domingo, 19 de agosto de 2012

Regreso

“Aunque te vayas de aquí, siempre estarás en mi mente, nunca serás mi pasado, siempre serás mi presente.”

Rhodesia… así se llamaba esa extraña ciudad que se alzaba ante mi vista. La unión de las tres culturas y la unión de los problemas. En Arthena todo eran problemas: cambiaran los líderes, los intentos de paz o la nueva sangre. Ese acercamiento a la neutralidad, quizás, sólo quizás, durara una década, dos si la nueva sangre olvidaba las antiguas reyertas y creaban otras.

Todo era distinto pero a la vez era igual. Siempre lo era.

Supongo que mi vuelta no era más que una sombra, una pequeña figura que se acercaba taciturna bajo el manto estrellado de la noche y la fija mirada de la dama luna. Pasando desapercibida ante la bienvenida de los actuales guardias, como una viajera más; sin prisa, como si el paso del tiempo se parara porque, al fin y al cabo, soy como un fantasma olvidado que vaga errádico por los caminos que el destino me brinda. Tampoco esperaba más: llegar, informarme y seguir vagando en los recovecos de las calles para luego exiliarme en la pequeña arboleda que antaño había sido mi hogar.

No obstante, los caprichosos dioses hacen que lo que uno desee hacer sea menos alentador, más mordaz cuando aquello que deseabas encontrar en tu propio exilio es presentado ante ti, como la imagen de un oásis en medio de la desesperación de un árido desierto. Un vago aliento que te ayuda a seguir caminando por las desconocidas tablas del tiempo y te hace abrir los ojos para comprobar si es cierto o, si tu propia mente, te vuelve a jugar una de tantas malas pasadas.

Aquello no era una visión creada por el dios de las mentiras. Hubiera podido abrazarla en todo momento. ¿Por qué no lo hice?. Un quiebro de euforia habia envuelto mi garganta y deseaba gritar hasta quedarme afónica; pero no salió ningun grito. Más mis ojos se secaron con las lágrimas que no podían verterse en aquel extraño momento. Era cierto, había tocado con un tímido roce aquella ropa como antaño había hecho, verificando que estaba alli y aun así me parecía tan efimero. Oía la voz que se dirigía a mi pero mis oidos no oían nada, demasiado absorta en mi fingida tranquilidad.

El bosque había susurrado en mis oidos cuando por fin, estos, deseaban escuchar aquella voz. Mi regreso se debía a la reunión a la que me había citado y no a esperar encontrar a antiguos aliados. Maldije en mi fuero interno, había mucho que contar pero a la vez nada que decir, y me encaminé al templo druídico.

El Padre Roble volvería a moldear mi camino bajo su voz y mandato con la ayuda de mi viejo amigo Svensgard. Para eso había vuelto desde un principio.



El Solsticio había llegado días después de mi sobrecogedora llegada. La visión se había convertido en una vaga ilusión que no acababa de discernir como un sueño o una realidad; pues muchas había tenido en los últimos tiempos para creer que fuera del todo cierto. Maldecía mi insistencia en reunir todos mis sentidos para saber si lo era o no. Si aquella conversación inacabada o el dolor que había entristecido mi esencia tras unas dolorosas palabras seguían siendo mi propia tortura en esa extraña soledad.

Zarandeé la cabeza, endurecí mi voluntad y negué a mi fuero interno el pensar en ese encuentro. Pocas horas antes había acudido a las empedrizadas cárceles de Rhodesia y había sacado de alli a la jóven Lego. Siempre he sabido que el dinero, lejos de ser importante para mi, es importante para los humanos. Atesorandolo como un bien mayor, más incluso que la propia existencia de un ser vivo. Pero, no me importaba, el oro que portaba en esa bolsa llena de remiendos era para sacar de los apuros a mi pueblo. Ahora, lejos del recuerdo de las malas experiencias que ocasionan los muros de piedra, Lego podría asistir a la fiesta del pueblo bajo mi atenta mirada.

El murmullo del gentío hizo que saliera de mis propios pensamientos y escuchara con una media sonrisa las fabulosas canciones de mi pueblo. Svensgard, junto al resto de invitados, reían, comían y bebían al compás de la música que un elfo juglar nos amenizaba. Hacía tiempo que no acudía a una fiesta; la última que recordaba era la que antaño se estaba organizando en el viejo Lago de Svensgard y el malhumor que Mick deleitaba al ver su querido lago lleno de preparativos. Juraría que había sonreído en ese vago recuerdo pero pronto mis labios se ocultaron bajo la copa de hidromiel.

Svensgard habló en ese banquete lleno de canapés, fruta, alcohol, jabalí y muchos más platos que mis ojos dejaron de ojear para centrarse en él. Habló de la importancia del Solsticio de verano para los druida, observó todo lo severo que pudo a los que lo interrumpían y yo deseaba estampar su cabeza en el plato que tenían delante por pesados. Divagué entre las palabras que el viejo Svensgard recitaba y asentí en una afirmación ante ellas. Poco más debía decir que él no hubiera dicho y simplemnte, tras acabar de hablar, volví a ausentarme en mis propios pensamientos.

Mis ojos se desviaron ajenos de la fiesta a las tremulas sombras que el bosque obsequiaba, buscando vagamente algo pero estaba segura que no encontraría. Perdí el interés de esa lejania al ver al joven Keiro. Sané sus heridas ante la pespectiva de que eso alentaría mi interés en algo más que un viejo recuerdo y asentí al ver que mis resultados en esas artes seguían siendo tan diestras como antes de exiliarme.

El llamado de los druidas hizo que los invitados esperasen en el festejo mientras los hijos del bosque andabamos en una silenciosa procesión hacia el templo druídico. Algunos invitados parecían desilusionados por no poder ver el ritual; otros, ajenos siquiera a la desaparición de los anfitriones, seguían bebiendo y deleitandose con los manjares que les daban.



Las blanquecinas aguas del estanque se iluminaban por la pequeña obertura que se situaba en la parte alta del singular templo, los druidas como en cada ritual de ascenso a Beirdd, se colocaban alrededor en un murmullo de voz druídica que parecía un pequeño salmo de oración; aunque solo fuesen eso, murmullos. El murullo cesó cuando el viejo Svensgard inició el ritual:

“Espíritus de la naturaleza, estamos aquí reunidos para honrar y ser honrados con la presencia de lo mortal y lo inmortal en este recinto sagrado. En esta ceremonia daremos la bienvenida a una Beirdd a este círculo”

Las miradas se fijaron en mis blancas túnicas y en mi persona; haciendome sentir más observada de lo que deseaba. Había aceptado ese puesto por la confianza que Svensgard había depositado en mi y mi interés en proteger al pueblo de cualquier amenaza que osara perturbar el equilibrio de la arboleda; sin embargo, no estaba segura de saber llevar ese nuevo título tras tantos años de exilio. Evité llevar mi diestra hacia el anillo que descansaba en la cadena de mi cuello y seguí escuchando con templanza fingida.

“ Aunque creo que no hará sola el ritual está vez. Y tendremos dos Beirdds. Por favor sumergios en el agua, que limpiará las impurezas de vuestros cuerpos.”

Observé como Lego se desnudaba para adentrarse en las inmaculadas aguas y la imité con un ligero encogimiento de hombros. Me adentré a las frías aguas del estanque y esperé a que el ritual continuara.

“Dejad que el agua recorra vuestro cuerpo y os purge de los malos espíritus. Por que en esta fecha tan señalada os convertiréis en Beirdds. Y tomaréis el azul, el color del agua, y el color de la verdad. Vuestra voz y la del círculo druídico serán una.”

Mi voz no tardó en alzarse ante los salmos de una única oración, ocasionada por las voces de los druidas allí reunidos y mi mente vagó a la armonía del equilibrio que ese ritual había ocasionado en mi cuerpo. Desvié mi necesidad de pensar en algo más y me centré en salir de las aguas para vestirme.

“Bien podéis salir del agua. Cuando los primeros rayos de luz salgan, empezará vuestro primer día como beirdds. Volvamos a la fiesta”.


El primer día de Beirdd: Los primero haces de luz perfilaban mi rostro con una tenue caricia que hizo que me estremeciera.

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