- Arya, debes recordar que la muerte y la vida están unidas... aunque nuestros caminos se separen no significa que te abandone, estaré allí cuando me necesites. Al igual que tu madre. Debes ser fuerte, como siempre lo fuiste.
El rostro del hombre se oscureció ante el hundimiento del filo en su pecho, su rostro reflejaba el dolor, sus ojos se tiñeron de rojo y su último aliento fue arrastrado por el viento ante los ojos de su hija. La voz de la elfa se tornó un fino hilo casi inaudible.
- Padre...
Las lágrimas eran contenidas, sin motivo aparente, la ira emergía en sus venas mientras observaba a los traidores de su padre. Cuatro eran las figuras que tenía ante ella, torturaban en su presencia el cuerpo inerte de su padre. Parecían cazadores devorando una presa, ya vencida, temeroso de que ésta resurgiera de la muerte.
- Por qué?
Inseguridad, su voz llevaba el tono del miedo y sus ojos tenían escritos la palabra temor. Sola, se veía sola ante los asesinos de su padre. Vulnerable, tras la pérdida de su maestro y padre. Cayó de rodillas ante el verdugo de su padre.
- Tú padre se dedicaba a la muerte, esa conducta no podía llevarle a otra salida. Asesinados deben acabar aquéllos que son asesinos
- Vosotros también sois asesinos, al igual que él. Los Avariels tenemos el don de la vida y la muerte, no somos asesinos, sólo damos la muerte a quien no merece la vida y no la respeta. Vosotros pereceréis ante mi padre, como él pereció ante vosotros.
- Pereceremos? Quien crees que vengará la muerte de tu padre? Tu madre se dejó vencer por los sentimientos y acabó destruyéndose...y tú...tú eres una mísera cría. Da gracias a que no te matemos.
Una estridente risa envolvió sus oídos, se burlaban de ella. Esa risa...esa risa era la misma que oyó en el acantilado. La retaba, insolente, como hacía años ya hizo. Su cuerpo dejó de temblar segura, firme, la ira recalcaba la risa, que despedía, y sus ojos eran ahora dagas envenenadas, dirigidas a los verdugos.
Movimientos ágiles, no lo suficientes para parar todos los golpes y embestidas pero lo suficiente para acabar con tres de los asesinos. El verdugo, reía asustado, ante los ojos de Arya, ésta arrodillada ante él cubierta de sangre.
- De que te ríes asesino, tienes miedo?
- Miedo? Eres tú la que esta arrodillada ante mí!! Deberías pedir clemencia!!
La risa volvió a envolver la estancia, una risa tan infantil e inocente. Los negros ojos de Arya encontraron los del verdugo cuando el filo brilló ante la luz de la luna y atravesó el cuerpo, tiñéndose de rojo.
La elfa se arrodilló ante su padre, mientras las lágrimas eran derramadas por sus mejillas.
- He decidido, dejar de olvidar...es imposible olvidar algo que te ha marcado de por vida. Además es una tontería pensar que pueda llegar a hacerlo. Tu que crees Roran?
- La verdad, es que nunca has olvidado...aunque te ha costado confiar en tu maestro. Tu perdición es intentar olvidar lo pasado, en vez de superarlo. Debes afrontarlo, aunque creo que ya lo has hecho.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Arya, mientras abrazaba a Roran.
El rostro del hombre se oscureció ante el hundimiento del filo en su pecho, su rostro reflejaba el dolor, sus ojos se tiñeron de rojo y su último aliento fue arrastrado por el viento ante los ojos de su hija. La voz de la elfa se tornó un fino hilo casi inaudible.
- Padre...
Las lágrimas eran contenidas, sin motivo aparente, la ira emergía en sus venas mientras observaba a los traidores de su padre. Cuatro eran las figuras que tenía ante ella, torturaban en su presencia el cuerpo inerte de su padre. Parecían cazadores devorando una presa, ya vencida, temeroso de que ésta resurgiera de la muerte.
- Por qué?
Inseguridad, su voz llevaba el tono del miedo y sus ojos tenían escritos la palabra temor. Sola, se veía sola ante los asesinos de su padre. Vulnerable, tras la pérdida de su maestro y padre. Cayó de rodillas ante el verdugo de su padre.
- Tú padre se dedicaba a la muerte, esa conducta no podía llevarle a otra salida. Asesinados deben acabar aquéllos que son asesinos
- Vosotros también sois asesinos, al igual que él. Los Avariels tenemos el don de la vida y la muerte, no somos asesinos, sólo damos la muerte a quien no merece la vida y no la respeta. Vosotros pereceréis ante mi padre, como él pereció ante vosotros.
- Pereceremos? Quien crees que vengará la muerte de tu padre? Tu madre se dejó vencer por los sentimientos y acabó destruyéndose...y tú...tú eres una mísera cría. Da gracias a que no te matemos.
Una estridente risa envolvió sus oídos, se burlaban de ella. Esa risa...esa risa era la misma que oyó en el acantilado. La retaba, insolente, como hacía años ya hizo. Su cuerpo dejó de temblar segura, firme, la ira recalcaba la risa, que despedía, y sus ojos eran ahora dagas envenenadas, dirigidas a los verdugos.
Movimientos ágiles, no lo suficientes para parar todos los golpes y embestidas pero lo suficiente para acabar con tres de los asesinos. El verdugo, reía asustado, ante los ojos de Arya, ésta arrodillada ante él cubierta de sangre.
- De que te ríes asesino, tienes miedo?
- Miedo? Eres tú la que esta arrodillada ante mí!! Deberías pedir clemencia!!
La risa volvió a envolver la estancia, una risa tan infantil e inocente. Los negros ojos de Arya encontraron los del verdugo cuando el filo brilló ante la luz de la luna y atravesó el cuerpo, tiñéndose de rojo.
La elfa se arrodilló ante su padre, mientras las lágrimas eran derramadas por sus mejillas.
- He decidido, dejar de olvidar...es imposible olvidar algo que te ha marcado de por vida. Además es una tontería pensar que pueda llegar a hacerlo. Tu que crees Roran?
- La verdad, es que nunca has olvidado...aunque te ha costado confiar en tu maestro. Tu perdición es intentar olvidar lo pasado, en vez de superarlo. Debes afrontarlo, aunque creo que ya lo has hecho.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Arya, mientras abrazaba a Roran.
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