viernes, 27 de julio de 2012

Prólogo.

- ¡Gillian! ¡Sal de ahí ahora mismo! - la mujer, roja de enfado, observaba como la pequeña volvía a hacer de las suyas.

Megan, la ama de cria de la familia Remington, adoraba a esa pequeña pero en ocasiones deseaba estrangularla y matarla por sus travesuras. Y esa ocasión, en pleno invierno y en la superficie casi helada de aquel lago, era una de ella. La angustia de la ama de cría se ocultaba por el enfado que se reflejaba y la impotencia de no poder rescatar a la dichosa Gillian. Recordaba como había discutido con el padre de Gillian al enterarse que la había enseñado a nadar hacia dos veranos. Éste, le había asegurado que debía aprender a nadar ya que si caía al lago ella sola podría salir de él y que no afectaría a sus travesuras. ¡Y un cuerno!, pensó Megan al recordar aquella discusión.

El brinco que dio la pequeña, por oir a Megan en la orilla, hizo que su equilibrio se sobresaltara y cayera haciendo un enorme ruido sobre la superficie tranquila de aquel lago. La mujer, por su parte, se tiraba de los pelos frenéticamente mientras seguía gritando el nombre de la pequeña, ahora con miedo al no ver que los segundos pasaban mientras la cría seguía sin asomar la cabeza. En un momento de horror y pensando lo peor se quitó las botas, el vestido y la capa, quedándose únicamente con una camisa de lino. Kenric, el padre de Gillian, siempre insitía a su hija que debía quitarse la mayor cantidad de ropa cuando se metía en el agua, ya que sino se hundiría por su peso o le sería más difícil nadar en las aguas.

Megan, aunque el agua helada parecía cortarle la piel con cada paso, se introdujo en el lago hasta estar cubierta hasta sus propios hombros y seguía gritando el nombre de la pequeña Gillian. Impotente por no saber nadar, no podía seguir acercándose hacia dónde había visto caer a la niña y tanteaba por el agua por si los dioses dejaban que la encontrara asi. Su mano alcanzó un trozo de tela y ahogó un pequeño grito al ver que era la capa de Gillian; pero tras tirar sólo era eso, la capa. Maldijo en voz alta y siguió introduciendose al borde de las lágrimas en aquel lago, hasta que sus pies no pudieron tocar fondo y su propio peso la introdujo hacia el fondo. Atónita por la extraña situación en la que se había metido chapoteaba intentando que su cabeza saliera a flote.

Gillian, que tras caer había estado unos minutos forcejeando con su propia capa que la arrastraba hacia el fondo, salió y se agarró de nuevo al tronco del cual segundos antes había mantenido el equilibrio. La pequeña observaba horrorizada como su ama de cría se había introducido en el agua y ahora, por cosas del destino, era la que chapoteba intentando no hundirse en el agua.

- ¡Megan, Megan! - la pequeña desesperada intentaba llegar con el tronco hacia ella, para no hundirse por el peso del resto de su ropa. Las lágrimas pronto se fundieron con el agua del lago que mojaba su rostro y sus ojos se hincharon por las mismas.

Megan había dejado de chapotear como una loca y la miraba con el rostro desencajado del susto pero el alivio apareció reflejado en su rostro al ver a la pequeña acercándose a ella a moco tendido. Su propio miedo, al no saber nadar, la había agobiado tanto que había olvidado que Gillian estaba desaparecida y que sus pies, al relajarse y oirla llorar mientras la llamaba, la había dejado tocar el fondo con las puntas de sus pies. Molesta consigo misma al no percatarse de ello, instó a la niña a que siguiera acercándose hasta que con la punta de los dedos de sus manos alcanzó el dichoso tronco y consiguió tomarla en brazos para abrazarla con desesperación. Cuando se aseguró de que las plantas de sus pies tocaban el fondo con seguridad, zarándeo a la pequeña con tal angustia que se maldijo a si misma; pero el enfado pudo con su alegría de saber que aquella bribona seguía a su lado.

- ¡Gillian no se te ocurra volver a hacerme esto! ¿Me has oido? - su voz rota de enfado fue más dura de lo que hubiera querido, haciendo que Gillian se encogiera entre sus brazos.

La pequeña, resguardada y temblorosa, había asentido quedamente entre sus brazos mientras salían de aquel lago y Megan las cubría con el vestido que poco antes se había quitado con desesperación. Al menos solo fue un mal susto, pensó Megan y abrazó con más cariño a la pequeña que no recibiría más castigo que el sufrido en esa ocasión. Verla tan angustiada le había roto parte de su corazón, haciendola entender que la pequeña había aprendido aquella lección.

- Gillian, ¿me enseñarás a nadar cuando vuelva el buen tiempo? - su voz sonaba menos furiosa, más tranquila. Con cierto tono maternal como casi siempre solía tratarla a menos que la desesperara por alguna travesura.

- Sí - consiguió decir una maltrecha Gillian entre hipos y un sonoro lloro.



Gillian se llevó la mano sobre la gasa empapada y ya caliente que se había puesto la noche anterior para poder conciliar un poco el sueño. La fiebre la había acosado durante el último viaje y mortificaba con querer arrancarle el cerebro de la cabeza; pero ella no se amilanaría ante aquella enfermedad. Cogió la gasa y la introdujo de nuevo en la palanga de agua para que se humedeciera, mientras tomaba un vaso de agua. Dejó el vaso de nuevo sobre la mesa y estrujó con ambas manos la gasa en la palangana. La fiebre aparte de hacerla enfurecer por el mal momento de su llegada, la estaba dejando melancólica por los recuerdos del pasado y, eso, la molestaba aun más.
Aunque su viaje empezó jornadas atrás, ahora, estando tan cerca, su propia impaciencia hacía que se le pusiera la piel de gallina. Volvió a tumbarse en aquella cama y ponerse la gasa humeda sobre la frente. Intentó conciliar de nuevo el sueño hasta que al menos ese dichoso alquimista se dignara a aporrear su puerta y traer la pócima que le solicitó.

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