jueves, 9 de diciembre de 2010

Vuelo (III)




Svenshut rugió. Rugió con tanta fuerza que nuestras almas se encogieron. El Orbe, oculto en una bolsa, latía con fuerza llamando a su aliado. Su calor ardía hasta tal punto que las hebras de la bolsa de contención se hicieron añicos y los conjuros de menguar los elementos nos rodearon a Nyn y a mí. ¿Qué más podíamos hacer? ¿Qué más aparte de intentar que ese Orbe no saliera en busca de su aliado?

Ser William y varios batidores se habían alejado al bosque y nosotras nos debatíamos con la fuerza de un dragón. Un dragón, encerrado en una jaula durante siglos, que anhelaba acudir con su aliado Svenshut. Nuestras fuerzas lo sostenían, mientras el Orbe luchaba por zafarse de nuestras manos y una explosión nos hizo salir disparadas unos metros. Nuestras manos estaban quemadas por la magia emitida pero aun así ambas volvimos a saltar sobre ese cristal que ahora era el Orbe. No sirvió de mucho, de nada... Volvimos a salir disparadas y, según dicen, caímos inconscientes.

Pero nada menos de la realidad.

Ante nosotras se mostraba un coliseo derruido en una montaña lejana y una tenue luz que discernía una gran figura, tan grande que nuestra respiración se cortó al ver al dragón negro que nos observaba con esos viles ojos. No, no era un sueño, no podía serlo, no podíamos, como dicen nuestros aliados, estar inconscientes con esa pesadilla resonando en nuestras cabezas. Mi diestra aferraba con fuerza en brazo de Nyn. Nyn no dejaba de repetir que ella me protegería y yo la protegería a ella. Aun así, ¿cómo podíamos protegernos de tan inmenso enemigo?

El dragón dijo que lo liberaríamos, que nosotras lo haríamos. Que tras siglos de encierra saldría. ¿Lo haríamos? ¿Seríamos nosotras quienes haríamos sucumbir a nuestra tierra? Me negué a creerlo, con un deje de orgullo avariel lo negué y juré que antes moriría, mientras Nyn mandaba que me calmara. Ambas temblábamos, ambas teníamos el corazón tan encogido que podría haberse parado del pavor. La vil criatura alzó el vuelo, observando a sus presas. Las nubes nos envolvieron de nuevo, se acercaban sigilosas, oprimiéndonos y encerrándonos.

No podíamos huir, no podíamos correr, no había lugar donde esconderse en ese nefasto lugar.

Nyn en su última voluntad se agachó para musitar a las hiedras y raíces de los dioses silvanos que nos protegieran de esas nubes y el dragón. La tomé del brazo y la acurruqué en mi para rodearnos con mis alas, aparte de las magias silvanas. El dragón rugió y mientras descendía en picado hacia nosotras Nyn llamó a un rayo para atacarlo... pero sobresaltadas y con las fauces del dragón a punto de devorarnos despertamos alteradas y desorientadas en nuestro templo, junto a Ser Nathelinn.

Pero allí no acabaría nuestros temores, allí no acabaría nuestra lucha... no había hecho más que empezar. Pues mi querida Nyn, como una maldición, portaba el inicio de lo que serían dos inmensas alas a su espalda.

Corellon, padre, proteja a sus hijas de tan vil destino que nos depara. La esencia del dragón en la joven druida y la angustia de su portadora.

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