martes, 1 de abril de 2008

El Ojo.

La suave brisa mecía tranquila en el lago, su figura reflejada en el agua se veía oscurecida, hasta que la piedra rompió la calma del agua. Se levantó tranquilo, miró a un lado y a otro, comprobando la tranquilidad que emanaba ese páramo. Sus pasos le llevaron más allá de la cordillera norte de la montaña, discernió entre la noche las hogueras que ardían en silencio, bajo la lluvia. Los cuerpos quemados elevaban un olor a muerte y desesperación, los llantos de los ciudadanos llegaron a sus oídos. Su mirada se desvió a la parte oeste, más allá del molino, gritos de dolor, choque de batalla en vano, pues poco duraría aquel campesino. Su cabeza rodaba a los pies de un mercenario, mientras la que parecía su esposa era repudiada de sus ropas y violada por otros dos hombres.

La figura sacó una pipa e introdujo en ella algo de hierba, la encendió con ayuda de su hoguera y observó con detenimiento lo que la colina le brindaba. Más al norte, hacia la aldea, no era mejor el panorama que se describía. Los mercenarios mataban, saqueaban y violaban; los aldeanos se defendían y morían por proteger a sus seres queridos. Tras varias horas de asedio se deslumbró el alba, los cuerpos que antes eran cuerpos ahora eran ceniza con humo. Los mercenarios habían dejado desolación a su paso.

Siguió el recorrido de los mercenarios, comprobando la muerte que dejaban tras su paso. Comprobó que en esas semanas, no había rastro de la guardia ni de flancos amigos, ni de protectores de los aldeanos. De todas formas, todo aquel que se ponía ante los mercenarios, moría sin piedad y oscilación. Todo era muerte, los días pasaban con el mismo aspecto y su viaje era continuo a los mercenarios, pues ambos iban hacia la capital o eso parecía.

A lo lejos se conseguía discernir los torreones, la incesable lluvia les había acompañado durante el camino, apagando así las llamas de las aldeas y sosegando los gritos de dolor. Los carroñeros festejaban con las entrañas de los caídos, fuesen aliados o enemigos no harían distinción alguna, entre los pocos trozos de carne que no acaban calcinados.

La pipa se volvió a encender, un último asentamiento para nosotros, pensó y encendió a su vera una pequeña hoguera. Oteó alrededor y escuchó pasivo a los mercenarios, estos se limitaban a bramar y a reír al compás del ron y la música de la taberna, en la cual se habían quedado. Los guardias rondaban tranquilos por las callejuelas estrechas, esta visión daba a entender la cercanía de la capital. El alba se divisó en el horizonte pocas horas después del silencio que por fin había dejado el sueño de los mercenarios.

Sus ojos siguieron a uno de los mercenarios, hasta la plaza central. Unas escaleras se alzaban sobre él y entro al castillo; los guardias les guiaron por el laberinto de los pasillos hasta llegar a una ancha puerta de roble, no cruzaron palabra en el pequeño recorrido que les había conducido frente a un hombre de baja estatura, rechoncho, de pelo blanquecido y ya entrada la cincuentena. El mercenario se descubrió el rostro, quitándose un sombrero que estaba decorada de una pluma en su lado derecho. Podía observarse un hombre de agua salada, brindado por la tez morena que le otorgaban sus innumerables travesías; su pelo era oscuro como el azabache y sus ojos eran vacíos. En su cintura portaba dos estoques bien armados y quizás portaría más armas en lugares que a simple vista no podrían distinguirse por la capa que caía sobre él. En la sala se oyó su nombre, Eric Danten, capataz de la “Muerte negra”, una leve reverencia iba dirigida al hombrecillo y tras ello desvió la mirada a la figura de su lado. Éste se limitó a hacer una leve reverencia al hombrecillo, imitando a Eric. A diferencia del mercenario, este portaba una capa negra, abrochada, la cuál envolvía sus ropas oscuras. Se dibujaba levemente una figura de complexión robusta y bien marcada, una capucha escondía entre las sombras su rostro, evitando que se le viese a menos que te mirase de frente. El portavoz, reconociendo a ambos comenzó.

“ Se os ha hecho llamar por la mera razón que atormenta a los ciudadanos y a los ciudadanos de Àirdê. La plaga ha ocasionado ya muchas pérdidas y los ciudadanos temen por sus vidas, las tierras se ciernen en la oscuridad que ese arcano nos hace padecer por su ambición de poder. Todos confiábamos en él y nos traicionó!”

El hombrecillo, refunfuñó cual enano sin cerveza. Tras varios minutos de reflexión prosiguió, volviendo a la realidad de los actos.

“ Bien, se ha acudido a ustedes por el hecho de ser reconocidos por sus acciones, uno es diestro en la esgrima del estoque, aunque se deje todo ese talento rebanando cabezas y saqueando. El otro, bueno es diestro en sus ámbitos también.
Por tanto, necesito que aunque no os una las mismas ambiciones, os unáis en este caso y matéis a ese nigromante, que los dioses se hagan cargo de ese maldito!. Muchos de los nuestros han caído y los que quedan temen por sus vidas. Esperemos que ustedes sean capaces de acabar con ese demonio y traigan la paz a nuestras tierras “

***

La torre se alzaba sobre la colina oscura, respetable. Los rayos reflejaban sus contornos y la hacía aun más siniestra. A sus pies se elevaba un cementerio de cadáveres putrefactos de batallas marcadas de los que habían caído a los pies del potencial de Isaac. El hedor era tal que muchos de los hombres del capitán Eric vomitaban al olerlo, se olía la muerte en esa colina.

La figura ahora se unía a los desalmados mercenarios, ya que así se lo habían ordenado en esta cruzada. Miró a un lado y a otro, les había observado durante semanas, había aprendido de ellos su estilo de lucha, y sabía perfectamente como deshacerse de cada uno de ellos. Su perdida mirada observó al capitán y posteriormente miró hacia el torreón.

Un lejano susurro remitía en sus oídos, palabras arcanas pensó y miró los cadáveres que se levantaban de la muerte ante ellos. Oteó la lejanía e intentó discernir en el torreón, mientras los mercenarios arremetían contra los cadáveres, gritos ahogados de muerte de los menos diestros, antes de caer le hicieron perder la visión, dirigiendo la mirada hacia uno de ellos. Las gotas de sangre caliente le hicieron mirar de nuevo al frente, una cabeza rodó despacio a sus pies, la detuvo con una de sus pesadas botas y vio desplomarse el resto del cuerpo. Una figura menos corpulenta se presentaba ante él, empuñando sus reconocidas dagas, un leve murmullo salió de sus labios.

“Mi señor, Isaac se encuentra en la parte central superior de la torre. Será fácil acceder a él, si deja que ellos le abran el camino”

La figura asintió y comenzó a andar, perdiendo de vista a su compañera entre las sombras. No le hizo falta empuñar las armas, a los mercenarios se les daba bien blandir las suyas, lo había comprobado con anterioridad.

El capitán Eric se encontraba alzado en el aire, frente al arcano, sus huesos empezaban a sonar comprimidos de dolor, sus gritos ahogados por la sangre retumbaban en la sala y en los oídos de su tripulación. Un cuerpo explotó sin divagación y decoró con sus entrañas las paredes de la sala, un estoque intentó apuñalar a arcano por la espada pero las llamas empezaron a arder desde dentro de sus ser, agonizando de dolor. El resto de la tripulación salió corriendo, mientras su capitán padecía de dolor elevado en el aire, la resonante y estridente risa del arcano, mostraba su locura por la exitosa victoria. Miró hacia el capitán, sin percatarse de la presencia de las dos figuras. Una de ellas se mantenía apoyada en la pared, escuchando sin escrúpulos la tortura de su acompañante; la otra, tras la sombra que manejaba a la perfección, observaba tras una columna la escena.

Los huesos se rompieron resonando con un leve “clack”, el grito de desasosiego y dolor se ahogó por el desmayo. Gotas de sangre salpicaban el suelo, cuando el corazón de Eric era arrebatado de su cuerpo y llevado a la mano de Isaac. Lo observó con detenimiento y dejó caer el cuerpo al suelo.

La figura de la sombra, se acercó con sigilo y esperó una simple orden. La otra figura conjuró contra él, este contraconjuró y desvió el hechizo, sonriendo al ver que sus artes no habían acabado esa noche. Miraba receloso, a la figura, dejó el corazón del capitán en una mesa y le observó con detenimiento. No mediaron palabra, los minutos pasaron tranquilos, pasivos, ninguno conjuró. Isaac sonrió incoherente y alzó el brazo hacia él. La figura no parecía querer resistirse, ni lo hizo, cuando el arcano conjuró contra él en palabras oscuras. Gritó de dolor satisfaciendo así al arcano con el dolor que sentía, la sangre salió de su boca, desde su estómago, cayó de rodillas y le miró desafiante. Su visión, oculta por la capucha se desvió hacia las sombras unos instantes y volvió a mirar al arcano que ahora arremetía contra él con sus artes oscuras. Comprobó que el arcano satisfecho de poder probar sus conjuros, se mostraba como un niño con su primer conjuro.

Su cuerpo se elevó, estirándose sus brazos, su mirada se desvió hacia la pequeña sombra de detrás del arcano. Un leve reflejo, se divisó y una daga intentó cortar el cuello del arcano en vano. La daga se deshizo con un leve murmuro y lanzó contra la pared a la sombra, gritó de dolor. Cuando Isaac miro hacia su agresor, sólo vio una mancha de sangre estampada en la pared. Observó la estancia, cada rincón, fue revuelto con su magia en vano. La sombra había desaparecido, su mirada se desvió hacia el hombre que pendía en el centro y conjuró contra él, magia negra…se estremeció de dolor y gritó, oyéndose sus gritos en toda la torre. Su brazo derecho, cayó hacia el suelo con un sonido sordo. La respiración entrecortada de la otra figura retumbó en el tímpano de Isaac, cuando le clavó otra de sus dagas en la espalda. El hombre, cayó desplomado al suelo, aferró con fuerza su espadón extrayéndolo de su vaina, se tambaleó ligeramente y miró hacia su compañera. Un grito ahogado se oyó, mientras el filo del espadón se clavaba en el miserable cuerpo del arcano, su compañera, arrastrándose se apartó e Isaac cayó desplomado al suelo junto al hombre, desangrado.


La suave brisa mecía el horizonte, la cabeza de Isaac fue empalada en la plaza central y su cuerpo yacía tranquilo en la sepultura de las llamas. El humo de su pipa volvió a encenderse tras volver a mirar atrás y otear la ciudad.

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