domingo, 20 de octubre de 2013

Prólogo. Luz y Oscuridad.



Corrió, como alma que posee al diablo, con la respiración entrecortada y el corazón saliéndosele por la boca pero aun así, por más que corriese y averiguara no hallaba ningún indicio que revelara dónde estaba. Aciagos fueron los pensamientos que nublaron su vista en esa insaciable búsqueda.


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La noche sin luna se había alzado tan ansiosa de sangre como lo estaba aquella temblorosa figura. Sus temblores no eran debidos a que la apuntaran con un arco y éste contuviese una flecha con el veneno más letal, sino a la excitación que recorría su cuerpo. Sus movimientos fueron tranquilos, predeterminados, se mojó los labios degustando el momento antes de morderse el labio inferior con suma sensualidad.

- ¿Me teméis? - recorrió con los dedos el altar improvisado que tenía a su lado y alzó la vista hacia su cazador. - Vos me llamasteis, ansiabais mi llegada con tanta necesidad que la clamasteis a la Diosa.. y, ¿ahora me teméis?


Empujó con su pie desnudo el cuerpo calcinado que antes podría haber sido un elfo,  ahora sólo quedaba algo imposible de reconocer, y se volvió a mirar al arquero. La risa retumbó en el claro, tan inocente y seductora como podría serlo la más encantadora de las más bellas mujeres.


- Lo has matado, sin ningún miramiento. - el arco se tensó más, la voz del elfo sonó en un susurro indiferente - ¿Dónde está ella?


La figura volvió a acariciar con excitación el altar y lo observó cuando el cazador habló. Tomó con delicadeza la daga que descansaba sobre el altar, para sentarse cómodamente en la maciza piedra, y examinó con sumo detenimiento al elfo que tenía delante. Su postura denotaba que era diestro con el arco. Una sonrisa sutil se dibujó en los labios de la figura ante un solo pensamiento: Él sería su nuevo sacrificio.


- Sigue buscándoos en la noche sin luna, ¿no os parece excepcional? La Dama Blanca no puede guiarla en esta profunda oscuridad - lo señaló, con la daga, y rió ante la incertidumbre del cazador. - Será un buen sacrificio, pero me pregunto si me refiero a vos o a ella.


Una bola de fuego imbuyó el brazo de la figura poco antes de ser lanzada contra el varón. Análogamente, la mente del elfo actuó antes de hablar. El silbido de la flecha rompió el escaso silencio que se había creado tras la frase. La flecha se calcinó al contacto del fuego mucho antes de alcanzar su objetivo; el elfo esquivó sin problemas la masa en combustión provocando ésta un incendio tras de sí. Volvió a tensar el arco, sin prestar atención al fuego que se extendía en el lugar, pero cuando dirigió la vista al altar la figura había desaparecido.


Se alejó metódicamente del fuego, introduciéndose en la oscuridad de aquel claro y acercándose a dónde segundos antes había estado esa singular figura. La sentía. Sentía ese aura de excitación de un cazador rondando una presa. Como la traición, el pesar y la venganza la hacían moverse en busca de una estrategia que le fuese favorable; pues él se sentía del mismo modo.


- Hazte a la idea, su poder es mío por derecho, ella sólo me lo robó. - ladeó la cabeza, intentado discernir dónde se oían las pisadas. - Tú sólo eres un error colateral que será extinto y la Diosa me dará el poder tras esta prueba de fe.

La daga presionó con sutileza el cuello desnudo del elfo, alertando con retraso de la posición de su agresora. El color escarlata bañó el filo de la daga y la figura sonrió ansiosa por lo que precedería.

- Hoy he renacido. Hoy he despertado de mi propia muerte. ¿Crees que dejaré que me robes mi sacrificio, mi poder? - los labios de la figura rozaron la mejilla del elfo, en una inminente amenaza. - Tú no renacerás. Tu venganza es efímera e insuficiente. La muerte es lo único que te espera tras mí renacer; mientras... ella clamará por tu muerte y acudirá a mí.

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Y en esa noche oscura la Dama Blanca iluminó un pequeño claro, le mostró a su súbdita lo que tan desesperadamente había buscado. Las lágrimas bañaron su rostro y gritó desgarrándose. La aflicción de su voz resonó con tanta fuerza que los carroñeros graznaron y alzaron el vuelo dejando atrás el mortecino cuerpo que les hacía de festín.

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