miércoles, 30 de enero de 2013

Capítulo 1: Yermo.

El color de la fisura anaranjada del alba despuntaba en el horizonte de aquel basto océano dorado. La arena revoloteaba con los últimos resquicios de aire nocturno que se levantaban alrededor de esas enormes piedras difíciles de discernir. Bertnard tanteó el suelo buscando su rifle, mientras buscaba con la mirada el cuerpo de Sumire, tendido bocabajo a pocos metros cerca de la enorme piedra con rasgos. La sacudida de ese extraño resplandor había entumecido su orientación y la jaqueca había ido en aumento, ocasionando un repentino vómito.

- Puto fantasma. – El Cazador se pasó la manga por la boca y se reincorporó con un mareo de inestabilidad.

Cuando hubo tomado total posesión de sus instintos, tras lo que parecieron insufribles minutos, volvió a evaluar el perímetro. El alba dejaba entrever las moldeadas piedras de la escultura que había confundido con enormes rocas. Un pétreo rostro de mujer descansaba sobre la sábana de arena, tendida cual guerrero caído en combate. Hasta donde alcanzaba a ver lo que antes hubiera sido una enorme estatua, ahora erosionada por las inclemencias de desierto, se extendía hasta el hombro y más al fondo algunos fragmentos de lo que debía ser la mano y parte desfigurado del torso. Alrededor, un yermo áureo que no invitaba a tomar una dirección certera.

Bertnard se colgó el rifle, hundiendo sus altas botas en la arena, y se dirigió hacia su compañera. El conocido sonido del martillo de un arma resonó tras su cabeza mientras alguien le apuntaba.

- Andando. – el cañón del arma le golpeó la nuca al tiempo que sonaba la femenina voz. – No hagas tonterías o te quedas sin cabeza.
- Tranquila, encanto. – sonrió el Cazador.
- Que pronto se te borrará esa sonrisa, “encanto”. – la mujer le arrebató el rifle y se lo colgó al hombro. – Olaf, coge a la mujer; Matt, llévalo al Hurakan.

La figura de un hombre de complexión delgada, oculta bajo ropas extrañas, apareció de improviso apropiándole un puñetazo al rostro de Bertnard que lo recibió cayendo de rodillas por la sorpresa. El hombre lo hizo tumbarse tras un breve forcejeo, hasta acabar ambos magullados y el Cazador amordazado y maniatado.

- Hurakan, aquí la Teniente, llevamos dos prisioneros. – la mujer alzaba la cabeza hacia arriba.
- Recibido, cinco minutos para recogida. - sonó la voz a través del dispositivo de comunicación.

Sumire era transportada, cuál saco de patatas, sobre el hombro de un enorme personaje de pelos canosos y tez oscura. Sus rasgos y ropajes recordaban a los Norn del norte, a diferencia de que éste, debido al hábitat donde se encontraban, no portaba gruesas pieles para mitigar el frío gélido. Por su propio peso sus pies se hundían más allá de las pantorrillas con un gruñido de queja por la molesta arena que se le colaba entre las botas.

El sonido de unas máquinas envolvieron el lugar estruendosamente, el aire se levantó como si de una tormenta de arena se tratase, obligando a los presentes a cubrir sus rostros con las manos o ponerse las gafas que portaban en sus cabezas. Una inmensa sombra apareció sobre el grupo al tiempo que una enorme nave descendía a pocos metros de su situación. Bertnard estaba seguro que al explorar el cielo anteriormente no se le podría haber pasado por alto un buque de esas dimensiones, como tampoco se le había pasado por alto el hecho de que había aparecido de la nada.

- Olaf, la mujer a la zona de proa, puente de mando. El Capitán decidirá su precio. – la mujer desvió la vista hacia Bertnard. - Éste, primero tendremos que hacerle unas preguntas, llévalo a la cubierta C.
- Será un placer, Teniente. – la delgada figura correspondía al rostro de un variopinto varón con un parche en el ojo derecho. – Andando.

Cuando Sumire despertó se llevó la mano al iniciado dolor de cabeza que tenía, las nauseas la aplacaron hasta que vomitó. El fuerte rugido masculino retumbó en sus oídos y su cabeza volvió a dar vueltas por el zarandeo que le estaban dando.

- ¡Qué demonios haces, mujer! -  rugió el encolerizado Olaf, al que le había soltado el vómito encima.
- ¿Lo… sien… to? – la Elementalista observaba alrededor perpleja mientras seguía siendo zarandeada. - ¿Dónde estoy?
- Maldita mujer, voy a  …

El sonido del guantazo que le propinó el grandullón no la dejó oír lo siguiente pero a raíz del enfado, la situación y los improperios que soltaba aquel gigante se imaginaba qué seguiría. Aunque no llegó lo siguiente, el extraño Norn la hizo avanzar por esos extraños pasillos a grandes zancadas para seguir su ritmo. Los pasillos serpenteaban construidos entre madera y metal, en parte le recordaban a una construcción Charr. No obstante, la tecnología que en ocasiones podía ver en las habitaciones que tenían las puertas abiertas la asombraban por su complejidad. La carrera concluyó frente a una puerta a la que fue arrojada nada más abrirse.

- Divierte al Capitán, mujer. - la puerta se cerró y Sumire agrandó los ojos ante la visión que le esperaba.

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