Volvía a estar en esa sala.
Las heladas yemas de mis dedos acariciaron la superficie lisa de la mesa y observaron esa sala. El lugar era el misma que hacia años habíamos usado los miembros de la Flecha. Recordé lo malhumorada que me sentí al tener que escondernos aquí todos los miembros, sin poder salir de la “Gema del norte”. Los zhentarim, ellos nos hicieron refugiarnos bajo el manto de esa ciudad hasta deshacernos de lo que tanto ansiaban, varias fueron las dekhanas que pasamos ahí. De alguna forma la infantil forma de actuar de ese entonces me hacía sonreír ahora.
Pronto, deslicé la mano por la mesa hasta alcanzar la jarra de vino y me desplacé hasta uno de los sillones delante del fuego. El crepitar del fuego. Ese danzar hacia que mi mente divagara en demasiadas ocasiones desde mi vuelta a La Marca. Aun así, casi siempre pretendía estar ocupada. Me deshice de mi capa que dejé encima del sillón contiguo junto a mi arco y mis armas, para así poder desplomarme en el sillón elegido. Sonreí irónicamente al verme con tanta dejadez. La dejadez que Alec me había inculcado, ese maldito bastardo. Negué y tomé un poco de vino.
El camino por el Paso había sido largo, tan largo y costoso que cada gigante me había hecho tener que esquivar un montón de sus rocas y golpes que me hubieran partido en dos antaño; pero ahora, podía descansar. A la vuelta, sólo pediría a Padre que me llevara de vuelta.
Volví a beber un trago de vino y suspiré llevándome una mano a la frente. Desde mi vuelta habían pasado demasiadas cosas. Rasiel no dejaba de meterse en problemas, aun así aun no comprendía por qué me estaba haciendo cargo de ese chico. Alcé la vista al techo, recostándome algo más en el sillón y ladeé la cabeza. Estaba segura que esa unión me traería problemas, tales problemas como sangre o muerte pero ¿qué más podía hacer sino proteger a ese crío? Hacía apenas unos días había salvado la vida de una mediana apuñalada por él. La guardia decidió que fue en defensa propia, aun así... los actos de agresión siempre son mentados. Esperaba fervientemente que Relenar pudiera inculcarle un poco de disciplina pero yo, como prometí, debía curar sus heridas.
Me reincorporé en la silla, sentándome decentemente antes de caer de culo de la misma. Y como no, bebí un poco más. Ahora me preocupaba otro asunto. Un asunto que abarcaba la marca hasta centrarse en Nevesmortas. Gigantes, Mefits, Bálors y demonios alados aporreaban la villa en busca de algo. Prendían el bosque, atacaban a los seres y buscaban algo. Relenar lo asoció a Kalimach. Kalimach, ese dragón que se hizo con su tesoro y desapareció tras el ataque al bosque. Negué fuertemente para sacudir ese problema de mi cabeza y suspiré pesadamente.
Deslicé la mano izquierda hacia mi cuello y saqué la cadena y con ella el anillo que portaba. Hacía unas lunas Daya había arrojado su pasado a las llamas y dado fin a su pesar, estaba segura que ella podría superarlo. Malakai la ayudaría o sino le sermonearía por dañarla. Esa chica empezaba a formar parte de mi vida. Observé como el anillo giraba sobre si mismo, haciendo que la cadena se enrollara y desenrollara. El reluciente color verdoso brillaba a causa de las llamas. Por algún motivo cerré los ojos, presa de un antiguo recuerdo, y aferré con fuerza el dichoso anillo.
Bajé las escaleras con un gesto de fastidio y enfado. El motivo era una pelea que no llegaba a tener importancia pero había seguido hasta ese lugar a ese varón. Lo cierto era que se veía lamentable. Tan lamentable como se ve un hombre que cree que lo ha perdido todo y pretende ahogar su llanto en alcohol. Así lo vi en ese instante. Ni siquiera me miraba, seguía con la cabeza entre sus brazos, apoyada en la superficie plana de esa mesa, y los odres alrededor. Mi enfado y mis frías palabras quizás empeoraban la situación.
Pero en ese mar de gritos ahogados y llantos él se desplomó del taburete. Estaba en el suelo convulsionando y, a mi parecer, a punto de morir ante mis ojos. La persona que amaba se retorcía delante de mí como un animal con rabia. ¿Qué podía hacer? Por un instante me sentí impotente. Tan impotente como me sentí cuando mi hermana fue asesinada. Mis manos temblaban con tanto miedo que estaba segura que me desmayaría, aun así reaccioné.
Viré de golpe el cuerpo de Thor, saqué una daga y con su empuñadura sujeté su lengua para que no se la mordiese. Tras ello lo tranquilicé. No sé cuanto tiempo estuve así, ni por qué seguía temblando cuando él acabó tranquilizándose. Sólo sé que lo estaba abrazando con tanta fuerza que creía que lo mataría por falta de aire.
Pero algo pasó...
Mi respiración, mi propia respiración se me entrecortaba con tal ansia que creí que acabaría en ese lugar muerta. Thor hacia pocos minutos que había salido de esa habitación y mi pecho me oprimía tanto que creí que haría que mi corazón se desenfrenara al son de la sonata de la muerte. Oí como el ruido de los odres se estallaba en mil pedazos contra el suelo, como unos brazos me tomaban en vilo y me ponían sobre una zona dura. No ese no era él, él se había ido...
Recordaba como me había dicho que me amaba, cómo me decía que no me dejaría sola, como de mi propio aliento sólo conseguía llamarle a él, a Alec. Esperaba que me escuchara y atendiera mis súplicas. Esperaba que mi amado Thor no me viese en ese estado de deficiencia mental, y contra todo pronóstico aguantaría hasta que él se desvaneciera de mi lado.
Ya estaba en el suelo cuando él llegó, estaba segura. Mi propio aliento se entrecortaba en un aspaviento conjunto con mi cuerpo. Él había pasado algo similar hacia pocas horas. Había conseguido calmarle, había conseguido que él sobreviviera ante eso pero yo.. ¿cómo iba a sobrevivir yo? Él no debía verlo, él ante todo tenía que recordar mi faceta alegre y tranquila; no esa apunto de caer rendida ante la mano de Kelemvor.
- Du..ele, Du..ele - mi mano arañaba mi pecho intentando sacarme el corazón para dar fin a tal dolor, a esa ansiedad
La fría imagen del cadáver de mi hermana volvía con gran realismo a mi débil cabeza, ensangrentada y prevista de amputaciones horribles que deseaba olvidar a toda costa.
- Gatita, céntrate. - algo apartó mi mano de mi arañado pecho, mi boca dejó de gritar oprimida por algo húmedo y maloliente que me hacia perder la visión bañada en lágrimas.
Abrí los ojos de golpe presa de la angustia de ese momento y con la sensación de que las lágrimas habían bañado mi rostro. Con un movimiento sordo estampé el odre con lo que quedaba de vino al fuego, haciendo que prendiera a causa del licor. Mi zurda seguía sosteniendo ese anillo y mi diestra temblaba por algún motivo que no conseguí comprender. No quería permanecer más en ese lugar...
Recogí mis pertenencias y musité una oración a Padre para llevarme a casa.