domingo, 24 de febrero de 2013

Capítulo 4: Llegada.

Nota: Algunas partes algo subidas de tono. (+18)



Miró a Sumire, con la respiración entrecortada, sintiendo el calor húmedo que presionaba su entrepierna, prueba de que no era el único con dificultades para sostenerse  pero el dolor lo devolvió a la realidad en forma de un latigazo de dolor en  el costado, afilado como una daga. dejó escapar algo de aire entre los labios en un jadeo.

- Necesitaremos Ron – dijo mirando la sala, en búsqueda de algún tonel  o petaca.

Sumire se levantó sin apartar una mirada cargada de deseo, y se encaminó hacia la mesa dónde aparentemente conocía la ubicación de  la bebida del antiguo capitán. En  un pequeño recorrido, disfrutó de  todas sus formas y del sugerente vestido violeta con encajes negros, estudiándola con la mirada, preguntándose si podría sobreponerse a las punzadas y ponerla cara a la enorme vidriera que daba al desierto, el cual ya se bañaba con la luz anaranjada del  Crepúsculo, adivinándose la primera noche. El cuerpo de Sumire era de vértigo, bien proporcionado, capaz de volver al más cuerdo loco. Tal vez lo que más le atraía a Bertnard a parte de las dos buenas evidentes razones, era esa tirada violeta cargada de palabras, sonrió de medio lado al disfrutar de las vistas.

El ron hizo su efecto a unos largos tragos, el largo vestido escotado de Violeta y  los pantalones de Blanco, decoraban el suelo, no obstante ambos  dormían en ropa interior, reposada ella sobre el cuerpo del cazador. La tranquilidad  que estaba encontrando el barco era la primera desde que abandonasen  la maloliente mina y fuesen tomados como presos. Pero ahora la  realidad era diferente, habían logrado un barco cuya capitana era por  ahora títere de sus intenciones.

La noche había cerrado por completo el cielo y una miríada de estrellas punteaban la oscura bóveda celestial cuando decidió hacerla suya, una vez más.  Ignorada la ya leve punción de las heridas, sintiendo la respiración de Sumire cerca de sus labios sobre él y su pálida piel friccionando sobre el cálido cuerpo del cazador, decidió no detenerse en su intención, haciendo que Violeta despertase con los dientes de Blanco en el cuello, mordisqueando con pasión el delicado cuello, mientras sus manos se deshacían del sugerente sujetador de encaje, dejando a su voluntad sus pechos que se encargó de recorrer con las manos mientras los dedos pellizcaban y torsionaban sus pezones.



Sumire, tan solo pudo sonreír gatuna ante el tórrido despertar, no tardo en apoyar sus manos contra el pecho de Blanco, y tras retirarse lo necesario su vaporosa parte interior, empezó a cabalgar salvajemente, sin importar que los gemidos llenasen todo el barco, ni a quien pudieran despertar. Dieron rienda suelta a su pasión durante la noche, por todo el camarote, sobre la cama, sobre la alfombra a cuatro patas, contra esa cristalera que tanto gustaba a Bertnard, presionando el cuerpo de Sumire contra el frío cristal, exhibiéndolo a las estrellas mientras era apasionadamente follada y los chasquidos húmedos de cada penetración acompasaban a los gemidos de Violeta. El despertar, pocas horas después, lo realizó la Capitana, sorprendida al entrar al encontrarse todo el camarote revuelto y a ambos desnudos sobre la cama.

- ¿Noche de fiesta, y sin invitarme? Os guardaré rencor - bromeó la capitana, que no parecía querer perder detalle.
- Porque tú no has querido, encanto. - respondió pícaro Blanco – Sino tendrías un sitio en nuestra cama.
La Capitana negó la cabeza con una sonrisa.

- Os dejaremos en vuestro objetivo en una hora. Hemos llegado ya a las cercanías Ambash - explicó - Supongo que buscaréis lo que todos allí.- El Oráculo.
- ¿El Oráculo? - preguntó Sumire sin perder detalle, subiéndose la ropa interior con una mirada pícara a la Capitana.
- El oráculo de Ahk Morkpoth - explicó - muchos acuden por consejo, es un viejo decrépito y baboso que puede ver lo que ha pasado y pasará. Es ciego y dicen que ve más que nadie. – explicó.
- ¿Y cómo podemos encontrarle? - preguntó interesado Blanco - ¿Qué hay por la ciudad  que tengamos que temer?
- Los perros del Califa, son los cazadores de la ciudad, se dedican a rastrear criminales, pero normalmente no tienen problema en coger a nadie de cabeza de turco - respondió la Capitana - Vuelvo al puesto de mando, tengo que aterrizar a esta preciosidad. Y no os da tiempo para otro polvo.
- Espero que nos podamos volver a ver por la ciudad - guiño Bert antes de cargar su rifle  la espalda, ya vestido, dedicando una mirada a la también vestida Sumire - será mejor que nos pongamos en marcha, antes de que nos demoremos más.
- Estoy lista - sonrió.
- El Oráculo puede ser muy fácil o muy difícil de esconder. Se dice que se hace pasar  por un encantador de serpientes que vagabundea por la ciudad, cuando no está en  palacio - explicó antes de retirase, apoyando la mano en el marco metálico de la puerta.
- ¿Contamos contigo, encanto? - quiso saber Bert.
- Elevaré anclas y partiremos al este desde aquí, lo más probable es que no nos veamos.   puede que sí. Lo decidiré durante la marcha y según mis intereses, ahora soy Capitana y tengo que darlo todo más que nunca por la tripulación - Sonrió.

La trampilla metálica tocó el suelo, formada por una escalinata casi prehistórica y oxidada que caía desde estribor de la nave cuando aterrizó a un lado de la muralla de Ambash. La tripulación seguía a sus oficios, pero la Capitana y sus recién ascendidos lugartenientes se acercaron a despedirse de los viajeros, entregando unas monedas, de manos del mismo y vendado Olaf. Bertnard no pudo contener una risa divertida al verle en el estado desmejorado.

Ante ambos, se extendía una ciudad de terracota, con arenisca dura como el cemento, en la costa desértica, despejada de la oleada de dunas que cubrían la superficie, bajo el calor de la primera hora de la mañana. Una pirámide central enorme emergía entre las murallas, así como las bóvedas de varias casas altas, de cúpulas doradas. Rodeando todas estas, casuchas de terracota cortadas por calles y calles repletas de animales y mercaderes, que ofrecían a grito pelado sus mercancías. El olor a mar procedente del Norte, era inconfundible y suavizaba el calor sofocante, algunas velas de navíos podían verse por encima de los barrios de casas más humildes. La guardia de la ciudad y los perros del Califa parecían estar en todas partes.

Aquella ciudad prometía un mar de oportunidades.

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