jueves, 9 de agosto de 2012

Capítulo II

La alcoba tenía un halo de vapor y un olor a flores que descendía por la ranura de la puerta hasta el pasillo común de la taberna. Hacía escasamente una hora, Gillian, había pedido esa bañera y, ahora, se deshacía de la escasa tela que cubría su níveo cuerpo, quedando desnuda con el único vestido de sus cabellos. Desvió la vista hacia el saliente que podía observarse en el ventanal que hacía de foco de luz solar a esa habitación y entrecerró los ojos, molesta consigo misma.
Gillian observaba detenidamente el medallón que poseía desde escasamente un par de días. Un medallón del que no conseguía discernir el material de fabricación y estaba ornamentado con un pequeño entrelazado en sus bordes. Antes de darse cuenta, había recorrido la escasa distancia que la separaban de él y lo había tomado entre sus delicados dedos. El hacha que se deslumbraba en el centro la había estado dando qué pensar durante los últimos días; en realidad, el dueño de ese medallón era quien la hacía pensar demasiado.

Su cuerpo tembló levemente, recordandole su propia desnudez, y se dirigió a las cálidas aguas perfumadas de la bañera. Ahora que lo pensaba, ese hombre no dejaba de interrogarla con la escusa de saber más sobre el cargo al que deseaba ostentar o, meramente, preguntaba por su pasado. Aunque al principio ese interés la sorprendiera, con el paso de los días se había acostumbrado a su presencia y, en más de una ocasión, se había sorprendido buscandolo entre las calles de Rhodesia.

Dejó el medallón en el suelo tras recostarse en esa pequeña bañera y cerró los ojos. Aun le quedaban un par de horas para sus salmos matutinos y los días habían sido más estresantes de lo que hubiera imaginado. El día anterior, había pasado algunas horas en el templo al cuidado de los enfermos de la extraña enfermedad con la ayuda de Enora. Debía acordarse de agradecer su ayuda en esos estresantes momento cuando la viese.

Sin duda Shiro era un mal enfermo, no pudo evitar sonreir al recordar como le había hecho beber su remedio casero para que se estuviera quieto y había caido redondo en ese lecho sin muchas más complicaciones; Erys, por su parte, había decidido tomar el brebaje por su propio pie al no poder dormir, aunque sus reacciones hicieron pensar a Gillian si se había equivocado con la Angélica y había puesto algún afrodisíaco en una equivocación. Enora se había estado ocupando del pequeño mediano desde que Eryx la habñiavomitado encima, no era de extrañar. La que más la preocupó en un principio fue la joven Shai y su elevada temperatura. La joven se rehusaba a desprenderse de su capa y su capucha, haciendo que al final tuviera que hacer refriegas con alcohol a su delicado cuerpo; aun así.. tras varias horas de elevada temperatura, Gillian desistió recordando como su madre le había explicado que algunas personas tenían la temperatura más elevada por X razones.

Desvió la vista hacia la ventana y observó como los haces de luz se arrastraban taciturnos por el suelo. Los mismos rayos que lamían la piel de aquel guerrero, curtido en batallas. Seguramente, en más de una ocasión, habían hecho que su perlado sudor recorriera su esculturado cuerpo en cada entrenamiento; ese cuerpo que ella misma había deseado recorrer y conocer personalmente. De un sobresalto se levantó de la bañera y salió de la misma. ¿En qué demonios pensaba?.

Se vistió con sus ropas habituales y se recogió el cabello tras peinarlo. Oró su salmo matutino a la diosa Sune, tomándose su preciado tiempo como una pequeña caricia bordada con el contenido de las palabras que antaño su madre le enseñó y tras su habitual rutina mañanera salió por la puerta de la alcoba.

- ¡Santa Dama! – abrió la puerta de golpe y de dos zancadas llegó hasta la bañera, se agachó y recogió el medallón.

Se llevó el medallón a uno de los bolsillos internos de su falda y cerró, por segunda vez la puerta de su alcoba. En parte se sentía culpable por haber “cogido prestado” ese medallón. Recordaba como su dueño había caido vencido por el alcohol en una de las muchas partidas de cartas que organizaba la Compañía con apuestas cargadas de alcohol. Tras llevarlo a una cama entre un par, Gillian había visto ese objeto y sin saber por qué se lo había guardado. Imaginaba que deseaba saciar algo de su propia curiosidad con aquel individuo que la acribillaba a preguntas y hacía que casi se perdiera en su intrigante mirada.

- Hola Gillian. - la masculina voz hizo que Gillian saliese de sus entretenidos pensamientos con un escalofrío que le erizaba el bello.

Observó al hombre, refrescando lo que su propia mente recordaba más de lo que ella quería e incoscientemente contuvo la respiración, zambullendose en los profundos ojos verdes que la observaban.

- ¿Gillian? - volvió a repetir el hombre.
- ¿Eh?.. ah.. sí.. Buen día. - consiguió respirar de nuevo y sonreír.
- Tenemos una charla a medias. - continuó.

A Gillian no la sorprendía. Esa frase era común en el vocabulario de ese guerrero cuando ella estaba cerca. Sus conversaciones siempre se alargaban demasiado, y él nunca parecía satisfecho con las respuestas que ella le daba, cosa que empezaba a frustarla. Para su suerte, la conversación se había desviado al deseo de él de encontrar a sus compañeros para aclarar algunos asuntos sobre los extraños sucesos de rituales y el huevo que hacía días Gillian había oido en el extraño templo y, posteriormente, de ese extraño jinete.

- Quiero saber dónde está situado y quiero saber cómo organiza un ejército sin ser visto. - comentaba el guerrero.
- Haré un diario de batalla. Organizaré los puntos a realizar y descartaremos las zonas ya exploradas para descartar posiciones. - decía el explorador.
- Si es un ejército necesitarán movilizarlos y tener una vía de suministros, alguien habrá visto algo. - dijo el tercer varón
- Exacto. Tengo gente trabajando en ello, en breve tendríamos que saber algo al respecto y averiguar algo más sobre ese huevo. - insitía el guerrero.
- Si no es por uno u otro hombre, hallaremos algo. – comentaba el explorador, mientras trazaba algunos bocetos en un trozo de pergamino.

Gillian había deshechado la conversación y se servía su segunda copa de vino, pensando en su labor en todos aquellos sucesos. El guerrero, poco antes, le había pedido que hiciera algo por él y así lo haría. Simplemente, tenía que hallar los libros adecuados y las investigaciones precisas para que los rituales fuesen suficientemente conocidos por ella. Aunque, como le dijo al guerrero, su único problema sería si el Don de la Dama no conseguía discernir en todo aquel asunto. Perdida en su segunda copa, recordaba como la extraña visión de hacía unas horas los había envuelto en un recorrido de quehaceres.

Con total nitidez seguía viendo el fuego prender en su visión. Sentía aun como las lágrimas se habían derramado por sus mejillas al ver los cuervos sobrevolar los cuerpos inertes de los ciudadanos de Rhodesia en una visión tan atroz. Pero lo que más la preocupaba, fuese casualidad o no, era el incendio que poco después se había iniciado en el distrito portuario. Varios ciudadanos habían conseguido mitigarlo, haciendo que las pérdidas solo fuesen bienes materiales. Algo la inquietaba: la visión, la coincidencia, las extrañas voces grotescas y maléficas que habían retumbado en sus propios oidos vociferando que el cuarto ritual se había completado.

Dejó la copa vacía en la mesa y se levantó, al comprobar que los tres varones acababan su conversación. Todos tenían un papel que hacer en la obra que esa gitana parecía dirigir.

Las horas había pasado fugazmente por lo acontecido y había hecho que la noche silenciara casi por completo la ciudad de Rhodesia. Escasos aventureros se situaban en la plaza, cuchicheando y dialogando sobre lo pasado en ese extraño día. Gillian se agachó y se colocó mejor la parte alta de las botas, esperando que el guerrero apareciese de nuevo. Porque tarde o temprano, como dos imanes, acababan encontrándose.

- Gillian, llévame al banco.- sentenció el guerrero, mientras se acercaba.
- ¿Ahora si quieres usar el banco?.

Gillian rió divertida, más al recordar la conversación que habían tenido por insistir ella en guardar el regalo de él en su caja fuerte. En este round, ¡ella era la vencedora!.

- ¿Por qué no? Si Gillian lo usa, yo también puedo.
- Claro, claro.
- Pero no te vayas. Aun no terminé contigo. - la miró entre desafiante y divertido.

Gillian se paró y lo evaluó con la mirada.

- Capitán, ¿es que creéis que alguna vez podréis terminar conmigo? - rió, tras usar su tono más angelical y siguió la marcha. – Vamos, anda!

El guerrero, vencido, sólo pudo producir un gruñido leve y seguirla

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