Nota: Algunas partes algo subidas de tono. (+18)
Miró a Sumire, con la respiración entrecortada, sintiendo el
calor húmedo que presionaba su entrepierna, prueba de que no era el único con
dificultades para sostenerse pero el dolor lo devolvió a la realidad en forma
de un latigazo de dolor en el costado, afilado como una daga. dejó
escapar algo de aire entre los labios en un jadeo.
- Necesitaremos Ron – dijo mirando la sala, en búsqueda de
algún tonel o petaca.
Sumire se levantó sin apartar una mirada cargada de deseo, y
se encaminó hacia la mesa dónde aparentemente conocía la ubicación de la
bebida del antiguo capitán. En un pequeño recorrido, disfrutó de
todas sus formas y del sugerente vestido violeta con encajes negros,
estudiándola con la mirada, preguntándose si podría sobreponerse a las punzadas
y ponerla cara a la enorme vidriera que daba al desierto, el cual ya se bañaba
con la luz anaranjada del Crepúsculo, adivinándose la primera noche. El
cuerpo de Sumire era de vértigo, bien proporcionado, capaz de volver al más
cuerdo loco. Tal vez lo que más le atraía a Bertnard a parte de las dos buenas
evidentes razones, era esa tirada violeta cargada de palabras, sonrió de medio
lado al disfrutar de las vistas.
El ron hizo su efecto a unos largos tragos, el largo vestido
escotado de Violeta y los pantalones de Blanco, decoraban el suelo, no
obstante ambos dormían en ropa interior, reposada ella sobre el cuerpo
del cazador. La tranquilidad que estaba encontrando el barco era la
primera desde que abandonasen la maloliente mina y fuesen tomados como
presos. Pero ahora la realidad era diferente, habían logrado un barco
cuya capitana era por ahora títere de sus intenciones.
La noche había cerrado por completo el cielo y una miríada
de estrellas punteaban la oscura bóveda celestial cuando decidió hacerla suya,
una vez más. Ignorada la ya leve punción de las heridas, sintiendo la
respiración de Sumire cerca de sus labios sobre él y su pálida piel
friccionando sobre el cálido cuerpo del cazador, decidió no detenerse en su intención,
haciendo que Violeta despertase con los dientes de Blanco en el cuello,
mordisqueando con pasión el delicado cuello, mientras sus manos se deshacían
del sugerente sujetador de encaje, dejando a su voluntad sus pechos que se
encargó de recorrer con las manos mientras los dedos pellizcaban y torsionaban
sus pezones.
Sumire, tan solo pudo sonreír gatuna ante el tórrido
despertar, no tardo en apoyar sus manos contra el pecho de Blanco, y tras
retirarse lo necesario su vaporosa parte interior, empezó a cabalgar
salvajemente, sin importar que los gemidos llenasen todo el barco, ni a quien
pudieran despertar. Dieron rienda suelta a su pasión durante la noche, por todo
el camarote, sobre la cama, sobre la alfombra a cuatro patas, contra esa
cristalera que tanto gustaba a Bertnard, presionando el cuerpo de Sumire contra
el frío cristal, exhibiéndolo a las estrellas mientras era apasionadamente follada y los chasquidos húmedos de cada penetración acompasaban a los gemidos
de Violeta. El despertar, pocas horas después, lo realizó la Capitana , sorprendida al
entrar al encontrarse todo el camarote revuelto y a ambos desnudos sobre la
cama.
- ¿Noche de fiesta, y sin invitarme? Os guardaré rencor -
bromeó la capitana, que no parecía querer perder detalle.
- Porque tú no has querido, encanto. - respondió pícaro
Blanco – Sino tendrías un sitio en nuestra cama.
- Os dejaremos en vuestro objetivo en una hora. Hemos
llegado ya a las cercanías Ambash - explicó - Supongo que buscaréis lo que
todos allí.- El Oráculo.
- ¿El Oráculo? - preguntó Sumire sin perder detalle,
subiéndose la ropa interior con una mirada pícara a la Capitana.
- El oráculo de Ahk Morkpoth - explicó - muchos acuden por
consejo, es un viejo decrépito y baboso que puede ver lo que ha pasado y
pasará. Es ciego y dicen que ve más que nadie. – explicó.
- ¿Y cómo podemos encontrarle? - preguntó interesado Blanco
- ¿Qué hay por la ciudad que tengamos que temer?
- Los perros del Califa, son los cazadores de la ciudad, se
dedican a rastrear criminales, pero normalmente no tienen problema en coger a
nadie de cabeza de turco - respondió la Capitana - Vuelvo al puesto de mando, tengo que
aterrizar a esta preciosidad. Y no os da tiempo para otro polvo.
- Espero que nos podamos volver a ver por la ciudad - guiño
Bert antes de cargar su rifle la espalda, ya vestido, dedicando una
mirada a la también vestida Sumire - será mejor que nos pongamos en marcha,
antes de que nos demoremos más.
- Estoy lista - sonrió.
- El Oráculo puede ser muy fácil o muy difícil de esconder.
Se dice que se hace pasar por un encantador de serpientes que vagabundea
por la ciudad, cuando no está en palacio - explicó antes de retirase,
apoyando la mano en el marco metálico de la puerta.
- ¿Contamos contigo, encanto? - quiso saber Bert.
- Elevaré anclas y partiremos al este desde aquí, lo más
probable es que no nos veamos. puede que sí. Lo decidiré durante la
marcha y según mis intereses, ahora soy Capitana y tengo que darlo todo más que
nunca por la tripulación - Sonrió.
La trampilla metálica tocó el suelo, formada por una
escalinata casi prehistórica y oxidada que caía desde estribor de la nave
cuando aterrizó a un lado de la muralla de Ambash. La tripulación seguía a sus
oficios, pero la Capitana
y sus recién ascendidos lugartenientes se acercaron a despedirse de los
viajeros, entregando unas monedas, de manos del mismo y vendado Olaf. Bertnard
no pudo contener una risa divertida al verle en el estado desmejorado.
Ante ambos, se extendía una ciudad de terracota, con
arenisca dura como el cemento, en la costa desértica, despejada de la oleada de
dunas que cubrían la superficie, bajo el calor de la primera hora de la mañana.
Una pirámide central enorme emergía entre las murallas, así como las bóvedas de
varias casas altas, de cúpulas doradas. Rodeando todas estas, casuchas de
terracota cortadas por calles y calles repletas de animales y mercaderes, que
ofrecían a grito pelado sus mercancías. El olor a mar procedente del Norte, era
inconfundible y suavizaba el calor sofocante, algunas velas de navíos podían
verse por encima de los barrios de casas más humildes. La guardia de la ciudad
y los perros del Califa parecían estar en todas partes.
Aquella ciudad prometía un mar de oportunidades.
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