jueves, 25 de marzo de 2010

Fragmento VIII. Orden.

La respiración del grisáceo cánido estaba saturada, tomó grandes lengüetazos de agua en el bosque de Nevesmortas antes de proseguir su apresurada carrera. De su garganta salió un áspero gruñido al ver acercarse a un osezno y sus salvajes ojos se centraron en un pequeño murmullo al Sur, alguien se acercaba. Emprendió de nuevo la carrera ocultándose por esos boscosos páramos. No tenía intención de que le viesen ahí.

Y por fin llegó, sus dorados iris se desviaron a las grandes puertas y gruñó irritado por estar tan lejos de la canija pelirroja. No obstante, no podía negar las peticiones de esa malcriada. Sentó sus cuartos traseros en la colina cercana y ahí se quedó hasta que se cansara de esperar al humano.

Seguramente pasaron más de cuatro horas hasta que decidió, por fin, realizar su siguiente paso. El cánido se encontraba ya medio adormecido pero alzó las puntiagudas orejas al oír una voz cercana y optó por desperezarse. Le irritaba que esa fémina le mandase a él y no a una lechuza o a un halcón pero sabía los motivos que la llevaron a esa acción, él sólo lo acataría.


Se estiró con ganas y sacudió el mojado pelaje antes de adoptar su forma humana. El varón que ahora se presentaba, vestía con ropas oscuras y un sombrero de ala ancha del mismo color. Sus dorados ojos no mitigaban la ferocidad de su estado animal, su cabello antes castaño había empezado a menguar en un grisáceo característico de su edad; y cabía decir que su estatura y constitución daban a entender que era diestro en la lucha. No obstante, no portaba arma alguna, a simple vista.


Avanzó con paso firme hacia la puerta de la Flecha y abrió sin mucho esfuerzo sus puertas, al tiempo que observaba el desordenado patio. Gruñó sin poder evitarlo, por alguna razón que sólo él sabía, y emprendió el paso a los pináculos pues allí era una posibilidad de encontrarlo.


Los pináculos estaban desérticos, extraño… o quizás no, vista la hora que era. Bajó de nuevo las escaleras y miro enredador, con suerte él aparecería y no tendría que seguir buscándolo y perdiendo su preciado tiempo. Llevó su mano a un bolsillo interno y sacó la llave de la zona común, la elfa le había comentado que habitación era la del varón.


Se deslizó por el patio, esperó apenas una fracción de segundo, e hizo girar la llave de la puerta, atravesó con paso firme la sala común y subió los escalones a las habitaciones. No pensaba quedarse más tiempo en esas tierras y un día era demasiado tiempo sin ella. Deslizó la carta por debajo de la puerta correspondiente y con el mismo paso certero salió de ese edificio, del patio de artesanos y guardo con delicadeza la llave de la fémina.Estaba completamente seguro de que ese varón no se encontraba en la sede, ni siquiera estaba el extraño olor que había olfateado en su elfa. Eso le era indiferente, su orden estaba dada y realizada, ahora sólo quedaba volver.


Cuando el joven guerrero leyese la carta con caligrafía rápida, no portaría ni fecha ni lugar de emisión pero recitaría lo siguiente:


“Apenas tengo tiempo para escribirte esta carta, por tanto saltaré los formalismos. Estoy segura que no recibiré una contestación, pues sé que Alec no se demorará en volver a mi lado, aunque mi orden era que permaneciese contigo hasta saber si recibiría respuesta. Acata las órdenes que cree conveniente, no le culpo, ya es suficiente si has recibido esta carta.
Debido a lo ocurrido antes de mi partida, has de saber que mi ausencia es debido a otros asuntos... no porque te haya abandonado, como seguramente creas tras mi ausencia sin aviso. Pido disculpas por mi irracionalidad tras decirte que te amaba y que no te dejaría pero creí conveniente venir a ver a padre. He escrito lo antes que me ha sido posible, si eso te alienta, y sé que debí avisártelo.
La carta que escribí a padre, hace una dekhana, ya ha ardido en fuego, pues mis palabras son más certeras en este caso. También sé que esta carta no es muy explícita, pido perdón también pero tengo que escribir deprisa si deseo que Alec vuelva antes de dos días. Juro que te explicaré lo ocurrido en cuanto me sea posible volver y sí, te aseguro que volveré.


Tuya, Rael.”


Y ahí quedaría la carta, resguardada en las penumbras de la habitación de Thor, hasta que éste entrase por la puerta y la hallase.

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