- Venganza, cruel destino para aquellos que la perecen o la buscan.
El roce afilado de la cimitarra hizo que emitiera un gemido e intentara esquivar sin éxito otro ataque. Fruncí el ceño con un congoje de dolor reprimido sin éxito.
- Presta atención, si fuera tu enemigo ya estarías muerta. - Otro gemido salió de mi garganta al sentir como me hacia otro tajo en la pierna izquierda. - Has domado osos, has corrido con lobos y has conseguido saciar la ira del más terrible de los tigres y ni siquiera sabes blandir una maldita cimitarra!
- ¡Te he dicho que no soy guerr… - el énfasis de mis palabras fue embestido, al igual que mi cuerpo, por un golpe que propinó con demasiada fuerza. Salí, sin duda alguna, rodando varios metros colina abajo.
Me alcé dolorida por cada recoveco de mi frágil cuerpo y alcé mis cetrinos ojos hacia los ojos dorados que tenía frente a mí. Mi vista no tardó en desviarse a la mano que tenía frente a mis narices. Por supuesto que la rechacé, mi mano le lanzó un golpe y de mi garganta salió un gruñido molesto. A mis tímpanos sólo llegó la risa burlona de Alec, tan molesta como siempre.
Su mano me sujetaba ahora por uno de mis brazos y me alzaba como si de una pluma me tratase. Revisó sin ningún interés mis heridas y me devolvió de nuevo la cimitarra que en algún momento de mi embestida había dejado caer.
- Nunca sueltes el arma, ¡nunca!. ¿Qué harás si te atacan sin armas? - me zarandeó varias veces, molesto. Nunca entendería por qué se molestaba tanto conmigo.
Me zafé de sus garras con el ceño fruncido y con la rabia dentro de mí, ceñida a la sonrisa que él tanto odiaba. Fuese por gustarle mi inocencia o mi desgana por seguir sus lecciones de lucha, estaba segura que era lo segundo.
- No te obligué a enseñarme a usar una cimitarra, maldito varón… - refunfuñé cual enano embravecido por no tener una cerveza delante. - Ni siquiera te he pedido que me salves.
- Ven conmigo, gata malcriada e ingrata. - volvió a cogerme con violencia del brazo y a arrastrarme a algún lugar que aun desconocía.
La verdad es que no sabría decir cuando acabé acostumbrándome a la presencia de ese individuo ni a sus detestables modales humanos y lo peor de todo es que mis formas tomaban su camino. ¿Qué deseaba ese individuo de mí? Eso sería un misterio hasta los días de un futuro lejano.
La pierna, en la cual tenía visiblemente el corte de hacía unas horas, ahora estaba manchada con la sangre ya seca. La noche se había cernido sobre nosotros y la puerta de la taberna a la que me arrastraba se abría con un chirrido molesto. Me había rendido hacía meses, ese varón hacia lo que le placía conmigo siempre que eso conllevase no separarse de mi persona. Para mi desgracia, únicamente podía seguirle cual cachorro asustadizo en medio de depredadores. Cabía decir, que odiaba esos tugurios y mi inseguridad es lo que a él le daba la certeza de que no saldría corriendo en la nocturnidad.
Me arrastró hacia la esquina más oscura del lugar, obligándome a sentarme y a calarme mejor la capucha con un leve pero severo susurro. Poco tardaron sus dorados ojos en alzar la vista tras él y explorar ese lugar tan tedioso para mí. Mis cetrinos ojos se centraron en la herida abierta de mi pierna y no tardé en vendarla con la escasa venda que me quedaba.
Por lo que supuse tardé más de lo que imaginaba en ese cometido y cuando alcé la vista el varón ya no se encontraba a mi lado, mi silla retumbó sobre el frío suelo al caerse de golpe por mi estrepita sacudida y mis ojos lo buscaron por la sala. Miré alrededor, estaba segura que el golpe de mi silla fue amortizado por el ruido de las jarras, los gritos del gentío y la música de los trovadores, pero también estaba segura que en mi rostro se vería un extraño pavor si mi capucha no lo ocultase bajo su tenue manto.
Presioné con extrañeza mis puños y alcé con decisión la silla que pocos minutos antes había hecho caer, no tardé en deslizarme por las mesas y el tumulto de gente. ¿Qué hacía? La verdad, no tenía ni idea. Me dirigí a la puerta con la decisión determinada que hacia tiempo no había tenido, era posible que quizás en esa oscura taberna había tomado un camino sin percatarme.
Desvié la vista una última vez a ese tedioso lugar y deslumbré la silueta de mi captor, ya que para mí eso era. Mis ojos se abrieron de golpe al toparse con sus fieros ojos dorados y no pude hacer más que tomar ventaja. Las piernas me reaccionaron más rápido que mi propia mente y antes de darme cuenta ya había corrido varias callejuelas oscuras. No pensaba parar, no pensaba mirar atrás, a los pasos que poco a poco iban alcanzándome, y mucho menos pensaba rendirme a ese indeseable sujeto.
Desabroché mi capa, dejándola caer en alguna esquina antes de torcer por la misma, no pensaba caer en la misma trampa enfermiza. Seguí corriendo, deslicé mis piernas tropezando en el suelo, mi mano tomó el control de mi seguridad impidiendo que empotrara el rostro contra la pared cercana y así me quedé varios segundos retomando la escasa respiración que me quedaba.No pude evitar suspirar resignada al oír detenerse los pasos detrás de mí, no debí detenerme hasta salir de esa ciudad y por ello me maldecí. Desvíe la vista hacia la figura que tenía detrás y acto reflejo deposité mi mano en la cimitarra que pendía en mi cintura. Sin saber como, ya había desenvainado y apuntaba con la punta del filo hacia el desconocido que tenía frente a mí.
- Te encontramos. - un escalofrío recorrió mi columna haciendo que mi mano temblara de miedo. Ese leve susurro era tan potente que me recordaba a las viperinas palabras que hacia meses había escuchado en ese acantilado.
Tomé con firmeza la cimitarra haciendo que mi pulso temblara a menor medida pero no por ello mi determinación era ciega y mi temor no estaba ni mucho menos menguado. No era guerrera y así lo había dicho en miles de los entrenamientos que había tenido con ese varón y estaba segura que sólo sabía blandir esa cimitarra como si fuera un alfiler debilucho.
Miré a mi lateral una fracción de segundo y mi rostro se expresó con demasiado terror, pues sólo hallé la risa burlona de esos dos individuos. La empuñadura de mi cimitarra estuvo apunto de caérseme de las temblorosas manos pero recordé que no debía soltar mis armas, nunca. No pude evitar sonreír al recordar en un momento como ese pero eso sólo ocasionó que uno de esos varones me atestara un golpe con su afilada espada.
Grite, por supuesto que grité… los golpes de ese varón eran más arduos y difíciles de predecir que los de Alec pero comprendía el porque de la dureza de sus entrenamientos. Ellos atacarían a matar.
Apoyé la punta de mi cimitarra haciendo de bastón y respiré agitadamente, las heridas no debían importarme, ahora no. Alcé la cimitarra, desvié la vista al varón de mi derecha, aun no había atacado y según parecía no pretendía hacerlo. Volví a mirar a mi oponente, el que tanto disfrutaba d mi propia dicha y fruncí el ceño determinante.
- ¿Qué queréis de mi? - dije entrecortadamente.
- Que queremos, que ansiamos, que querrá el señor de ti... Quien sabrá, quizás sólo tu muerte le complazca o únicamente tu sufrimiento. ¿Quién sabrá dulce gata?- rió con hipocresía y atestó otro golpe.
Por suerte o por desgracia ese golpe conseguí detenerlo sin mucho éxito, una de mis manos estaba sobre la empuñadura y la otra se apoyaba haciendo contrapeso en el dorso de la cimitarra. El individuo se retiró con un ágil saltó hacia atrás y no tardé en recibir un golpe del otro sujeto. Era penosa con un atacante ni me imaginaba contra dos.
- Ese traidor te está enseñando… interesante pero eres lenta. - me alzó sin pudor alguno por la cabellera y me miró con cara de desquiciado. - Y dime, ¿dónde está tu protector?
- Muérete - Es lo único que él diría en momentos como estos.
Como era de esperar y con una sonrisa en los labios acogí el siguiente golpe sin soltar esa arma inservible en mi mano. No pude evitar reír, era tan deprimente, seguía sin poder hacer nada. Era esa inútil cría de la que dependía de la protección de otro para poder sobrevivir. Alcé la cimitarra mientras ese varón seguía zarandeándome intentando reprimir mi risa y abofeteándome sin éxito. Desvié la cimitarra con la confusión y se la clavé en el costado haciendo que aullara de dolor, no tenía tiempo. Me alcé dejando el ensangrentado suelo y a ambos varones forcejeando entre aullidos e indeterminación.
Estaba mareada, mi filo estaba ensangrentado y mi apariencia daba a entender justamente lo que había ocurrido, corrí sin sentido alguno de la orientación. Mi respiración era agitada y sabía que al menos uno de ellos me seguía, el otro estaría acongojado de dolor en una esquina de ese callejón.
- La venganza es algo que debes saborear, Rael. Por mucho que huyas, por mucho que corras, por mucho que te escondas, te encontraremos y te haremos saborear la dulce venganza a nuestras manos. - el susurro llegó estrépito y me ocasionó un nudo en la garganta, el temor nublaba mi cordura de nuevo.
Con un giro de talones me encaré a la oscuridad del callejón pero mis ojos no discernieron la figura de esa misteriosa voz, alcé la vista a los tejados, a los lados pero sin éxito volvieron a centrarse en la oscuridad del callejón.
- Yo no he hecho nada, ¡dejadme en paz! – mi voz resonó demasiado asustada incluso para mi. Pronto mi visión se nubló por mis propias lágrimas, ni siquiera quería escuchar la respuesta que esos hombres me darían.
Únicamente se oyó esa risa burlona que se expandían alrededor sin saber en qué punto se encontraba, no tardé en llevar mis manos a ambos oídos intentando silenciar esa maliciosa e inescrutable risa pero aun así esa risa retumbaba en mi cabeza.
- ¡Cállate, cállate, cállate! - y aun así, tras gritarlo, mi voz siguió haciendo esa petición en susurros como una oración incansable.
Algo me cogió por ambos hombros, me hizo virar en dirección contraria y acto reflejo usé la cimitarra de escudo, oyendo así un gruñido familiar y haciendo que mis cetrinos ojos bañados en lágrimas mirasen a Alec. Me quedé tan atónita que dejé caer la cimitarra que había sujetado con tanto ahínco.
- El traidor hace acto de presencia - la sinuosa voz volvió a sonar en mi cabeza, haciendo que me abrazara al varón, temblorosa.- Recuerda, Alec, siempre os perseguiremos.
- Y yo os estaré esperando. - su voz casi era más sanguinaria que la de un depredador hambriento. El silencio hizo acto de presencia pocos segundos después.
Esa noche ya no habría más batallas traicioneras y mortales pero eran muchas las preguntas que ahora moraban en mi memoria.
El roce afilado de la cimitarra hizo que emitiera un gemido e intentara esquivar sin éxito otro ataque. Fruncí el ceño con un congoje de dolor reprimido sin éxito.
- Presta atención, si fuera tu enemigo ya estarías muerta. - Otro gemido salió de mi garganta al sentir como me hacia otro tajo en la pierna izquierda. - Has domado osos, has corrido con lobos y has conseguido saciar la ira del más terrible de los tigres y ni siquiera sabes blandir una maldita cimitarra!
- ¡Te he dicho que no soy guerr… - el énfasis de mis palabras fue embestido, al igual que mi cuerpo, por un golpe que propinó con demasiada fuerza. Salí, sin duda alguna, rodando varios metros colina abajo.
Me alcé dolorida por cada recoveco de mi frágil cuerpo y alcé mis cetrinos ojos hacia los ojos dorados que tenía frente a mí. Mi vista no tardó en desviarse a la mano que tenía frente a mis narices. Por supuesto que la rechacé, mi mano le lanzó un golpe y de mi garganta salió un gruñido molesto. A mis tímpanos sólo llegó la risa burlona de Alec, tan molesta como siempre.
Su mano me sujetaba ahora por uno de mis brazos y me alzaba como si de una pluma me tratase. Revisó sin ningún interés mis heridas y me devolvió de nuevo la cimitarra que en algún momento de mi embestida había dejado caer.
- Nunca sueltes el arma, ¡nunca!. ¿Qué harás si te atacan sin armas? - me zarandeó varias veces, molesto. Nunca entendería por qué se molestaba tanto conmigo.
Me zafé de sus garras con el ceño fruncido y con la rabia dentro de mí, ceñida a la sonrisa que él tanto odiaba. Fuese por gustarle mi inocencia o mi desgana por seguir sus lecciones de lucha, estaba segura que era lo segundo.
- No te obligué a enseñarme a usar una cimitarra, maldito varón… - refunfuñé cual enano embravecido por no tener una cerveza delante. - Ni siquiera te he pedido que me salves.
- Ven conmigo, gata malcriada e ingrata. - volvió a cogerme con violencia del brazo y a arrastrarme a algún lugar que aun desconocía.
La verdad es que no sabría decir cuando acabé acostumbrándome a la presencia de ese individuo ni a sus detestables modales humanos y lo peor de todo es que mis formas tomaban su camino. ¿Qué deseaba ese individuo de mí? Eso sería un misterio hasta los días de un futuro lejano.
La pierna, en la cual tenía visiblemente el corte de hacía unas horas, ahora estaba manchada con la sangre ya seca. La noche se había cernido sobre nosotros y la puerta de la taberna a la que me arrastraba se abría con un chirrido molesto. Me había rendido hacía meses, ese varón hacia lo que le placía conmigo siempre que eso conllevase no separarse de mi persona. Para mi desgracia, únicamente podía seguirle cual cachorro asustadizo en medio de depredadores. Cabía decir, que odiaba esos tugurios y mi inseguridad es lo que a él le daba la certeza de que no saldría corriendo en la nocturnidad.
Me arrastró hacia la esquina más oscura del lugar, obligándome a sentarme y a calarme mejor la capucha con un leve pero severo susurro. Poco tardaron sus dorados ojos en alzar la vista tras él y explorar ese lugar tan tedioso para mí. Mis cetrinos ojos se centraron en la herida abierta de mi pierna y no tardé en vendarla con la escasa venda que me quedaba.
Por lo que supuse tardé más de lo que imaginaba en ese cometido y cuando alcé la vista el varón ya no se encontraba a mi lado, mi silla retumbó sobre el frío suelo al caerse de golpe por mi estrepita sacudida y mis ojos lo buscaron por la sala. Miré alrededor, estaba segura que el golpe de mi silla fue amortizado por el ruido de las jarras, los gritos del gentío y la música de los trovadores, pero también estaba segura que en mi rostro se vería un extraño pavor si mi capucha no lo ocultase bajo su tenue manto.
Presioné con extrañeza mis puños y alcé con decisión la silla que pocos minutos antes había hecho caer, no tardé en deslizarme por las mesas y el tumulto de gente. ¿Qué hacía? La verdad, no tenía ni idea. Me dirigí a la puerta con la decisión determinada que hacia tiempo no había tenido, era posible que quizás en esa oscura taberna había tomado un camino sin percatarme.
Desvié la vista una última vez a ese tedioso lugar y deslumbré la silueta de mi captor, ya que para mí eso era. Mis ojos se abrieron de golpe al toparse con sus fieros ojos dorados y no pude hacer más que tomar ventaja. Las piernas me reaccionaron más rápido que mi propia mente y antes de darme cuenta ya había corrido varias callejuelas oscuras. No pensaba parar, no pensaba mirar atrás, a los pasos que poco a poco iban alcanzándome, y mucho menos pensaba rendirme a ese indeseable sujeto.
Desabroché mi capa, dejándola caer en alguna esquina antes de torcer por la misma, no pensaba caer en la misma trampa enfermiza. Seguí corriendo, deslicé mis piernas tropezando en el suelo, mi mano tomó el control de mi seguridad impidiendo que empotrara el rostro contra la pared cercana y así me quedé varios segundos retomando la escasa respiración que me quedaba.No pude evitar suspirar resignada al oír detenerse los pasos detrás de mí, no debí detenerme hasta salir de esa ciudad y por ello me maldecí. Desvíe la vista hacia la figura que tenía detrás y acto reflejo deposité mi mano en la cimitarra que pendía en mi cintura. Sin saber como, ya había desenvainado y apuntaba con la punta del filo hacia el desconocido que tenía frente a mí.
- Te encontramos. - un escalofrío recorrió mi columna haciendo que mi mano temblara de miedo. Ese leve susurro era tan potente que me recordaba a las viperinas palabras que hacia meses había escuchado en ese acantilado.
Tomé con firmeza la cimitarra haciendo que mi pulso temblara a menor medida pero no por ello mi determinación era ciega y mi temor no estaba ni mucho menos menguado. No era guerrera y así lo había dicho en miles de los entrenamientos que había tenido con ese varón y estaba segura que sólo sabía blandir esa cimitarra como si fuera un alfiler debilucho.
Miré a mi lateral una fracción de segundo y mi rostro se expresó con demasiado terror, pues sólo hallé la risa burlona de esos dos individuos. La empuñadura de mi cimitarra estuvo apunto de caérseme de las temblorosas manos pero recordé que no debía soltar mis armas, nunca. No pude evitar sonreír al recordar en un momento como ese pero eso sólo ocasionó que uno de esos varones me atestara un golpe con su afilada espada.
Grite, por supuesto que grité… los golpes de ese varón eran más arduos y difíciles de predecir que los de Alec pero comprendía el porque de la dureza de sus entrenamientos. Ellos atacarían a matar.
Apoyé la punta de mi cimitarra haciendo de bastón y respiré agitadamente, las heridas no debían importarme, ahora no. Alcé la cimitarra, desvié la vista al varón de mi derecha, aun no había atacado y según parecía no pretendía hacerlo. Volví a mirar a mi oponente, el que tanto disfrutaba d mi propia dicha y fruncí el ceño determinante.
- ¿Qué queréis de mi? - dije entrecortadamente.
- Que queremos, que ansiamos, que querrá el señor de ti... Quien sabrá, quizás sólo tu muerte le complazca o únicamente tu sufrimiento. ¿Quién sabrá dulce gata?- rió con hipocresía y atestó otro golpe.
Por suerte o por desgracia ese golpe conseguí detenerlo sin mucho éxito, una de mis manos estaba sobre la empuñadura y la otra se apoyaba haciendo contrapeso en el dorso de la cimitarra. El individuo se retiró con un ágil saltó hacia atrás y no tardé en recibir un golpe del otro sujeto. Era penosa con un atacante ni me imaginaba contra dos.
- Ese traidor te está enseñando… interesante pero eres lenta. - me alzó sin pudor alguno por la cabellera y me miró con cara de desquiciado. - Y dime, ¿dónde está tu protector?
- Muérete - Es lo único que él diría en momentos como estos.
Como era de esperar y con una sonrisa en los labios acogí el siguiente golpe sin soltar esa arma inservible en mi mano. No pude evitar reír, era tan deprimente, seguía sin poder hacer nada. Era esa inútil cría de la que dependía de la protección de otro para poder sobrevivir. Alcé la cimitarra mientras ese varón seguía zarandeándome intentando reprimir mi risa y abofeteándome sin éxito. Desvié la cimitarra con la confusión y se la clavé en el costado haciendo que aullara de dolor, no tenía tiempo. Me alcé dejando el ensangrentado suelo y a ambos varones forcejeando entre aullidos e indeterminación.
Estaba mareada, mi filo estaba ensangrentado y mi apariencia daba a entender justamente lo que había ocurrido, corrí sin sentido alguno de la orientación. Mi respiración era agitada y sabía que al menos uno de ellos me seguía, el otro estaría acongojado de dolor en una esquina de ese callejón.
- La venganza es algo que debes saborear, Rael. Por mucho que huyas, por mucho que corras, por mucho que te escondas, te encontraremos y te haremos saborear la dulce venganza a nuestras manos. - el susurro llegó estrépito y me ocasionó un nudo en la garganta, el temor nublaba mi cordura de nuevo.
Con un giro de talones me encaré a la oscuridad del callejón pero mis ojos no discernieron la figura de esa misteriosa voz, alcé la vista a los tejados, a los lados pero sin éxito volvieron a centrarse en la oscuridad del callejón.
- Yo no he hecho nada, ¡dejadme en paz! – mi voz resonó demasiado asustada incluso para mi. Pronto mi visión se nubló por mis propias lágrimas, ni siquiera quería escuchar la respuesta que esos hombres me darían.
Únicamente se oyó esa risa burlona que se expandían alrededor sin saber en qué punto se encontraba, no tardé en llevar mis manos a ambos oídos intentando silenciar esa maliciosa e inescrutable risa pero aun así esa risa retumbaba en mi cabeza.
- ¡Cállate, cállate, cállate! - y aun así, tras gritarlo, mi voz siguió haciendo esa petición en susurros como una oración incansable.
Algo me cogió por ambos hombros, me hizo virar en dirección contraria y acto reflejo usé la cimitarra de escudo, oyendo así un gruñido familiar y haciendo que mis cetrinos ojos bañados en lágrimas mirasen a Alec. Me quedé tan atónita que dejé caer la cimitarra que había sujetado con tanto ahínco.
- El traidor hace acto de presencia - la sinuosa voz volvió a sonar en mi cabeza, haciendo que me abrazara al varón, temblorosa.- Recuerda, Alec, siempre os perseguiremos.
- Y yo os estaré esperando. - su voz casi era más sanguinaria que la de un depredador hambriento. El silencio hizo acto de presencia pocos segundos después.
Esa noche ya no habría más batallas traicioneras y mortales pero eran muchas las preguntas que ahora moraban en mi memoria.
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