martes, 3 de febrero de 2009

Argéntea

El orgullo engendra al tirano. El orgullo, cuando inútilmente ha llegado a acumular imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo, se precipita en un abismo de males, del que no hay posibilidad de salir.”


La arena era estéril, muerta, las hojas caían ante mí y mi ánimo las acompañaba; nuestros esfuerzos fueron nulos en nuestra busca del viejo Svensgard y el bosque perecía. Quizás, el dolor ocasionado por las sucesivas muertes de vegetación y animales no le llegaran a sus viejos oídos o quizás se encontrara tan sumido en la busca de los motivos que ocasionaban dicha desgracia… que no se percataba de nuestro estado de ánimo, al ver como éramos incapaces de salvarlo. Quizás empecé a sentirme desgraciada por no saber que ocurría pero en la penumbra el viejo Svensgard apareció, por fin…


Todo gira en torno a las piedras elementales, quizás debí imaginarlo, quizás no… al fin y al cabo me queda mucho por aprender. Svensgard habló de la descomposición del equilibrio y la vida a causa de su robo, y dicho esto del causante de ello. Dragones, como no. Orgullosos, engreídos, mezquinos peores que los enanos. ¡Genial!, tener que dialogar con ellos… suspiré más que resignada al oírlo… pero fuimos, que remedio…
Gaerali abrió la marcha, el verdoso brillo de las escamas de Svenshut se divisaba desde lejos, además su tamaño ayudaba a verlo desde lejos. Un presente... ¡cómo no se me ocurrió traer un presente para un dragón engreído y testarudo! Como si no tuviese otra cosa mejor que hacer que dar regalos mientras el bosque se muere. Mi paciencia empezaba a desvariar y esto era un ápice de lo que me esperaba. Cogí aire e intenté reponerme de mi mal humor, aunque quedaba mucho camino por recorrer, demasiado a mi punto de vista. Como nos había ordenado y como fieles seguidores de una muerte casi segura, seguimos sus órdenes y su destacada avaricia hasta las cordilleras heladas de Thane.


El frío no tardó en helarnos la sangre, a medida que avanzábamos, comprobábamos las innumerables pisadas y cuerpos desmembrados, muertos y helados a nuestro alrededor. Esa cueva me daba claustrofobia, las innumerables caídas, resbalones y vistas obsequiadas no ayudaban. Bueno, quizás hubo algo divertido, Gaerali no dejaba de reírse. Si íbamos a morir a manos de la dragona argéntea mejor reírse en los últimos momentos pero no podía evitar volver a caer en mi enfado por ser tan torpe. El hielo es traicionero, creí que acabaríamos cayendo por alguno de esos precipicios pero aguantamos... aun no soy capaz de creer que saliéramos ilesos, bueno casi ilesos.


Entre las trampas naturales de la cueva, nos aguardaba una majestuosa criatura, inmaculada y blanca como el hielo que nos rodeaba. Sus crías se peleaban insaciables por su presa, evité mirar al humano y sentir el crujir de sus huesos al romperse por el juego de las crías. Mis ojos se centraron en ella, no me importaba lo más mínimo ella, ni sus crías; los cadáveres, eran no más que cadáveres, cuando los gritos del humano cesaron al partirse en dos. No desvíe la vista a Gaerali, ni vi su horror ante esa imagen. Tampoco conseguiríamos nada de esa hembra, quizás la muerte, quien sabía. Las cartas se lanzaron, una flecha del arco de Gaerali impactó sobre el techo de sus cabezas y derrumbó en vano el hielo del cual pronto se deshicieron. Maldecía por mi fuero interno a todos los dragones, ahora si estaba molesta. Las crías, capaces de partirnos en dos con sus fauces se situaron tras nosotros, dejando a la dragona ante nosotros. El pasadizo en el que nos situábamos no ayudaba, pues nos acorralaron… la verdad era una estrategia digna de mentar y nosotros necios por camuflarnos en un pasadizo sin salida y fácil de emboscar por colosales criaturas.


Luchamos… ¿qué otra cosa quedaba? Morir sin luchar jamás, somos demasiado tozudos para ello. Las flechas impactaban sobre las duras escamas de los dragones, no cabía decir que no soy diestra con el arco… saltaba a la vista… Quedaba algo, fuego. Eran criaturas heladas, podía intentarlo y así lo hice, las columnas de fuego envolvieron de llamas a los dragones, mientras Gaerali les atestaba los últimos flechazos dando fin a sus vanidosas vidas. Antes de que la dragona exhalara su último aliento, Gaerali se encontraba al lado del cuerpo desmembrado del humano. Nos llevó un tiempo conseguir el tan preciado cetro que Svenshut ansiaba pero lo hallamos. Me sentí arrastrada por los brazos de Gaerali, antes de conseguir mi tributo a Svenshut. Me quedé delante de la cabeza de la dragona...sería un buen presente…muy bueno, así reprimiría mis ganas suicidas de matar al dragón verde. Dudaba que el viejo Svensgard hubiera estado de acuerdo conmigo, en dicho caso.
Fruncí el ceño, demasiado cansada para cabrearme cuando hallamos el paso del cubil cerrado. Maldije sí, no lo negaré, me desquiciaban estos alardes de grandeza.


La cabeza de la argéntea rodó hasta las zarpas de Svenshut, cuando por fin nos dejó entrar y nos preguntó por su presente. Quizás se cabreó por perder a la hembra, quien sabe. Mick y Gaerali embistieron contra sus subordinados…o bufones… si estaba molesta ahora más, ¿¡cómo podía confiar Svensgard en un ser tan despreciable!? Fruncí los labios, al comprobar que ambos estaban bien. Al menos conseguimos las piedras tras varios diálogos, si así se puede llamar...


Nuestros pasos empezaron a dirigirse al bosque de nuestro enfrente, otra misión nos aguardaba y todos estábamos de una pieza, por el momento. Guardé las piedras en uno de mis bolsillos y me dispuse a seguirles. Tosí, cogí y exhalé aire a falta de este e intenté no morir y perder la compostura, mientras mis pasos se convertían en un fuerte golpe sobre el suelo. Noté unos brazos agarrándome y como me elevaban sobre el aire pero no recuerdo más, aparte de la fatiga que sostenía a falta del aire y como mis brazos rodeaban con fuerza el cuello de Gaerali. Cuando volví a retomar el control de mi respiración, me encontraba mirando las piedras en manos de Mick y Gaerali. Volvimos, ¡por supuesto que volvimos!, y fundimos las piedras en su lugar de origen, como bien nos indicó el viejo Svensgard.


El Lago se sumió en una paz tranquila, taciturna; las flores brotaron de nuevo, bajo el peso muerto de la vegetación moribunda. Supongo que los dioses naturales se enorgullecieron de nosotros.

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