lunes, 29 de marzo de 2010

Fragmento IX. Garras.

- ¿Gatita? - el susurro del varón sonó tan ronco como de costumbre pero sus dorados ojos no se desviaron de la penumbra que teníamos en frente.


Me limité a asentir a esa pregunta y aferré con firmeza la empuñadura de la cimitarra. Alcé mis cetrinas pupilas al oscuro cielo y musité con un hilo de voz las palabras precisas. Debía ser discreta, poco a poco, despacio, la noche me ayudaría en esta tarea sin que nadie se diese cuenta. Las nubes fueron agrupándose y volviéndose tan densas que la tormenta que se avecinaba daría la señal de nuestro siguiente paso, así se había planificado.


“ El golpe en la mesa se oyó por toda la estancia, incluso mi propio cuerpo dio un respingo al ver el humor de perros que tenía mi tutor. Estaba segura que nunca había visto así a Alec, al menos con padre…


- Alec, cálmate. ¿No esperarás que te dejaré ir con mi única hija?. - mi padre seguía con su conocida tranquilidad.


Sus salvajes ojos dorados miraron a padre con tal ferocidad que no había posibilidad de contradecirle, estaba segura que padre no lo haría pues sabía que mi persona seguiría antes las órdenes de mi tutor que las de él.


- Caleb, ¿crees que tu hija ha estado segura en este lugar por vosotros? ¿Por su marido?. No me hagas reír, empiezo a cansarme de tus excusas baratas de protección en contra de su voluntad. Vendrá conmigo y no se habla más. – sentenció y mi padre no rechistó.


Acto seguido me tomó del brazo con su habitual gesto tosco y tiró de mí hacia la puerta de la estancia. Desvié mis cetrinos ojos hacia padre y fruncí el ceño ante tal imagen, ¿acaso ahora estaba desvalido?. Me zafé de las garras de mi captor, cuando cruzamos la maciza puerta y miré interrogante al varón.


- Es por tu bien, gatita, y lo sabes. – depositó una de sus manos sobre mi cabeza en un gesto de calidez.
- Creo que padre no se merecía ese trato… - musité, sin retirar la vista de la puerta. - Además... ¿de quién crees que es la culpa de nuestra situación actual, inútil?


Gruñó con tal enfado que eso me hizo esbozar una sonrisa victoriosa, ya no era esa cría llorona que pensaba resguardarse en su regazo por no poder combatir.


Habían pasado ya tres dekhanas desde que partí de Nevesmortas y el entrenamiento no fue liviano para nada. Alec se había jactado de embestirme, golpearme y hacerme usar mis magias hasta el extremo de perder el conocimiento. Se podría decir que él me había hecho como era. Pero ahora solo quedaba es siguiente paso”.


Las primeras gotas empezaron a caer, desvíe mis cetrinos ojos hacia el varón y asentí ligeramente, corroborando que se acababa de alzar el telón. Debía concentrarme un poco más, la llovizna se convirtió en una tormenta predeterminada por mi conciencia. Poco tardé en dejar de domarla, tampoco podía retenerla eternamente, y que ésta se liberase sobre nosotros. Talos estaría furioso conmigo, había tomado sus dominios para nuestro propio beneficio pero no en vano… esperaba que esta batalla le entretuviera lo suficiente.


El varón descolgó su ballesta e introdujo su característico virote en él, asintió levemente y emprendió el paso hacia la penumbra de delante. Descolgué el arco con agilidad antes de seguir sus pasos, mi mano se desvió hacia mi carcaj y tomó una flecha envenenada, esperaba que las flechas hechas por Alec sirvieran de algo, aunque fuese para ralentizarlos por el exquisito veneno.
Y ahí estábamos, a escasos pasos de esa maldita cueva. Mi corazón latía tan deprisa que estaba segura que se me saldría por la boca, la mano de Alec me tomó el brazo y me miró para tranquilizarme. Pero poco me tranquilizaba saber que me introduciría en una puñetera cueva repleta de seguidores de Malar, sedientos de sangre. Su mano dejó mi brazo y volvió a depositarla en su ballesta, el zumbido del virote rasgando el aire se detuvo de lleno con el desplomo de un cuerpo. Es posible que mis manos actuaran solas, por temor o por iniciativa, pero dispararon al siguiente individuo, haciendo que se retorciera de dolor por el veneno. Por suerte o por desgracia, el varón no sufrió demasiado, la misericordia de Alec hizo que lo degollara sin miramientos en un acto de compasión… o quizás sólo quería acallar sus posibles gritos.


- Tienes mejor puntería, mátalos o morirás. - sentenció en un susurro y gruñó molesto.
- Sí, sí… - musité al mirar el cuerpo inerte.


Un haz de luz nos iluminó por unos segundos, el rayo se esfumó como había llegado. Rogué a Silvanus que mi corazón dejara de latir a ese ritmo inusual pero eso no ocurrió, musité una inaudible oración y desvié la vista hacia mi tutor. Tomé unos segundos más de los necesarios para acallar esa sensación de inseguridad y seguí a Alec por esa oscura tormenta. Había prometido volver y así lo haría.


Las afueras de la cueva se mostraban sombrías, las patrullas no eran más que insensatos que perecían sin mucho esfuerzo, al no oírnos llegar. Al menos tuvimos esa suerte en el exterior, ahora no éramos las presas, éramos los cazadores. Los papeles habían cambiado pero la verdadera batalla se iniciaba en esa cueva, sin el resguardo de esa tormenta predeterminada y el silencio angustioso de su eco.


La entrada de esa cueva se mostraba tan angustiosa como su exterior, odiaba las malditas cuevas... ¿por qué siempre eran cuevas?. Entré tras Alec sin mucha emoción, arco en mano y flecha tensada. No sabíamos el tiempo que nos quedaba hasta que se diesen cuenta de nuestra intromisión, quizás la emboscada ya estaba lista y nosotros íbamos a la boca de la bestia. Pero algo me alarmó, me tapó la boca con tanta fuerza que le di un codazo a mi opresor, dejando caer la flecha tensada y alertando a mi tutor. Éste tiró de mi con un movimiento seco alejándome de ese sujeto y acto seguido desenvainó con tanta rapidez que apenas le dio tiempo a detener el filo en el cuello de Daelos.


- ¿Qué diablos haces tu aquí? Casi te corto el cabeza, bastardo. - escupió a un lado, tras susurrar, y envainó con rapidez sin soltarme.
- No he venido por ti, traidor. - las pupilas de Daelos me miraron con el afecto que siempre lo hacia. - Ella es quien me importa, tú puedes morir en esta absurda acción si lo deseas.
- Ella nunca te quiso, lárgate. - espetó con los ojos entrecerrados.
- Callaos de una maldita vez, no es el momento de esta absurda conversación. – sentencié, susurrando y sacándome de las garras de Alec.


Emprendimos el paso, Daelos se había unido a nosotros y ahora éramos tres contra… a saber cuantos sectarios… Volví a tensar la flecha en la cuerda del arco y mis puntiagudas orejas se centraron en los pasillos de esa cueva, me centré en el fervor de la tormenta y en las posibles voces del eco, de esa manera evitaría pensar que estaba en una cueva.


La figura de Alec se paró de pronto, mis ojos se agrandaron y Daelos miraba hacia atrás para asegurarse que no éramos emboscados, estaba segura que su rostro también sería de alerta. Alguien se acercaba por ambos extremos, ¿nos estaban emboscando? Mi acelerada respiración acabó cortándose por una fracción de segundo y sin darme cuenta ambos varones estaban cruzando sus filos contra alguien, desvié mis cetrinos ojos a uno y a otro, atemorizada.


- ¡Gatita, muévete! - oí decir al humano, al tiempo que mis pies reaccionaron a sus palabras para esquivar un golpe.


Rió con ganas, al verme reaccionar, y siguió atestando golpes hacia sus contrincantes. Al menos él se divertía con esta escaramuza, tensé el arco de nuevo en un impulso por sacarme de encima a ese insistente contrincante y le atesté un flechazo en algún lugar que desconocía. Volví a recargar el arco, ¡por Silvanus qué incómodo era usar el arco en un espacio tan cerrado!


El ruido de los filos chocando por ambos lados me daba a entender que ambos varones seguían luchando por nuestras vidas. Intenté atestar otro golpe algo más certero al sujeto que se abalanzaba contra mi pero de certero no tuvo nada, la flecha se me escabulló de las manos y él sujeto estaba encima mío antes de darme cuenta. Emití un grito sordo por sentirlo sobre mí e intenté quitármelo de encima, en vano. La firme mano de mi tutor lo aferró de las ropas y tiró de él para terminar de liberarme.


- ¡Por tu maldito dios! ¡Quieres ser más salvaje, mátalo de una vez! - maldijo y volvió a esquivar algún golpe.


Matarlo, ¡como si fuera así de fácil!. Abrí los ojos de par en par al ver que ese sujeto volvía a centrarse en mi persona ¡pero que afán en mí!. Me colgué el arco en un gesto rápido, miré a un lado y a otro, ambos estaban dando su mejor esfuerzo. Deposité mi mano en la cimitarra y la desenvainé antes de siquiera mandar la acción a mi cerebro. ¡Detuve un golpe! Uno, porque el resto me hicieron perder el equilibrio y empotrarme contra la pared. Me escabullí por un lateral y salí corriendo en dirección a la entrada, ¿por qué? No tenía ni la menor idea, sólo corrí. Oí como Daelos gritaba mi nombre y como Alec reía con ganas por mi acción. ¡Ese maldito humano ya se enteraría cuando acabásemos!


Mi respiración saturada, hacia que mi garganta se secara y la fría lluvia que caía en mi rostro me hizo reaccionar. Estaba fuera había llegado fuera pero estaba sola, mis compañeros seguían en el interior y la velocidad en que vi acercarse a ese sujeto me colapsó en un temor que no imaginé. Para suerte se detuvo frente a mí, debía retomar mi nerviosismo.


- Nos volvemos a encontrar, gatita. - rió de esa forma grotesca como había hecho ya otras veces.
- Que suerte, ¿verdad? - aferré con ahínco la empuñadura y la puse frente a mi, mi tono de ironía ocultaba mi miedo.
- La gran cacería no es hasta dentro de una dekhana, ¿te estas ofreciendo a nuestro señor, gatita?. – se acercó unos pasos y alzó la vista a la tormenta.
- ¡Já! Os damos caza, es que no ves como perecéis bajo nuest… - me hice a un lado pero no era tan rápida, mi mano tembló por el corte y mi cimitarra cayó al suelo.


Estiré el brazo y retomé la empuñadura de la cimitarra, la aferré con la misma fuerza de siempre e hice una mueca de asco al ver como ese indeseable lamía mi sangre de su filo.


- Eres débil, por eso eres un buen sacrificio. Deberías estar orgullosa de que el Señor te haya elegido. - terminó de lamer el filo de su arma y me miró con fijeza. – Pero hoy, morirás.


Abrí los ojos de par en par y musité en élfico, me reincorporé y no pude evitar mirar al cielo unos segundos antes de que volviera a desviar mi vista hacia ese indeseable. El rayo cayó cerca, muy cerca... pero él era rápido. Talos embravecía la tormenta con su extrema curiosidad pero eso me era útil, mi llamada sería escuchada de nuevo y otro rayo caería por voluntad de los caprichosos dioses.


La figura de Daelos salió de la grieta de la cueva y me embistió sin miramientos para que evitara ser golpeada por ese sectario. Todo pasó demasiado rápido: Daelos tiraba de mí con fuerza retirándome de ese lugar por el denso bosque; Alec gritó mi nombre y me obligó a salir de ese lugar pero el no nos seguía, él no corría con nosotros.


Me zafé de las garras de Daelos y corrí en dirección a Alec, no quería dejarlo, no lo dejaría, no podía seguir esas ordenes y dejarlo ahí; pero el brazo de Daelos me retuvo con tanta fuerza que mis propias fuerzas perecieron en mi intento de soltarme.


- Suéltame, Alec aun está ahí. Que me sueltes, ¡bastardo! - grité, mientras él seguía tirando de mí.
- ¡No dejaré que mueras con él!


Un golpe sordo, me había golpeado en ese ataque de histeria, mis lágrimas bañaron mi rostro pero no por ese golpe… me dolían más las palabras que el elfo había dicho, ¿Alec moriría? Huíamos sin él, huíamos sin ese humano obstinado, ¿acaso me había llevado hasta ahí para verlo perecer?


Acabé clavándole esa maldita cimitarra a Daelos en un ataque retomado de locura y corrí tan rápido como pude hacía la cueva. Estaba segura que las acciones que había hecho contra él me seguirían largo tiempo pero me era indiferente, él no me importaba. Llegué al pequeño claro, mi respiración se contuvo, mi filo brilló bajo un rayo y Alec estaba acorralado pero seguía riendo ¿Por qué?.


Las doradas pupilas del varón se dirigieron fugazmente hacia mí y sonrió con tanta chulería que hizo que me hirviera la sangre. Su estado era deplorable y aun así seguía siendo ese maldito varón orgulloso con su doctrina de supervivencia del más fuerte. Mis cetrinos ojos se entrecerraron con tanta rabia que grité mi oración a expensas de que esos indeseables me oirían.


El fuego bañó el claro, iluminó los árboles colindantes, los encerró en un cerco de llamas. Los rayos cayeron tan furiosos como lo estaba yo y su opción de salir ilesos fue tan nula que me regocijé en mi autoestima pero eso… sólo era una distracción. Corrí hacia donde había saltado Alec y le mordí con tanta fuerza que gritó de dolor, así aprendería.


Mi forma lupina era suficiente, corrí, por supuesto que corrí tan veloz como el pesado cuerpo del varón me lo permitía; no aminoré el paso ni al pasar frente al sorprendido rostro del elfo, únicamente gruñí para que corriese tras nosotros. Y así seguimos alejándonos de esos sectarios hasta que creí que habíamos corrido lo suficiente.


- Maldita seas Rael, ¡casi me matas! - dejé caer sin cuidado el cuerpo de Alec y adopté mi forma élfica.
- Pues muérete, maldito engreído, ¿pensabas morir ahí? - le di el puñetazo con tal fuerza que incluso yo me hice daño.


Suspiré, moviendo la mano de arriba abajo para aliviar el dolor y Alec se limitó a reír con tantas ganas que me contagió la risa. Daelos, bueno… Daelos despotricó contra nuestras incoherentes acciones hasta que se cansó de ser ignorado.


- Soy tu esposo, deberías hacerme caso! – había dicho tan malhumorado que un enano quedaba atrás.
- Bastardo, ese enlace no … - empezó a rechistar Alec.
- Cállate Alec, no te metas. – le silencié y continué. – Como bien sabes, Daelos, nunca te amé, dicha unión nunca ha sido agraciada ni aprobada por los dioses. Además nunca amaré a alguien tan endeble como tú, ¡casi dejas que Alec muera!


La ignorancia ocasionó que el elfo nos dejara a la intemperie, por fin.

jueves, 25 de marzo de 2010

Fragmento VIII. Orden.

La respiración del grisáceo cánido estaba saturada, tomó grandes lengüetazos de agua en el bosque de Nevesmortas antes de proseguir su apresurada carrera. De su garganta salió un áspero gruñido al ver acercarse a un osezno y sus salvajes ojos se centraron en un pequeño murmullo al Sur, alguien se acercaba. Emprendió de nuevo la carrera ocultándose por esos boscosos páramos. No tenía intención de que le viesen ahí.

Y por fin llegó, sus dorados iris se desviaron a las grandes puertas y gruñó irritado por estar tan lejos de la canija pelirroja. No obstante, no podía negar las peticiones de esa malcriada. Sentó sus cuartos traseros en la colina cercana y ahí se quedó hasta que se cansara de esperar al humano.

Seguramente pasaron más de cuatro horas hasta que decidió, por fin, realizar su siguiente paso. El cánido se encontraba ya medio adormecido pero alzó las puntiagudas orejas al oír una voz cercana y optó por desperezarse. Le irritaba que esa fémina le mandase a él y no a una lechuza o a un halcón pero sabía los motivos que la llevaron a esa acción, él sólo lo acataría.


Se estiró con ganas y sacudió el mojado pelaje antes de adoptar su forma humana. El varón que ahora se presentaba, vestía con ropas oscuras y un sombrero de ala ancha del mismo color. Sus dorados ojos no mitigaban la ferocidad de su estado animal, su cabello antes castaño había empezado a menguar en un grisáceo característico de su edad; y cabía decir que su estatura y constitución daban a entender que era diestro en la lucha. No obstante, no portaba arma alguna, a simple vista.


Avanzó con paso firme hacia la puerta de la Flecha y abrió sin mucho esfuerzo sus puertas, al tiempo que observaba el desordenado patio. Gruñó sin poder evitarlo, por alguna razón que sólo él sabía, y emprendió el paso a los pináculos pues allí era una posibilidad de encontrarlo.


Los pináculos estaban desérticos, extraño… o quizás no, vista la hora que era. Bajó de nuevo las escaleras y miro enredador, con suerte él aparecería y no tendría que seguir buscándolo y perdiendo su preciado tiempo. Llevó su mano a un bolsillo interno y sacó la llave de la zona común, la elfa le había comentado que habitación era la del varón.


Se deslizó por el patio, esperó apenas una fracción de segundo, e hizo girar la llave de la puerta, atravesó con paso firme la sala común y subió los escalones a las habitaciones. No pensaba quedarse más tiempo en esas tierras y un día era demasiado tiempo sin ella. Deslizó la carta por debajo de la puerta correspondiente y con el mismo paso certero salió de ese edificio, del patio de artesanos y guardo con delicadeza la llave de la fémina.Estaba completamente seguro de que ese varón no se encontraba en la sede, ni siquiera estaba el extraño olor que había olfateado en su elfa. Eso le era indiferente, su orden estaba dada y realizada, ahora sólo quedaba volver.


Cuando el joven guerrero leyese la carta con caligrafía rápida, no portaría ni fecha ni lugar de emisión pero recitaría lo siguiente:


“Apenas tengo tiempo para escribirte esta carta, por tanto saltaré los formalismos. Estoy segura que no recibiré una contestación, pues sé que Alec no se demorará en volver a mi lado, aunque mi orden era que permaneciese contigo hasta saber si recibiría respuesta. Acata las órdenes que cree conveniente, no le culpo, ya es suficiente si has recibido esta carta.
Debido a lo ocurrido antes de mi partida, has de saber que mi ausencia es debido a otros asuntos... no porque te haya abandonado, como seguramente creas tras mi ausencia sin aviso. Pido disculpas por mi irracionalidad tras decirte que te amaba y que no te dejaría pero creí conveniente venir a ver a padre. He escrito lo antes que me ha sido posible, si eso te alienta, y sé que debí avisártelo.
La carta que escribí a padre, hace una dekhana, ya ha ardido en fuego, pues mis palabras son más certeras en este caso. También sé que esta carta no es muy explícita, pido perdón también pero tengo que escribir deprisa si deseo que Alec vuelva antes de dos días. Juro que te explicaré lo ocurrido en cuanto me sea posible volver y sí, te aseguro que volveré.


Tuya, Rael.”


Y ahí quedaría la carta, resguardada en las penumbras de la habitación de Thor, hasta que éste entrase por la puerta y la hallase.

lunes, 15 de marzo de 2010

Fragmento VII. Kestrel.

- ¡Titaaaa! - la dulce voz de Kue me sacó de mis propios pensamientos.
- Buenas tardes, canija, ¿has descansado bien? - la rodeé en un cálido abrazo y sonreí por inercia al tenerla ahí.
- No soy canija, ¡ya verás cuando sea mayor! – infló los mofletes, como siempre hacia, e hizo que mi sonrisa se agrandase por su habitual comportamiento. – Tita, dime como conociste a mama.
- ¿Otra vez? Pero si ya sabes esa historia, te la hemos contado miles de veces. – la miré determinante.
- Da igual, quiero oírla otra vez. – se quejó.
- Está bien, está bien… - suspiré resignada.


No entendía por qué, ni aun hoy lo entiendo, pero mi mente flaquea con esas dos mocosas, nunca me puedo resistir a las peticiones de las Slane. Estoy segura que es su propio encanto o mi propia debilidad por protegerlas.


- Veamos… - intenté recordar la historia de siempre pero mi traicionera cabeza me obligó a improvisar, otra vez. – Conocí a Kestrel cuando tenía tu edad, once años, era tan alocada y cariñosa como lo eres tú, se dice que de tal palo tal astilla, ¿verdad?. – sonreí uno instantes y proseguí, sabiendo que ella no iba a interrumpirme. – ¡Pero sigamos!. Hace ahora dieciséis años, si que ha pasado tiempo… tu madre se encontraba en la orilla de aquel cristalino lago, sus lágrimas empapaban su rostro y no pude evitarlo, tuve que empujarla al agua para molestarla un poco más. Era tan graciosa y se enfadaba con tanta facilidad…
- ¡Que mala, la tiraste! – espetó con su cantarina voz.
- Bueno, bueno, lo hice para que dejara de llorar, ya lo sabes – le saqué la lengua, burlona, y proseguí mi relato. – Como iba diciendo, conseguí que sus lágrimas cesaran y me persiguiera lago arriba, lago abajo con cara de enfado, ¡pero ya no lloraba!. Cuando su cansancio la venció me acerqué a sus tirabuzones dorados y se los revolví haciendo que acentuase una aniñada sonrisa. Ya sabes como es la sonrisa de tu madre, hace que el más feroz de los hombres se amanse con ella. – reí con ganas y ella se unió a mi al recordarla. – ¡También hace que se enamoren de ella!. Estoy segura que me darás los mismos quebraderos de cabeza que tu querida madre me sigue dando hoy en día. Los años fueron pasando y Kestrel se iba haciendo cada día más hermosa, conseguía más atenciones, y puedo decir que la mimé demasiado… al igual que haré contigo… - le tendí unas bayas a Kuea y me quedé pensativa recordando los tiempos de antaño.
- ¡Y mama conoció a papa! – se metió una baya en la boca y masticó ansiosa por oír más.
- Y mama conoció a papa, sí. ¡Pero déjame contar la historia entera! - sonreí levemente. - Tu madre había alcanzado la edad de catorce años y sus actuaciones se habían dado un nombre en nuestra aldea y las aldeas cercanas, cabe decir que su hermosa voz resonaba cálida y melodiosa. Vi como el más frío corazón lloraba ante su hermosa voz, incluso yo derramé lágrimas con ella. – desvié unos instantes mi cetrina mirada hacia ella. – Seguramente, tú también conseguirás que llore en tus actuaciones.
- ¡Claro que sí, seré la mejor barda de la Marca! – y lo dijo tan orgullosa que no pude evitar reís. - ¡No te rías! ¡Lo seré! – hizo un mohín, molesta.
- Estoy segura que lo serás pero tendrás que superar a la magnífica Aluriel o al carismático Relenar. – la acerqué con un ágil tirón y la dejé entre mis brazos. - ¿Podrás superar a ese dúo, cielo?
- ¡Por supuesto! – sentenció.
- Entonces esperaré expectante. Pero ahora lo que estoy contando es la historia de tu querida madre y no me dejas concluirla, ¡bribona! – le dí un cálido beso en la frente.
- ¡¡Pues sigue!! – me instó.
- Ya va, ya va. – remoloneé y continué a los pocos segundos. – Kestrel se hizo un nombre entre nosotros y también entre los varones, fuese por su talentosa voz o por su belleza, tenía bastante espectadores y a ella no parecía disgustarle, como buena seguidora de Sune que es. Pero sólo hubo un varón a quién entregó su corazón, un misterioso arcano… tan diestro en sus artes como en las palabras que utilizaba con tu madre. Ese hombre era…
- ¡Papa! – interrumpió.
- Tu padre, sí, el misterioso Mathew. Bueno, tu madre ya te ha hablado de él, y tú ya le conociste en su día. Creo que es mejor no entrar en sus características extrañezas..
- ¡¡Sííííí!! – se quejó.
- ¡¡Noooo!!! – sentencié, tomando su arrastrar del monosílabo. – Para saber sobre él debes hablar con tu alborotada madre.
- Jo. – suspiró, poniéndome esa carita con la que no puedo resistirme.
- ¡Maldita sea, está bien! – mascullé. – Tu padre era un varón extraño, como todos los arcanos. No obstante, su ideología de amar a una mujer era tan extrema que me resultó extraña. Tan pronto podía amarla sin poder separarse de ella y mirar con furia a quien osasen acercarse a su amada; como tan pronto se alejaba de ella sin querer verla en días. Era un amor extraño y las discusiones que tuve con tu querida madre, en vano, cabe decir, fueron muchas. Al final lo único que pude hacer es permanecer a su lado con ese amor incierto y darle mi apoyo para que no pereciera en sus sentimientos. Pero al cabo de dos años llegaste tú, su pequeña flor.
- ¡Y papa se fue! – y lo dijo tan acostumbrada a su ausencia que suspiré resignada.
- Y papa se fue. – repetí en un susurro. – el único aliento que le quedó a tu madre fuiste tú, su pequeña. Tu eras la unión a ese hombre, a su amor. No le importaba que la hubiera dejado, ni tampoco le diría que volviera. Tu madre se hizo fuerte por ti, por sacarte adelante, y aso hizo que yo os cuidase aun más de lo que había hecho. – alcé la mirada al manto estrellado que teníamos sobre nosotras, taciturna. – Sé que tu padre volvió a veros en algunas ocasiones, aun hoy lo hace, y también sé que tu madre sucumbe al amor que hace años tenía por él, no puedo culparla. Al fin y al cabo, él es a quien entregó su corazón y estoy segura que daría su vida por él. Sobre tu padre… bueno, creo que os ama, a su forma, pero es un hombre que ambiciona el poder y eso le ciega. Espero que algún día entienda que vosotras sois más importantes que el misero poder…
- ¡Pero mama es feliz, ahora está buscando otro novio! – sonrió cálida y aniñadamente.- Tu madre siempre será feliz contigo a su lado. - sonreí y la abracé de nuevo. – Fin de la historia, canija, vamos a buscar a Thor.
- ¡Sí! - se levantó de un brinco y se dirigió hacia las escaleras de los Pináculos, canturreando una melodía.


Suspiré una última vez y emprendí la marcha tras mi canija.

sábado, 13 de marzo de 2010

Fragmento VI. Connubio.

Estaba segura que habían pasado más de seis ciclos lunares desde que me alejé de mi hogar, y en ese tiempo, padre, no se había preocupado por saber que vivencias tenía con ese humano. Eso, seguramente, era señal de que seguía con sus leales informadores o, únicamente, que el varón que me “tutelaba” le daba las noticias pertinentes.


Hasta ese día, un frío día del décimo mes, Alec me entregó una arrugada carta, tan manoseada y, seguramente, releída por sus dorados ojos que su rostro de indiferencia se había tornado turbio y diría que molesto. Deslicé mis manos, abriendo la carta, hasta leer la distinguida caligrafía de mi padre en ella y no poder evitar abrir los ojos desconcertada.Tuve que releer esa extensa escritura varias veces para cerciorarme de las palabras que allí estaban escritas y no pude evitar alzar la vista hacia el humano, haciendo que una leve arruga saliese en mi entrecejo.

- ¿¡Casarme!? - mi voz se alzó demasiado, estaba irritada. - Pero quienes os creéis que sois para juntarme con un varón, ¡al que ni conozco!.
- A mi no me inmiscuyas, mocosa. Son asuntos a tratar con tu padre, no conmigo - protestó con tanta frialdad e insensibilidad que me heló la sangre en un segundo. - Eres su única hija, viva, es asequible y lo correcto hacer lo que él mande.
- Maldita sea, desde cuándo te preocupa la voluntad de alguien. ¡Peor, desde cuándo te preocupa la voluntad de mi padre! ¡Me niego, no pienso permitirlo!.
- Deja de comportarte como una puñetera cría. - me tomó del brazo con fuerza y tiró de mi sin cavilaciones.


Su fiera mirada no daba opción a seguir protestando. Mi mano derecha seguía sosteniendo el desconcertarte papel con fuerza, mi respiración se entrecortaba por la rabia de ser un mero objeto sin palabra y mi cuerpo era un simple saco de huesos arrastrado con enfado por parte de Alec. Fueron dos dekhanas de silencio completo, las acciones que realizábamos, los pensamientos hundidos en la desconsolación y ni una palabra cruzada entre ambos. Sabía donde me llevaba, sabía que en unas horas volvería a esa aldea, a mi estimado hogar… podría visitar a mi hermana, ese era mi único aliento en estos momentos. En ese tiempo había releído la carta de padre en numerosas ocasiones, tantas que no daba opción a equivocación.


Ya no quedaba más tiempo. Frente a mí se erguía el hogar que me vio crecer, estaba segura que en otro momento estaría eufórica por estar en mi hogar. Ya no recordaba las veces que le pedí volver al humano y éste se había negado, pero ese día deseaba saber que pasaría con mi desdichado destino. Padre se encontraba a pocos pasos de nosotros. El anciano elfo se acercó a mí abrazándome con su habitual estima, besándome la mejilla como antaño siempre había hecho y sin soltar a su, ahora, única hija. No pude evitar rodearle correspondiéndole, devolviéndole la calidez y la serenidad que me estaba ofreciendo.

- Padre, he vuelto. - esbocé una aniñada sonrisa, olvidando momentáneamente el motivo que me había conducido allí.
- Ya te veo, hija mía. - volvió a deleitarme con un cariñoso beso, antes de separarse y centrar su mirada en el humano que me acompañaba - Su trabajo, como así se decidió, concluye aquí, Alec Salvatore. La información que solicitó y el pago de su protección le serán entregadas cuando desee marcharse de este lugar.


Mis cetrinas pupilas se dilataron angustiadas al corroborar que yo no era más que un trabajo para el varón, aunque en cierta medida lo había sabido desde el inicio. Mercenarios, hombres de armas que se decantan por el mejor postor y mercancía, eso me había dicho él. En este caso, mi padre era el mejor postor y yo una maldita mercancía entregada.


- Así lo haré, Caleb, descansaré una noche en esta aldea y al alba partiré a mi destino. - Sin más dilación se retiró de la sala dejándonos, a padre e hija, solos.


Estaba molesta, el motivo… me era desconocido, o quizás no. Estaba tan sumida en mis propios pensamientos que padre tuvo que zarandearme vagamente para que escuchara lo que estaba diciéndome. No pude evitar parpadear varias veces para así poder centrarme en su serena voz.


- Perdona, padre, estoy desconcertada.- Has pasado más tiempo del esperado con él, es comprensible tu reacción. No obstante, no volverás a verlo. - esa frase dictaminaba un mandato.
- Sí, padre. - miré otra vez hacia la maciza puerta y me mordí el labio inferior, haciendo acallar mis quejas.


Deambuló por la estancia con mi mirada centrada por donde él andaba, esperando las palabras que padre deseaba decirme y, según parecía, no encontraba. Un suspiró envolvió el ambiente, mi vello se erizó y mi espalda se puso recta colocando las manos tras la espalda, al igual que un soldado ante su general. Estaba demasiado tensa…


- Rael, sé que la noticia que te incumbe no te agrada. No es preciso que acalles tus seguras quejas. - sus zafiros ojos me miraron y tras varios segundos de mi silencio continuó. - ¿Qué te preocupa, hija mía?.
- ¿Qué me preocupa?...- tomé algo de voluntad para no gritar a los cuatro vientos mi ira contenida, adopté una voz serena y tranquila en lo posible y, por fin, hablé - Te diré que me preocupa, cercioraré tus sospechas, pues sabes perfectamente como es tu hija. Padre, pretendes casarme con un desconocido; apartas a Alec de mi vida, siendo él el que me ha estado protegiendo y le das dinero por mi supuesta supervivencia; por Silvanus, padre, que mi vida ha sido una huída constante y ni siquiera estabas ahí. ¿Y aun así se te ocurre preguntar qué me ocurre?


Estaba segura que estaba hablando más de la cuenta pero era una marioneta dirigida por los hilos que mi padre había decidido. Desvié la vista hacia la ventana cercana y suspiré, completamente resignada. Al fin y al cabo, ya había perdido a mi supuesto tutor. Su anciana mano tomó mi mentón e hizo que me centrara en él, desviando mi atención del paisaje invernal del exterior.


- Sólo diré que lo que estas viviendo es lo que te hace ser fuerte, hija mía. El casamiento será llevado a cabo, pues así lo des…
- ¡Ahí te parta un rayo, padre! - no pude reprimirme y vociferé, acallando sus palabras. - No pienso aceptarlo - sentencié.


Aparté las manos de mi anciano padre y salí de la estancia antes de blasfemar contra él y sus angustiosas costumbres. La puerta se cerró dando un sonoro portazo, indicando mi molestia contenida. Me quedé tras la puerta y tomé aire, intentando calmarme, mi vista se desvió a mi zurda y abrí los ojos sorprendida al ver la silueta de Alec.


- Caleb, no está acostumbrado a tus ruidosos enfados, gata tozuda. Deberías tener más tacto con tu anciano padre. - rió chistoso y se apartó los mechones del rostro con aire chulesco.
- Piérdete, bastardo, recoge tu dinero y desaparece. - espeté, como si me hubiese criado en los bajos fondos
.- Como desees, recuerda que tú lo pediste. - hizo una reverencia irónica y desapareció por los pasillos, no sin antes susurrar. - Al alba, gatita.


Pude oír su risa al alejarse y eso me irritó aun más. Ese varón era desconcertante, escapaba a mi mente, a mis razonamientos y, encima, mi persona, era su objeto de diversión continua. “Al alba…” musité sin sentido y mi vista volvió a centrarse en la ya oscura noche, apenas quedaban escasas horas.


Deambulé por la oscuridad de la aldea, pasé sus arboladas cercanías y me dirigí al acantilado cercano donde mi querida hermana se encontraba. ¿Qué pasaría al alba?. Me senté en un árbol cercano, centré la vista en la tumba de Arya y mis preguntas sin respuesta me tendieron la emboscada del cansancio, haciéndome ceder a los lindes de la meditación.


Mi desgracia fue despertar al día siguiente, blasfemando y corriendo hacia mi hogar, en vano, para buscarle. Mi aliento me quemaba la garganta, mis ojos se centraron en padre y éste sólo negó ante la pregunta silenciosa que hice. Retomé el aire con los ojos bañados en lágrimas por no hallarlo ahí, por saber que su último recuerdo mío sería de enfado contra él.


Una carta es lo único que mi padre me entregó tras reponerme, ese fino papel con su caligrafía. Mis temblorosas manos abrieron la carta y las tristes pupilas leyeron así la única frase que ahí se encontraba.


“Te seguiré vigilando.”


Susurré, en élfico, una taciturna frase y la carta prendió en mis manos. Comprendí con esas tres simples palabras que el paso siguiente debía darlo sin él.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Fragmento V. Cánido.

Las carcajadas que oía y las lágrimas que no podía retener me daban a entender que por aquel entonces llegué a comprender que ese humano era, a mayor o menor medida, un tipo extraño. Tan pronto podía estar furioso por haber cometido un fallo tonto con el manejo de esa cimitarra, la cual aun hoy no domino, o podía reírse con simplemente una rabieta mía.Ya había perdido la cuenta del tiempo que había pasado con él desde la última intrusión hostil hacia nuestras personas. Aunque estaba segura que las heridas que en ocasiones traía consigo, ese rudo humano, eran debidas a nuestra propia protección; no obstante, de sus labios nunca saldría tal verdad.


El murmullo del río corría bajo mis pies, mientras daba saltos de roca en roca haciendo equilibrio. Mis brazos estaban abiertos y ahora me encontraba con un pie sosteniendo mi desequilibrado cuerpo. Como era de esperar, acabé zambulléndome en el agua de sopetón, me dejé arrastrar por la corriente unos metros más allá antes de dirigirme a la orilla y sacudirme el agua. Esa era otra de las aburridas tardes en las que el malhumorado ogro me había dejado a la intemperie, para buscar, según él, algo más de información. Deposité ambas manos tras la nuca y anduve dando grandes pasos por la misma orilla del río, segura estaba que volvería con más de una herida y dejando tras de sí una hilera de suculento rastro para los depredadores naturales.


¡Já! ¡Luego tenía la simpleza de decirme que yo era carnaza fácil! Desvié mis cavilaciones maquiavélicas hacia unas plantas cercanas, seguramente me servirían posteriormente.


La luna empezaba a emerger en el manto estrellado y el humano descarriado tardaba ya en hacer acto de presencia. Cabe decir que mi preocupación emergía de algún recoveco de mis entrañas, fuese por creer que le hubieran asesinado o únicamente porque lo habían capturado.


Anduve río arriba y río abajo, vagando por innumerables imágenes ficticias de tormento y dolor insufrible. No tardé en arruga la nariz y negar fervientemente, expulsando esa panda de sandeces de mi traicionera imaginación. Suspiré resignada y, pronto, me dediqué a vagar por las lisas piedras de río, haciendo nuevamente equilibrios para no zambullirme en esa fría agua.E l susurro del río seguía su taciturno curso, el viento sacudía las hojas de los árboles cercanos, y el sonido de la fauna nocturna empezaba a tomar vida bajo la protección de la luna. El aullido de, lo que deduje era un cánido, envolvió la cercanía haciendo que mi equilibrio se perdiese de nuevo concluyendo con un grito de sorpresa y el chapoteo del agua.

Maldecía y blasfemaba por la helada agua, tosí en varias ocasiones para recuperar el aliento y expulsar el agua que había tragado, salí a horcajadas y tiritando de las oscuras aguas. Mis brazos me abrazaron intentando darme el calor que me exigía, sin éxito alguno, y mis cetrinas pupilas se desviaron a la oscuridad persistente que tenía delante, los parpados se me entrecerraron haciendo que la frente se frunciera con un fino gesto de molestia y fastidio.


Agudicé mis puntiagudas orejas intentando alcanzar el pequeño susurro de la fauna natural; el ulular de un búho, el sonido de la brisa meciendo la hierba, el fluir del río tras de mí, las gotas de agua escurriéndose desde mis empapadas ropas, el correteo de algún pequeño roedor y un chasquido al norte. Corrí hacia allí, sin saber por qué, y antes de darme cuenta estaba frente a él, mi respiración se contuvo de golpe. Los ojos del animal me miraban con el salvajismo con que impregnaba el aire, volví a retomar un tranquilo ritmo de respiración y no aparté ni un ápice la vista de ese ser. Algo recordaba de esos cánidos… algo, que mi estimada hermana deseaba que supiera. En mi cabeza resonaba la misma palabra, “Recuerda”, una y otra vez y mis pupilas no dejaban de admirar al animal.


“- Rael, debes recordar que los Coshee son animales mágicos que, se podría decir, son aliados valiosos de nuestra raza. Algunos dicen que fueron nuestros sabios quienes les otorgaron su longeva vida; otros, en cambio, dicen que los dioses nos los ofrecieron para nuestra seguridad. Sólo es preciso que sepas que es una raza extraña de animal. Aprecian a los de nuestra estirpe y son reacios al resto de razas pero no por ello no pueden seguir a otra raza si ellos los han tratado bien. - su mano me revolvió el pelo y mis labios esbozaron una sonrisa graciosa.


- Son animales altivos en alguna medida y orgullosos, muy orgullosos, como nosotros - lo último lo susurró mirando alrededor y riendo para sí misma, haciéndome reír con ella. - ¡Pero sigamos con la lección! Estos cánidos en su mayoría suelen ir acompañados de elfos y, a veces, incluso por semielfos pues sientes nuestra magia en ellos también. Pocas veces serán las que veas a estos cánidos en solitario pero no es inusual en tiempos de celo o incluso los podrías ver en manadas de cinco ó seis. - se detuvo unos instantes. - Hmmm… ¿qué más?.


- ¡Arya, Arya! - mi mano tironeó de sus ropas con los ojos abiertos de par en par, sumamente curiosa - ¿¡y no me dirás como son!?¡¡ Sino no sabré reconocerlos!! Su risa risueña volvió a resonar en mi interior y eso me ocasionó inflar los mofletes algo molesta, por desconocer que le hacía gracia.


- ¡Está bien, me olvidaba de lo más importante! Pero estoy segura que los reconocerás nada más verlos, Rael.”


Pero su descripción nunca llegó, nuestro padre interrumpió la lección en lo más alto de mi curiosidad y así la enseñanza quedó en el olvido. Volví a la realidad, arrugando la nariz y mirando detenidamente a ese cánido. La verdad es que no estaba segura de si ese ser era uno de esos cánidos pero cabía una posibilidad. Mis pies retrocedieron unos pasos, no por miedo sino por ver mejor la envergadura y las características del animal.


Algo tras de mí hizo mover las puntiagudas orejas del animal y centrarse en lo que fuese que hubiese allí. Su postura se tornó agazapada, fuese por temor o por propia protección, viré mi vista por encima del hombro al tiempo que oía la conocida voz de Alec.


- ¿Pero que diablos? - su ballesta apuntaba al cánido, al tiempo que mis ojos se engrandecían.
- Para, ¡no!


La voz únicamente me salió de lo más hondo y mi cuerpo, con instinto protector, volvió a mirar hacia donde segundos antes se encontraba el animal, pudiendo ver como se escabullía por la oscuridad de la noche.


- Maldición, Alec, lo… - su cuerpo se desplomó hacia el suelo, según perdió de vista al extravagante cánido. - … asustaste…


Revisé su cuerpo con detenimiento sin hallar heridas graves, deduje que en su afán de tozuda protección su propio organismo le obligaba a tomar el descanso que precisaba hacia ya días. Mis cetrinas pupilas se centraron en el lugar donde había estado el animal y así permanecería hasta que el varón despertara, por esa noche me tocaba a mí tomar el papel de protectora.

Fragmento IV. Nevesmortas

Deposité mis posaderas en el frío suelo y abrí sin previo aviso un pergamino, era posible que esas palabras quedasen olvidadas en uno de mis bolsillos pero deseaba escribirlas. Quizás, por organizar mi caótica cabeza o, únicamente, para rememorar mi pasado en un futuro lejano. Tomé el tintero dejándolo a mi lado y mojé la pluma. Desvié mis cetrinos ojos hacia el paisaje que los pináculos me ofrecían en ese frío día y acto seguido escribí lo siguiente.


“Nevesmortas, ciudad según he comprobado de reunión de aventureros, sus calles suelen estar ceñidas a un frío ambiente, nieve o lluvia siempre nos acompaña y, se podría decir, que la pequeña villa es suficiente para la satisfacción de muchos. Cada ser que deambula por estas calles tiene sus motivos… sea por amor a su patria, huir de su pasado o simplemente buscar nuevas aventuras en esta tierra.


Mi llegada a ella no fue más que el mero hecho de un resguardo de protección o, quizás, la simpleza de huir de un trágico pasado, aunque para mí no es más que otro pasado. Se podría decir que sólo seguía los mandatos de padre, puesto que él es mi autoridad al final. No obstante, lo que me hizo llegar a estos gélidos páramos es otra historia, la cual no rememoraré aun.


Mentiría si dijese que recuerdo el primer día que pisé esta ciudad, lo cierto es que no lo recuerdo. Únicamente podría decir que recuerdo el rostro de Relenar y sus entretenidas palabras, la fuente de Nevesmortas era y es un lugar de reunión. Poco a poco fui conociendo a más aventureros, guerreros, arcanos e incluso… hm…, simplemente, mi estimado Malakai.


Podría rememorar la intrusión a la cripta con Relenar, ambos temblábamos de terror sólo pisando su entrada, ahora recordarlo sólo me ocasiona sonreír divertida. Nuestro afán por ser valientes nos ayudó a concluir la tarea encomendada pero, cabe decir, que casi salimos corriendo en alguna ocasión.


Son muchos los rostros que conocí y conozco, demasiadas las relaciones entabladas y otras las perdidas. Froi y sus heroicas historias de salvaguardia a damiselas y caballeros eran muy curiosas, sobre todo su protagonismo y decepción. Pero hace meses que nuestros caminos tomaron diferentes caminos.Por otro lado, no recuerdo el motivo por el cual hablé por primera vez al pelirrojo, era posible que lo hiciese por el simple hecho de que se introdujese en la conversación que mantenía con algunos más en la fuente o, únicamente, porque me llamara la atención desde un inicio. Quien sabe.


Seguramente podría hablar de una plácida historia de amor, sin tormentos ni problemas, tan cálida como los haces del sol; pero mentiría pues todas las historias de amor tienen sus mayores o menores artimañas. El futuro de él y el mío se forjará con nuestros propios pasos. No obstante, es posible que nuestros caminos se vuelvan a separar en esta telaraña mal tejida.
Mis vivencias en estas tierras se han vuelto escabrosas, mi camino se ha tomado un lugar en la sede del Destino. Las batallas vividas se ciñen en nuestra propia supervivencia y en la mejoría del comercio, el cual está estancado en un mar de sangre. Desde que pisé la organización hemos huido, luchado e incluso, cabe decir, que hemos deseado tener algo de paz, como todos los habitantes de estas inhóspitas tierras.


El equilibrio de la existencia se basa en una cuantía de guerras insufribles… la felicidad, como bien dije, ha de ganarse en las pocas horas que nos dejan descansar. Mucho es lo que nos queda por vivir, demasiado lo que nos queda por compartir y, sin lugar a dudas, abundante será lo que perderemos.


Pero no todo son tormentos, por supuesto que no. Mi querida Aluriel con su caótica mente; Relenar con sus cantarinas palabras; Malakai con sus extravagantes formas; mi canija Kuea, mi vida; Thorsteinn con su cálido amor; incluso el tedioso Göyth… y tantos otros que nombro en mi memoria son los que forjan mi presente y mi futuro.


No obstante, hay algo que cerciorar, algo que deseo y no puedo hallar…”


Mi mano dejó de escribir el pergamino y mis ojos volvieron a centrarse en el horizonte lejano, tan lejano que mi propia mente acabó centrándose en un recuerdo pasado. Parpadeé varias veces al notar el pelaje sedoso que se había acurrucado en mi regazo, a expensas de que mi mano le ofreciera su sesión de mimos diarios.


- Buena luna, Malak. – una sonrisa se dibujó en mi rostro y olvidé por completo mis propios pensamientos.

lunes, 1 de marzo de 2010

Fragmento III. Vendetta.

- Venganza, cruel destino para aquellos que la perecen o la buscan.


El roce afilado de la cimitarra hizo que emitiera un gemido e intentara esquivar sin éxito otro ataque. Fruncí el ceño con un congoje de dolor reprimido sin éxito.


- Presta atención, si fuera tu enemigo ya estarías muerta. - Otro gemido salió de mi garganta al sentir como me hacia otro tajo en la pierna izquierda. - Has domado osos, has corrido con lobos y has conseguido saciar la ira del más terrible de los tigres y ni siquiera sabes blandir una maldita cimitarra!
- ¡Te he dicho que no soy guerr… - el énfasis de mis palabras fue embestido, al igual que mi cuerpo, por un golpe que propinó con demasiada fuerza. Salí, sin duda alguna, rodando varios metros colina abajo.


Me alcé dolorida por cada recoveco de mi frágil cuerpo y alcé mis cetrinos ojos hacia los ojos dorados que tenía frente a mí. Mi vista no tardó en desviarse a la mano que tenía frente a mis narices. Por supuesto que la rechacé, mi mano le lanzó un golpe y de mi garganta salió un gruñido molesto. A mis tímpanos sólo llegó la risa burlona de Alec, tan molesta como siempre.


Su mano me sujetaba ahora por uno de mis brazos y me alzaba como si de una pluma me tratase. Revisó sin ningún interés mis heridas y me devolvió de nuevo la cimitarra que en algún momento de mi embestida había dejado caer.


- Nunca sueltes el arma, ¡nunca!. ¿Qué harás si te atacan sin armas? - me zarandeó varias veces, molesto. Nunca entendería por qué se molestaba tanto conmigo.
Me zafé de sus garras con el ceño fruncido y con la rabia dentro de mí, ceñida a la sonrisa que él tanto odiaba. Fuese por gustarle mi inocencia o mi desgana por seguir sus lecciones de lucha, estaba segura que era lo segundo.
- No te obligué a enseñarme a usar una cimitarra, maldito varón… - refunfuñé cual enano embravecido por no tener una cerveza delante. - Ni siquiera te he pedido que me salves.
- Ven conmigo, gata malcriada e ingrata. - volvió a cogerme con violencia del brazo y a arrastrarme a algún lugar que aun desconocía.


La verdad es que no sabría decir cuando acabé acostumbrándome a la presencia de ese individuo ni a sus detestables modales humanos y lo peor de todo es que mis formas tomaban su camino. ¿Qué deseaba ese individuo de mí? Eso sería un misterio hasta los días de un futuro lejano.


La pierna, en la cual tenía visiblemente el corte de hacía unas horas, ahora estaba manchada con la sangre ya seca. La noche se había cernido sobre nosotros y la puerta de la taberna a la que me arrastraba se abría con un chirrido molesto. Me había rendido hacía meses, ese varón hacia lo que le placía conmigo siempre que eso conllevase no separarse de mi persona. Para mi desgracia, únicamente podía seguirle cual cachorro asustadizo en medio de depredadores. Cabía decir, que odiaba esos tugurios y mi inseguridad es lo que a él le daba la certeza de que no saldría corriendo en la nocturnidad.


Me arrastró hacia la esquina más oscura del lugar, obligándome a sentarme y a calarme mejor la capucha con un leve pero severo susurro. Poco tardaron sus dorados ojos en alzar la vista tras él y explorar ese lugar tan tedioso para mí. Mis cetrinos ojos se centraron en la herida abierta de mi pierna y no tardé en vendarla con la escasa venda que me quedaba.


Por lo que supuse tardé más de lo que imaginaba en ese cometido y cuando alcé la vista el varón ya no se encontraba a mi lado, mi silla retumbó sobre el frío suelo al caerse de golpe por mi estrepita sacudida y mis ojos lo buscaron por la sala. Miré alrededor, estaba segura que el golpe de mi silla fue amortizado por el ruido de las jarras, los gritos del gentío y la música de los trovadores, pero también estaba segura que en mi rostro se vería un extraño pavor si mi capucha no lo ocultase bajo su tenue manto.


Presioné con extrañeza mis puños y alcé con decisión la silla que pocos minutos antes había hecho caer, no tardé en deslizarme por las mesas y el tumulto de gente. ¿Qué hacía? La verdad, no tenía ni idea. Me dirigí a la puerta con la decisión determinada que hacia tiempo no había tenido, era posible que quizás en esa oscura taberna había tomado un camino sin percatarme.


Desvié la vista una última vez a ese tedioso lugar y deslumbré la silueta de mi captor, ya que para mí eso era. Mis ojos se abrieron de golpe al toparse con sus fieros ojos dorados y no pude hacer más que tomar ventaja. Las piernas me reaccionaron más rápido que mi propia mente y antes de darme cuenta ya había corrido varias callejuelas oscuras. No pensaba parar, no pensaba mirar atrás, a los pasos que poco a poco iban alcanzándome, y mucho menos pensaba rendirme a ese indeseable sujeto.


Desabroché mi capa, dejándola caer en alguna esquina antes de torcer por la misma, no pensaba caer en la misma trampa enfermiza. Seguí corriendo, deslicé mis piernas tropezando en el suelo, mi mano tomó el control de mi seguridad impidiendo que empotrara el rostro contra la pared cercana y así me quedé varios segundos retomando la escasa respiración que me quedaba.No pude evitar suspirar resignada al oír detenerse los pasos detrás de mí, no debí detenerme hasta salir de esa ciudad y por ello me maldecí. Desvíe la vista hacia la figura que tenía detrás y acto reflejo deposité mi mano en la cimitarra que pendía en mi cintura. Sin saber como, ya había desenvainado y apuntaba con la punta del filo hacia el desconocido que tenía frente a mí.


- Te encontramos. - un escalofrío recorrió mi columna haciendo que mi mano temblara de miedo. Ese leve susurro era tan potente que me recordaba a las viperinas palabras que hacia meses había escuchado en ese acantilado.


Tomé con firmeza la cimitarra haciendo que mi pulso temblara a menor medida pero no por ello mi determinación era ciega y mi temor no estaba ni mucho menos menguado. No era guerrera y así lo había dicho en miles de los entrenamientos que había tenido con ese varón y estaba segura que sólo sabía blandir esa cimitarra como si fuera un alfiler debilucho.


Miré a mi lateral una fracción de segundo y mi rostro se expresó con demasiado terror, pues sólo hallé la risa burlona de esos dos individuos. La empuñadura de mi cimitarra estuvo apunto de caérseme de las temblorosas manos pero recordé que no debía soltar mis armas, nunca. No pude evitar sonreír al recordar en un momento como ese pero eso sólo ocasionó que uno de esos varones me atestara un golpe con su afilada espada.


Grite, por supuesto que grité… los golpes de ese varón eran más arduos y difíciles de predecir que los de Alec pero comprendía el porque de la dureza de sus entrenamientos. Ellos atacarían a matar.


Apoyé la punta de mi cimitarra haciendo de bastón y respiré agitadamente, las heridas no debían importarme, ahora no. Alcé la cimitarra, desvié la vista al varón de mi derecha, aun no había atacado y según parecía no pretendía hacerlo. Volví a mirar a mi oponente, el que tanto disfrutaba d mi propia dicha y fruncí el ceño determinante.


- ¿Qué queréis de mi? - dije entrecortadamente.
- Que queremos, que ansiamos, que querrá el señor de ti... Quien sabrá, quizás sólo tu muerte le complazca o únicamente tu sufrimiento. ¿Quién sabrá dulce gata?- rió con hipocresía y atestó otro golpe.


Por suerte o por desgracia ese golpe conseguí detenerlo sin mucho éxito, una de mis manos estaba sobre la empuñadura y la otra se apoyaba haciendo contrapeso en el dorso de la cimitarra. El individuo se retiró con un ágil saltó hacia atrás y no tardé en recibir un golpe del otro sujeto. Era penosa con un atacante ni me imaginaba contra dos.


- Ese traidor te está enseñando… interesante pero eres lenta. - me alzó sin pudor alguno por la cabellera y me miró con cara de desquiciado. - Y dime, ¿dónde está tu protector?
- Muérete - Es lo único que él diría en momentos como estos.


Como era de esperar y con una sonrisa en los labios acogí el siguiente golpe sin soltar esa arma inservible en mi mano. No pude evitar reír, era tan deprimente, seguía sin poder hacer nada. Era esa inútil cría de la que dependía de la protección de otro para poder sobrevivir. Alcé la cimitarra mientras ese varón seguía zarandeándome intentando reprimir mi risa y abofeteándome sin éxito. Desvié la cimitarra con la confusión y se la clavé en el costado haciendo que aullara de dolor, no tenía tiempo. Me alcé dejando el ensangrentado suelo y a ambos varones forcejeando entre aullidos e indeterminación.


Estaba mareada, mi filo estaba ensangrentado y mi apariencia daba a entender justamente lo que había ocurrido, corrí sin sentido alguno de la orientación. Mi respiración era agitada y sabía que al menos uno de ellos me seguía, el otro estaría acongojado de dolor en una esquina de ese callejón.


- La venganza es algo que debes saborear, Rael. Por mucho que huyas, por mucho que corras, por mucho que te escondas, te encontraremos y te haremos saborear la dulce venganza a nuestras manos. - el susurro llegó estrépito y me ocasionó un nudo en la garganta, el temor nublaba mi cordura de nuevo.


Con un giro de talones me encaré a la oscuridad del callejón pero mis ojos no discernieron la figura de esa misteriosa voz, alcé la vista a los tejados, a los lados pero sin éxito volvieron a centrarse en la oscuridad del callejón.


- Yo no he hecho nada, ¡dejadme en paz! – mi voz resonó demasiado asustada incluso para mi. Pronto mi visión se nubló por mis propias lágrimas, ni siquiera quería escuchar la respuesta que esos hombres me darían.


Únicamente se oyó esa risa burlona que se expandían alrededor sin saber en qué punto se encontraba, no tardé en llevar mis manos a ambos oídos intentando silenciar esa maliciosa e inescrutable risa pero aun así esa risa retumbaba en mi cabeza.


- ¡Cállate, cállate, cállate! - y aun así, tras gritarlo, mi voz siguió haciendo esa petición en susurros como una oración incansable.


Algo me cogió por ambos hombros, me hizo virar en dirección contraria y acto reflejo usé la cimitarra de escudo, oyendo así un gruñido familiar y haciendo que mis cetrinos ojos bañados en lágrimas mirasen a Alec. Me quedé tan atónita que dejé caer la cimitarra que había sujetado con tanto ahínco.


- El traidor hace acto de presencia - la sinuosa voz volvió a sonar en mi cabeza, haciendo que me abrazara al varón, temblorosa.- Recuerda, Alec, siempre os perseguiremos.
- Y yo os estaré esperando. - su voz casi era más sanguinaria que la de un depredador hambriento. El silencio hizo acto de presencia pocos segundos después.


Esa noche ya no habría más batallas traicioneras y mortales pero eran muchas las preguntas que ahora moraban en mi memoria.