El color de la fisura anaranjada del alba despuntaba en el
horizonte de aquel basto océano dorado. La arena revoloteaba con los últimos resquicios
de aire nocturno que se levantaban alrededor de esas enormes piedras difíciles
de discernir. Bertnard tanteó el suelo buscando su rifle, mientras buscaba con
la mirada el cuerpo de Sumire, tendido bocabajo a pocos metros cerca de la
enorme piedra con rasgos. La sacudida de ese extraño resplandor había
entumecido su orientación y la jaqueca había ido en aumento, ocasionando un
repentino vómito.
- Puto fantasma. – El Cazador se pasó la manga por la boca y
se reincorporó con un mareo de inestabilidad.
Cuando hubo tomado total posesión de sus instintos, tras lo
que parecieron insufribles minutos, volvió a evaluar el perímetro. El alba
dejaba entrever las moldeadas piedras de la escultura que había confundido con
enormes rocas. Un pétreo rostro de mujer descansaba sobre la sábana de arena,
tendida cual guerrero caído en combate. Hasta donde alcanzaba a ver lo que
antes hubiera sido una enorme estatua, ahora erosionada por las inclemencias de
desierto, se extendía hasta el hombro y más al fondo algunos fragmentos de lo
que debía ser la mano y parte desfigurado del torso. Alrededor, un yermo áureo que
no invitaba a tomar una dirección certera.
Bertnard se colgó el rifle, hundiendo sus altas botas en la
arena, y se dirigió hacia su compañera. El conocido sonido del martillo de un
arma resonó tras su cabeza mientras alguien le apuntaba.
- Andando. – el cañón del arma le golpeó la nuca al tiempo
que sonaba la femenina voz. – No hagas tonterías o te quedas sin cabeza.
- Tranquila, encanto. – sonrió el Cazador.
- Que pronto se te borrará esa sonrisa, “encanto”. – la mujer
le arrebató el rifle y se lo colgó al hombro. – Olaf, coge a la mujer; Matt, llévalo
al Hurakan.
La figura de un hombre de complexión delgada, oculta bajo
ropas extrañas, apareció de improviso apropiándole un puñetazo al rostro de
Bertnard que lo recibió cayendo de rodillas por la sorpresa. El hombre lo hizo
tumbarse tras un breve forcejeo, hasta acabar ambos magullados y el Cazador
amordazado y maniatado.
- Hurakan, aquí la Teniente, llevamos dos prisioneros. – la mujer
alzaba la cabeza hacia arriba.
- Recibido, cinco minutos para recogida. - sonó la voz a través
del dispositivo de comunicación.
Sumire era transportada, cuál saco de patatas, sobre el
hombro de un enorme personaje de pelos canosos y tez oscura. Sus rasgos y
ropajes recordaban a los Norn del norte, a diferencia de que éste, debido al hábitat
donde se encontraban, no portaba gruesas pieles para mitigar el frío gélido. Por
su propio peso sus pies se hundían más allá de las pantorrillas con un gruñido
de queja por la molesta arena que se le colaba entre las botas.
El sonido de unas máquinas envolvieron el lugar estruendosamente,
el aire se levantó como si de una tormenta de arena se tratase, obligando a los
presentes a cubrir sus rostros con las manos o ponerse las gafas que portaban
en sus cabezas. Una inmensa sombra apareció sobre el grupo al tiempo que una
enorme nave descendía a pocos metros de su situación. Bertnard estaba seguro
que al explorar el cielo anteriormente no se le podría haber pasado por alto un
buque de esas dimensiones, como tampoco se le había pasado por alto el hecho de
que había aparecido de la nada.
- Olaf, la mujer a la zona de proa, puente de mando. El
Capitán decidirá su precio. – la mujer desvió la vista hacia Bertnard. - Éste,
primero tendremos que hacerle unas preguntas, llévalo a la cubierta C.
- Será un placer, Teniente. – la delgada figura correspondía
al rostro de un variopinto varón con un parche en el ojo derecho. – Andando.
Cuando Sumire despertó se llevó la mano al iniciado dolor de
cabeza que tenía, las nauseas la aplacaron hasta que vomitó. El fuerte rugido
masculino retumbó en sus oídos y su cabeza volvió a dar vueltas por el zarandeo
que le estaban dando.
- ¡Qué demonios haces, mujer! - rugió el encolerizado Olaf, al que le había
soltado el vómito encima.
- ¿Lo… sien… to? – la Elementalista
observaba alrededor perpleja mientras seguía siendo zarandeada. - ¿Dónde estoy?
- Maldita mujer, voy a …
El sonido del guantazo que le propinó el grandullón no la
dejó oír lo siguiente pero a raíz del enfado, la situación y los improperios
que soltaba aquel gigante se imaginaba qué seguiría. Aunque no llegó lo
siguiente, el extraño Norn la hizo avanzar por esos extraños pasillos a grandes
zancadas para seguir su ritmo. Los
pasillos serpenteaban construidos entre madera y metal, en parte le recordaban
a una construcción Charr. No obstante, la tecnología que en ocasiones podía ver
en las habitaciones que tenían las puertas abiertas la asombraban por su complejidad. La carrera concluyó frente a una puerta a la que fue arrojada nada
más abrirse.
- Divierte al Capitán, mujer. - la puerta se cerró y Sumire
agrandó los ojos ante la visión que le esperaba.