miércoles, 10 de marzo de 2010

Fragmento V. Cánido.

Las carcajadas que oía y las lágrimas que no podía retener me daban a entender que por aquel entonces llegué a comprender que ese humano era, a mayor o menor medida, un tipo extraño. Tan pronto podía estar furioso por haber cometido un fallo tonto con el manejo de esa cimitarra, la cual aun hoy no domino, o podía reírse con simplemente una rabieta mía.Ya había perdido la cuenta del tiempo que había pasado con él desde la última intrusión hostil hacia nuestras personas. Aunque estaba segura que las heridas que en ocasiones traía consigo, ese rudo humano, eran debidas a nuestra propia protección; no obstante, de sus labios nunca saldría tal verdad.


El murmullo del río corría bajo mis pies, mientras daba saltos de roca en roca haciendo equilibrio. Mis brazos estaban abiertos y ahora me encontraba con un pie sosteniendo mi desequilibrado cuerpo. Como era de esperar, acabé zambulléndome en el agua de sopetón, me dejé arrastrar por la corriente unos metros más allá antes de dirigirme a la orilla y sacudirme el agua. Esa era otra de las aburridas tardes en las que el malhumorado ogro me había dejado a la intemperie, para buscar, según él, algo más de información. Deposité ambas manos tras la nuca y anduve dando grandes pasos por la misma orilla del río, segura estaba que volvería con más de una herida y dejando tras de sí una hilera de suculento rastro para los depredadores naturales.


¡Já! ¡Luego tenía la simpleza de decirme que yo era carnaza fácil! Desvié mis cavilaciones maquiavélicas hacia unas plantas cercanas, seguramente me servirían posteriormente.


La luna empezaba a emerger en el manto estrellado y el humano descarriado tardaba ya en hacer acto de presencia. Cabe decir que mi preocupación emergía de algún recoveco de mis entrañas, fuese por creer que le hubieran asesinado o únicamente porque lo habían capturado.


Anduve río arriba y río abajo, vagando por innumerables imágenes ficticias de tormento y dolor insufrible. No tardé en arruga la nariz y negar fervientemente, expulsando esa panda de sandeces de mi traicionera imaginación. Suspiré resignada y, pronto, me dediqué a vagar por las lisas piedras de río, haciendo nuevamente equilibrios para no zambullirme en esa fría agua.E l susurro del río seguía su taciturno curso, el viento sacudía las hojas de los árboles cercanos, y el sonido de la fauna nocturna empezaba a tomar vida bajo la protección de la luna. El aullido de, lo que deduje era un cánido, envolvió la cercanía haciendo que mi equilibrio se perdiese de nuevo concluyendo con un grito de sorpresa y el chapoteo del agua.

Maldecía y blasfemaba por la helada agua, tosí en varias ocasiones para recuperar el aliento y expulsar el agua que había tragado, salí a horcajadas y tiritando de las oscuras aguas. Mis brazos me abrazaron intentando darme el calor que me exigía, sin éxito alguno, y mis cetrinas pupilas se desviaron a la oscuridad persistente que tenía delante, los parpados se me entrecerraron haciendo que la frente se frunciera con un fino gesto de molestia y fastidio.


Agudicé mis puntiagudas orejas intentando alcanzar el pequeño susurro de la fauna natural; el ulular de un búho, el sonido de la brisa meciendo la hierba, el fluir del río tras de mí, las gotas de agua escurriéndose desde mis empapadas ropas, el correteo de algún pequeño roedor y un chasquido al norte. Corrí hacia allí, sin saber por qué, y antes de darme cuenta estaba frente a él, mi respiración se contuvo de golpe. Los ojos del animal me miraban con el salvajismo con que impregnaba el aire, volví a retomar un tranquilo ritmo de respiración y no aparté ni un ápice la vista de ese ser. Algo recordaba de esos cánidos… algo, que mi estimada hermana deseaba que supiera. En mi cabeza resonaba la misma palabra, “Recuerda”, una y otra vez y mis pupilas no dejaban de admirar al animal.


“- Rael, debes recordar que los Coshee son animales mágicos que, se podría decir, son aliados valiosos de nuestra raza. Algunos dicen que fueron nuestros sabios quienes les otorgaron su longeva vida; otros, en cambio, dicen que los dioses nos los ofrecieron para nuestra seguridad. Sólo es preciso que sepas que es una raza extraña de animal. Aprecian a los de nuestra estirpe y son reacios al resto de razas pero no por ello no pueden seguir a otra raza si ellos los han tratado bien. - su mano me revolvió el pelo y mis labios esbozaron una sonrisa graciosa.


- Son animales altivos en alguna medida y orgullosos, muy orgullosos, como nosotros - lo último lo susurró mirando alrededor y riendo para sí misma, haciéndome reír con ella. - ¡Pero sigamos con la lección! Estos cánidos en su mayoría suelen ir acompañados de elfos y, a veces, incluso por semielfos pues sientes nuestra magia en ellos también. Pocas veces serán las que veas a estos cánidos en solitario pero no es inusual en tiempos de celo o incluso los podrías ver en manadas de cinco ó seis. - se detuvo unos instantes. - Hmmm… ¿qué más?.


- ¡Arya, Arya! - mi mano tironeó de sus ropas con los ojos abiertos de par en par, sumamente curiosa - ¿¡y no me dirás como son!?¡¡ Sino no sabré reconocerlos!! Su risa risueña volvió a resonar en mi interior y eso me ocasionó inflar los mofletes algo molesta, por desconocer que le hacía gracia.


- ¡Está bien, me olvidaba de lo más importante! Pero estoy segura que los reconocerás nada más verlos, Rael.”


Pero su descripción nunca llegó, nuestro padre interrumpió la lección en lo más alto de mi curiosidad y así la enseñanza quedó en el olvido. Volví a la realidad, arrugando la nariz y mirando detenidamente a ese cánido. La verdad es que no estaba segura de si ese ser era uno de esos cánidos pero cabía una posibilidad. Mis pies retrocedieron unos pasos, no por miedo sino por ver mejor la envergadura y las características del animal.


Algo tras de mí hizo mover las puntiagudas orejas del animal y centrarse en lo que fuese que hubiese allí. Su postura se tornó agazapada, fuese por temor o por propia protección, viré mi vista por encima del hombro al tiempo que oía la conocida voz de Alec.


- ¿Pero que diablos? - su ballesta apuntaba al cánido, al tiempo que mis ojos se engrandecían.
- Para, ¡no!


La voz únicamente me salió de lo más hondo y mi cuerpo, con instinto protector, volvió a mirar hacia donde segundos antes se encontraba el animal, pudiendo ver como se escabullía por la oscuridad de la noche.


- Maldición, Alec, lo… - su cuerpo se desplomó hacia el suelo, según perdió de vista al extravagante cánido. - … asustaste…


Revisé su cuerpo con detenimiento sin hallar heridas graves, deduje que en su afán de tozuda protección su propio organismo le obligaba a tomar el descanso que precisaba hacia ya días. Mis cetrinas pupilas se centraron en el lugar donde había estado el animal y así permanecería hasta que el varón despertara, por esa noche me tocaba a mí tomar el papel de protectora.

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