lunes, 29 de marzo de 2010

Fragmento IX. Garras.

- ¿Gatita? - el susurro del varón sonó tan ronco como de costumbre pero sus dorados ojos no se desviaron de la penumbra que teníamos en frente.


Me limité a asentir a esa pregunta y aferré con firmeza la empuñadura de la cimitarra. Alcé mis cetrinas pupilas al oscuro cielo y musité con un hilo de voz las palabras precisas. Debía ser discreta, poco a poco, despacio, la noche me ayudaría en esta tarea sin que nadie se diese cuenta. Las nubes fueron agrupándose y volviéndose tan densas que la tormenta que se avecinaba daría la señal de nuestro siguiente paso, así se había planificado.


“ El golpe en la mesa se oyó por toda la estancia, incluso mi propio cuerpo dio un respingo al ver el humor de perros que tenía mi tutor. Estaba segura que nunca había visto así a Alec, al menos con padre…


- Alec, cálmate. ¿No esperarás que te dejaré ir con mi única hija?. - mi padre seguía con su conocida tranquilidad.


Sus salvajes ojos dorados miraron a padre con tal ferocidad que no había posibilidad de contradecirle, estaba segura que padre no lo haría pues sabía que mi persona seguiría antes las órdenes de mi tutor que las de él.


- Caleb, ¿crees que tu hija ha estado segura en este lugar por vosotros? ¿Por su marido?. No me hagas reír, empiezo a cansarme de tus excusas baratas de protección en contra de su voluntad. Vendrá conmigo y no se habla más. – sentenció y mi padre no rechistó.


Acto seguido me tomó del brazo con su habitual gesto tosco y tiró de mí hacia la puerta de la estancia. Desvié mis cetrinos ojos hacia padre y fruncí el ceño ante tal imagen, ¿acaso ahora estaba desvalido?. Me zafé de las garras de mi captor, cuando cruzamos la maciza puerta y miré interrogante al varón.


- Es por tu bien, gatita, y lo sabes. – depositó una de sus manos sobre mi cabeza en un gesto de calidez.
- Creo que padre no se merecía ese trato… - musité, sin retirar la vista de la puerta. - Además... ¿de quién crees que es la culpa de nuestra situación actual, inútil?


Gruñó con tal enfado que eso me hizo esbozar una sonrisa victoriosa, ya no era esa cría llorona que pensaba resguardarse en su regazo por no poder combatir.


Habían pasado ya tres dekhanas desde que partí de Nevesmortas y el entrenamiento no fue liviano para nada. Alec se había jactado de embestirme, golpearme y hacerme usar mis magias hasta el extremo de perder el conocimiento. Se podría decir que él me había hecho como era. Pero ahora solo quedaba es siguiente paso”.


Las primeras gotas empezaron a caer, desvíe mis cetrinos ojos hacia el varón y asentí ligeramente, corroborando que se acababa de alzar el telón. Debía concentrarme un poco más, la llovizna se convirtió en una tormenta predeterminada por mi conciencia. Poco tardé en dejar de domarla, tampoco podía retenerla eternamente, y que ésta se liberase sobre nosotros. Talos estaría furioso conmigo, había tomado sus dominios para nuestro propio beneficio pero no en vano… esperaba que esta batalla le entretuviera lo suficiente.


El varón descolgó su ballesta e introdujo su característico virote en él, asintió levemente y emprendió el paso hacia la penumbra de delante. Descolgué el arco con agilidad antes de seguir sus pasos, mi mano se desvió hacia mi carcaj y tomó una flecha envenenada, esperaba que las flechas hechas por Alec sirvieran de algo, aunque fuese para ralentizarlos por el exquisito veneno.
Y ahí estábamos, a escasos pasos de esa maldita cueva. Mi corazón latía tan deprisa que estaba segura que se me saldría por la boca, la mano de Alec me tomó el brazo y me miró para tranquilizarme. Pero poco me tranquilizaba saber que me introduciría en una puñetera cueva repleta de seguidores de Malar, sedientos de sangre. Su mano dejó mi brazo y volvió a depositarla en su ballesta, el zumbido del virote rasgando el aire se detuvo de lleno con el desplomo de un cuerpo. Es posible que mis manos actuaran solas, por temor o por iniciativa, pero dispararon al siguiente individuo, haciendo que se retorciera de dolor por el veneno. Por suerte o por desgracia, el varón no sufrió demasiado, la misericordia de Alec hizo que lo degollara sin miramientos en un acto de compasión… o quizás sólo quería acallar sus posibles gritos.


- Tienes mejor puntería, mátalos o morirás. - sentenció en un susurro y gruñó molesto.
- Sí, sí… - musité al mirar el cuerpo inerte.


Un haz de luz nos iluminó por unos segundos, el rayo se esfumó como había llegado. Rogué a Silvanus que mi corazón dejara de latir a ese ritmo inusual pero eso no ocurrió, musité una inaudible oración y desvié la vista hacia mi tutor. Tomé unos segundos más de los necesarios para acallar esa sensación de inseguridad y seguí a Alec por esa oscura tormenta. Había prometido volver y así lo haría.


Las afueras de la cueva se mostraban sombrías, las patrullas no eran más que insensatos que perecían sin mucho esfuerzo, al no oírnos llegar. Al menos tuvimos esa suerte en el exterior, ahora no éramos las presas, éramos los cazadores. Los papeles habían cambiado pero la verdadera batalla se iniciaba en esa cueva, sin el resguardo de esa tormenta predeterminada y el silencio angustioso de su eco.


La entrada de esa cueva se mostraba tan angustiosa como su exterior, odiaba las malditas cuevas... ¿por qué siempre eran cuevas?. Entré tras Alec sin mucha emoción, arco en mano y flecha tensada. No sabíamos el tiempo que nos quedaba hasta que se diesen cuenta de nuestra intromisión, quizás la emboscada ya estaba lista y nosotros íbamos a la boca de la bestia. Pero algo me alarmó, me tapó la boca con tanta fuerza que le di un codazo a mi opresor, dejando caer la flecha tensada y alertando a mi tutor. Éste tiró de mi con un movimiento seco alejándome de ese sujeto y acto seguido desenvainó con tanta rapidez que apenas le dio tiempo a detener el filo en el cuello de Daelos.


- ¿Qué diablos haces tu aquí? Casi te corto el cabeza, bastardo. - escupió a un lado, tras susurrar, y envainó con rapidez sin soltarme.
- No he venido por ti, traidor. - las pupilas de Daelos me miraron con el afecto que siempre lo hacia. - Ella es quien me importa, tú puedes morir en esta absurda acción si lo deseas.
- Ella nunca te quiso, lárgate. - espetó con los ojos entrecerrados.
- Callaos de una maldita vez, no es el momento de esta absurda conversación. – sentencié, susurrando y sacándome de las garras de Alec.


Emprendimos el paso, Daelos se había unido a nosotros y ahora éramos tres contra… a saber cuantos sectarios… Volví a tensar la flecha en la cuerda del arco y mis puntiagudas orejas se centraron en los pasillos de esa cueva, me centré en el fervor de la tormenta y en las posibles voces del eco, de esa manera evitaría pensar que estaba en una cueva.


La figura de Alec se paró de pronto, mis ojos se agrandaron y Daelos miraba hacia atrás para asegurarse que no éramos emboscados, estaba segura que su rostro también sería de alerta. Alguien se acercaba por ambos extremos, ¿nos estaban emboscando? Mi acelerada respiración acabó cortándose por una fracción de segundo y sin darme cuenta ambos varones estaban cruzando sus filos contra alguien, desvié mis cetrinos ojos a uno y a otro, atemorizada.


- ¡Gatita, muévete! - oí decir al humano, al tiempo que mis pies reaccionaron a sus palabras para esquivar un golpe.


Rió con ganas, al verme reaccionar, y siguió atestando golpes hacia sus contrincantes. Al menos él se divertía con esta escaramuza, tensé el arco de nuevo en un impulso por sacarme de encima a ese insistente contrincante y le atesté un flechazo en algún lugar que desconocía. Volví a recargar el arco, ¡por Silvanus qué incómodo era usar el arco en un espacio tan cerrado!


El ruido de los filos chocando por ambos lados me daba a entender que ambos varones seguían luchando por nuestras vidas. Intenté atestar otro golpe algo más certero al sujeto que se abalanzaba contra mi pero de certero no tuvo nada, la flecha se me escabulló de las manos y él sujeto estaba encima mío antes de darme cuenta. Emití un grito sordo por sentirlo sobre mí e intenté quitármelo de encima, en vano. La firme mano de mi tutor lo aferró de las ropas y tiró de él para terminar de liberarme.


- ¡Por tu maldito dios! ¡Quieres ser más salvaje, mátalo de una vez! - maldijo y volvió a esquivar algún golpe.


Matarlo, ¡como si fuera así de fácil!. Abrí los ojos de par en par al ver que ese sujeto volvía a centrarse en mi persona ¡pero que afán en mí!. Me colgué el arco en un gesto rápido, miré a un lado y a otro, ambos estaban dando su mejor esfuerzo. Deposité mi mano en la cimitarra y la desenvainé antes de siquiera mandar la acción a mi cerebro. ¡Detuve un golpe! Uno, porque el resto me hicieron perder el equilibrio y empotrarme contra la pared. Me escabullí por un lateral y salí corriendo en dirección a la entrada, ¿por qué? No tenía ni la menor idea, sólo corrí. Oí como Daelos gritaba mi nombre y como Alec reía con ganas por mi acción. ¡Ese maldito humano ya se enteraría cuando acabásemos!


Mi respiración saturada, hacia que mi garganta se secara y la fría lluvia que caía en mi rostro me hizo reaccionar. Estaba fuera había llegado fuera pero estaba sola, mis compañeros seguían en el interior y la velocidad en que vi acercarse a ese sujeto me colapsó en un temor que no imaginé. Para suerte se detuvo frente a mí, debía retomar mi nerviosismo.


- Nos volvemos a encontrar, gatita. - rió de esa forma grotesca como había hecho ya otras veces.
- Que suerte, ¿verdad? - aferré con ahínco la empuñadura y la puse frente a mi, mi tono de ironía ocultaba mi miedo.
- La gran cacería no es hasta dentro de una dekhana, ¿te estas ofreciendo a nuestro señor, gatita?. – se acercó unos pasos y alzó la vista a la tormenta.
- ¡Já! Os damos caza, es que no ves como perecéis bajo nuest… - me hice a un lado pero no era tan rápida, mi mano tembló por el corte y mi cimitarra cayó al suelo.


Estiré el brazo y retomé la empuñadura de la cimitarra, la aferré con la misma fuerza de siempre e hice una mueca de asco al ver como ese indeseable lamía mi sangre de su filo.


- Eres débil, por eso eres un buen sacrificio. Deberías estar orgullosa de que el Señor te haya elegido. - terminó de lamer el filo de su arma y me miró con fijeza. – Pero hoy, morirás.


Abrí los ojos de par en par y musité en élfico, me reincorporé y no pude evitar mirar al cielo unos segundos antes de que volviera a desviar mi vista hacia ese indeseable. El rayo cayó cerca, muy cerca... pero él era rápido. Talos embravecía la tormenta con su extrema curiosidad pero eso me era útil, mi llamada sería escuchada de nuevo y otro rayo caería por voluntad de los caprichosos dioses.


La figura de Daelos salió de la grieta de la cueva y me embistió sin miramientos para que evitara ser golpeada por ese sectario. Todo pasó demasiado rápido: Daelos tiraba de mí con fuerza retirándome de ese lugar por el denso bosque; Alec gritó mi nombre y me obligó a salir de ese lugar pero el no nos seguía, él no corría con nosotros.


Me zafé de las garras de Daelos y corrí en dirección a Alec, no quería dejarlo, no lo dejaría, no podía seguir esas ordenes y dejarlo ahí; pero el brazo de Daelos me retuvo con tanta fuerza que mis propias fuerzas perecieron en mi intento de soltarme.


- Suéltame, Alec aun está ahí. Que me sueltes, ¡bastardo! - grité, mientras él seguía tirando de mí.
- ¡No dejaré que mueras con él!


Un golpe sordo, me había golpeado en ese ataque de histeria, mis lágrimas bañaron mi rostro pero no por ese golpe… me dolían más las palabras que el elfo había dicho, ¿Alec moriría? Huíamos sin él, huíamos sin ese humano obstinado, ¿acaso me había llevado hasta ahí para verlo perecer?


Acabé clavándole esa maldita cimitarra a Daelos en un ataque retomado de locura y corrí tan rápido como pude hacía la cueva. Estaba segura que las acciones que había hecho contra él me seguirían largo tiempo pero me era indiferente, él no me importaba. Llegué al pequeño claro, mi respiración se contuvo, mi filo brilló bajo un rayo y Alec estaba acorralado pero seguía riendo ¿Por qué?.


Las doradas pupilas del varón se dirigieron fugazmente hacia mí y sonrió con tanta chulería que hizo que me hirviera la sangre. Su estado era deplorable y aun así seguía siendo ese maldito varón orgulloso con su doctrina de supervivencia del más fuerte. Mis cetrinos ojos se entrecerraron con tanta rabia que grité mi oración a expensas de que esos indeseables me oirían.


El fuego bañó el claro, iluminó los árboles colindantes, los encerró en un cerco de llamas. Los rayos cayeron tan furiosos como lo estaba yo y su opción de salir ilesos fue tan nula que me regocijé en mi autoestima pero eso… sólo era una distracción. Corrí hacia donde había saltado Alec y le mordí con tanta fuerza que gritó de dolor, así aprendería.


Mi forma lupina era suficiente, corrí, por supuesto que corrí tan veloz como el pesado cuerpo del varón me lo permitía; no aminoré el paso ni al pasar frente al sorprendido rostro del elfo, únicamente gruñí para que corriese tras nosotros. Y así seguimos alejándonos de esos sectarios hasta que creí que habíamos corrido lo suficiente.


- Maldita seas Rael, ¡casi me matas! - dejé caer sin cuidado el cuerpo de Alec y adopté mi forma élfica.
- Pues muérete, maldito engreído, ¿pensabas morir ahí? - le di el puñetazo con tal fuerza que incluso yo me hice daño.


Suspiré, moviendo la mano de arriba abajo para aliviar el dolor y Alec se limitó a reír con tantas ganas que me contagió la risa. Daelos, bueno… Daelos despotricó contra nuestras incoherentes acciones hasta que se cansó de ser ignorado.


- Soy tu esposo, deberías hacerme caso! – había dicho tan malhumorado que un enano quedaba atrás.
- Bastardo, ese enlace no … - empezó a rechistar Alec.
- Cállate Alec, no te metas. – le silencié y continué. – Como bien sabes, Daelos, nunca te amé, dicha unión nunca ha sido agraciada ni aprobada por los dioses. Además nunca amaré a alguien tan endeble como tú, ¡casi dejas que Alec muera!


La ignorancia ocasionó que el elfo nos dejara a la intemperie, por fin.

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