martes, 14 de agosto de 2007

IX.

El cuerpo le temblaba, las nauseas aparecían y desaparecían, como destellea un rayo en medio de la tormenta. Armonía, su mente la traicionaba, le exigía más concentración, ante lo que hacía breves días conseguía hacer sin esfuerzo. El cansancio se apoderaba de ella haciendo que su cuerpo se desplomara, como si de plomo se tratase. Por la mente de Arya llegaron a pasar los míseros pensamientos de la desesperación, el miedo y la soledad.

Desesperación, signo de flaqueza, aparecía en cada rincón de su inescrutable cabeza. Sus fuerzas eran vencidas por el agotamiento, el esfuerzo en vano que la acababa llevando a la inconsciencia, una y otra vez debido a su insistencia. El fino hilo que la sostenía en vida, temblaba ante el roce de la guadaña.
Miedo, sus ojos volvían a reflejar aquello que sintieron tras la muerte de su padre. Se veía vulnerable ante los peligros, fácil blanco para aquellos que la perseguían o eran sus enemigos. Sus miedos se remontaban a la incomprensión, cegada por su insensatez, no alcanzaba a hallar la respuesta.
Soledad, fría y oscura la envolvía por dentro, encerrada en un habitáculo sin ventanas ni puertas. Acorralada contra la tristeza que desprendía su vida y su estado. Su orgullo y seguridad eran engullidos por el pesimismo y las lágrimas que desprendía sin motivo obvio.

Una vez más su cuerpo se hallaba en el suelo, aturdido y descompuesto. Los ojos se le cerraban ante el cansancio, la respiración se entrecortaba y el cuerpo no reaccionaba, demasiado cansado como para moverse. Quizás se había forzado demasiado, escuchaba el eco de la respiración, parecía tan distante en la oscuridad que ahora tenía delante. Para Arya, los segundos se volvieron eternos, sus pensamientos se tornaron uno el de la desolación, tan despreciable.

La vuelta a la realidad era agridulce, sus pensamientos se centraron en una simple posibilidad. Abrió los ojos con calma y de sus labios resopló un leve suspiro.

(...Debería decírselo...)

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