martes, 14 de agosto de 2007

VI.

El Oasis de Jaarenas, ahora sería recordado como el mejor de los lugares. Una sonrisa se dibujó en su rostro, cuando volvió a presenciar ese lugar, sus sentidos buscaron ese aire de complicidad que hace días había hallado...

...Con la boca buscó su cuello. Probó el sabor de su piel. Respiró su esencia. Con la ligereza de una pluma, se deslizó hasta su cuello y su garganta. Con un gesto de osadía, mordisqueó su cuello. Sintió la reacción de su cuerpo que se endurecía y se agrandaba contra ella, los dos fundidos en un sólo abrazo. La boca Irodim era caliente, dura y posesiva. Era todo lo que ella había soñado. El calor perfecto. El fuego perfecto que ardía en él, que ardía en ella. Ahora Irodim la devoraba, besándola como si nunca pudiera saciarse. Ella podía perderse en esa pasión ardiente, sabía que podía. Sencillamente inflamarse y alzarse con el viento y las nubes y los cielos nocturnos donde volaría libre de las intrigas y los dramas de cada día....

...El cuerpo entero le tembló de placer. Le cogió las caderas y se hundió en lo más profundo de Arya. Un refugio seguro. Su mundo cambió para siempre. Dejó de vagar por la tierra atrozmente sólo. Jamás volvería a conocer la soledad, porque ella había cambiado su mundo, le había traído la luz en medio de la oscuridad impecable. Levantó sus caderas, queriendo que ella le acogiese entera.
Arya sintió que el cuerpo entero vibraba despertando a la vida, que un terremoto se sucedía tras otro hasta pensó que moriría de éxtasis. Nada la había preparado para la fuerza y la intensidad de sus orgasmos con Irodim. No había esperado ese regalo. Llegó a sollozar, con los sentidos tan agudizados y el cuerpo tan sensible que cada movimiento hacía restallar en ella latigazos de placer.
Su mundo de había estrechado hasta abarcar un solo hombre, un solo ser, moviéndose en perfecta sintonía con el suyo. La sangre cantó en sus venas y el pulso le retumbó en los oídos. La música alcanzó su "crescendo" cuando él echó la cabeza hacía atrás y su cuerpo penetró profundo en ella, impulsos largos y duros destinados a fundirlos, dos mitades del mismo todo. Arya pensó que gritaría con aquella intensidad, con la alegría oscura e insólita que se había apoderado de ella. La voz de Irodim se fundió con la suya, o quizás sólo ocurrió en su imaginación, era imposible saberlo. Sólo existía el calor y el fuego y aquella bendita fusión hasta que ambos quedaron exhaustos, dos charcos derramados y extasiados entre la arena del desierto...

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