirada de la elfa, Lumier, acabaron consiguiendo el orbe que ahora custodiaban de nuevo en el Asentmaiento.

Aoi volvió a abrir los ojos cuando enlazó las escenas y volvió a emitir un suspirillo al observar la esfera sobre la cama. Yang, seguía sin parpadear ante la custodia de ese objeto mágico. La fémina de puntiagudas orejas tomó de nuevo el orbe y lo introdujo en una bolsa de contención. Ahora debían ir a la ciudad de los arcanos.

Los dioses sabrían qué ocurriría a partir de ese instante.

[Prosigue en el apartado de Amywien Evra]

viernes, 22 de octubre de 2010

Runa III. La infante y el lobo.

La pequeña estornudó entre los brazos de la fémina y luego sonrió alzando ambos brazitos intentando coger los tirabuzones oscuros que rebotaban de arriba abajo cada vez que la fémina movía la cabeza. El balbuceo y la risa de la infante sacaron de la conversación a los dos adultos que allí se encontraban dando toda su atención a la pequeña Aoi. La esposa era una elfa de cabello azabache que hacía resaltar su tez clara, mientras que sus ojos eran de un verde intenso; por otra parte, el varón, tenía el pelo color claro, tan claro como los haces de la diosa Selûne y su tez era algo más bronceada. Ambos vestían ropas sencillas que hacían su función, arroparles del posible frío y ser cómodas en la ciudad del bosque donde habitaban.

La infante, de apenas unos meses de vida, tenía la piel clara al igual que sus cortos cabellos. Lo único que resaltaba sobre esa aterciopelada piel de bebé eran esos inmensos ojos azúl intenso que observaban curiosos todo aquello que se le cruzaba. Tan curioso como lo es un niño recién llegado al mundo. En una risa inocente su mano alcanzó lo que anhelaba, un tirabuzón, y tiró de él con todas sus fuerzas que eran mínimas. Narya, como se llamaba la elfa de azabaches cabellos, seguía hablando con su esposo.

- Voronwë no podemos dejarla. - su apenada voz resonó en la sala con un tono maternal. - ¿Es que acaso quieres volver a dejarla en medio del bosque? No podemos, no me pidas que haga eso porque no lo haré.
- No te estoy diciendo que al abandonemos a la intemperie. El lobezno estaba costudiandola y me hubiera arrancado el brazo de no haber usado la magia - el varón frunció el ceño observando el ovillo grisáceo que había en un rincón de la sala, noqueado. - Me preocupa que se abalance sobre nosotros cuando despierte y te vea con esa cría entre los brazos. Es bastante salvaje…
- No digas tonterías. Zhar era aun más peligroso y mira que fiel es ahora. Sólo está protegiendo a la pequeña.


El trío se encontraba de caza esa mañana. Una mañana donde el rocio de la noche comenzaba a secarse por el astro sol. Las alimañas nocturnas se escondían de nuevo en sus madrigueras dando paso a la fauna diurna. Un arco se tensó con cierto recelo y la flecha silbó hasta golpear la carne de un jabalí. No obstante, la presa quedaría olvidada por uno de ellos. Zhar, un lobezno de azabaches cabellos había olfateado algo en otra dirección y había salido corriendo, seguído por Voronwë. Cuando el elfo alcanzóa su compañero animal, entrecerró los ojos. Ante él, se erguía una lobezno enseñando sus fauces y babeando frenético para proteger lo que tenía tras él. Zhar, se abalanzó sobre el lobezno, mientras que el elfo conjuraba un conjuro para noquear al rabioso cánido. La pequeña había sido hallada hacia apenas unas horas en el hueco de aquel árbol muerto, bajo sus raíces y la protección de ese temperamental lobo.

Un gruñido alertó a sendos adultos y las pequeñas orejas de la infante se movieron al oírlo. Sus brazitos dejaron de centrarse en los tirabuzos que poco antes la habían divertido tanto e intentó zafarse inútilmente de los brazos de la elfa. La fémina angustiada aferró con algo más de fuerza a la pequeña para que no resbalase y cayese; pero ésta seguía intentando tenazmente salir de esos brazos. Las puntiagudas orejas del ovillo se alzaron y, pronto, unos amarillentos ojos se centraron en la infante.

- Narya… déjala en el suelo… - el varón habló al tiempo que retrocía unos pasos del animal.

Éste, para ser un lobezno, era como un lobo adulto, y no tardaría en enseñar las fauces cuando la infante rompiera en llanto pero la infante no lloró, seguía intentando alcanzar al lobezno con sus quejas infantiles y los brazos extendidos hacia él. Narya no la soltó. Bajo la vista de su esposo se acercó hacia el lobezno, con Aoi en brazos, y se arrodilló a pocos pasos del mismo haciendo que el animal acabase recorriendo el resto del camino para lamer el inmaculado rostro de la infante.

- Cuidemos de ambos hasta que sepamos qué hacer, Voronwë… - Narya acabó dejando a la pequeña junto al lobezno. - El lobezno sólo estaba apreocupado y la pequeña le tiene estima.

El varón suspiró observando como la infante tiraba de las orejas de la agachada cabeza del animal, mientras que éste se limitaba a permitirselo y obsequiarle con pequeños lametones. Cierto era que toda familia protegía a sus miembros y, a fin de cuentas, eso había hecho ese colérico cánido al creer que iban a quitarle a la pequeña. Ahora, a ojos del elfo, éste simplemente estaba feliz de seguir al lado de la pequeña.

- Bien, amansaré a esa fiera y tu cuidarás de la pequeña. - suspiró tras acercarse a su esposa y obsequiarle con un beso en la frente. - Iré a informar al Irodim y Aya, al menos que ellos esten percatados de nuestros nuevos “intrusos”.
- Intrusos.. sólo es una pequeña elfita y su protector, no creo que lo rechacen tras contarles que estaban a la intemperie. Son unos buenos líderes.
- Quizás quieran quedarsela ellos. - el varón rió por un momento y salió por la puerta mientras su esposa refunfuñaba entre dientes, dejando claro que no lo permitiría.

Narya tomó de nuevo a la infante entre sus brazos, bajo la vista recelosa del animal, y tras acariciarle a él también hizo que las siguiera hasta un pequeño riachuelo dónde lavaría a la empolvada pequeña. Con suerte el greñoso cánido le permitiese larvarlo también.

viernes, 15 de octubre de 2010

Runa II. Batallitas con soldaditos de plomo.


Sendas figuras se encontraban en medio del Asentamiento dialogando sobre cosas tan vanales como lo podía ser una disputa alegre de maldecir el uno del otro, sólo por molestarse. Habían pasado ya bastantes horas desde que Xanos había dejado el Asentamiento para volver a Genn; no obstante la conversación que mantuvo ese trio seguía rondando la cabeza la de joven bruja. Estaba segura que ambos varones, arcano y paladín, estaban dispuestos a combatir en esa mediocre guerra para salvaguardar a sus amigos. Era posible que ella también se involucrara en esa guerra antes de lo que siquiera suponía.

Dek y Aoi habían barajado la posibilidad de seguir al semidragon plateado cuando lo vieron pasar con cierta rapidez; pero éste sólo había indicado que iba a trabajar. Asunto que Dek desestimó con un simple “Leurik nunca trabaja”. No sería la fémina quien dijera lo contrario pues ella simplemente era una recién llegada. Pero las incertidumbres que ambos sintieron fueron rápidamente aplacadas por la llegada de la driada Lego. Apesumbrada y con cansancio les pidió su ayuda con los caidos en la batalla de Nebin. Batalla. Una nueva batalla iniciada por los miembros de Genn, ¿quedaría menguada su cólera por el ataque a Thane hacía unas jornadas? Quién sabía.

El trío de figuras atravesó los bosques de Svensgard, las cuevas de Pankaskala hasta llegar a la entrada de Nebin dónde varios Athorianos se encontraban ayudando a los civiles del lugar y otros maldecían a los gennitas por sus acciones. Aoi observó a los presentes con sierta incertidumbre: los civiles estaban ilesos, la milicia abatida, los refugiados emprendían el paso al desierto dónde pasarían un tiempo hasta que Nebin quedara dispuesta para su vuelta, pero del bando atacante no había rastro.

Un arcano había comentado que los gennitas se refugiaban en Thane, otro que deseaba vertir la sangre de los gennitas como venganza. ¿Acaso no habían sido ellos quienes iniciron estas batallas? La venganza es un plato que debe servirse frío, predeterminado, y eso es lo que habían hecho los miembros del clero. La situación en ese lugar parecía estar bastante calmada, los civiles habían sido socorridos y lo que preocupaba en esa ocasión a la joven bruja era el otro bando aliado. Se acercó ligeramente a su compañero y musitó varias frases indicando que iría a Thane; para alivio suyo él la acompañaría.

Volvieron a recorrer sus pasos hasta llegar a las montañas de Pankaskala y Dek musitó varios conjuros sobre ellos, al tiempo que la marcha de los Athorianos se iniciaba hacia la villa nevada. Corrieron a través de las cuevas sin detenerse a descansar hasta llegar a los portones de Thane. En la colina izquierda varios maeses hacían guardia, junto a un arcano que Dek llamó Zher. Zher, la joven había oído hablar de él días antes. Los maeses refunfuñaron no eran capaces de ver a lso jovenes.

- Yo no veo nada, no abráis. - dijo uno de ellos.
- Pero si están ahí abajo. - dijo otro - Esperad ahora os abro.
- Abridnos los athorianos se acercan - concluyó Dek.
- ¿Entonces abro o no abro? - comentó la voz de Xanos.
- Maldita sea, Xanos, ¡ábrenos! - al fin dijo la fémina.

Las puertas se abrieron lo suficiente para que ambos svensgarianos entraran y tomaran algo de aire. Pero poco fue el respiro que pudieron tener antes de que las magias de los arcanos inundaran los portones del lugar. La milicia gennita gritaba dando ordenes unos a otros, se posicionaban mientras arqueros y arcanos emprendieron el contraataque a distancia. La joven fémina permanecía atrás, escondida con un conjuro de invisibilidad mientras no apartaba la vista de los portones que en ocasiones se abrían para dejar paso a un athoriano que caía a las armas de los defensores. La magia negra inundó las colinas interiores de Thane, la magia revolotea furiosa contra los atacantes y los filos chocaban contra aquellos que osaran entrar a luchar.

- Delith a la colina, contraataca!. - dijo alguno entre ese insufrible alboroto.
- Xanos aquí conmigo en las puertas - dijo unos de los maeses.

Un athoriano entró de sopetón por las puertas principales con tantas magias que era imposible distinguir más de una leve forma borrosa pero en un abrir y cerrar de ojos sus magias desaparecieron por otro conjuro amigo de disipación y cayó en vano frente a los filos de los gennitas. La primera ronda había sido vistoriosa para los miembros del clero. Habían caido tres athorianos reconocidos y algunos gennitas en esa ocasión pero no era moemnto de felicitaciones, aun no. Los humanoides que alli se encontraron no tardaron en alzar la vista agrandando los ojos al observar a la inmensa criatura que se avecinaba a la villa. Un dragon rojo, volaba a ras del suelo intentando arrasar ese lugar y con ello los que alli habían. Las armas volvieron a alzarse contra el dragon, las flechas silbaron de nuevo por el aire hacia sus duras escamas, una lluvia de insufrible lluvia hizo que gran aprte de los gennitas se refugiara bajo el tejado de las casas cercanas para no morir abrasados. Un dragon rojo, Dek, de menor estatura se posicionaba entre la joven fémina y el inmenso dragon mientras intentaba protegerla de algun modo hasta que lso esfuerzos de todos dio su fruto. El dragon rojo fue abatido por los defensores. Podían descansar tranquilos, habían vencido.. habían…

Un temblor atravesó el suelo haciando que todos volvieran a estar atentos, los gritos de alerta resonaron de nuevo en Thane y las armas se cruzaron contra un inmenso gusano. Magias de los arcanos, golpe de armas, y un ardua forcejeo entre todos acabó dejando haciendo que el gusano se desvaneciera muerto.

- Atentos a un próximo ataque. Sombra, ve a mirar. - dijo alguno.
- Se han ido. - dijo otro al cabo de unos minutos. - ¡Hemos vencido!

Gritos de júbilo acabaron envolviendo el ambiente. Habían ganado esa batalla, habían conseguido vencer a los arcanos. Ahora ambos bandos habían abierto la batalla pero ambos habían ganado una escaramuza en esa recién iniciada guerra. Las magias protectoras ban desvaneciendose pocoa poco mientras reían y comprobaban los caidos en esa ocaasión. Los caidos de Athoran habían desaparecido, quizás mediante magia pero eso no importaba. Habían vencido.

El gnomo Zher se acercó a los svengarianos para agradecerles su ayuda, mientras que el joven Xanos nos e le ocurría otra cosa que abrazar a la fémina como vía de expiación entre el júbilo.
- Xanos, no me abraces!! - dijo alterada por el gesto.
- Dek, gracias por tu ayuda. No debiste involucrarte tanto y aun así nos has ayudado. - dijo el gnomo.
- Entonces dame la mano. - Xanos se retiró del abrazo y le tendió la mano amistoso.
- Sólo hice lo que creí conveniente. - comentó el elfo tan reservado como de costumbre.

Aoi le tendió la mano a Xanos mientras observaba al gnomo que también le había agradecido su ayuda. Ella se limitó a quejarse por no ahber sido de ayuda suficiente. No obstante, se sentía bien, muy bien por el desenlace de los acontecimientos. Lo que vendría después aun estaba por ver.

jueves, 14 de octubre de 2010

Runa I. Llegada


La joven estornudó y llevo su mano enguantada en tela de seda a su nariz para así mitigar el picor. Estaba segura que un día, no muy lejano, enfermaría por permanecer tanto tiempo bajo la lluvia de esa región. No obstante, le agradaba ese lugar. Alzó sus celestes ojos del papiro que estaba escribiendo y observó la mano que poco antes sostenía el documento. No tardó en depositar la pluma que mantenía con la diestra en un tintero que poseía sobre la mesa y se quitó ambos guantes observando sus manos. Horas antes, Dek le había dicho que no era sensato portar guantes, pues estos acababan quemados por las magias.

Una leve arruguita se dislumbró en el entrecejo de su inmaculado rostro y suspiró levemente dejando sendos guantes en un lateral de la mesa. Sabía con certeza que pasaría demasiado frío sin esos guantes y eso la obligaba a seguir utilizandolos con frecuencia; aun así, al conjurar intentaría no portarlos para no llevarse un buen susto… al menos el tiempo suficiente hasta controlar del todo el torrente que la Urdimbre le ofrecía a cuenta gotas. Lo que más extrañaba a la jovan es que siendo él, Dek, un arcano que conseguía dominar el tiempo, aunque fue por un escaso periodo, tuviese problemas en controlar su magia sobre el trozo de tela de unos míseros guantes.

Tomó de nuevo la pluma del tintero y tras dar varios toques en el mismo para quitar la tinta apelmazada de más se dispuso a seguir escribiendo lo que parecía una carta con letra fina y elegante, digna de una elfa.

“ […]

…la llegada al Asentmaiento fue algo prematura, como bien os prevení, y parece ser que no en una de las mejores noches pues el lugar fue atacado por un gusano gigante y una horda de orcos. Cierto es que llegué la noche anterior al ataque. No obstante, cabe decir que la horda de orcos cayeron bajo los conjuros de los arcanos de Athoran, los cales acababan de lidiar el problema reciente con el Asentamiento. Días después supe que el problema anterior con los Athorianos fue debido a un mal entendido por parte de una pequeña druida, que me aventuro a decir que podría ser Drin, y un Athoriano que huyó tras el altercado.. dando así un mal entendido claro por ambas partes.

Volviendo al incidente de la primera noche en Svensgard, debo decir que el gusano cayó bajo la mano de los Athorianos y algunos Svensgarianos, tales como Ashner o Leurik. Tras su derrota una gema verdosa quedó pendiente en el aire con influencia mágica. No hace fata decir que al tocar la gema uno de ellos, Zax, quedó atrapado dentro de la gema… y cómo no otro de ellos, el cual se hace llamar Rob, le siguió al tocarla tras ser avisado de posibles problemas.

Tras varios intentos de mitigar el poder arcano de dicha gema, en vano, la gema acabó cayendo al suelo acompañada de una explosión. Bueno, cuando desperté contemplé un portal y a los que quedaban fuera entrar a buscar a sus compañeros. No, no fui insensata. No fui tras ellos. Mis fuerzas acabaron placando tras una herida cuasi mortal que Ashner y Leurik sanaron. Es posible que en caso contrario me hubiera aventuraro al ser partícipe de la Urdimbre pero en este caso no lo ví coherente.

Aunque no indagué he dicho tema, parece ser que todos salieron ilesos de ese altercado.

Días después he observado el comercio de las ciudades aliadas: Athoran, como bien indican, es una ciudad de comercio arcano: ropajes, bastones, papiros imbuidos en magias de diversas runas; por otro lado, Genn, se basa en un comercio de armas forjadas, armaduras y objetos de predominantes para el clero. Empiezo a entender las disputas entre ambas regiones, más o menos.

Sobre la información recaudada antes de mi llegada puedo indicar que ambos aliados de Svensgard estan en continua lucha, aunque en ocasiones intenten calmar sus ánimos, sobretodo en el territorio neutral como es el bosque. Aun así, cabe decir que el último ataque de los arcanos a la ciudad del nort, Thane, ha incrementado el deseo de guerra en estas tierra. El ataque coincidió con mi presentación con Ser Xanos pero poco dialogamos pues nos apresuramos a llegar a Thane en una carrera que se nos unió parte de los caballeros de Genn. Parece ser que Athoran sabe atacar en el mejor de los momentos, pues no había casi protección en la ciudad del norte en esa ocasión. Ciudadanos, guardias y todo lo ser vivo que había allí fue asesinado y empalado como si de mero ganado a punto de ser mandado a las ciudades para alimento se tratase.

Cabe decir, que… todos verifican que el ataque a esa villa fue ocasionado por los arcanos del desierto y algunas pruebas así lo demuestran en la matanza que allí vieron mis ojos. Los caballeros de Genn montaron en cólera pero consiguieron menguarse y ser sensatos tras las palabras del pueblo de Svensgard. Cierto es que esa visión haría estremecerse a los mismisimos dioses pero la colera no atrae nada bueno.

Svensgard se muestra neutral en este envio de puñales entre sus aliados, pues ambos pueblos los son, pero sigo divagando de cuánto tiempo nos mostraremos impasibles ante estos hechos. He de susponer que mientras el bosque no llore nos mostraremos neutrales pero… nos encontramos en medio de una guerra inminente. Y la balanza actual, a mi punto de vista, se decanta por los aliados del clero. Cabe decir que esta balanza es devida a la reservación que los arcanos muestran ante todo aquel que no sea de su ciudad.

Sin más dilación, dicho informe queda concluído.”



La fémina dejó de escribir en ese preciso instante, la carta iría sin reseñas de nombres referentes al receptor ni a ella misma. Lo único que dibujaría en el borde inferior izquierdo sería un trébol céltico, símbolo más que conocido por ambas partes. Tras concluir el trazado del sello enrrolló el papiro y lo rodeó con un lazo de seda teñido en negro para su mejor trasporte. Yang, la pequeña fata, ya estaba danzando sobre la mesa esperando el papiro con los brazos extendidos hacia arriba, tan impaciente como siempre lo había sido.

Sus celestinos ojos miraron a la fata con cara de circunstancia y de sus labios resopló un suspiro antes de iniciar el rutinario sermón que siempre deleitaba a la pequeña con un mensaje.

- Yang, no seas mala, no te tires invisibilidad a menos que haya peligro inminente, ¿me has oído?. Yin te acompañará, así que no le hagas travesuras o será tu último mandato. - el dedo de la elfa apuntaba amenazante a la pixi. - Te lo he avisado y sabes que me enteraré si le haces algo.

Yang refunfuñó como un enano y le arrebató el papiro de las manos tras tirar algo de polvo mágico a los ojos de la joven. Como no, salió danzando a lo alto de la habitación para ver la próxima función de su ama. Ésta se había levantado con los ojos doloridos por el polvo mágico y trastabilleaba con los muebles de la habitación, mientras que la traviesa pixi reía con ganas desde su segura posición.

- ¡Maldita seas Yang! ¡Ven aquí! ¡Te voy a arrancar las alas cuando te coja!
- ¡¡¡Yang, Yang, se va. Adiós, adiós!!!


La vocecilla chillona de la fata se fue alejando entre risas mientras se colaba por la ranura que habia por la puerta entreabierta.

Aoi arrugó la naricilla y suspiró con pesadez. Los efectos de los polvos mágicos y el escozor acabaron apagandose al cabo de unos minutos y pudo ver por fin nuevo. Menos mal que empezaba a acostumbrarse a su mal educada fata.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Fragmento X. Silencio.

Mis piernas se encontraban cruzadas cual indio meditabundo a sus ancestros, mis ojos se habían cerrado hacia ya horas pero en esa mullida cama no conseguía descansar como hacía tiempo lo había hecho. Era extraño recordar ese sentimiento tras tanto tiempo; no obstante, lo recordaba con frecuencia. Añoranza. La añoranza de no sentir el cálido tacto de esa sensación. Fruncí el entrecejo y abrí uno de mis párpados observando la habitación del Roble Dorado, acto seguido abrí el otro párpado y observé la maciza puerta que me separaba de ese pasillo. Un golpe de nudillos reclamaba mi presencia al otro lado y una peculiar voz hizo mover mis puntiagudas orejas.

No tardé en llegar a la puerta que se encontraba a escasos pasos de la cama y asomar la rojiza cabellera para observar a mi mentor. Un varón que ya rondaba la cuarentena y tan desaliñado como de costumbre. En esa ocasión portaba una gabardina de cuero oscuro, roída por su continuo uso, y un sombrero de ala ancha cubriendo su rostro de mal genio. El rostro del humano había adoptado una severa expresión, sus cabellos se habían tornado más canosos de un año para otro. Sin duda, el paso de los años le pasaba factura a ese gladiador empedernido.

- Gatita, deja de vaguear. Es la hora. - su ronca voz sonó autoritaria como siempre.
- Tan cariñoso como siempre, Alec. Acuérdate que dentro de un par de años seré yo quien deba protegerte y no al revés. Deberías tener más tacto con tu futura protectora, varón engreído.

Como era de esperar su carcajada irónica sonó en todo el pasillo mientras me introducía de nuevo a esa habitación y recogía mis armas. Siempre me había preguntado porque ese humano me había acogido bajo su protección y la verdad no la había hallado por más que la pregunta hubiera sido formulada. Algún día esperaba averiguarlo. Apremié la recogida de pertenencias y me di la vuelta en dirección a la puerta pero algo me detuvo. Un anillo de color verdoso relucía sobre la mesa, ese mismo anillo fue con el que horas antes me había obligado a observar durante algún tiempo. Me acerqué a la mesa y deslicé la diestra hasta tomarlo entre mis dedos y lo deslicé sobre mi dedo anular. Los recuerdos eran algo que siempre se debían mantener.

- Deja de jugar con ese anillo y tíralo de una maldita vez. - la fornida mano del varón ya me había alcanzado y estaba tirando de mi hacía fuera de la estancia. - No entiendo para qué guardas algo de un criajo como ese.
- ¿Qué vas a entender tú, so’burro? - reí de nuevo y me dejé arrastrar por el malhumorado protector.

Salimos de la posada del Roble Dorado y nos dirigimos hacia las afueras. En la bifurcación de caminos giré hacia la derecha mientras que Alec seguía hacia la puerta exterior que nos dirigiría hacia el norte. Recordaba como la noche anterior el humano me había gritado a su antojo por mi peculiar interés en asistir a ese sagrado lugar. No comprendía por qué deseaba tanto visitar esa tumba si no pertenecía a mi hermana; pero tras horas de maldiciones dedujo que no cambiaría de opinión y cedió. Necesitaba ir a ese lugar, quizás para menguar mi culpabilidad o, simplemente, por poder darme un ápice de serenidad.

Acabé colgando el arco que aun portaba en la mano izquierda y atravesé el puente de la luna hasta alcanzar la Ciudad Antigua. Los niños correteaban por las anchas calles, joviales y alegres, mientras un bardo tocaba una alegre melodía embelesando a los transeúntes. La plaza de cuatro esquinas se iluminaba con los primeros haces de luz del nuevo día y los comercios colindantes a la plaza empezaban a ser concurridos por ciudadanos y viajeros de la Gema del Norte. Había pasado en ese lugar un año completo, alejada de todo aquel que concurría la zona de Nevesmortas y podría decir que ese lugar había llegado a ser mi propio hogar. Sabía que mi estancia en esa conocida ciudad no era más que su cercanía hacía el río Rauvin, Bosque Luna y el trayecto retorcido pero había encontrado algo de paz en el templo de la diosa Mielikki y la armonía de la atmósfera había calmado mi temperamento. En ese momento creí que debía agradecérselo a mi mentor pero dudaba que en algún momento lo acabase haciendo.

El cementerio pronto fue divisado por mis cetrinos ojos cuando los tejados de las fachadas comenzaban a ser más bajos augurando el final de esa magnífica ciudad. Una pequeña capilla de algún dios, que no pretendía obsequiar ni rezar, guardaba la entrada del lugar y las tumbas, algunas corroídas por el paso del tiempo y otras recientes por las guerras pasadas, empezaron a rodearme cuando inicié la marcha entre ellas. El sol había salido ya por completo y los anaranjados rayos se habían vuelto algo más candentes dando paso al despertar de la Gema del Norte. Sería un camino largo y caluroso hasta el lugar donde nos dirigíamos, Alec y yo.

Eh ahí la tumba que hallaba. Deslicé el cuero de tejon de mis dedos dejando mi mano desnuda al tiempo que me acuclillaba para poder apreciar el nombre de quien allí descansaba. Alcé la mano y acaricié el nombre de “Lara” en la superficie áspera de la piedra. Allí, con las rodillas ahora posadas en la tierra de esa tumba, en medio de ese cementerio, me hacia preguntarme qué me había llevado a ese lugar santo. Estar agachada frente a la tumba de esa fallecida mujer... y pensar en ese al que Alec había llamado criajo. Sin duda, seguía siendo un crío, no podía negárselo. Observé el anillo que descansaba en el anular y acto seguido llevé esa misma mano a mi rostro con un largo suspiro.

No recuerdo el tiempo que permanecí en ese lugar sin decir nada. Simplemente observaba la lápida con un ligero nudo en el cuello que acabó siendo acompañado por un llanto silencioso. Mis mejillas se habían humedecido mucho antes de lo que hubiera imaginado y estaba segura que los ojos hinchados me ocasionarían otra riña por parte del varón humano. Tomé la cantimplora de mi cinturón y me eché medio de su contenido en el rostro para poder calmar esa parafernalia. No era tiempo de llorar. Acabé enderezándome y poniéndome el guante. Tras un último vistazo a la tumba de Lara Lander musité una simple frase.

- Cuida de él, pues yo ya no tengo tal derecho.

Sin más dilación. Atravesé las lápidas del cementerio, la pequeña capilla, las calles de la Ciudad Antigua con el bardo canturreando en la plaza, el Puente de la Luna y la ciudad de Argluna hasta cruzar el portón donde Alec me esperaba con pose de cansancio.

- ¡Ya era hora! ¿Pensabas dejarme aquí hasta que el sol me deshidratara? Por tu maldito dios, ¿qué diantres le has contado a esa maldita tumba? - gruñó malhumorado.

Me limité a hacer un gesto de quitarle importancia y emprendí el paso hacia el campamento de Voronwë y sus hombres. El susodicho campamento se había levantado a varias horas de la ciudad colindante con el Bosque Luna. Éste constaba de una hoguera y varias tiendas donde esos desconocidos hombres pasarían el día hasta el anochecer, cuando nos movilizaríamos. Voronwë, era un viejo conocido de Alec, un elfo de los que rondan los cuatro siglos: astuto, ágil con el arco y los estoques, sin duda era un mordaz enemigo para cualquiera. Siempre había pensado que estar de su parte era lo más sensato que Alec podría haber hecho. El elfo era de complexión delgada pero característicos músculos forjados en batalla; su castaño pelo estaba recogido en pequeñas trenzas y sus ropas eran de un color marrón oscuro. ¿Sus hombres? Meros mercenarios.

Tres humanos alrededor del fuego riendo a carcajada como si de enanos borrachos se tratase; dos medianos cuchicheando al norte del campamento y según observé trapicheando con trampas que usarían posteriormente; y varios elfos, dos de ellos apostados en los árboles cercanos haciendo guardia, el resto eran Voronwë y una elfa que lo acompañó a recibirnos.

- Alec, ya creí que no vendrías. - palmeó el hombro del varón con gran confianza.
- Sí, yo también lo creí. Me han hecho esperar durante dos horas en una puerta muriéndome de abrasamiento en este maldito día de calor. - y como no, desvió la vista hacia mi persona.

Ignoré el resto de la conversación dirigiéndome al lugar más apartado del campamento para afilar muuuuy lentamente el filo de mi cimitarra.

Y la noche cayó.

Nuestros pasos fuero tranquilos. Esta vez, Alec había decidido tomar un grupo de mercenarios y a Voronwë, la batalla sería menos desigualada o eso esperaba. Un grito dando la orden de ataque resonó en mis tímpanos haciéndome ensordecer durante unos segundos hasta que poco a poco el fulgor de la batalla me esclarecía la visión de la iniciada batalla: choque de espadas, gruñidos de esos apestosos seres; gritos de agonía y de guerra; dolor y muerte; las flechas silbando sobre el aire; magia retumbando en esa caverna; alguien había gritado desesperadamente mi nombre.

Alguien. Ese alguien seguramente era Alec pero un cálido líquido bermellón cubrió la mano que presionó por inercia la herida que me habían ocasionado. Sonreí hacia donde seguían gritándome pues la vista se me nubló en un abrir y cerrar de ojos. Mi corazón aun latía, levemente, pero notaba como el flujo de mi sangre seguía llegando a él para que éste siguiera bombardeándola con la poca fuerza que le quedaba. Entre ese murmullo de batalla alguien me había alcanzado y presionaba sobre el agudo y latente dolor que tenia en el pecho. No alcancé a distinguir quien acudía en mi ayuda. En realidad, quien sanaba a los heridos, siempre era yo. ¿Quién me salvaría a mi?. No les culparía si moría. Mi muerte, al igual que las de muchos otros, perecería con honor.

Siempre había creído que ese desquiciante varón moriría antes que yo. Que sería yo quien lloraría su muerte pero los dioses son caprichosos. El camino de cada uno nace, transcurre y muere según sus deseos. Hubiera preferido no morir a manos de esos grotescos seres, había querido desear tantas cosas y arreglar tantas otras. Ahora ya era tarde. En toda guerra hay pérdidas.

Una mordaz queja retumbó sobre el rugido de la batalla e hizo eco en esa oscura caverna. Supuse que el grito provenía de mi garganta porque mis cuerdas vocales casi se rasgaron al sentirlo. Noté como mi cuerpo se convulsionaba a causa del agudo sufrimiento que me había ocasionado que sacaran algo que oprimía el lado derecho de mi pecho. Me costaba respirar, la sangre me asfixiaba mientras salía a borbotones por mi boca mientras que yo, con inútiles fuerzas intentaba ponerme boca abajo. Pero mis sentidos acabaron por mermarse en una última exhalación de resquemor.

Oscuridad. La oscuridad me rodeaba haciendo que mi ansiedad aumentara. Musité unas oraciones pero de mis manos no salió la luz que clamaba, las tinieblas me engullía y mis piernas no podían más que correr buscando un haz de luz donde resguardarme. Unos ojos dispares emergieron de ella, observándome, maquiavélicos. Corrí con más fuerzas hasta que mis dos piernas se volvieron cuatro patas musculosas y mi envergadura se encorvó hasta convertirse en un animal. Olfateé el aire y seguí corriendo buscando ese haz de luz que me salvara del temor que ahora mismo presentía.

Un temblor sacudió mi espina dorsal y mis patas delanteras flaquearon unos instantes. Mi respiración se entrecortaba a falta de aire y tropecé con algo que no alcancé a percibir. Con un sonido sordo mi cuerpo se desplomo contra el liso suelo y con un gruñido que no salió de mis cuerdas vocales entendí que el vacío era la existencia de ese lugar. Silencio. Un silencio eterno en una oscuridad infranqueable.

Y tumbada como me hallaba: dejé de querer correr; de querer buscar esa luz que me abrazara y me diera calidez. Mi cuerpo se tornó frágil, blanquecino, como siempre lo había sido. Las puntiagudas orejas se movieron ante ese silencio y un suspiro ahogado emergió de mi seca garganta. Mis parpados se cerraron con lágrimas deslizándose en mis mortecinas mejillas. Mi cuerpo, deduje que desnudo, tembló por una brisa gélida que me envolvió.

Ya no importaba.

Unas frágiles manos me acariciaron las mejillas, tan frías que la brisa parecía una corriente de viento tropical. Ordené a mis ojos abrirse pero no obedecieron, el cansancio emergió como un geiser haciendo que mis fuerzas perecieran ante lo que me trasportaba. La desnudez de mi cuerpo hizo que el gélido ambiente me enervara hasta creer que perecería en ese abismo. Perdí la noción del tiempo, estaba segura que en el transcurso de ser trasportada hacia algún lugar había perdido el sentido.


***

Calidez. La calidez de un tímido sol resguardado por unas blanquecinas nubes fue mi despertar. Mi cuerpo ya no temblaba. El vacío había desaparecido y la desnudez de mi cuerpo se hallaba resguardada por los gentiles brazos de una fémina. Parpadeé varias veces para que mis cetrinas pupilas verificaran esa nueva visión.

Frondosos árboles lindaban el claro en el que me encontraba abrazada por esa mujer. No muy lejos un pequeño arroyo recorría el bosque a poca velocidad, debido a la escasa lluvia que había caído en verano. Observé alrededor deleitándome con cada sonido: el correr de una ardilla tras capturar una castaña; el ave rapaz surcando el cielo en busca de una presa para alimentar a sus crías; el suave sonido de las hojas por la brisa otoñal; un pez siendo atrapado por un oso, cual bramido lo proclamaba.

Pero eso no era importante.

Alcé la vista para ver a quien me presionaba contra su pecho y mis pupilas se engrandecieron al percatarme de quien me abrazaba. Su cabellera cubría sus hombros y se mecía con la brisa; sus grandes ojos me miraban con ternura como antaño había hecho; sus gentiles brazos me acurrucaron en su pecho intentando que ese momento no se perdiera en un mal despertar. Parpadeé, eso debía de ser una visión, un vulgar sueño que me haría recordar su perdida al despertar.

No, no lo era... Un beso. Una caricia. Un te quiero.

Entre sus brazos mi mente vagó en los recuerdos: Viajó a esas frías manos que me trasportaban; a esa gélida brisa que me entumecía; a mis zarpas corriendo en esa inmensa oscuridad; a ese intento de alcanzar una luz con el don de mi dios… más allá sólo había un recuerdo, esa mujer, esos cálidos brazos.

Arya. Mi querida Arya.

Algo tiró de mi, aferré con fuerza el suelo hasta que mis uñas sangraron en vano y fui arrastrada de nuevo a esa infranqueable oscuridad, sola. Mis manos temblaban por el esfuerzo realizado por zafarme de ese ente trasparente pero el grito que emití resonó en la oscuridad al volver a ser arrastrada con demasiada forzada. El dolor lacerante volvió a retumbarme en el torso como si fuese a explotar por una bomba de fuego.

Y otro grito quebrajó mis cuerdas vocales y abrí los ojos en esa maldita caverna. Mi respiración estaba saturada, tan saturada que me ahogaba de respirar tan rápido. Alec presionaba mi pecho haciendo que me tumbara en ese maldito y oscuro lugar. Observé a mí alrededor. Un mediano acababa de colocar una trampa cerca de nosotros; Voronwë vocalizaba algo en gritos pero no conseguía oírlo, hizo algunas señas hacia Alec. El varón me tomó en brazos y debí desmayarme, pues lo siguiente que recuerdo fue estar en medio del campamento y ver a Alec con gesto angustiado.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Retazos

Nombre: Aria (Ariadnne)
Apellido: Nain
Raza: Elfa Lunar.
Sexo: Mujer.
Alineamiento: Neutral Bueno.
Profesión: Druida/Clériga
Deidad: Padre Roble.


Descripción:

Esta peculiar fémina tiene un gran parecido a su hermano, Elren. Aunque en la raza élfica no se han visto demasiados casos de gemelos ellos fueron aceptados sin dilaciones como un don de los dioses.

A simple vista es una joven de no más de 1’65 y de constitución endeble pero esbelta figura, casi siempre oculta por la capa y una capucha de fino lino. Su tez es de un color pálido pues es descendiente de los elfos lunares. En su rostro destacan sus ojos azules con destellos dorados, a contraste con la clara piel, y su larga cabellera de un color platino.

En su espalda pende un arco largo con runas élficas grabadas en su madera, junto con un carcaj, y en su cintura suele estar envainada una cimitarra que trata con mucho mimo. Seguramente el recuerdo de alguien preciado.

Prólogo.

“No perdáis vuestro tiempo ni en llorar el pasado ni en llorar el porvenir. Vivid vuestras horas, vuestros minutos. Las alegrías son como flores que la lluvia mancha y el viento deshoja.”

La oscura sombra alzó el brazo haciendo que el rapaz que ahí descansaba batiera las alas en la oscuridad que Selûne les brindaba. El bosque había empezado su danza nocturna: los variopintos ojos de los caminantes nocturnos que buscaban algo de comer bajo las sábanas de hojas que el viento había tirado hacía ya días. Un pequeño lirón se desperezaba bajo las raíces de un árbol pero pronto asomaría la cabeza por el hueco y saldría en busca de algo de alimento. El ulular de un búho daría paso a una caza silenciosa de la vida nocturna de ese bosque.

El halcón, que poco antes había sido premiado con un trozo de carne cruda, surcaba ese mismo bosque con indiferencia. Alcanzó los lindes del bosque que daban paso a las llanuras y siguió batiendo sus alas hasta llegar a los escarpados riscos de las primeras montañas. Tardaría varias horas en atravesar esas prósperas montañas pero al fin alcanzaría otro terreno boscoso. Descendió dando vuelta bajo un terreno en concreto y se depositó sobre una rama baja observado a la fémina que allí se encontraba. Allí se quedaría hasta que la joven le percatara de su presencia.

La joven de puntiagudas orejas se encontraba acuclillada bajo unos arbustos y arrancaba sin dilación una porción mínima de algún tipo de planta que serviría para algún ungüento. Dio varios pasos laterales, en esa misma posición, y tomó algunas bayas del arbusto vecino que pronto acabaron en sus propias fauces. Ladeó la cabeza unos segundos en dirección al halcón y sus puntiagudas orejas se movieron ante un débil sonido.

- Ah, ah... - suspiró con cansancio - ¿Ya se ha cansado de estar solo?

Se enderezó, con algunas bayas de más en su enguantada mano, y se dirigió hacia la rapaz depositando su brazo en vertical, a la altura de su pecho, para que tomara posesión de él en su espera. Entregó varias bayas al cansado animal y lo acarició con mimo durante varios minutos. Pronto tomó el mensaje que descansaba en la pata del animal e hizo que éste se colocara en su hombro. Desenrolló con parsimonia el pequeño pergamino y observó la conocida letra de su hermano. El pergamino con simbología élfica citaba así:

“Hermana, en Svengard hay sitio para ti y para mi. Voy a necesitar de tu ayuda aquí”


La joven arqueó una platina ceja y miró a su compañero rapaz con cara de interrogación. Musitó una oración en druídico y el pergamino prendió hasta ser arrojado a un pequeño riachuelo que bajaba desde alguna gruta interna de las cavernas del norte.

- Tan conciso como siempre...

Volvió a emitir un leve suspiro y se encaminó hacia donde su hermano la reclamaba. Su lugar de nacimiento: Svengard. Aquel lugar que habían abandonado por tantos años y ahora no comprendía el afán de Elren por volver a las tierras que los habían visto nacer. ¿Sería acaso nostalgia? ¿Reclamo de su verdadero hogar?.

No tenía elección. A fin de cuentas, la sangre llamaba a la sangre.

Hizo alzar el vuelo a la rapaz y en una leve sacudida tomó la forma de una loba de platino pelaje. Aulló con todas sus fuerzas ante la magnífica luna, de la misma forma que un lobo alfa llama a su manada, y emprendió la marcha hacia las montañas. Sker, un enorme lobo de pelaje oscuro y ambarinos ojos, no tardaría en unirse a la fémina en su larga marcha.