martes, 14 de agosto de 2007

X.

Sus ojos recorrieron despacio aquel lugar, buscando la presencia de aquel engreído viejo, sus pasos se adelantaron y su cuerpo acabó sentándose en la silla donde siempre lo había hecho. Su mano acarició la detallada mesa, con una sonrisa en su rostro volvió a recorrer cada rincón de la cueva. Los brazos se cruzaron, acogiendo la delicada cabeza de Arya, un suspiro resonó cansado.

(Maldito viejo, engreído y estúpido)

Sus ojos se cerraron recordando lo ya pasado, sus pensamientos eran ríos desbordados por las imágenes, mientras que sus ojos se entristecían por momentos.

Ante ellos, Sammar. Moses se encontraba ahora protegiendo, con su cuerpo, a Arya, Lid se hallaba, invisible, tras el anciano dispuesta a usar su magia en cuanto notará peligro. Sun Ce, aquél hombre con túnica gris, presenciaba la imagen sin alteración alguna. El aire era confuso ante los presentes, mientras que Sammar y Arya hablaban como viejo amigos. Sammar parecía retar a los presentes, como aquél que sabe que ganara la batalla. En el pensamiento de Arya solo se hallaba la protección de aquello que Sammar deseaba, la Esmeralda, y la protección de los presentes.

Moses seguían entre ella y el anciano, Ayra le pedía que se apartara y tras titubear varios minutos lo hizo, manteniéndose en guardia. El arco de Arya apuntó a Sammar; ante ellos, un Baloor protector de su invocador. Una simple oscilación, una leve brisa y el cielo se rasgó centelleante. Lid usaba todos los conjuros que conocía, Moses desenvainaba su estoque al tiempo que intentaba embestir al anciano. Arya, en un intento de desespero, usó sus fuerzas en la transformación. En los oídos de Arya resonaban las preguntas de Sun, era cierto, ambos atacaban por el hecho de que el Baloor había aparecido. Pero sus motivos, ocultos ante ellos, eran otros.

Los minutos se hicieron eternos ante los ojos de Arya, aquél anciano era coaccionado, sus movimientos eran cada vez más lentos y sus fuerzas disminuían. En los ojos de Arya se encontraba ahora el dolor y la tristeza, ante ella Sammar se encontraba en el suelo, rematado por los rayos procedentes de Lid. Dura batalla, vencida, al menos estaban vivos…

Los ojos de Arya volvieron a abrirse, observando la oscura cueva. En su interior tenía el presentimiento de que Sammar se encontraría allí, irónico y engreído como el primer día. Miró hacía la entrada, ninguna sombra, ningún indicio… Quizás el vacío que tenía presente, era la consecuencia de que no podría volver a maldecir a aquél anciano.

IX.

El cuerpo le temblaba, las nauseas aparecían y desaparecían, como destellea un rayo en medio de la tormenta. Armonía, su mente la traicionaba, le exigía más concentración, ante lo que hacía breves días conseguía hacer sin esfuerzo. El cansancio se apoderaba de ella haciendo que su cuerpo se desplomara, como si de plomo se tratase. Por la mente de Arya llegaron a pasar los míseros pensamientos de la desesperación, el miedo y la soledad.

Desesperación, signo de flaqueza, aparecía en cada rincón de su inescrutable cabeza. Sus fuerzas eran vencidas por el agotamiento, el esfuerzo en vano que la acababa llevando a la inconsciencia, una y otra vez debido a su insistencia. El fino hilo que la sostenía en vida, temblaba ante el roce de la guadaña.
Miedo, sus ojos volvían a reflejar aquello que sintieron tras la muerte de su padre. Se veía vulnerable ante los peligros, fácil blanco para aquellos que la perseguían o eran sus enemigos. Sus miedos se remontaban a la incomprensión, cegada por su insensatez, no alcanzaba a hallar la respuesta.
Soledad, fría y oscura la envolvía por dentro, encerrada en un habitáculo sin ventanas ni puertas. Acorralada contra la tristeza que desprendía su vida y su estado. Su orgullo y seguridad eran engullidos por el pesimismo y las lágrimas que desprendía sin motivo obvio.

Una vez más su cuerpo se hallaba en el suelo, aturdido y descompuesto. Los ojos se le cerraban ante el cansancio, la respiración se entrecortaba y el cuerpo no reaccionaba, demasiado cansado como para moverse. Quizás se había forzado demasiado, escuchaba el eco de la respiración, parecía tan distante en la oscuridad que ahora tenía delante. Para Arya, los segundos se volvieron eternos, sus pensamientos se tornaron uno el de la desolación, tan despreciable.

La vuelta a la realidad era agridulce, sus pensamientos se centraron en una simple posibilidad. Abrió los ojos con calma y de sus labios resopló un leve suspiro.

(...Debería decírselo...)

VIII.

Es extraño, hace unos meses la hubiera llamado débil e inútil pero ahora, una sonrisa se dibujaba en su rostro. La perplejidad asomaba en el aire cuando Arya vio a Lid, sus ojos examinaban las dos alas que sobresalían de su espalda.

Las palabras de rivalidad se tornaron comprensión y complicidad, quizás no eran tan distintas como siempre habían pensado o simplemente sus rivalidades se basaban en superarse mutuamente. El motivo que fuera, había desaparecido.

Aquella Hechicera había mejorado, prueba de ello eran aquellas magníficas alas, membranas hechas para volar, increíbles y majestuosas como cualquier tipo. Pero el rostro de Lid era de miedo, el temor recorría sus venas debido a ese nuevo poder. Su único pensamiento era que pertenecía a alguna clase de demonio, irreconocible a su parecer.

Su cuerpo se balanceaba a cada paso por el peso de sus, enormes, alas. La llegada a la biblioteca de Ambash fue un sufrimiento, incalculable, para Lid. Miradas furtivas, los ciudadanos temían aquello que era nuevo para ellos; los guardias, apretaban con fuerza sus empuñaduras ante Lid y Arya. Arya osaba echar las mismas miradas a aquellos que las desprendían, sus sentidos se mantenían alerta ante cualquier movimiento. Ante los ojos de Arya, Lid, era ahora una niña, que debía ser protegida de las amenazas.

Un suspiro rasgo el silencio de la biblioteca, el bibliotecario observaba a las recién llegadas con aire temeroso y de superioridad, insoportable ante los ojos de Arya.

- Odio empezar por allí pero será mejor ir directamente hacía la sección de Demonios Alados...

Arya dejó de mirar amenazante al bibliotecario, mientras sus pasos seguían a Lid. Fueron horas las que pasaron buscando informaciones fallidas, incoherentes o simplemente imposibles. Cada pista les llevaba de nuevo a un callejón sin salida. Cansadas, habían revisado y releído cada tomo; sus ojos se cerraban ante las letras, borrosas parecían bailar ante su vista, burlándose de su testarudez en encontrar lo que buscaban.
Los pasos del bibliotecario, cada vez más nerviosos, les anunciaban que no eran bienvenidas. Arya sabía que ese viejo, holgazán, podría aminorarles el trabajo pero no pensaba pedirle algo a un individuo como aquél. Antes pasaría horas molestando con su presencia.

Ante ellas se encontraban tres tomos, abiertos por los puntos más interesantes, uno de ellos trataba sobre unos demonios alados, Fey'ri, descartados por su condición y su aspecto. Arya cogió el otro tomo, Súcubos...

- Oye Lid...tienes mucho éxito con los hombres?

La afirmación de Lid era obvia, además esa respuesta ya era conocida de antemano por Arya. Su voz empezó a leer lo que el libro le ofrecía, las descripciones y coherencias que éste aportaban eran ajustables a la condición de Lid.

- Un Súcubo y un Avriel maldita, vaya dos estamos hechas

La risa invadió la biblioteca, ante el comentario de Lid, el bibliotecario ardía de rabia pero descartaba la posibilidad de comentar algo, según pensaba Arya por temor. La risa se torció, se volvió silencio, Lid volvía a tener el miedo escrito en los ojos. Dudas, temor...

- Nadie me aceptará en ningún sitio...que voy a hacer, Arya?

- Las mentes son débiles, temen aquello que no conocen. Debes aceptarte tu primero, para que los demás lo hagan si aun así no lo hacen...

- Si no lo hacen perderán una buena aliada

Lid cogía confianza ante las palabras de Arya, quizás había superado la barrera de rivalidad que se alzaba ante ella y Arya. Arya pretendía advertirle, enseñarle la realidad que pronto sería descubierta por sus propios ojos, aunque eso lo hizo desde el primer momento.

VII.

Desde que hubo encontrado la Esmeralda, su vida se cernió en un laberinto sin salida. Un eterno camino hacía algo que ni ella misma podía predecir, un camino con miles de estribaciones. Aquellos en los que había confiado, le habían traicionado por el ansia de poder y de venganza, mentes cegadas por la debilidad.

Samar...ese anciano la coaccionaba, en sus ojos se podía comprobar que ocultaba más de lo que decía, pero no dejaría que la acorralase en ningún rincón, de su oscura cueva. No reflejaría la inseguridad en sus ojos, ante aquel que la utilizaba como marioneta en el inacabable juego del equilibrio. Jugaba con ella, a su merced, sus palabras eran como víboras en sus oídos; sus silencios eran tan insoportables pero a la vez tan perfeccionados, sabía exactamente lo que debía hacer ante ella. Las palabras justas, elogiaba o insultaba de una manera tan perfecta y determinada que Arya acababa aborreciéndolo.
Arya entraba en su juego, manipulaba las palabras, como el anciano hacía con ella. Su palabras eran reservadas e irónicas, sacaba la información necesaria de aquel anciano pero las dudas abordaban su mente. Resultaba demasiado fácil.

Desde que lo encontró en la posada, el anciano hablaba de las gemas con toda naturalidad, de sus consecuencias y sus poderes. Allí ante tres desconocidos, había confiado ciegamente en sus palabras... por qué? por qué había mandado a tres desconocidos a por las hordas? por qué no recogió él la gema?
Samar siempre supo que esa gema se hallaba en la cueva, custodiada por las Hordas...las preguntas era inacabables en la mente de Arya, las mismas que hacían que desconfiara de Samar.

Excusas incoherente, Samar pretendía algo, pero la mente de Arya no conseguía averiguar el plan. La gema se encontraba ahora en la mesa, al alcance de cualquiera, la cara del anciano reflejaba deseo, brillo, como la cara de un niño con un juguete nuevo, pero los brazos del anciano no se alargaban a tocarla.

- Toma, la gema, no la quiero. Tú la has buscado durante años, es lógico que la tengas tú...no crees?

La ironía desbordaba en la cueva, una ironía ya familiar para ambos. El anciano palideció, deseaba la piedra aunque no la tocara. Arya solo deseaba que cogiera la gema, que la tuviera en sus manos, que pudiera comprobar el poder que tanto había buscado. Quizás pretendía encontrar las respuestas que el anciano no le daba. Pero no lo consiguió, Samar se incorporó e ignoró la gema, hizo elegancia de su ironía...

- Eres una joven demasiado incauta. Para ser druida, no te interesa demasiado el equilibrio. En realidad, sabes de que lado estas?

La paciencia se terminó, su mano recogió la gema, mientras su voz quebraba el silencio antes inquebrantable.

- Haz lo que quieras pero olvídate de mí y de la gema que poseo. No volverás a verme ni a mí ni a la piedra.

Un títere, rebelado, no pensaba ser la marioneta de aquel viejo arrogante, incoherente y loco, lo único que le había ayudado era a encontrar una piedra, la cuál ni él mismo deseaba poseer. Le había proporcionado información sobre las gemas y sus leyendas pero no había hecho nada para ayudarla, simplemente se había ocultado en su cueva, fuera de la vista de todos y resguardado de los peligros.

Un pensamiento cruzó la mente de Arya, fugaz pero delimitado, lo había tenido en diversas ocasiones pero no le había dado importancia...hasta ahora... un escalofrío recorrió su columna y maldijo su insensatez.

V.

- Arya, debes recordar que la muerte y la vida están unidas... aunque nuestros caminos se separen no significa que te abandone, estaré allí cuando me necesites. Al igual que tu madre. Debes ser fuerte, como siempre lo fuiste.

El rostro del hombre se oscureció ante el hundimiento del filo en su pecho, su rostro reflejaba el dolor, sus ojos se tiñeron de rojo y su último aliento fue arrastrado por el viento ante los ojos de su hija. La voz de la elfa se tornó un fino hilo casi inaudible.

- Padre...

Las lágrimas eran contenidas, sin motivo aparente, la ira emergía en sus venas mientras observaba a los traidores de su padre. Cuatro eran las figuras que tenía ante ella, torturaban en su presencia el cuerpo inerte de su padre. Parecían cazadores devorando una presa, ya vencida, temeroso de que ésta resurgiera de la muerte.

- Por qué?

Inseguridad, su voz llevaba el tono del miedo y sus ojos tenían escritos la palabra temor. Sola, se veía sola ante los asesinos de su padre. Vulnerable, tras la pérdida de su maestro y padre. Cayó de rodillas ante el verdugo de su padre.

- Tú padre se dedicaba a la muerte, esa conducta no podía llevarle a otra salida. Asesinados deben acabar aquéllos que son asesinos

- Vosotros también sois asesinos, al igual que él. Los Avariels tenemos el don de la vida y la muerte, no somos asesinos, sólo damos la muerte a quien no merece la vida y no la respeta. Vosotros pereceréis ante mi padre, como él pereció ante vosotros.

- Pereceremos? Quien crees que vengará la muerte de tu padre? Tu madre se dejó vencer por los sentimientos y acabó destruyéndose...y tú...tú eres una mísera cría. Da gracias a que no te matemos.

Una estridente risa envolvió sus oídos, se burlaban de ella. Esa risa...esa risa era la misma que oyó en el acantilado. La retaba, insolente, como hacía años ya hizo. Su cuerpo dejó de temblar segura, firme, la ira recalcaba la risa, que despedía, y sus ojos eran ahora dagas envenenadas, dirigidas a los verdugos.

Movimientos ágiles, no lo suficientes para parar todos los golpes y embestidas pero lo suficiente para acabar con tres de los asesinos. El verdugo, reía asustado, ante los ojos de Arya, ésta arrodillada ante él cubierta de sangre.

- De que te ríes asesino, tienes miedo?

- Miedo? Eres tú la que esta arrodillada ante mí!! Deberías pedir clemencia!!

La risa volvió a envolver la estancia, una risa tan infantil e inocente. Los negros ojos de Arya encontraron los del verdugo cuando el filo brilló ante la luz de la luna y atravesó el cuerpo, tiñéndose de rojo.

La elfa se arrodilló ante su padre, mientras las lágrimas eran derramadas por sus mejillas.


- He decidido, dejar de olvidar...es imposible olvidar algo que te ha marcado de por vida. Además es una tontería pensar que pueda llegar a hacerlo. Tu que crees Roran?

- La verdad, es que nunca has olvidado...aunque te ha costado confiar en tu maestro. Tu perdición es intentar olvidar lo pasado, en vez de superarlo. Debes afrontarlo, aunque creo que ya lo has hecho.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Arya, mientras abrazaba a Roran.

VI.

El Oasis de Jaarenas, ahora sería recordado como el mejor de los lugares. Una sonrisa se dibujó en su rostro, cuando volvió a presenciar ese lugar, sus sentidos buscaron ese aire de complicidad que hace días había hallado...

...Con la boca buscó su cuello. Probó el sabor de su piel. Respiró su esencia. Con la ligereza de una pluma, se deslizó hasta su cuello y su garganta. Con un gesto de osadía, mordisqueó su cuello. Sintió la reacción de su cuerpo que se endurecía y se agrandaba contra ella, los dos fundidos en un sólo abrazo. La boca Irodim era caliente, dura y posesiva. Era todo lo que ella había soñado. El calor perfecto. El fuego perfecto que ardía en él, que ardía en ella. Ahora Irodim la devoraba, besándola como si nunca pudiera saciarse. Ella podía perderse en esa pasión ardiente, sabía que podía. Sencillamente inflamarse y alzarse con el viento y las nubes y los cielos nocturnos donde volaría libre de las intrigas y los dramas de cada día....

...El cuerpo entero le tembló de placer. Le cogió las caderas y se hundió en lo más profundo de Arya. Un refugio seguro. Su mundo cambió para siempre. Dejó de vagar por la tierra atrozmente sólo. Jamás volvería a conocer la soledad, porque ella había cambiado su mundo, le había traído la luz en medio de la oscuridad impecable. Levantó sus caderas, queriendo que ella le acogiese entera.
Arya sintió que el cuerpo entero vibraba despertando a la vida, que un terremoto se sucedía tras otro hasta pensó que moriría de éxtasis. Nada la había preparado para la fuerza y la intensidad de sus orgasmos con Irodim. No había esperado ese regalo. Llegó a sollozar, con los sentidos tan agudizados y el cuerpo tan sensible que cada movimiento hacía restallar en ella latigazos de placer.
Su mundo de había estrechado hasta abarcar un solo hombre, un solo ser, moviéndose en perfecta sintonía con el suyo. La sangre cantó en sus venas y el pulso le retumbó en los oídos. La música alcanzó su "crescendo" cuando él echó la cabeza hacía atrás y su cuerpo penetró profundo en ella, impulsos largos y duros destinados a fundirlos, dos mitades del mismo todo. Arya pensó que gritaría con aquella intensidad, con la alegría oscura e insólita que se había apoderado de ella. La voz de Irodim se fundió con la suya, o quizás sólo ocurrió en su imaginación, era imposible saberlo. Sólo existía el calor y el fuego y aquella bendita fusión hasta que ambos quedaron exhaustos, dos charcos derramados y extasiados entre la arena del desierto...

III.

Recuerdos...nefastos, crueles y a la vez tan tristes. Ahora entiendo porque no querían que recordará

- Por tanto, has conseguido recordar algo?

- Sí...

Su hilo de voz, se torno silencio, un silencio perdido ante los ojos de la espía eterna, tan silenciosa y enigmática. Los negros ojos de Arya eran ahora manchados por las lágrimas, que resbalaban por sus mejillas. El bosque se volvió silencio, escuchaba las lágrimas, impotente. Roran contemplaba impasible, la fortaleza que la rodeaba era derrumbada por los recuerdos.

Una elfa arrodillada ante su padre muerto, asesinado a sangre fría por aquellos que ahora perecían a su lado. Las lágrimas, silenciosas, recorrían el rostro de la elfa y su mano, temblorosa, empuñaba la espada que poco antes le sirvió de guadaña. Sus ojos se tornaron fríos y negros, maldita, contemplaban sin sentimiento sus acciones. Cuerpos inertes, manchados de sangre, alrededor de su amado padre, amputadas sus blancas alas y teñidas de sangre. Su muerte, vengada, por su única y apreciada hija y ante sus ojos, muertos.

Venganza...cruel destino para sus portadores, marcada con los rasgos de la oscuridad y desterrada de su casa, olvidada en lo más profundo de las mentes. Nunca más nombrada ni recordada, como si ello portara la destrucción de la vida.

- Maldita...y obligada a olvidarles. Olvidar...

El bosque se estremeció, Roran observaba las negras alas de Arya, mientras ella seguía intentando asimilar lo ahora recordado con dolor. Su rostro se endureció, sus lágrimas cesaron y la fortaleza volvió a levantarse, inquebrantable.

IV.

Ante ella, el precipicio que siempre recordaba. Una fugaz ilusión se posó en sus ojos, entristecidos recordaban lo que hace años presenció. El fuerte viento golpeaba su rostro, temeroso de que las lágrimas empezaran a verterse.

Del rostro de la dama caían lágrimas recién nacidas, sus verdes ojos miraban a su hija, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa. Las plumas, de sus delicadas alas, eran arrancadas por el viento. El murmullo del océano gritaba enfurecido, reclamando a la dama. La pequeña corría hacía su madre, interminable el camino que las separaba; en vano, sus rodillas se desplomaron ante el filo, su brazo se alargó buscando el de su madre y la visión se le nubló. Un hilo de voz "Arya..". Su madre, engullida por el insaciable océano, y éste se burlaba de ella.

Sus pasos terminaron ante el filo, sus ojos se tornaron fríos, desafiaban a aquel que antaño se burló de ella, sin piedad y sin sentimiento. Se encontraba como hace años estuvo su madre, la misma imagen era apreciada por el infinito y oscuro océano, su murmullo reclamaba lo que no consiguió obtener en otros tiempos.

Una sonrisa se dibujó en su rostro y el océano enfureció sus aguas, su cuerpo caía como peso muerto hacía las oscuras aguas. Una caída, sufrimiento insatisfecho y necesario, sus ojos se cerraron, recordando a sus padres. Las alas se abrieron en un movimiento rápido y su cuerpo se mantuvo ante el roce del brazo de las olas, intentaban alcanzarla en vano.

- Nunca conseguirás tenerme

II.

Su cuerpo se desplomó debajo de aquel árbol, como un peso muerto, cansada, había vagado sin rumbo durante horas. Su mano se deslizó por al capucha haciendo que esta cayera. Sus ojos negros se perdieron en el ocaso, fríos, sin sentimientos, misteriosos pero en ellos se hallaba ese aire de elegancia. su pelo plateado cortaba la suave brisa, recién levantada.

- Eres un ángel?

La niña clavaba sus bonitos ojos azules en Arya, la recorría con al mirada sonriente, como si hubiera visto su más apreciado tesoro.

- No pequeña, no soy un ángel.

La pequeña seguía mirándola, entusiasmada, ni siquiera parpadeaba por miedo a que cuando lo hiciera Arya desapareciese. Arya observaba la delgada figura, que tenía delante, sus ojos se cruzaron con los de la pequeña al tiempo que en sus oídos resonaba la voz de la niña.

- Sí, tienes que ser un ángel!! Mamá me describió a los ángeles y tú eres como ellos.

- Cómo te llamas pequeña?

- Suggo

Se acercó a Suggo y se acuclilló ante ella, observaba con gran detalle el rostro de la niña, entusiasta, sus ojos irradiaban una felicidad pura, incalculable, tan segura de sí misma. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Arya, cuando Suggo la abrazó y cayeron al suelo.

Un batir de alas, una figura borrosa en el filo de un precipicio y unas plumas impulsadas por el fuerte viento, proveniente del océano
Un sólo segundo, como un simple parpadeo.

Exhausta, observaba a la pequeña, el cuerpo le temblaba levemente mientras intentaba recordar la imagen. Volvió en sí cuando la delicada y pequeña mano de Suggo cogió la suya, para ayudar a levantarse.

La pregunta le brotó de los labios, sin pensar, entrecortada con un fino hilo de un sentimiento que Arya desconocía, tal vez miedo.

- ¿Qué a sido eso?

I.






-Arya...

Como cada noche el mismo nombre, la misma voz suave, irreconocible y a la vez tan familiar. Su cabeza daba vueltas en torno a aquel nombre...

-Arya, ese es mi nombre, esa soy yo?

Las mismas preguntas, clavadas como espinas, en su interior..Un escalofrío recorría su espalda y las lágrimas se deslizaban, silenciosas, por sus mejillas. Como cada día, aparte de ese nombre, no conseguía recordar nada.

Desde que llegó al bosque su vida se había basado en la naturaleza. Los animales, los árboles, ... le habían enseñado todo lo que sabía o eso creía ella, cómo más tiempo pasaba en los bosques, más cómoda se sentía. Vagaba sin rumbo por los bosques, como lobo por su territorio, no temía, sabía que los animales la protegerían y sino Roran, su mentor y maestro.

Roran, la encontró un día al lado de un árbol, temblando, el hombre no supo deducir, en la mirada de Arya, que le ocurría. Aunque era uno de los hombres más sabios entre los Druídas, sintió impotencia ante la mirada vacía de la elfa... Los ojos, negros de Arya, eran tan profundos y misteriosos que, por un momento, Roran sintió fascinación.
Pasaron semanas enteras antes de que Arya cogiera confianza en Roran pero éste sabía que Arya sería indomable, siempre libre igual que un lobo solitario.

Habían pasado meses desde que Roran vio por primera vez a Arya pero fue ese día cuando se enamoró de Arya. Su silueta se dibujaba entre las sombras, apoyada en un árbol; su pelo, color plata, brillaba con más intensidad bajo al luz de la Luna Llena y su mirada estaba fija en la luna, buscando respuestas imposibles. Sus miradas se cruzaron, por un momento, y en su rostro podían contemplarse lágrimas, deslizándose por su inmaculada cara. Roran se acercó a ella y la abrazó.

-Encontrarás respuestas pero no aquí.

Arya le miró, sus ojos se clavaban en los de Raron, como dagas, buscando respuestas de algo que sólo ella sabía. Por mucho que mirara aquellos ojos verdes nunca conseguía averiguar lo que escondían, hasta esa noche. Acercó sus labios a los de Roran y le besó, se fundieron en un tierno beso que parecía haber detenido el tiempo.

-Entonces he de irme

Se separó de él y se fundió en las sombras de la noche, sin mirar atrás un leve susurro, fue impulsado por los vientos hasta Roran

-Encontraré las respuestas de mi vida y volveré, maestro.