martes, 26 de febrero de 2013

Capítulo 6: Destino.


- Respuestas, viejo – inquirió el cazador - ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué fue lo que pasó en el Valle de la Reina?
- ¿De qué me hablas? –dijo mascando para si las palabras
- De la persecución, de la explosión y el túnel. Del salón con esa especie de…fantasma cansino con alas. – Se explicó ante la mirada incrédula de Violeta – Del portal, y de nuestra llegada aquí.
El gesto del viejo dejó de ser risueño, frunciendo el ceño. Se levantó con poco esfuerzo, acompañado de un crujir de huesos, y como si pudiese verlos, posó sus blanquecinos ojos en ambos.
- Vaya, vaya, menuda sorpresa. – dijo  sonriendo de repente, como si la noticia le  pareciese divertida, dirigiéndose a ellos – Seguidme.


El anciano parecía conocer bien las calles, que se extendían rodeadas por murallas de casa de arenisca y paja, hasta llegar a la entrada de la pirámide. El bullicio de los mercaderes y la calma del oleaje, hacían que ese lugar pareciese totalmente ajeno a la ciudad, a pesar de su magnificencia. Tan solo hombres y mujeres cubiertos ritualmente con una larga toga y un turbante astado parecían deambular en los aledaños de la pirámide. El anciano, puso la mano sobre la puerta cerrada de piedra calentada al sol, hogar de numerosas lagartijas que huyeron al notar la vibración en su hábitat entre los recovecos de las antediluvianas piedras.
- صديق - Pronunció el anciano, en una lengua olvidada, como la arena de las dunas.  Al poco, las puertas respondieron abriéndose de par en par, empujadas por dos hombres  musculados de torso desnudo, con cimitarras a sus espaldas y largos faldones de los cuales sobresalían en los bajos dos sandalias picudas. Hicieron una reverencia al pasar el anciano.

Durante unos diez minutos las tres figuras caminaban por las doradas salas interiores, un laberinto enigmático decorado con pinturas grabadas e iluminado hasta sus altos techos por lámparas de queroseno. Los grabados que podían identificar, eran rupestres y símbolos desconocidos, que emulaban partes del cuerpo, animales imposibles y soles. El camino finalizó en un largo pasillo, con una puerta a cada lado, con un velo ocultando su interior, que apartó con el dorso de la mano al entrar en la sala.


- ¿Te has perdido abuelo?– preguntó Bertnard observando los grabados de la pared, una escritura que se alzaba hasta tocar el techo.
- No tiene pinta, fíjate. – Sumire se acercó a la pared con curiosidad, resiguiendo con sus dedos delicados el contorno de una figura masculina y otra femenina, grabados sobre dos gemas. Una violeta y otra blanca. Sobre ellos, un ser alado, humanoide tenía una espada en cada mano, ofreciéndoselas a ambas figuras. Esas figuras se repetían diversas veces, y entre una y otra repetición, había un largo jeroglífico.

- ¿Qué es todo esto? – Dijo mirando de arriba abajo el jeroglífico - ¿Es..
 - Vosotros, sí.
- ¿Nosotros? ¿Y qué hacemos nosotros en unas paredes escritos? Esperaba antes un cartel de “se busca por escándalo público” -  quiso saber Blanco, mientras Sumire no podía evitar una risa traviesa.



Violeta frunció el ceño, llevándose las manos a la sien un instante, el recuerdo de todo lo ocurrido era borroso, y estaba acompañado por dolores de cabeza, así que lo solía evitar, llenando su mente con otro tipo de pensamientos menos problemáticos.

El abuelo rió, enseñando sus pocos dientes en el proceso.
- Mis antepasados antes de mí mismo, han trasmitido una leyenda de padres a hijos. “El vigésimo tercer hijo del sol del desierto, encontrará a los viajeros del solsticio allende tierras desconocidas, traídos por la magia del efendi de los cielos.” – citó casi de memoria.

- ¿Effendi? – preguntó Sumire, mirando a ambos.
- El tipo que me ofreció la ruta de escape. – respondió tras unos segundos Bert.
- Así que decidiste seguir su camino – irrumpió el Oráculo.
- No tenía alternativa
- La historia de los viajeros dice que están destinados a viajar entre lugares, a pasar por este templo y a presenciar la muerte del Effendi. – dijo el oráculo
- Lo que nos faltaba  - suspiró Sumire.
- Dice algo más...pero no he podido traducirlo. Mi familia conoce la verdad sobre las runas, cada generación debe descifrar un pasaje, pero me quedé ciego antes de completar el fragmento vigesimotercero. El último. Los hombres del Califa, vienen aquí a conseguir dinero para su señor. Cuando el templo se quedó sin fondos por la peste de las arenas que  llegó del mar, vino a requisar las gemas aquí.
- ¿Peste? ¿Hay una enfermedad? – arqueó las cejas Bert.
- La hubo. Hace diez año, una peste mató a casi todos los niños de la ciudad. Unos mercaderes del Este vinieron infectados y la ciudad entera cayó maldita – explicó – gracias a Suliman sanaron, pero…con el precio de la profecía sin descifrar.
- ¿Y entonces? ¿Si te conseguimos esas gemas podrías ayudarnos? – Dijo Bertnard mirando la pared – Parecen que algunos símbolos se repiten bastante, igual podemos saber sobre el último trozo. ¿Qué son esas serpientes enroscadas que se repiten tanto?
El oráculo se limitó a soltar una risotada pervertida que ambos interpretaron a la primera.
- Me cae bien el vejete. – rió Bertnard.
- Se me ocurre algo – sonríe Sumire – Se quién nos puede ayudar con este asunto. Es pequeña, escurridiza y seguro que por algo de oro, nos trae las piezas que necesitamos para el ritual.


La idea le gustaba bastante al cazador, intuía que no sería fácil robarle algo así al Califa, por lo que el tesoro estaría bien protegido contra curiosos y ladrones. Pero una buena distracción, que se sienta amenazado y  el robo sería la menor de sus preocupaciones.
- Sois demasiado vistosos – dijo el anciano – cualquiera que os vea, sabe que sois extranjeros, y eso va a llamar la atención de muchos. Así que la habitación contigua os espera algo para que paséis más desapercibido.

Violeta sonrió, y se encaminó hacia la sala adyacente, frontal. La curiosidad había hecho mella y quería saber que les esperaba al otro lado.
- ¿Vienes? – preguntó a Bertnard.
- Enseguida te atrapo, encanto. – guiñó a la mujer que abandonaba la sala.
- No me hagas esperar mucho – Terminó con voz juguetona antes de apartar el velo de la entrada la elementalista.
Una vez se hubo marchado, Blanco centró de nuevo su interés en el sabio.
- ¿Sabes más, no? –Inquirió - ¿Por qué esa cosa tiene tanto interés en Sumire? - Ella está conectada de alguna manera en todo esto que no se explicar –dijo – los Effendi, son una raza caprichosa. Pero no actúan sin tener un buen motivo, y suelen estar conectados de algún modo con quienes permiten pasar por sus portales. Tal vez tengas que encontrar
respuestas que no  puedo darte. O tal vez ese último fragmento…

- ¿Qué dicen los demás? – Interrumpió curioso - ¿No revelan nada?

- Revelan que cada paso os llevará más lejos de casa, pero más cerca de la verdad, viajero. Pero tu sangre correrá en todo esto. – Dijo señalando una calavera con sus dedos huesudos, en lo alto de los jeroglíficos.- Están relacionados con el mundo de los muertos, y normalmente se cobran un precio alto por sus viajes.
- Eso ya lo veremos, viejo. – gruño quitándole importancia - Está escrito, yo solo lo interpreto. ¿No vas a conseguirme sus bragas, no? – rió cambiando diametralmente de tema, como si no quisiera seguir por esa senda.
- Me las guardaré para mí, abuelo. Tú ya has tenido muchas emociones por hoy, y no quiero que te quedes tieso –sonrió de medio lado.
- Cuídate mucho de los enemigos del Effendi, los Constructores – dijo el anciano – Ellos creen que el tiempo y el espacio es inamovible, que debe regirse por lo que está escrito y no puede ser cambiado. Harán lo que sea para que lo que está escrito no pueda ser cambiado.
- Cada uno es dueño de su destino. Si creen que pueden redactar algo… - dijo tensando el gesto.
- Y lo intentarán. Por eso, me metería en esa habitación con la chica, si tuviese veinte años menos, y les demostraría quién es el amo de su propio destino – dijo mirando a Bertnard, como si en su ceguera pudiese ver más allá de lo que sus ojos lechosos escondían.


Bertnard negó con la cabeza, aún harían falta muchas respuestas, de modo que salió de la habitación para aclarar su cabeza, y entró en la sala contigua. Aquella sala era bastante diferente, instalada en el lujo. La sala era alta, con paredes blancas nacarinas sobre las que descansaban tapices con dibujos de la ciudad en ellos. Varias alfombras con pieles de animales salvajes lo decoraban todo, iluminado por varios candelabros tenues que hacían repitar a las sombras alrededor. Buscó a Violeta con su mirada, y finalmente dio con ella ataviada con un traje hecho de velos sugerentes, que jugueteaban con su cuerpo y sus formas. Podía adivinar fácilmente que no llevaba ropa interior y eso hizo que su cuerpo se estremeciese por un instante, presa del deseo.

Se encontraba mirando el exterior desde el pequeño balcón que había en la sala, reposando sus manos sobre la baranda de trabajado oro, sobre la que se giró para reposar su trasero al verle.
- Te estaba esperando – se limitó a decir con la más tórrida de las sonrisas en sus labios.

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