martes, 28 de agosto de 2012

Capítulo III

- ¿Me vas a contar algo sobre tu prometido?. - los verdes ojos del guerrero la observaron un instante, recelosos. Harto de que ella rehuyera de contarle nada.
Gillian observó en silencio la ancha espalda de Zafit cuando éste suspiró y volvió a tomar otra pala con arcilla. No debía inmiscuirlo en sus problemas, no quería. Había preguntado sobre su pasado más de una vez y ella había permanecido callada en casi todas ellas. Esa vez no seria distinta a las demás.



Desde el primer piso podía observarse aquel magnífico salón que tanto había agradado a Gillian hacía unos años. Cuando sus padres vivían había deseado estar en el enorme hogar junto a su madre y Megan, o batallando con su padre encima de la alargada mesa y golpenadose con las espadas de madera; mientras que su soñadora madre reía al ver a su marido caer teatral para complacer a su hija. Las prolongadas telas rojizas y blancas con el escudo de los Remington podían observarse caer desde el techo hasta el suelo de la paredes, junto a las lámparas de aceite que vizqueaban ante la más mínima brisa. La enorme mesa en forma de U descansaba en el centro de la estancia y un par de enormes sillones de telas escarlatas se recogían al resguardo del calor del hogar. Lo que más destacaba en ese lugar era el fabuloso cuadro familiar que pendía encima de aquel hogar. Su padre, Kenric, había pedido que se retrataran para que la felicidad que aquel castillo brindaba fuera visto por todos los que alli pusieran sus pies. Ese sería el legado más querido que le daría su difunto padre.

Aquel enorme salón. El recuerdo de sus padres. Su hogar. Había sido mancillado por su misma sangre y ella debía callar. Las vivas telas escarlatas y blanquecinas se habían descolgando de las paredes para que el escudo de la familia pendiera ahora con los colores de la casa de sus tios, verde y negro, borrando todo rastro de los estándartes de sus progenitores. Gillian observaba desde su posición la enorme tela negra que parientes habían puesto sobre su adorado cuadro, tapando todo ápice de felicidad que radiaba. Las lámparas, siempre apagadas, mostraban un sombrío y frío salón que no acogía más alma que las de sus dos tíos. Sus manos presionaban con impotencia la balaustrada de ese primer piso, mientras observaba con la mirada entrecerrada a esos dos personajillos. La habían inculcado que estaba mal odiar; pero estaba segura que el sentimiento que removía su alma cuando los veía reir en las penumbras de esos dos sillones era rabia. Rabia, por no poder hacer nada, y eso la llevaba a odiarlos.

Tras ese escrutamiento hacia sus tios, Gillian se dirigió al lugar donde más resguardada se sentía desde que su hogar era una ensombrecida y fría morada que la repugnaba. Descendió por las escaleras, oculta entre las sombras que éstas le proporcionaran, y se deslizó por el primer pasillo a la derecha. El pasillo estaba a oscuras debido a la falta de lámparas encedidas pero a Gillian le era indiferente, acostumbrada ya a recorrer los cuarenta pasos que la separaban de la enorme cocina. La mezcla de olores de la futura cena la hacían pensar en distinguir sus ingredientes y deducir con qué les deleitaría Edgard esa noche. Un leve tintineo la hizo salir de su ensoñamiento culinario, ajena a los ojos que la observaban, se encogió de hombros, sin darle mayor importancia, y abrió el portón de la cocina.

- ¡Edgard, esta noche cenaremos tu magnífica salsa de whisky, puré de nabos y patatas…! - husmeó mejor el aire, cerrando los ojos como si el sentido del olfato pudiese mejorar de esa forma. - ¿Haggis? ¡Tía Suzanne va a tirartelos a la cabeza! – río divertida al recordar la cara de su tía al ver el revuelto de corazón, hígado, pulmón, sangre y especias.
- Gillian no me digas eso, ¡mi cocina es grandiosa! - se quejó con fingida teatralidad el curtido cocinero, de pelo ya blanquecino por la edad.
- Sabes que a mi me encantan - Se acercá él y le dio un beso en la mejilla - Pero un cerdo tiene más paladar que el de mi tía.
- ¡Gillian! – la alterada voz de Megan se oyó por la puerta de la despensa y a los pocos segundos salió una enfurecida mujer. - ¿¡Qué te he dicho que hablar así de tu tía!?.
- Vamos, Megan, ¡si tu también la odias! - se acercó a su más amiga que cuidadora y le tomó la pesada cesta que portaba en los brazos. - Además, tu marido necesita saber que cocina bien, ¡sino tía Suzanne nos destrozará el paladar con sus horrendos guisos!

Megan miró alrededor con temor de ser escuchada por los nuevos dueños de la hacienda y sonrió a la pequeña bribona que siempre la enternecía.

- Eso no es motivo para criticarla, ¡pequeña bribona! - la regañó, aunque Gillian sabía que ese matrimonio opinaba igual de sus tios que ella. No los aguantaban.
- Está bien, está bien. ¡Entonces! - metió el dedo en el puré de nabo y se lo llevó a la boca. Luego se alejó unos pasos de Edgard que ya se preparaba para darle su reprimenda. - ¡No diré nada más!

Megan y Edgard se miraron significativamente antes de vovler a mirar a la risueña joven. Gillian estaba segura de lo que los atormentaba en sus noches de conversación fugaz pero evitaba ese tema con sus travesuras o sus propias quejas hacia sus tios. Sabía que esa pareja, a los que amaba como si fueran de su propia sangre, les preocupaba los preparativos que se llevarían a cabo nada más aparecer su prometido. El ambiente se tensó y se silenció, bajo el crepitar del fuego. La muchacha los observó con una sonrisa enigmática y feliz; mientras que la pareja decidía si se atrevían a recitar las palabras que tanto los desalentaban.

Por fin, Edgard habló.

- Gillian, ¿qué harás?. - la paternal y profunda voz del cocinero resonó más entristecida de lo que hubiera imaginado, ocasionándole una punzada de dolor en el pecho - Ese matrimonio no tiene amor, ¡lo sabes! Tus padres jamás… - aporreó la mesa, evitando el quiebro que le había estrechado la garganta por el pesar.
- Tranquilo, cielo. - Megan había agarrado cariñosamente la mano de su marido, apaciguando su dolor pero sin apartar sus humedecidos ojos de la pequeña. - No debiste aceptar.

Gillian los observaba sin poder hacer nada. El dolor de ese matrimonio fue por la decisión que ella había tomado hacía unos meses, cuando sus tios sentenciaron su compromiso con Neill. Tampoco podía decirles que ese compromiso había sido aceptado por el mero hecho de que los hubieran dejado sin hogar, alegando que sus servicios ya no eran necesarios. Recordaba como había suplicado que nos los echaran, que eran su familia y como sus tios se regocijaban en su pesar. El acuerdo se había concluido cuando aceptó casarse con ese hombre. Había sido un buen trato: Su libertad por el bienestar de su seres queridos.

Desde que había aceptado ese chantaje se le habían pasado por la mente varias formas de escapar pero todas se arruinaban en el momento que pensaba en sus tios y Neill. Si ella escapaba, esa pareja sería la culpable y no estaba dispuesta a que los culparan de sus acciones. Centró su vista en el puré de nabo que tenía delante, absorta en sus pensamientos. Quizás había llegado el momento de explicarles lo ocurrido. Ellos la ayudarían o.. ¿huirían con ella? Observó con una entristecida mirada a Edgard mientras que apartaba algunas silenciosas lágrimas de su amada.

- Sabéis que os quiero y nunca dejaría que os pasara nada. - Se deslizó hasta ambos y los abrazó cándidamente durante unos segundo, finalizando asi esa conversación.

Atravesó la cocina, no sin antes meter de nuevo el dedo en el puré, y los miró por encima del hombro con una sutil sonrisa estampada en sus labios. Esa mirada era característica de la joven, tras tantos años Megan y Edgard lo sabían.

- Además, tengo un plan. - sonrió divertida y abrió la puerta de un empujón para deslizarse por ella.

Se oyó un gritillo de horror, que emitió Megan, suficiente para que Gillian sonriera más encantada por lo que ello significaba. Casi todos los que habían convivido con ella, sabían que “Tengo un plan” sólo eran problemas en esas murallas. Predeterminadamente, durante los meses de estancia de sus tios, Gillian había enmarcado su problemática conducta en una máscara de educación atípica en ella. Pronto, los que la conocían desde pequeña y la habían creido enferma, entenderían el por qué.

Se ajustó los guantes en la oscuridad del pasillo cuando la puerta se cerró con un sordo *plof*, internándose en el oscuro pasillo con el único sonido de sus tacones sobre la piedra viva y su mente ceñida en tejer la enorme telaraña de su propio plan. Todo saldría bien si era cuidadosa.

Un urgente sentimiento de precaución la embargó. Su bello se erizó en un sentimiento primitivo de peligro. Había recorrido unos diez pasos en ese pasillo cuando se detuvo en seco en esa oscuridad y viró sobre sus tacones. Frente a ella había alguien. Aunque su vista era ciega, sus oidos y el próximo calor de otro cuerpo eran suficientes para confirmarlo. ¿Cómo no se había percatado antes?.

- Shhh. - es lo único que oyó antes de ser empotrada contra la pared del pasillo, siendo suficiente para petrificarla.

El cuerpo de Gillian estaba rígido, alerta, asustada pero sabía quien era su asaltante. Su respiración se retuvo cuando notó una mano recorriendo su trasero y se alzaba vertiginosamente sobre su cintura examinando minuciosamente cada parte de su recorrido. Cerró los ojo con molestia, evitando pensar en la mano que había incursado bajo su corpiño, rasgándolo en el proceso, y presionaba con demasiada fuerza su pecho; mientras que la boca de ese hombre la urgía a que abriera la suya para poder ahogarla con su lengua. Pero ella resistiría en esa barrera, al menos hasta que un escalofrío recorrió su columna al notar la presión emergida en su cuello y no pudo más que abrir la boca para exhalar algo del aire que le suprimían, aprovechando el asaltante para introducir su lengua y seguir ahogandola entre sus toses.

La presión del cuello siguió ahogandola hasta que las lágrimas surgieron de sus ojos e hizo el amago de golpear, ya sin fuerzas, a su agresor. Como un instinto primitivo de supervivencia. Ambos sabían que esa era su forma de dominarla, de decirle que ella era suya y le pertenecía. Él era su dueño y ella no era más que otra pertenencia. Soltó su cuello en una macabra risa y oyó el golpe del cuerpo de Gillian caer al suelo con una agitada respiración.

- He vuelto.
- Primo... - una ronca y agitada voz rasgó el dolor en la garganta de la joven. -…bienvenido a casa.

Una mano la arrancó del frío suelo, mientras que sus pies se arrastraban con torpeza por la falta de aire y el paso apresurado del varón, arrastrándola al exterior de aquella oscuridad. Cuando llegaron la impulsó con demasiada fuerza, haciendo que ésta cayera en medio del gran salón a vista completa de sus tios. La visión que la jóven otorgaba era desgarbada debido a los zarandeos: algunas horquillas se habían soltado haciendo que su cabello descendiera en parte hasta sus hombros, su vestido estaba rasgado dándole a sus tios una visión desnuda de sus senos y su cuello enrojecido por el casi ahogo de minutos antes. Cuando consiguió medio levantarse del suelo, apoyando sendas palmas sobre el suelo, observó a los dos pares de ojos que la miraban y se encogió aun más en ese oscuro agujero imaginario.

Su tio, Thomas, hermano menor de su padre, la observaba de la misma manera que se podría observar a una prostituta que ofrece sus servicios por dinero. Un brillo oscuro osciló en su verde mirada y los ojos que tanto le recordaban a su padre le dieron asco. Observó como la víperina lengua se relamía los labios sin pudor alguno y tuvo que apartar la mirada hacía su tía. Ésta la observaba con diversión, siempre la había odiado al igual que a su madre, aunque desconocía el motivo. No recordaba haberla ofendido, al menos en su presencia, y eso la había molestado aun más; pero lo que veía en sus ojos en ese instante conseguían que se creyese una mera ramera de tres al cuarto.

- Aparta a esa puta de mi vista. - escupió Suzanne. - Y no la mates aun.

Su tia volvió a centrarse en su plato de comida, sin prestar más atención a lo que pudiera pasarle. Aunque su orden era directa, “Haz lo que quieras pero no la mates”. Su tio, en cambio, seguía clavando su mirada en esos suculentos pechos que se veían a la perfección por el rasgón de su corpiño con una enigmática sonrisa en sus finos labios. Cuando su primo volvió a tomarla de su cabellera, Gillian emitió un grito de dolor llevándose ambas manos hacia la de él pero su primo la abofeteó con fuerza en varias ocasiones dejandola medio exhausta.

- Seré tan cuidadoso como lo soy siempre, madre.- la macabra sonrisa que tanto odiaba Gillian volvió a dibujarse en esos masculinos labios.- Tranquila, prima, solo jugaré contigo.

Los pies de Gillian volvían a arrastrase torpones por las escaleras de subida, al paso apresurado que su opresor le marcaba. Esa noche sería tan dura como la noche que había aceptado casarse con él. Recordar como había acabado durante varias semanas postrada en una cama llena de golpes y algunos huesos rotos la estremecía; pero lo que más la asustaba era que cuanto más gritaba en esa dolorosa paliza más golpes recibiría.



Cuando se despertó la mañana siguiente sólo pudo ver el desencajado y lloroso rostro de Megan al lado de su cama.

- Estoy bien, Megan. - estiró el doloroso brazo para acariciarle el rostro, en una queja muda, y sonrió para tranquilizarla.





- ¿Gillian?- Zafit se encontraba de nuevo a su lado, observandola en el silencio que seguramente se hubiera creado.

- ¿Ya has recogido suficeinte arcilla?- sonrió la sacerdotisa y lo tomó del brazo, risueñamente. - ¡Entonces volvamos!
Instó a Zafit a seguir el camino y este gruñó al ser de nuevo ignorado. Sus prolongados silencios ocasionaban esa reacción. Sabía que él la hacia recordar su pasado más de lo que ella deseaba pero le fustraba que no lo compartiera.

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