La pequeña estornudó entre los brazos de la fémina y luego sonrió alzando ambos brazitos intentando coger los tirabuzones oscuros que rebotaban de arriba abajo cada vez que la fémina movía la cabeza. El balbuceo y la risa de la infante sacaron de la conversación a los dos adultos que allí se encontraban dando toda su atención a la pequeña Aoi. La esposa era una elfa de cabello azabache que hacía resaltar su tez clara, mientras que sus ojos eran de un verde intenso; por otra parte, el varón, tenía el pelo color claro, tan claro como los haces de la diosa Selûne y su tez era algo más bronceada. Ambos vestían ropas sencillas que hacían su función, arroparles del posible frío y ser cómodas en la ciudad del bosque donde habitaban.
La infante, de apenas unos meses de vida, tenía la piel clara al igual que sus cortos cabellos. Lo único que resaltaba sobre esa aterciopelada piel de bebé eran esos inmensos ojos azúl intenso que observaban curiosos todo aquello que se le cruzaba. Tan curioso como lo es un niño recién llegado al mundo. En una risa inocente su mano alcanzó lo que anhelaba, un tirabuzón, y tiró de él con todas sus fuerzas que eran mínimas. Narya, como se llamaba la elfa de azabaches cabellos, seguía hablando con su esposo.
- Voronwë no podemos dejarla. - su apenada voz resonó en la sala con un tono maternal. - ¿Es que acaso quieres volver a dejarla en medio del bosque? No podemos, no me pidas que haga eso porque no lo haré.
- No te estoy diciendo que al abandonemos a la intemperie. El lobezno estaba costudiandola y me hubiera arrancado el brazo de no haber usado la magia - el varón frunció el ceño observando el ovillo grisáceo que había en un rincón de la sala, noqueado. - Me preocupa que se abalance sobre nosotros cuando despierte y te vea con esa cría entre los brazos. Es bastante salvaje…
- No digas tonterías. Zhar era aun más peligroso y mira que fiel es ahora. Sólo está protegiendo a la pequeña.
El trío se encontraba de caza esa mañana. Una mañana donde el rocio de la noche comenzaba a secarse por el astro sol. Las alimañas nocturnas se escondían de nuevo en sus madrigueras dando paso a la fauna diurna. Un arco se tensó con cierto recelo y la flecha silbó hasta golpear la carne de un jabalí. No obstante, la presa quedaría olvidada por uno de ellos. Zhar, un lobezno de azabaches cabellos había olfateado algo en otra dirección y había salido corriendo, seguído por Voronwë. Cuando el elfo alcanzóa su compañero animal, entrecerró los ojos. Ante él, se erguía una lobezno enseñando sus fauces y babeando frenético para proteger lo que tenía tras él. Zhar, se abalanzó sobre el lobezno, mientras que el elfo conjuraba un conjuro para noquear al rabioso cánido. La pequeña había sido hallada hacia apenas unas horas en el hueco de aquel árbol muerto, bajo sus raíces y la protección de ese temperamental lobo.
Un gruñido alertó a sendos adultos y las pequeñas orejas de la infante se movieron al oírlo. Sus brazitos dejaron de centrarse en los tirabuzos que poco antes la habían divertido tanto e intentó zafarse inútilmente de los brazos de la elfa. La fémina angustiada aferró con algo más de fuerza a la pequeña para que no resbalase y cayese; pero ésta seguía intentando tenazmente salir de esos brazos. Las puntiagudas orejas del ovillo se alzaron y, pronto, unos amarillentos ojos se centraron en la infante.
- Narya… déjala en el suelo… - el varón habló al tiempo que retrocía unos pasos del animal.
Éste, para ser un lobezno, era como un lobo adulto, y no tardaría en enseñar las fauces cuando la infante rompiera en llanto pero la infante no lloró, seguía intentando alcanzar al lobezno con sus quejas infantiles y los brazos extendidos hacia él. Narya no la soltó. Bajo la vista de su esposo se acercó hacia el lobezno, con Aoi en brazos, y se arrodilló a pocos pasos del mismo haciendo que el animal acabase recorriendo el resto del camino para lamer el inmaculado rostro de la infante.
- Cuidemos de ambos hasta que sepamos qué hacer, Voronwë… - Narya acabó dejando a la pequeña junto al lobezno. - El lobezno sólo estaba apreocupado y la pequeña le tiene estima.
El varón suspiró observando como la infante tiraba de las orejas de la agachada cabeza del animal, mientras que éste se limitaba a permitirselo y obsequiarle con pequeños lametones. Cierto era que toda familia protegía a sus miembros y, a fin de cuentas, eso había hecho ese colérico cánido al creer que iban a quitarle a la pequeña. Ahora, a ojos del elfo, éste simplemente estaba feliz de seguir al lado de la pequeña.
- Bien, amansaré a esa fiera y tu cuidarás de la pequeña. - suspiró tras acercarse a su esposa y obsequiarle con un beso en la frente. - Iré a informar al Irodim y Aya, al menos que ellos esten percatados de nuestros nuevos “intrusos”.
- Intrusos.. sólo es una pequeña elfita y su protector, no creo que lo rechacen tras contarles que estaban a la intemperie. Son unos buenos líderes.
- Quizás quieran quedarsela ellos. - el varón rió por un momento y salió por la puerta mientras su esposa refunfuñaba entre dientes, dejando claro que no lo permitiría.
Narya tomó de nuevo a la infante entre sus brazos, bajo la vista recelosa del animal, y tras acariciarle a él también hizo que las siguiera hasta un pequeño riachuelo dónde lavaría a la empolvada pequeña. Con suerte el greñoso cánido le permitiese larvarlo también.
La infante, de apenas unos meses de vida, tenía la piel clara al igual que sus cortos cabellos. Lo único que resaltaba sobre esa aterciopelada piel de bebé eran esos inmensos ojos azúl intenso que observaban curiosos todo aquello que se le cruzaba. Tan curioso como lo es un niño recién llegado al mundo. En una risa inocente su mano alcanzó lo que anhelaba, un tirabuzón, y tiró de él con todas sus fuerzas que eran mínimas. Narya, como se llamaba la elfa de azabaches cabellos, seguía hablando con su esposo.
- Voronwë no podemos dejarla. - su apenada voz resonó en la sala con un tono maternal. - ¿Es que acaso quieres volver a dejarla en medio del bosque? No podemos, no me pidas que haga eso porque no lo haré.
- No te estoy diciendo que al abandonemos a la intemperie. El lobezno estaba costudiandola y me hubiera arrancado el brazo de no haber usado la magia - el varón frunció el ceño observando el ovillo grisáceo que había en un rincón de la sala, noqueado. - Me preocupa que se abalance sobre nosotros cuando despierte y te vea con esa cría entre los brazos. Es bastante salvaje…
- No digas tonterías. Zhar era aun más peligroso y mira que fiel es ahora. Sólo está protegiendo a la pequeña.
El trío se encontraba de caza esa mañana. Una mañana donde el rocio de la noche comenzaba a secarse por el astro sol. Las alimañas nocturnas se escondían de nuevo en sus madrigueras dando paso a la fauna diurna. Un arco se tensó con cierto recelo y la flecha silbó hasta golpear la carne de un jabalí. No obstante, la presa quedaría olvidada por uno de ellos. Zhar, un lobezno de azabaches cabellos había olfateado algo en otra dirección y había salido corriendo, seguído por Voronwë. Cuando el elfo alcanzóa su compañero animal, entrecerró los ojos. Ante él, se erguía una lobezno enseñando sus fauces y babeando frenético para proteger lo que tenía tras él. Zhar, se abalanzó sobre el lobezno, mientras que el elfo conjuraba un conjuro para noquear al rabioso cánido. La pequeña había sido hallada hacia apenas unas horas en el hueco de aquel árbol muerto, bajo sus raíces y la protección de ese temperamental lobo.
Un gruñido alertó a sendos adultos y las pequeñas orejas de la infante se movieron al oírlo. Sus brazitos dejaron de centrarse en los tirabuzos que poco antes la habían divertido tanto e intentó zafarse inútilmente de los brazos de la elfa. La fémina angustiada aferró con algo más de fuerza a la pequeña para que no resbalase y cayese; pero ésta seguía intentando tenazmente salir de esos brazos. Las puntiagudas orejas del ovillo se alzaron y, pronto, unos amarillentos ojos se centraron en la infante.
- Narya… déjala en el suelo… - el varón habló al tiempo que retrocía unos pasos del animal.
Éste, para ser un lobezno, era como un lobo adulto, y no tardaría en enseñar las fauces cuando la infante rompiera en llanto pero la infante no lloró, seguía intentando alcanzar al lobezno con sus quejas infantiles y los brazos extendidos hacia él. Narya no la soltó. Bajo la vista de su esposo se acercó hacia el lobezno, con Aoi en brazos, y se arrodilló a pocos pasos del mismo haciendo que el animal acabase recorriendo el resto del camino para lamer el inmaculado rostro de la infante.
- Cuidemos de ambos hasta que sepamos qué hacer, Voronwë… - Narya acabó dejando a la pequeña junto al lobezno. - El lobezno sólo estaba apreocupado y la pequeña le tiene estima.
El varón suspiró observando como la infante tiraba de las orejas de la agachada cabeza del animal, mientras que éste se limitaba a permitirselo y obsequiarle con pequeños lametones. Cierto era que toda familia protegía a sus miembros y, a fin de cuentas, eso había hecho ese colérico cánido al creer que iban a quitarle a la pequeña. Ahora, a ojos del elfo, éste simplemente estaba feliz de seguir al lado de la pequeña.
- Bien, amansaré a esa fiera y tu cuidarás de la pequeña. - suspiró tras acercarse a su esposa y obsequiarle con un beso en la frente. - Iré a informar al Irodim y Aya, al menos que ellos esten percatados de nuestros nuevos “intrusos”.
- Intrusos.. sólo es una pequeña elfita y su protector, no creo que lo rechacen tras contarles que estaban a la intemperie. Son unos buenos líderes.
- Quizás quieran quedarsela ellos. - el varón rió por un momento y salió por la puerta mientras su esposa refunfuñaba entre dientes, dejando claro que no lo permitiría.
Narya tomó de nuevo a la infante entre sus brazos, bajo la vista recelosa del animal, y tras acariciarle a él también hizo que las siguiera hasta un pequeño riachuelo dónde lavaría a la empolvada pequeña. Con suerte el greñoso cánido le permitiese larvarlo también.