lunes, 15 de marzo de 2010

Fragmento VII. Kestrel.

- ¡Titaaaa! - la dulce voz de Kue me sacó de mis propios pensamientos.
- Buenas tardes, canija, ¿has descansado bien? - la rodeé en un cálido abrazo y sonreí por inercia al tenerla ahí.
- No soy canija, ¡ya verás cuando sea mayor! – infló los mofletes, como siempre hacia, e hizo que mi sonrisa se agrandase por su habitual comportamiento. – Tita, dime como conociste a mama.
- ¿Otra vez? Pero si ya sabes esa historia, te la hemos contado miles de veces. – la miré determinante.
- Da igual, quiero oírla otra vez. – se quejó.
- Está bien, está bien… - suspiré resignada.


No entendía por qué, ni aun hoy lo entiendo, pero mi mente flaquea con esas dos mocosas, nunca me puedo resistir a las peticiones de las Slane. Estoy segura que es su propio encanto o mi propia debilidad por protegerlas.


- Veamos… - intenté recordar la historia de siempre pero mi traicionera cabeza me obligó a improvisar, otra vez. – Conocí a Kestrel cuando tenía tu edad, once años, era tan alocada y cariñosa como lo eres tú, se dice que de tal palo tal astilla, ¿verdad?. – sonreí uno instantes y proseguí, sabiendo que ella no iba a interrumpirme. – ¡Pero sigamos!. Hace ahora dieciséis años, si que ha pasado tiempo… tu madre se encontraba en la orilla de aquel cristalino lago, sus lágrimas empapaban su rostro y no pude evitarlo, tuve que empujarla al agua para molestarla un poco más. Era tan graciosa y se enfadaba con tanta facilidad…
- ¡Que mala, la tiraste! – espetó con su cantarina voz.
- Bueno, bueno, lo hice para que dejara de llorar, ya lo sabes – le saqué la lengua, burlona, y proseguí mi relato. – Como iba diciendo, conseguí que sus lágrimas cesaran y me persiguiera lago arriba, lago abajo con cara de enfado, ¡pero ya no lloraba!. Cuando su cansancio la venció me acerqué a sus tirabuzones dorados y se los revolví haciendo que acentuase una aniñada sonrisa. Ya sabes como es la sonrisa de tu madre, hace que el más feroz de los hombres se amanse con ella. – reí con ganas y ella se unió a mi al recordarla. – ¡También hace que se enamoren de ella!. Estoy segura que me darás los mismos quebraderos de cabeza que tu querida madre me sigue dando hoy en día. Los años fueron pasando y Kestrel se iba haciendo cada día más hermosa, conseguía más atenciones, y puedo decir que la mimé demasiado… al igual que haré contigo… - le tendí unas bayas a Kuea y me quedé pensativa recordando los tiempos de antaño.
- ¡Y mama conoció a papa! – se metió una baya en la boca y masticó ansiosa por oír más.
- Y mama conoció a papa, sí. ¡Pero déjame contar la historia entera! - sonreí levemente. - Tu madre había alcanzado la edad de catorce años y sus actuaciones se habían dado un nombre en nuestra aldea y las aldeas cercanas, cabe decir que su hermosa voz resonaba cálida y melodiosa. Vi como el más frío corazón lloraba ante su hermosa voz, incluso yo derramé lágrimas con ella. – desvié unos instantes mi cetrina mirada hacia ella. – Seguramente, tú también conseguirás que llore en tus actuaciones.
- ¡Claro que sí, seré la mejor barda de la Marca! – y lo dijo tan orgullosa que no pude evitar reís. - ¡No te rías! ¡Lo seré! – hizo un mohín, molesta.
- Estoy segura que lo serás pero tendrás que superar a la magnífica Aluriel o al carismático Relenar. – la acerqué con un ágil tirón y la dejé entre mis brazos. - ¿Podrás superar a ese dúo, cielo?
- ¡Por supuesto! – sentenció.
- Entonces esperaré expectante. Pero ahora lo que estoy contando es la historia de tu querida madre y no me dejas concluirla, ¡bribona! – le dí un cálido beso en la frente.
- ¡¡Pues sigue!! – me instó.
- Ya va, ya va. – remoloneé y continué a los pocos segundos. – Kestrel se hizo un nombre entre nosotros y también entre los varones, fuese por su talentosa voz o por su belleza, tenía bastante espectadores y a ella no parecía disgustarle, como buena seguidora de Sune que es. Pero sólo hubo un varón a quién entregó su corazón, un misterioso arcano… tan diestro en sus artes como en las palabras que utilizaba con tu madre. Ese hombre era…
- ¡Papa! – interrumpió.
- Tu padre, sí, el misterioso Mathew. Bueno, tu madre ya te ha hablado de él, y tú ya le conociste en su día. Creo que es mejor no entrar en sus características extrañezas..
- ¡¡Sííííí!! – se quejó.
- ¡¡Noooo!!! – sentencié, tomando su arrastrar del monosílabo. – Para saber sobre él debes hablar con tu alborotada madre.
- Jo. – suspiró, poniéndome esa carita con la que no puedo resistirme.
- ¡Maldita sea, está bien! – mascullé. – Tu padre era un varón extraño, como todos los arcanos. No obstante, su ideología de amar a una mujer era tan extrema que me resultó extraña. Tan pronto podía amarla sin poder separarse de ella y mirar con furia a quien osasen acercarse a su amada; como tan pronto se alejaba de ella sin querer verla en días. Era un amor extraño y las discusiones que tuve con tu querida madre, en vano, cabe decir, fueron muchas. Al final lo único que pude hacer es permanecer a su lado con ese amor incierto y darle mi apoyo para que no pereciera en sus sentimientos. Pero al cabo de dos años llegaste tú, su pequeña flor.
- ¡Y papa se fue! – y lo dijo tan acostumbrada a su ausencia que suspiré resignada.
- Y papa se fue. – repetí en un susurro. – el único aliento que le quedó a tu madre fuiste tú, su pequeña. Tu eras la unión a ese hombre, a su amor. No le importaba que la hubiera dejado, ni tampoco le diría que volviera. Tu madre se hizo fuerte por ti, por sacarte adelante, y aso hizo que yo os cuidase aun más de lo que había hecho. – alcé la mirada al manto estrellado que teníamos sobre nosotras, taciturna. – Sé que tu padre volvió a veros en algunas ocasiones, aun hoy lo hace, y también sé que tu madre sucumbe al amor que hace años tenía por él, no puedo culparla. Al fin y al cabo, él es a quien entregó su corazón y estoy segura que daría su vida por él. Sobre tu padre… bueno, creo que os ama, a su forma, pero es un hombre que ambiciona el poder y eso le ciega. Espero que algún día entienda que vosotras sois más importantes que el misero poder…
- ¡Pero mama es feliz, ahora está buscando otro novio! – sonrió cálida y aniñadamente.- Tu madre siempre será feliz contigo a su lado. - sonreí y la abracé de nuevo. – Fin de la historia, canija, vamos a buscar a Thor.
- ¡Sí! - se levantó de un brinco y se dirigió hacia las escaleras de los Pináculos, canturreando una melodía.


Suspiré una última vez y emprendí la marcha tras mi canija.

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