La elementalista jugueteaba con la daga que poco antes había
estado incrustada en el cuerpo del capitán y bostezaba de aburrimiento. Tres
marinos sacaban el cuerpo de su antiguo líder mientras observaban la escena de
soslayo, la escusa no era verídica, pero a ella le era indiferente. Sus dudas
habían sido disipadas en cuanto Bertnard había entrado por la puerta con la
nueva capitana. Estuvieran donde estuvieran, él estaba aquí y parecía que ya
había tejido un plan de escape.
- Yo que pensaba que tendría que ir seduciendo a cada uno de
estos tios para averiguar dónde estoy… –
Sumire se dejó caer en el sofá y miró a su compañero. - … y vas y apareces.
- ¿Te vas a quejar? – Bertnard apoyó el rifle a su lado, sin
apartar la vista de la
Capitana que estaba dando ordenes a sus lacayos.
- ¿Por qué no? He tenido que matarlo yo, si estabas en la
nave tendrías que haber llegado antes. – bufó Sumire con fingida molestia.
- ¿Y dejarte sin diversión? – la miró con su característica
sonrisa.
Ambos rieron y desviaron la vista a la figura femenina que
se alzaba ante ambos. La mujer era de complexión media y alta, aunque
cualquiera podría superar la altura de la Elementalista. Sus
cabellos eran cortos y oscuros, mientras que su rostro mostraba unos ojos
ligeramente rasgados y un mentón perfilado.
- Salta a la vista de que no tenéis ni puta idea de dónde
estáis, así que ¿dónde se supone que queréis que mi nave os lleve? – se dejó
caer sobre el sillón que había enfrente de ambos y entrecerró los ojos.
- Que cariñosa –sonrió Sumire y cruzó las piernas
despreocupada. – Salta a la vista de que estas en deuda con nosotros por tu
nuevo puesto. Así que si nos das una orientación geográfica podríamos decidir.
- Estas en el camarote del capitán rebusca en las cartografías.
– Entrecerró los ojos y apoyó la mano en la empuñadura de su revolver, mostrándose
territorial.
- No hace falta que te alteres tanto, sólo me acosté con él,
disfrutó, y lo maté. Te ahorré el mal trago de tener que acostarte con él,
deberías estar agradecida. – ya estaba mirando alrededor buscando los mapas–
Además… El Cazador es mejor en la cama, no te perdiste nada interesante.
- Serás zorra.. – musitó en una sonrisa la Capitana antes de reír a
carcajadas.
Bertnard y la
Capitana, se enfrascaron en una conversación poco interesante
sobre las cláusulas del trato actual que tenían vigente. Para Sumire, todo
trato ajeno a sus intereses, le era indiferente. Ellos seguían siendo Blanco y
Violeta; mientras que la
Capitana dio un nombre más verídico, Moira, aunque
desconocían si ese sería el verdadero. Tampoco importaba lo más mínimo. La
conversación derivó al estado militar de la zona, dónde los revolucionarios se
peleaban con los aliados; mientras que los cazarrecompensas y mercenarios
barajaban sus cartas a favor de unos y otros, según el mejor postor.
Sumire extendió por fin un mapa del desierto y observó la brújula
que había bajo su mano. En base a las ruinas de Marlack, donde los habían
encontrado horas antes, y la situación actual de la nave, se dirigían hacia la
ciudad de Ambash, situada en el desierto de Shagdul. El único desierto que le
sonaba era el Desierto de Cristal, custodiado por ese dichoso dragón en las
tierras áridas del sureste del continente. ¿Dónde demonios estaban?.
- Vamos rumbo a Ambash. Es el único puerto donde podemos
atracar sin ser detenidos y es una ciudad con buenas conexiones. Os bastará
para que saquéis vuestros culos de mi nave y estemos en paz. – gruñó antes de
levantarse. – Ya he perdido bastante tiempo con vosotros.
Moira salió del dormitorio mientras se la oía gritar nuevas
directrices a los que vagueaban por el pasillo que tras unos cuantos disparos,
insultos y gritos a los que se les unió el rugido de la voz del Norn sumamente
cabreado. Poco más duró el revuelo y la calma reinó en el pasillo tras la
puerta de madera.
- Y no te ha hecho falta ni acostarte con ella. - dijo Sumire
mientras verificaba de nuevo la ruta cuando la nave viró por última vez. –
Estas perdiendo tu dote de ligón.
- Simplemente estoy reservando esa baza por si nos traiciona
en el contrato.
- Claro, claro. – sonrió ella.
El cuerpo del Cazador se desplomó en el sofá con un suspiro
de dolor. Su compañera no tardó en deslizarse a su lado, dejando el mapa y la
ruta de la nave, para comprobar la gravedad de sus heridas con fingido desinterés.
Deslizó sus dedos por los botones de la camisa, desabrochándolos despacio, cuando
los hubo desabrochado dejando al descubierto su torso, acarició con delicadeza
cada rincón de su torso para comprobar que no hubiese ningún hueso roto.
- ¿Ahora te gusta más el sexo duro? – se limitó a sonreír
cuando comprobó que sólo eran algunos hematomas sin roturas.
- Si yo te contara. – sonrió y la atrajo hacia él para
besarla.
Entrelazaros las lenguas, la una contra la otra, haciendo
que sus cuerpos se incendiaran y se pegaran más por la fricción de la pasión. Las
respiraciones se entrecortaron siguiendo con una melodía de gemidos que
acompasaba las caricias que envolvían ambos cuerpos con urgencia. Sumire se había
sentado encima del regazo de su compañero, lo suficientemente cerca para poder
acompasar su agitada respiración a la de él y sentir como su miembro se endurecía
entre sus piernas.
- Shhh. – deslizó su lengua por su mandíbula, algo que le
encantaba, y le mordisqueó el lóbulo de la oreja con un ronroneo que no
consiguió reprimir - Deberías descansar, luego prometo seguir.
Le depositó un beso corto en los labios y le sonrió,
esperando que esta vez entrara en razón. Lo cierto es que, aunque lo
consideraba una gran putada, él debía descansar.
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