“Antaño fue cuando Arthena cayó sucumbida bajo el fuego de los dragones. Svenshut, el dragón verde, y su acompañante el dragón negro proclamaban la angustia y el terror por la tierra de los hombres.
Los hombres, separados por guerras internas entre los pueblos, se unieron en una alianza: Athoran, ayudó con sus arcanos; Svengard con sus arqueros; y, Genn con su guerreros. Los tres pueblos únidos por un fin común. Una tregua que no duraría más que la abatida de los dragones.
Pero sólo un dragón fue recluído.
Ahora, Svenshut, tras años de busca, ha sucumbido a su paciencia y proclama la cárcel mágica que recluye a su compañero. La esfera que ha cambiado entre las manos de los hombres y sigue oculta bajo su visión.
La tierra de los hombres vuelve a temer la sombra de los dragones y la tregua que antaño fue disuelta deberá volver a ser formada.”.
***
La pequeña pixi se situaba en el cabezal de la ancha cama observando esa esfera, tan grande como lo podía ser un balón de fútbol, y batiendo las alas dejando que un poco de polvo salpicara la almohada. Al otro lado, la joven de puntiagudas orejas observaba el mismo objeto con una leve arruguita en el entrecejo. Esa cosa contenía lo que parecía un dragon negro. Ese famosos dragon negro de la leyenda que tantas veces había escuchado en esos días.
Aoi desvió la vista hacia la maciza puerta haciendo un ademán por salir de alli pero, ahora, estaba en su mano la custodia de esa esfera, al menos hasta las puertas de la ciudad del desierto, Athoran. Había prometido, junto con Kyh y los demás, proteger esa esfera… aunque ahora ella cargara con esa cárcel. Lumier, al final, había confiado en los Svensgarianos para movilizar la tregua o, al menos, proteger la esfera y evitar que el dragón engro saliese de nuevo para hacer cenizas las tierras de Arthena. Un leve suspiro salió de sus labios, cansada, tan cansada de la situación que empezaba a comprender por qué Dek se había deshecho tan pronto de esa diminuta cárcel mágica. ¿Qué ocurriría si el dragón salía? ¿Si ambos volvían a unirse en su afán de destrucción? La joven arcana dudaba que los legendarios dragones cayesen dos veces en la misma trampa y, eso, era problemático.
Alzó la pierna que había apoyado sobre el suelo y cruzó ambas sobre las sábanas, cuál indio meditavundo. Sus párpados se cerraron tras observar a Yang unos instantes y se quedó pensativa. Estaba segura que algo se le había olvidado en el trascurso de los días. Paseó su mente por el recoveco de su memoria, sonrió por algún pensamiento que la impregnaba de felicidad y meneó la cabeza para centrarse en su cometido. Pankaskala. Las montañas, las horrendas hamatulas, un grupo de viajeros, los cual no conseguía recordar, atravesando el paso y dirigiéndose al cubil del dragón verde, Svenshut. Habían observado a sus lacayos que cayeron ante magias y aceros hasta que el venerable dragon descendió en un batir de alas ante el grupo. Ah… ya recordaba, en parte. Ese noche, la lluvia caía apacible ante la mirada del grupo y las víperas palabras del dragón. ¿Qué deseaba? La elfa frunció el ceño al intentar recordar esa escena.
El dragón los observó a cada uno de los presentes y les perdonaría la vida a cambio de que les trajeran a una hembra. Una hembra que tenía algo que deseaba, algo que le había sido robado. Una hembra humana. En ese entonces quién poseía la esfera era Laura, la bárbara de Thane. Desestimó a Laura pues quien poseía ahora la esfera era ella y siguió recordando. El dragón, furioso, les perdonaría la vida si conseguían la esfera. No obstante, los ataques fueron aumentando, el bosque pereció en cenizas por su impaciencia y los ciudadanos no entregarían la eesfera a Svenshut.
Se llevó la diestra a la sien y avanzó a la noche anterior, cuando la luz rojiza iluminó el bosque en un haz vertical. Un batidor se encontraba con la mirada fija en la esfera, la cual irradiaba esa enigmática luz escarlata. La elfa recordó como la había tomado en sus manos el imprudente batidor, bajo la mirada de los presentes, y poco después como había desaparecido de la misma forma en que había aparecido. El rastro mágico los dirigió a Thane, dónde Laura les explicó de nuevo la historia de antaño. La esfera había sido entregada a una humana de Svensgard, la cual estaba desaparecida. La cárcel del dragón negro crecía y crecía, amenazando con ese aumento la rutura de las barreras mágicas que lo encarcelaban.
Pero aunque la esfera ahora mismo estaba perdida ua luz de claridad los llevó a la Ciudad Mercantil. Lumier, tan recelosa como ahbía indicado la fémina de Thane, había custodiado el orbe con sus protecciones. Tras varias horas, se entregó el orbe a Dek, pues la arcana desconfiaba del círculo druídico de Svensgard; pero los diálogos hicieron que el arcano devolviera la cárcel a su anterior dueña y ésta decidiera echarlos por sus ideas radicales. Kyh y Aoi, quienes habían permanecido ante la mirada de la elfa, Lumier, acabaron consiguiendo el orbe que ahora custodiaban de nuevo en el Asentmaiento.
Aoi volvió a abrir los ojos cuando enlazó las escenas y volvió a emitir un suspirillo al observar la esfera sobre la cama. Yang, seguía sin parpadear ante la custodia de ese objeto mágico. La fémina de puntiagudas orejas tomó de nuevo el orbe y lo introdujo en una bolsa de contención. Ahora debían ir a la ciudad de los arcanos.
Los dioses sabrían qué ocurriría a partir de ese instante.
[Prosigue en el apartado de Amywien Evra]
Los hombres, separados por guerras internas entre los pueblos, se unieron en una alianza: Athoran, ayudó con sus arcanos; Svengard con sus arqueros; y, Genn con su guerreros. Los tres pueblos únidos por un fin común. Una tregua que no duraría más que la abatida de los dragones.
Pero sólo un dragón fue recluído.
Ahora, Svenshut, tras años de busca, ha sucumbido a su paciencia y proclama la cárcel mágica que recluye a su compañero. La esfera que ha cambiado entre las manos de los hombres y sigue oculta bajo su visión.
La tierra de los hombres vuelve a temer la sombra de los dragones y la tregua que antaño fue disuelta deberá volver a ser formada.”.
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La pequeña pixi se situaba en el cabezal de la ancha cama observando esa esfera, tan grande como lo podía ser un balón de fútbol, y batiendo las alas dejando que un poco de polvo salpicara la almohada. Al otro lado, la joven de puntiagudas orejas observaba el mismo objeto con una leve arruguita en el entrecejo. Esa cosa contenía lo que parecía un dragon negro. Ese famosos dragon negro de la leyenda que tantas veces había escuchado en esos días.
Aoi desvió la vista hacia la maciza puerta haciendo un ademán por salir de alli pero, ahora, estaba en su mano la custodia de esa esfera, al menos hasta las puertas de la ciudad del desierto, Athoran. Había prometido, junto con Kyh y los demás, proteger esa esfera… aunque ahora ella cargara con esa cárcel. Lumier, al final, había confiado en los Svensgarianos para movilizar la tregua o, al menos, proteger la esfera y evitar que el dragón engro saliese de nuevo para hacer cenizas las tierras de Arthena. Un leve suspiro salió de sus labios, cansada, tan cansada de la situación que empezaba a comprender por qué Dek se había deshecho tan pronto de esa diminuta cárcel mágica. ¿Qué ocurriría si el dragón salía? ¿Si ambos volvían a unirse en su afán de destrucción? La joven arcana dudaba que los legendarios dragones cayesen dos veces en la misma trampa y, eso, era problemático.
Alzó la pierna que había apoyado sobre el suelo y cruzó ambas sobre las sábanas, cuál indio meditavundo. Sus párpados se cerraron tras observar a Yang unos instantes y se quedó pensativa. Estaba segura que algo se le había olvidado en el trascurso de los días. Paseó su mente por el recoveco de su memoria, sonrió por algún pensamiento que la impregnaba de felicidad y meneó la cabeza para centrarse en su cometido. Pankaskala. Las montañas, las horrendas hamatulas, un grupo de viajeros, los cual no conseguía recordar, atravesando el paso y dirigiéndose al cubil del dragón verde, Svenshut. Habían observado a sus lacayos que cayeron ante magias y aceros hasta que el venerable dragon descendió en un batir de alas ante el grupo. Ah… ya recordaba, en parte. Ese noche, la lluvia caía apacible ante la mirada del grupo y las víperas palabras del dragón. ¿Qué deseaba? La elfa frunció el ceño al intentar recordar esa escena.
El dragón los observó a cada uno de los presentes y les perdonaría la vida a cambio de que les trajeran a una hembra. Una hembra que tenía algo que deseaba, algo que le había sido robado. Una hembra humana. En ese entonces quién poseía la esfera era Laura, la bárbara de Thane. Desestimó a Laura pues quien poseía ahora la esfera era ella y siguió recordando. El dragón, furioso, les perdonaría la vida si conseguían la esfera. No obstante, los ataques fueron aumentando, el bosque pereció en cenizas por su impaciencia y los ciudadanos no entregarían la eesfera a Svenshut.
Se llevó la diestra a la sien y avanzó a la noche anterior, cuando la luz rojiza iluminó el bosque en un haz vertical. Un batidor se encontraba con la mirada fija en la esfera, la cual irradiaba esa enigmática luz escarlata. La elfa recordó como la había tomado en sus manos el imprudente batidor, bajo la mirada de los presentes, y poco después como había desaparecido de la misma forma en que había aparecido. El rastro mágico los dirigió a Thane, dónde Laura les explicó de nuevo la historia de antaño. La esfera había sido entregada a una humana de Svensgard, la cual estaba desaparecida. La cárcel del dragón negro crecía y crecía, amenazando con ese aumento la rutura de las barreras mágicas que lo encarcelaban.
Pero aunque la esfera ahora mismo estaba perdida ua luz de claridad los llevó a la Ciudad Mercantil. Lumier, tan recelosa como ahbía indicado la fémina de Thane, había custodiado el orbe con sus protecciones. Tras varias horas, se entregó el orbe a Dek, pues la arcana desconfiaba del círculo druídico de Svensgard; pero los diálogos hicieron que el arcano devolviera la cárcel a su anterior dueña y ésta decidiera echarlos por sus ideas radicales. Kyh y Aoi, quienes habían permanecido ante la mirada de la elfa, Lumier, acabaron consiguiendo el orbe que ahora custodiaban de nuevo en el Asentmaiento.
Aoi volvió a abrir los ojos cuando enlazó las escenas y volvió a emitir un suspirillo al observar la esfera sobre la cama. Yang, seguía sin parpadear ante la custodia de ese objeto mágico. La fémina de puntiagudas orejas tomó de nuevo el orbe y lo introdujo en una bolsa de contención. Ahora debían ir a la ciudad de los arcanos.
Los dioses sabrían qué ocurriría a partir de ese instante.
[Prosigue en el apartado de Amywien Evra]
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