Bosque Luna, cerca de Argluna, hace 5 años.
- Aliec, ¡ves más despacio! ¡Vas muy rápido! - oí esa cantarina voz y volví a pararme por milésima vez para esperar a la torpe de la elfa.
Si
no fuera porque necesitaba que esa elfa me acompañara la hubiera dejado
atrás hacia bastantes horas. El recorrido que debíamos hacer en apenas
un par de días se estaba alargando al doble por esa torpe. No lograba
entender como una elfa, de mi familia, fuese tan ingenua y tan
poco ágil. ¡Maldita sea! Esa cría no sabía hacer nada y se suponía que
albergaba el poder que yo ansiaba, aunque empezaba a dudar seriamente
que esa elfa tuviese el poder de mis ancestros en su sangre antes
que yo. La miré, intentando no mostrarme demasiado molesto. Cosa
difícil en mí, os lo aseguro, esa elfa me sacaba de mis casillas. Lo
único que deseaba era cogerla, echármela al hombro, como hacían los
bárbaros del norte del pueblo humano, y acabar el camino.
Seguro
que acaba antes ese maldito recorrido pero no, no podía hacer eso.
Necesitaba que ella misma se cansara por el recorrido y así permaneciera
con la boca cerrada. Intenté que mi voz no sonara amenazadora y fuese
calmada. Todo lo calmada que pudiera en una situación que te saca de las
casillas.
- Aoi,
nos hemos retrasado ya dos días, no podemos ir más despacio. Argluna
nos queda a menos de dos horas y precisamos llegar antes de mañana,
recuerda el mensaje de Padre. - sonreí, como un gilipollas, para meterme en el papel del hermano mayor.
La
elfa sonrió, animada y asintió acelerando esos pequeños y danzarines
pasos, como si mis palabras fueran un aliciente para ella. Será idiota.
No sabía donde se metía, ni siquiera se le pasaba por la cabeza pero en
eso consistía, ¿no?. Las dos horas pasaron sin más paradas. Me pareció
muy raro pero me alegré. Por una vez esa elfa parecía tomarse en serio
algo, aunque fuese al final del maldito camino.
Observé
sobre mi hombro y la vi mirando al suelo demasiada callada para ser
normal en ella. Conocía a Aoi, esa renacuaja y pesada elfa, no callaba
ni aunque la lanzaras a un estanque e intentarás ahogarla poniéndote
encima. No es que lo hubiera comprobado, aunque no me faltaron ganas en
más de una ocasión, pero gruñí. Sí, gruñí. Esa elfa callada implicaba
que está maquinando algo y sus algos solían ser de a tomar por culo todo
y tener que salvarle el puñetero culo de algo peligroso. Joder, a saber
de quién lo había aprendido, aunque estaba seguro que la culpa era de
esa maldita pixi, Yang.
- Estas demasiado callada, ¿Qué tramas?
Supongo
que mi voz no sonó tan calmada como hacia dos horas porque por un
momento vi como la elfa retrocedía unos pasos, asustada. A saber qué
vería reflejado en mi cara pero seguro que no era agradable. Aunque no
me extrañaba, mi paciencia había terminado con ella hacía tres días y
suelo ser como un libro abierto para ella. Eso me molesta, me molesta
tanto que me hierve la sangre hasta la ebullición. Esa pequeña elfa es
la única que solía saber que estaba pensando pero ya no, ahora no. Todo
ha cambiado ahora.
- N-Nada… te prometo que no tramo nada. - vi como asentía un par de veces con nerviosismo y esa elfa solo me asentía dos veces con nerviosismo cuando me tenía miedo.
- Súbete la capucha, tapa ese escuálido cuerpo y no llames la atención. - La cogí del brazo con brusquedad y tiré de ella, ya que habíamos llegado una de las entradas de Argluna, la Gema del Norte.
Y así lo hizo. Aoi se subió la capucha con la mano libre y se ajustó la capa sin rechistar.
Observó
con sus azulados ojos a su hermano. Ella era curiosa, bien lo sabía,
pero la ciudad, la flamante y brillante ciudad que estaban apenas
entrando, no llamó su atención en esa ocasión. Su mirada seguía fija en
la espalda que le había dado su hermano desde hacia cuatro días. Desvío
la mirada a su brazo, le dolía por la opresión que ejercía Aliec en él
pero no se quejaría.
Habían
ido a Argluna para reunirse con su padre, eso decía el pergamino que
recibieron hacía cuatro días en su hogar. La delicada letra de su madre
les informaba que debían reunirse con ellos en la Gema del Norte, por
orden de su estimado padre, pero, por algún motivo, Aoi no acababa de
comprender ese pergamino o sí lo comprendió... no quiso darle el
significado correcto.
- Aliec, el Cruce de la Doncella está por el otro camino. - dijo tímidamente con un cantarín pero susurrante tono de voz.
- Luego iremos. Tengo algo que hacer antes, a Padre no le importará. - le presionó con más fuerza el brazo, lo que ocasionó que la fémina gimoteara por el dolor.
Alzo
la cabeza para mirar a su hermano y vio como una sonrisa macabra
perfilaba sus labios. Su hermano había cambiado o algo lo había hecho
cambiar. Sabía que Aliec pasaba mucho tiempo con un grupo de humanos de
reputación algo difusa pero no comprendía como él, precisamente él,
había cambiado tanto en apenas unos meses. Culpaba a ese grupo de dudosa
reputación pero no tenía el poder suficiente ni la autoridad para
separarlo de ellos. Poder o autoridad… la fémina casi se echa a reír al
pensar en ello. Por no tener, no tenía ni dominio en su propia Urdimbre,
siempre le costaba bastante canalizarla.
La
hizo caminar hasta un edificio de dos pisos, en el que oyó como los
nudillos de Aliec tocaban varias veces en un ritmo determinado. Las
puertas se abrieron y pudo observar una casa sin más. Aun no entendía
qué hacían allí pero su vello se erizó alertándola de un peligro del
cual sabía que no saldría sin más. Se acercó a su hermano, el cual tomó
del brazo con ligeros temblores por puro miedo. Caminaron por el
estrecho pasillo hasta llegar a unas escaleras, las cuales descendieron
en un ritmo pausado. Cuando llegaron al último escalón Aoi, que había
permanecido mirando el suelo, ya que los escalones eran pequeños y la
luz escasa, notó como su hermano se apartaba de ella, despojándola de la
seguridad que él le otorgaba, alzó la vista hacia el lugar y lo que se
reflejó en su rostro fue terror.
Se
encontraban en una caverna abierta, a unos cuantos metros bajo la
ciudad y en su centro se encontraba el Cuerpo, un estanque que líquido
negro.
La
caverna en sí tenía una forma parecida a una cúpula, con la parte
superior directamente sobre el estanque. La cámara que alojaba el
estanque tenía simplemente 50 pies de diámetro con dos alcobas en frente
la una de la otra. El techo y paredes de la cúpula estaban estriados
verticalmente, como si fueran enormes dedos labrados en la roca desde el
interior de la cámara. Los bordes de la cámara estaban siempre en
tinieblas y parecen resistir la luz de las antorchas, incluso si una
antorcha se ponía cerca de las paredes.
El
estanque tenía apenas profundidad, justo lo suficiente para sumergir a
un hombre de estatura media. ¿Por qué lo sabía? Porque estaba
comprobando como su Padre hundía su propio cuerpo en él, horrorizada y
con el cuerpo paralizado. El estanque estaba en perfecta calma y su
contenido tenía una consistencia similar a la brea, además aunque
introducía el cuerpo, aunque no estaba segura de por qué, el líquido no
se onduló ni varió.
El
sonido de un gruñido macabro y sombrío resonó en la caverna, al poco de
que el cuerpo se introdujera en el estanque, pero el Mastín desapareció
en cuando el cuerpo de su Padre se convulsionaba y retorcía mientras su
carne se derretía por algún motivo que Aoi desconocía. La elfa gritó
aun más horrorizada y asustada. Las lágrimas empezaron a caer en cuanto
asimiló el suceso de que su Padre estaba muriendo ante sus ojos. Intentó
ir hacia él pero un brazo acérrimo la oprimió mientras el captor, que
pronto reconoció como Aliec, habló.
- Bienvenida a “El Cuerpo de Shar”, hermana. - rió desquiciadamente - Disfruta del espectáculo, ya nos hemos perdido el de Madre por retrasarnos.
La elfa tembló. Estaba muerta de miedo. Su hermano se había vuelto loco.
Estaba
asustada. Podía oler en todo su pequeño cuerpo el terror que la había
ocasionado esa magnifica escena. Hubiera sido más fácil hacerla saltar
por el túnel vertical de la sala conjunta a las escaleras pero eso me
hubiera prohibido ver como la elfa se retorcía y sollozaba por ver
semejante escena. Le aparté el albino cabello del rostro mientras las
lágrimas seguían bañándolo y la lamí, notando como se estremecía. Tan
inocente y pura, que poco sabía. No sabía absolutamente nada de lo que
le esperaba.
El
irritante sollozo se cortó cuando le dejé inconsciente, gracias a la
Diosa. La tomé en brazos antes de que su cuerpo se desplomara en el
suelo de la caverna, aunque aun no entiendo del todo porqué lo hice. La
llevé a un rincón de la caverna donde los preparativos que había
anticipado ya estaban posicionados y la dejé en el centro del círculo de
convocación. Luego me puse a un lado, mirando al viejo sacerdote.
-
¿Es esta la elegida? Pues no parece que tenga mucho poder, ¿no os
habréis confundido? - El puñetero viejo me miró con desconfianza y casi
quise arrancarle la cabeza.
- Sí, es ella. Hazlo. - intenté que mi tono de voz no fuera muy molesto.
Aunque para qué mentir, estaba molesto con ese clérigo, ¿iba a adquirir el poder de nuestros mis
ancestros y creía que iba a traer a otra?. Adquiriría, por fin, el
poder que esa maldita elfa pesada me había quitado cuando nació. Cuando
ella muriese yo adquiriría parte del poder y la Diosa la otra parte. Era
sencillo. ¿Remordimientos? Ninguno, era venganza. Una sutil y
planificada venganza y mi recompensa, el poder de toda nuestra estirpe.
Mi
cuerpo tembló de pura euforia, anticipándose al deleite de adquirir
este poder tras el ritual. Sólo tenía que empezar los salmos ese puto
viejo. Lo miré entrecerrando los ojos, amenazador y simplemente me
ignoró. Se tomó todo el tiempo del mundo para cambiarle las ropas a mi
hermana y, como no, deleitarse con su cuerpo. ¡Joder!, ya se la tiraría
tras el ritual.
Me estaba impacientando.
Cuando
mis pies tamborilearon el suelo, el viejo sacerdote inició los cánticos
a la diosa, la caverna parecía desprender un halo más oscuro, las
antorchas centellearon por un instante antes de apagarse quedándonos
sumidos en la completa oscuridad. Noté como la estancia daba vueltas y
más vueltas, mientras que la oscuridad me hacía faltar el aire. Mi
respiración se entrecorto, mis ojos lloraron por la asfixia, hasta que
caí de rodillas al suelo. Si estas eran las consecuencias para adquirir
el poder, lo aguantaría. Mis sentidos acabaron entumeciéndose durante lo
que parecieron horas.
Oí
un grito, un grito de varón y el olor a la carne quemándose. El sonido
de una convulsión y de vuelta un grito de retorcido dolor.
Cuando
conseguí que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad parpadeé atónito.
El cuerpo del viejo sacerdote estaba calcinado a un lado de una piedra
que hacía de altar y estábamos en un jodido claro, ¿qué mierdas había
hecho ese viejo? No noté el gran poder que tenía que haber notado, ni
mucho menos, ¿el viejo me había traicionado? No me extrañaba pero solo
tenía que coger a la elfa y buscar a otro interesado. Claro, ¡Aoi!, miré
alrededor y me quedé petrificado.
- ¿Me teméis? - la puñetera elfa estaba de pie al lado del cuerpo calcinado con aires de superioridad.
Estoy
seguro que dijo algo más pero no presté atención y dije lo más obvio:
que había matado al sacerdote. Sinceramente, fue para confirmar, y para
tener la ocasión de que no prestara atención a que estaba tensando mi
arco. Hablamos algo más, escueta conversación. Lo único que saqué en
claro es que aunque fuera el diminuto cuerpo de Aoi, esa no era ella,
desprendía un aura de depredador y su aura mágica, aunque no soy muy
dicho en ello, AÚN, era elevada. Esa. Esa es el poder que yo adquiriría.
Luchamos
o hice un intento. No podía matarla, si moría me quedaba sin el poder
de mis antepasados y ella se creía que podía conmigo sin más. Qué
confianza la muy zorra.
- Hoy he renacido. Hoy he despertado de mi propia muerte. ¿Crees que dejaré que me robes mi sacrificio, mi poder? - sus labios me rozaron la mejilla, ¿por qué me era tan familiar esto? Cierto, yo la lamí. - Tú
no renacerás. Tu venganza es efímera e insuficiente. La muerte es lo
único que te espera tras mí renacer; mientras... ella clamará por tu
muerte y acudirá a mí.
Reí con diversión. Con tanta que la zorra apretó más el filo.
- Creo
que no entiendes nada. Tú habrás renacido. Me importa una mierda quien
eres, solo me importa que tengas el poder que quiero y que usas el
cuerpo de Aoi. - cogí su escuálida mano y la retorcí, a lo cual no me costó demasiado que apartara la daga de mi cuello. - Ahora suelta la daga y hagamos un trato.
Tras pensárselo unos minutos, mientras se debatía en a saber qué, acabó asintiendo.
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