domingo, 25 de julio de 2010

Preludio. Parte III - Neonata.


El agudo grito de la joven se oyó por toda la posada, ese lugar la había acogido los nueve últimos meses de su vida, a ella y al bebe que ahora intentaba arrancarle las entrañas abriéndose paso a ese nuevo mundo. Tras nueve meses nacería, podrían abrazar su diminuto cuerpo aterciopelado y delicado, pero las tibias lágrimas amenazaban con bañar su rostro por el esfuerzo realizado y las gotas de sudor impregnaban su cuerpo. La angustia impregnaba la habitación mientras aferraba con fuerza la mano que le había tendido su amado.

Las paredes se le hacían tan estrechas en ese momento que no pudo más que desviar la vista hacia la ventana cerrada. Fuera, las oscuras y condensadas nubes anunciaban una posible nevada. Aspiró y soltó el aire con una mueca horrenda de dolor, sus uñas se clavaron en las grandes manos de Nasher y éste se limitaba a susurrarle tranquilizantes palabras. Sus azulados ojos se cerraron con fuerza presa de un dolor que no había experimentado nunca. Aunque esa sensación le recordaba a la pesadilla que en ocasiones tenía. Las llamas amenazaban con quemarla viva, arrancando su piel con un tirante y profundo dolor. No, no había comparación. Este dolor era para otorgar una vida, sus pesadillas anunciaban la muerte de varias personas.


Sus labios temblaron en una súplica de dolor al recordar ese sueño en un momento así. Se deshizo de la prisión de las manos de Nasher y aferró con fuerza los laterales de la camastra, ese dolor no podía durar eternamente, no podía.


- Ayara, empuje, empuje y respire. - la matrona seguía con las manos aferradas en su sexo, intentando alcanzar la cabeza de la pequeña para que no cayese.


La joven pensó que era demasiado fácil decirlo, su respiración estaba tan saturada por el dolor del nacimiento de su bebe que no alcanzaba a recordar las acciones que había practicado los últimos meses. Estaba segura que si hubiera sabido que el dolor sería tan atroz hubiera prestado más atención a la sacerdotisa que a su marido y sus risas. Predijo que hubiera hecho lo mismo de tener una segunda oportunidad.


Y, en un empujón más, la pequeña cabeza del bebé salió. Ayara volvió a mirar a su marido con ese gesto de angustia y dolor que no podía evitar arrancar de su inmaculado rostro. Nasher aferró la mano de su amada para que esta supiera que estaba con ella, apoyándola, y observó la parte baja donde la criatura de ambos acabaría saliendo para abrirse camino a su mundo.


Dentro de él estaba esa sensación que hacia que su estómago saltara de arriba abajo como en un barco en medio de un tormenta, esa sensación que hacía años no había percibido. El nerviosismo. Desde que había vuelto con su amada, desde que tocó aquella noche la voluminosa barriga de su esposa estuvo convencido. No estaba seguro de los motivos, quizás al igual que la manada de lobos se conectaban entre ellos haciendo los eslabones de la manada, él pudo percibir la tranquilidad y calidez de su pequeña.


Otro empujón más, la matrona estiró las manos y cogió a la pequeña por los hombros para ayudar a Ayara en su último esfuerzo. El llanto de un bebe retumbó en la habitación tras unos segundos. La madre aliviada y cansada rompió a llorar mientras su amado la besaba agradecido por otorgarle tal bendición. La matrona acercó a la niña hacia ambos y la dejó con calidez entre los sudorosos brazos de su madre.

- Es una niña, Ayara. Felicidades, lo has hecho muy bien. - la matrona sonrió a ambos padres. - ¿Ya sabéis que nombre le daréis?


Nasher asintió, había decidido el nombre hacía ya unas semanas y estaba seguro que su esposa lo aceptaría. Desvió sus ocres ojos a los azulados de su esposa y con una sosegada voz anunció.


- Haala. - la matrona se limitó a asentir contenta, pues muchos padres tardaban en elegir el nombre de los pequeños y los dejó solos en sus primeros momentos con su pequeña.


La tostada mano de Nasher apartó con cuidado la mantita que rodeaba el cuerpo de la pequeña y sonrió al contemplarla. La pequeña tenía un tono bronceado de piel heredado y unos ojos ocres felinos, heredados de su padre, mientras que sus pocos cabellos eran de un platino oscuro anunciando que tendría el cabello de su madre. El trovador estaba seguro que la pequeña sería tan bella como su esposa pero heredaría la agilidad de los suyos.

- Amor mio, ¿cuándo hará el primer cambio? - la cansada y susurrada voz de su esposa se dirigió hacia él sacándolo de sus suposiciones.


Le trovador volvió a sonreír hacia su esposa y acarició con sus ásperas manos la aterciopelada piel de su pequeña. Lo que preocupaba a su esposa no era más que la simple idea de pensar que un bebé tan pequeño y delicado pudiera ser atacado por alimañas y depredadores del bosque. Hacia algunas semanas que Ayara había pedido estar presente en esa ocasión y eso le había extrañado al trovador. No obstante había aceptado. La simple idea de que su amada hubiese dado inicios de interés en sus cambios le había alegrado.


- La próxima luna llena es dentro de varías decanas. No te preocupes, podrás estar con nosotros. - le otorgó un cálido beso en la frente.


La joven asintió con una sonrisa en los labios y observó a su pequeña, esa noche su marido bebería al son de la música y la celebración en la parte baja de la posada mientras que ella descansaría de ese doloroso esfuerzo.

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