Entre libros y candelabros, perdido en lo más profundo de su pensamiento, se encontraba el joven Sammar, más atento a lo que sucedía alrededor que a los libros de conjuros. En sus oídos resonaba ahora una conversación casi inaudible, curioso e imprudente se ocultaba entre las sombras, sus pasos silenciosos y en el aire sonó un leve susurro, un conjuro de invisibilidad. Sus ojos se clavaron en los dos hombres que tenía delante, sus sentidos se centraron en la conversación fluida y su corazón se aceleraba por temor a que sintieran su presencia, mientras contenía la respiración.
- Debemos encontrar esas gemas, no lo entiendes, nos haremos poderosos, los mejores magos que jamás habrán existido. Poderosos, seremos superiores y podríamos llegar a ser Dioses!!
La voz del hombre se tornaba enloquecida, frenética, cegada por el poder, sus ojos brillaban ante el deseo de llegar a ser el mejor. Sus movimientos eran cada vez más nerviosos, observaba al otro hombre buscando el mismo regodeo, éxtasis, en el que él se encontraba. Sus ojos buscaban en la sala algo que Sammar desconocía, al mismo tiempo éste escudriñaba el lugar en busca de algo obvio pero no veía nada que estuviera fuera de lugar. Los ojos de Sammar se centraron en su maestro, tan impasible y carente de expresión, como de costumbre. El hombre seguía buscando en la sala pero ahora sus miradas se habían convertido en pasos descontrolados, libros caídos a su paso, las puertas eran abiertas y los cajones revisados, ante la mirada fría del maestro.
- Dónde esta? Se que posees una!! Dónde ésta?? Dime dónde ésta!!!
- Mathew, no deberías dejarte influir por las habladurías. Yo nunca dije que poseyera una gema, ni tampoco lo niego pero tu ceguera ente el poder te destruirá. Las gemas son parte del equilibrio, sabes perfectamente tan bien como yo que jamás deben ser unidas, sino..
- Basta!! tú eres el que se deja llevar por las habladurías. Por qué crees que nos dijeron que no se debían juntar? Piensa, Anirion, Piensa!!! Simplemente, es el poder, el poder. El poder nos hará grandes, dime donde esta la gema!!
- Desvarías, es que acaso no lo ves? Hablas de cosas de las que ni siquiera sabes. No tienes ni idea sobre el poder emergente de dichas gemas. Te comportas como aquellos que ansían su poder, aquellos con los que luchamos hace años.
- No me compares con aquellos estúpidos, ellos no sabían siquiera que hacían las gemas. Yo si lo sé, me darán el poder que me hace falta. El poder para controlar el equilibrio y todo aquel que ose desobedecerme. Quiero esas gemas Anirion, por las buenas o por las malas las tendré. He luchado demasiado tiempo por ellas, como para no poseerlas ahora.
- Nuestro deber es proteger el equilibrio y con ello las gemas, no querer dominarlo ni ser poderosos. Nuestro juramento se basa en su protección pero tú has sido cegado por su poder o manipulado por aquellos que juraste matar. Ahora te veo como un enemigo, amigo mío, no quieras que use mi magia en tu contra.
Una carcajada resonó en la sala, la sangre de Sammar se heló al oírla, las piernas le temblaban, su respiración se aceleró. En su mente se materializó la imagen que hace meses había presenciado, sabía que la magia de su maestro era la más temida en los reinos. Sus ojos se centraron en la túnica de su maestro, una leve brisa soplaba en la sala, sin ventanas abiertas. El aire se entumecía, ambos hombres permanecían con la mirada fija en el otro, esperando, aguardando una leve agitación, un leve movimiento... Sammar tragaba saliva y el sudor recorría su frente, ahora maldecía haber ido a escuchar, maldecía no haber controlado mejor sus impulsos y su curiosidad.
En la sala resonó el eco de un candelabro caído al suelo, mecha detonante para empezar el duelo, Sammar se encontraba ahora arrodillado contra una pared, las manos cubriéndose en la cabeza, el temor le había dejado sin habla. El sonido del choque de la magia era magnificada por el eco de las paredes, el sonido de la madera quebrantadose se perdía entre los gritos de dolor de ambos hombres. Los relámpagos recorrían furiosos el techo, mientras que los elementos eran lanzados sin pudor. Los ojos de Sammar se cerraron con fuerza cuando un rayo pasó por su lado, no sabría decir cuanto tiempo estuvo así, su cuerpo temblaba de tal forma que parecía que le daría un ataque. Su corazón se aceleraba, como si se le fuera a salir del pecho...De pronto, silencio.
Los pasos se acercaban hacía el, sus ojos seguían cerrados, de pronto un fugaz presentimiento, el hechizo desvanecido. Aferró con fuerza sus piernas y apoyó su cabeza en ellas, temeroso.
- Tu curiosidad podría haberte matado, muchacho.
- Lo...lo siento, maestro...
Sus ojos se abrieron contemplando la devastación, la sala completamente destruía y en su centro el cuerpo, casi irreconocible de aquel hombre. Se enderezó despacio, mientras sus ojos seguían fijos en el cuerpo inerte del hombre. Sus labios acariciaban con suavidad y temerosos las palabras que salían de ellas.
- Qué, quién...
- No, no hagas preguntas incoherentes. Realízalas y sacia tu sed pero antes salgamos de aquí y pongámonos cómodos. Es una larga historia y seguro que querrás saberla.
Sammar asintió mientras seguía a su maestro.
En la cabeza de Sammar revoloteaba incansables miles de preguntas, a las que se le añadían cada segundo alguna más, su cabeza era ahora una bomba apunto de explosionar. Las piernas expresaban el nerviosismo del muchacho, sus manos sudaban y temblaban ante el recuerdo, aun presente, de lo que acababa de presenciar. Al cabo de unos minutos, que a Sammar parecieron no terminar nunca, su maestro acabó sentándose en su sillón, los ojos fijos en el muchacho.
- Bien, continuemos.
Sammar seguía rebuscando preguntas pero no conseguía articular las palabras que deseaba que su maestro le contestara, su voz le traicionaba por el temor de realizar alguna pregunta que no debería. Sus ojos se quedaron fijos en su maestro, en ellos se hallaba el temor, la duda, en ellos se veían reflejadas todas las preguntas del muchacho. Desfragmentaba preguntas sin sentido, las unificaba e intentaba resumir varias preguntas en una sola. Quizás habían pasado varios minutos cuando Sammar articulo la primera pregunta.
- ¿Qué quería?..no, eso no. ¿Qué son las gemas de las que hablaba, el maestro Mathew?
- Has simplificado todas las preguntas en una, verdad?
Un suspiro de desagrado resbaló por los labios del anciano. Sammar asintió despacio, observando cada movimiento, cada gesto. Su maestro había envejecido de golpe, su cara reflejaba dolor, sufrimiento, sus ojos se mostraban cansados, entristecidos. Aquél hombre de apariencia fría, el mayor de los Arcanos, se mostraba ahora desaliñado, cansado, como un viejo rey vencido por los años y desgastado por las guerras.
- Quería esperar a que fueras más diestro con las artes arcanas pero los acontecimientos hacen que te adelante los hechos y tus futuras obligaciones. Confío en que serás más sensato que hasta el momento y que ocultarás esa curiosidad tan peculiar que demuestras.
Sammar asentía avergonzado ante el suspicaz enfado de su maestro y desviaba la mirada, coaccionado, ante aquellos ojos que le miraban fríamente. Cuando Anirion creyó que Sammar había entendido la gravedad de su insensatez continuó. [Inconcluído...]
- Debemos encontrar esas gemas, no lo entiendes, nos haremos poderosos, los mejores magos que jamás habrán existido. Poderosos, seremos superiores y podríamos llegar a ser Dioses!!
La voz del hombre se tornaba enloquecida, frenética, cegada por el poder, sus ojos brillaban ante el deseo de llegar a ser el mejor. Sus movimientos eran cada vez más nerviosos, observaba al otro hombre buscando el mismo regodeo, éxtasis, en el que él se encontraba. Sus ojos buscaban en la sala algo que Sammar desconocía, al mismo tiempo éste escudriñaba el lugar en busca de algo obvio pero no veía nada que estuviera fuera de lugar. Los ojos de Sammar se centraron en su maestro, tan impasible y carente de expresión, como de costumbre. El hombre seguía buscando en la sala pero ahora sus miradas se habían convertido en pasos descontrolados, libros caídos a su paso, las puertas eran abiertas y los cajones revisados, ante la mirada fría del maestro.
- Dónde esta? Se que posees una!! Dónde ésta?? Dime dónde ésta!!!
- Mathew, no deberías dejarte influir por las habladurías. Yo nunca dije que poseyera una gema, ni tampoco lo niego pero tu ceguera ente el poder te destruirá. Las gemas son parte del equilibrio, sabes perfectamente tan bien como yo que jamás deben ser unidas, sino..
- Basta!! tú eres el que se deja llevar por las habladurías. Por qué crees que nos dijeron que no se debían juntar? Piensa, Anirion, Piensa!!! Simplemente, es el poder, el poder. El poder nos hará grandes, dime donde esta la gema!!
- Desvarías, es que acaso no lo ves? Hablas de cosas de las que ni siquiera sabes. No tienes ni idea sobre el poder emergente de dichas gemas. Te comportas como aquellos que ansían su poder, aquellos con los que luchamos hace años.
- No me compares con aquellos estúpidos, ellos no sabían siquiera que hacían las gemas. Yo si lo sé, me darán el poder que me hace falta. El poder para controlar el equilibrio y todo aquel que ose desobedecerme. Quiero esas gemas Anirion, por las buenas o por las malas las tendré. He luchado demasiado tiempo por ellas, como para no poseerlas ahora.
- Nuestro deber es proteger el equilibrio y con ello las gemas, no querer dominarlo ni ser poderosos. Nuestro juramento se basa en su protección pero tú has sido cegado por su poder o manipulado por aquellos que juraste matar. Ahora te veo como un enemigo, amigo mío, no quieras que use mi magia en tu contra.
Una carcajada resonó en la sala, la sangre de Sammar se heló al oírla, las piernas le temblaban, su respiración se aceleró. En su mente se materializó la imagen que hace meses había presenciado, sabía que la magia de su maestro era la más temida en los reinos. Sus ojos se centraron en la túnica de su maestro, una leve brisa soplaba en la sala, sin ventanas abiertas. El aire se entumecía, ambos hombres permanecían con la mirada fija en el otro, esperando, aguardando una leve agitación, un leve movimiento... Sammar tragaba saliva y el sudor recorría su frente, ahora maldecía haber ido a escuchar, maldecía no haber controlado mejor sus impulsos y su curiosidad.
En la sala resonó el eco de un candelabro caído al suelo, mecha detonante para empezar el duelo, Sammar se encontraba ahora arrodillado contra una pared, las manos cubriéndose en la cabeza, el temor le había dejado sin habla. El sonido del choque de la magia era magnificada por el eco de las paredes, el sonido de la madera quebrantadose se perdía entre los gritos de dolor de ambos hombres. Los relámpagos recorrían furiosos el techo, mientras que los elementos eran lanzados sin pudor. Los ojos de Sammar se cerraron con fuerza cuando un rayo pasó por su lado, no sabría decir cuanto tiempo estuvo así, su cuerpo temblaba de tal forma que parecía que le daría un ataque. Su corazón se aceleraba, como si se le fuera a salir del pecho...De pronto, silencio.
Los pasos se acercaban hacía el, sus ojos seguían cerrados, de pronto un fugaz presentimiento, el hechizo desvanecido. Aferró con fuerza sus piernas y apoyó su cabeza en ellas, temeroso.
- Tu curiosidad podría haberte matado, muchacho.
- Lo...lo siento, maestro...
Sus ojos se abrieron contemplando la devastación, la sala completamente destruía y en su centro el cuerpo, casi irreconocible de aquel hombre. Se enderezó despacio, mientras sus ojos seguían fijos en el cuerpo inerte del hombre. Sus labios acariciaban con suavidad y temerosos las palabras que salían de ellas.
- Qué, quién...
- No, no hagas preguntas incoherentes. Realízalas y sacia tu sed pero antes salgamos de aquí y pongámonos cómodos. Es una larga historia y seguro que querrás saberla.
Sammar asintió mientras seguía a su maestro.
En la cabeza de Sammar revoloteaba incansables miles de preguntas, a las que se le añadían cada segundo alguna más, su cabeza era ahora una bomba apunto de explosionar. Las piernas expresaban el nerviosismo del muchacho, sus manos sudaban y temblaban ante el recuerdo, aun presente, de lo que acababa de presenciar. Al cabo de unos minutos, que a Sammar parecieron no terminar nunca, su maestro acabó sentándose en su sillón, los ojos fijos en el muchacho.
- Bien, continuemos.
Sammar seguía rebuscando preguntas pero no conseguía articular las palabras que deseaba que su maestro le contestara, su voz le traicionaba por el temor de realizar alguna pregunta que no debería. Sus ojos se quedaron fijos en su maestro, en ellos se hallaba el temor, la duda, en ellos se veían reflejadas todas las preguntas del muchacho. Desfragmentaba preguntas sin sentido, las unificaba e intentaba resumir varias preguntas en una sola. Quizás habían pasado varios minutos cuando Sammar articulo la primera pregunta.
- ¿Qué quería?..no, eso no. ¿Qué son las gemas de las que hablaba, el maestro Mathew?
- Has simplificado todas las preguntas en una, verdad?
Un suspiro de desagrado resbaló por los labios del anciano. Sammar asintió despacio, observando cada movimiento, cada gesto. Su maestro había envejecido de golpe, su cara reflejaba dolor, sufrimiento, sus ojos se mostraban cansados, entristecidos. Aquél hombre de apariencia fría, el mayor de los Arcanos, se mostraba ahora desaliñado, cansado, como un viejo rey vencido por los años y desgastado por las guerras.
- Quería esperar a que fueras más diestro con las artes arcanas pero los acontecimientos hacen que te adelante los hechos y tus futuras obligaciones. Confío en que serás más sensato que hasta el momento y que ocultarás esa curiosidad tan peculiar que demuestras.
Sammar asentía avergonzado ante el suspicaz enfado de su maestro y desviaba la mirada, coaccionado, ante aquellos ojos que le miraban fríamente. Cuando Anirion creyó que Sammar había entendido la gravedad de su insensatez continuó. [Inconcluído...]
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