Canción de la oración:
La luna había alcanzado su manto de estrellas hacía ya varias horas y sendas figuras habían llegado a los jardines de su diosa. Las luciérnagas y los fuegos fatuos danzaban armoniosos al compás de una música imaginaria y, tanto, cruzado como vestal se introdujeron en ese agradable lugar. Poco fueron los pasos que dieron ambos hasta llegar a la charca: un suave fluir de agua perteneciente a un riachuelo que desembocaba en el lugar; las luciérnagas y fuegos fatuos seguían danzando impasibles entre los visitantes; y una agradable sensación envolvió a ambos.
- ¿Es un buen lugar para sus oraciones, mi vestal? - dijo el varón, mientras observaba a la vestal.
- Así es, milord. Es un lugar armoniosos y digno para orar pero está situado bastante lejos de Zilias y venir cada noche sería peligroso. - la joven seguía deleitándose con ese pequeño templo natural santificado por su diosa.
- ¿Es que no conoces las pociones de invisibilidad?... o puedo acompañarte.
- ¿Acompañarme? No, no, no se preocupe, milord. No desearía robarle más tiempo del que ya lo hago.
- Yo también tengo que orarle a Selûne. No me robarías nada. - observó otra vez el lugar y continuó hablando, tan sosegado y tranquilo como solía hacerlo - Entonces, comencemos. Tienes las ropas de la ciudad, ¿cierto?
La vestal asintió y empezó a desprenderse de las placas de su armadura. El cruzado hizo lo propio quedando con las ropas que solía llevar bajo las placas. Comenzar. Comenzar una oración con placas rodeándolos: era un pecado, ambos lo sabían. Sin duda, hubiera sido más sensato ir con ropas ceremoniales pero ambos, en ese instante, carecían de ellas. Se dirigieron al riachuelo que desembocaba a la charca y ayudando el cruzado a la mujer se situaron en él sin tambalearse ni caerse.
Pero algo los interrumpió. Los fuegos fatuos, que se habían mostrado impasibles ante la presencia de los creyentes; ahora, estaban temerosos y danzaban intranquilos alrededor de ambos, buscando un ápice de misericordia por ellos y en la entrada de ese cálido lugar una lucha comenzaba a llevarse a cabo. Endebles fuegos fatuos contra una mole de carne y huesos que apestaba el lugar a algo indescriptiblemente apestoso. Ser Niebla salió del arroyo, seguido de la vestal, y se encaminó a la iniciada batalla. Unas oraciones a la diosa hicieron que su filo prendiera en fuego y acto seguido se encarara a ese horripilante ser. El ser de gran estatura, corpulento cuerpo y apestoso aroma, era un troll.
- La oración deberá esperar, mi vestal.
El valiente cruzado batalló con ahínco y soberbia hasta que con un determinado golpe de espadón dio fin al último exhalo de vida de esa vil criatura. Cayó sin vida bajo el manto de la estrellada vista de la diosa y la danza de los fuegos fatuos volvió a iniciarse alrededor de los creyentes. Una melodía acompasada y rápida, demostraba alegría y agradecimiento por esa batalla vencida. La luz de la diosa centelleó sobre el cruzado y sanó sus heridas con esas invisibles notas; continuaron con la joven vestal, sanando así las escasas heridas que se ocasionó al orar hacia su diosa y sanar a su señor.
Danzaron. Danzaron alrededor de los creyentes de nuevo y un fulgor plateado envolvió el filo del cruzado por unos instantes. La diosa, su señora, les había agradecido. Ahora serían ellos quienes agradecerían su misericordia y protección. Danzarían para su señora.
Les tomaría varios minutos desprenderse de ese putrefacto cuerpo. Lo arrastraron hacia el exterior del jardín y allí, Ser Niebla, le prendió fuego antes de tirarlo por un acantilado próximo. Tras ello, volvieron al oscurecido jardín.
Uno frente a otro, con el cauce del pequeño arroyo mojando sus pies. La tela baja de la amplia falda de la vestal había absorbido algo de agua y ya se encontraba mojada hasta las rodillas; las ropas del cruzado no estaban mucho más secas, pues habían permanecido varios minutos en silencio. Ahora, la vestal, había situado el encorvado filo de Penitencia dentro del agua y sendas manos sosteniendo su mango con determinada elegancia. El cruzado tomó su enorme espadón por el mango y alzó la espada frente a su rostro, reflejando su rostro por un costado y a la vestal por el otro, esa acción era muy común en los combates dignos. Ambos habían orado a la diosa durante años: los movimientos se reflejaban con un cántico armonioso que marcaba los sutiles movimientos de la danza de filos, simulando una batalla real.
La vestal empezaba a estar honrada por realizar esa oración con su señor pero no lo demostraría, ella sería quien realizase el cántico a la diosa, debía concentrarse.
Y comenzó…
Su señor, empujó levemente el filo de ella, sin perturbar lo más mínimo la tranquilidad del fluir del arroyo. Tan tranquilo, tan sereno, tan elegante. La vestal dio un paso atrás; mientras que tomaba de nuevo el mango de Penitencia y lo hacia girar con un viro elegante a su diestra pero él volvió a dejar su filo a escasos milímetros del de ella. La voz de la vestal se aceleró siguiendo una partitura instrumental en su cabeza y se retiró algo más del contrincante, en un marcado movimiento de baile.
Al fin y al cabo eso sólo era un baile bajo la vista de la diosa. Ser Niebla, tomó una posición de inició de combate y ella observó mientras seguía deleitándole con la oración a la diosa. El filo plateado del espadón se movió con elegancia en su dirección, imitando una fuerte estocada hacia la mujer y ésta la evitó con varias vueltas en su paralelo hasta situarse al lado de su señor y colocarle el filo a escasos centímetros de su cuello.
La vestal sonrió. ¿Por qué no? Se estaba divirtiendo en esa oración. El espadón se situó con un lento movimiento a los pies de la joven y esta acabó esquivándolo levantando un pie y luego el otro. Estaba segura que su señora estaría complacida con esa oración, tan elegante y complaciente que no podía evitar querer seguir cantando para ella. Y su señor, el que le volvía a apuntar con el afilado filo que combatía a los enemigos, parecía complacerle esa danza.
Ambos giraron en la misma dirección, durante unos segundos, mientras ese filo seguía apuntando a la vestal y ésta portaba su Penitencia tras ella, con el filo apuntando hacia abajo. Aunque estuvieran acostumbrados a orarle a su diosa, estaban acostumbrados a orarle por separado. Kestrel estaba segura que esa danza de espadas sería glamorosa si su señor aceptaba orar con ella más noches. Y eso, lo esperaría impaciente.
Sin duda, esperaba volver a bailar con su señor y ser digna de que le acompañase en sus oraciones.
- ¿Es un buen lugar para sus oraciones, mi vestal? - dijo el varón, mientras observaba a la vestal.
- Así es, milord. Es un lugar armoniosos y digno para orar pero está situado bastante lejos de Zilias y venir cada noche sería peligroso. - la joven seguía deleitándose con ese pequeño templo natural santificado por su diosa.
- ¿Es que no conoces las pociones de invisibilidad?... o puedo acompañarte.
- ¿Acompañarme? No, no, no se preocupe, milord. No desearía robarle más tiempo del que ya lo hago.
- Yo también tengo que orarle a Selûne. No me robarías nada. - observó otra vez el lugar y continuó hablando, tan sosegado y tranquilo como solía hacerlo - Entonces, comencemos. Tienes las ropas de la ciudad, ¿cierto?
La vestal asintió y empezó a desprenderse de las placas de su armadura. El cruzado hizo lo propio quedando con las ropas que solía llevar bajo las placas. Comenzar. Comenzar una oración con placas rodeándolos: era un pecado, ambos lo sabían. Sin duda, hubiera sido más sensato ir con ropas ceremoniales pero ambos, en ese instante, carecían de ellas. Se dirigieron al riachuelo que desembocaba a la charca y ayudando el cruzado a la mujer se situaron en él sin tambalearse ni caerse.
Pero algo los interrumpió. Los fuegos fatuos, que se habían mostrado impasibles ante la presencia de los creyentes; ahora, estaban temerosos y danzaban intranquilos alrededor de ambos, buscando un ápice de misericordia por ellos y en la entrada de ese cálido lugar una lucha comenzaba a llevarse a cabo. Endebles fuegos fatuos contra una mole de carne y huesos que apestaba el lugar a algo indescriptiblemente apestoso. Ser Niebla salió del arroyo, seguido de la vestal, y se encaminó a la iniciada batalla. Unas oraciones a la diosa hicieron que su filo prendiera en fuego y acto seguido se encarara a ese horripilante ser. El ser de gran estatura, corpulento cuerpo y apestoso aroma, era un troll.
- La oración deberá esperar, mi vestal.
El valiente cruzado batalló con ahínco y soberbia hasta que con un determinado golpe de espadón dio fin al último exhalo de vida de esa vil criatura. Cayó sin vida bajo el manto de la estrellada vista de la diosa y la danza de los fuegos fatuos volvió a iniciarse alrededor de los creyentes. Una melodía acompasada y rápida, demostraba alegría y agradecimiento por esa batalla vencida. La luz de la diosa centelleó sobre el cruzado y sanó sus heridas con esas invisibles notas; continuaron con la joven vestal, sanando así las escasas heridas que se ocasionó al orar hacia su diosa y sanar a su señor.
Danzaron. Danzaron alrededor de los creyentes de nuevo y un fulgor plateado envolvió el filo del cruzado por unos instantes. La diosa, su señora, les había agradecido. Ahora serían ellos quienes agradecerían su misericordia y protección. Danzarían para su señora.
Les tomaría varios minutos desprenderse de ese putrefacto cuerpo. Lo arrastraron hacia el exterior del jardín y allí, Ser Niebla, le prendió fuego antes de tirarlo por un acantilado próximo. Tras ello, volvieron al oscurecido jardín.
***
Uno frente a otro, con el cauce del pequeño arroyo mojando sus pies. La tela baja de la amplia falda de la vestal había absorbido algo de agua y ya se encontraba mojada hasta las rodillas; las ropas del cruzado no estaban mucho más secas, pues habían permanecido varios minutos en silencio. Ahora, la vestal, había situado el encorvado filo de Penitencia dentro del agua y sendas manos sosteniendo su mango con determinada elegancia. El cruzado tomó su enorme espadón por el mango y alzó la espada frente a su rostro, reflejando su rostro por un costado y a la vestal por el otro, esa acción era muy común en los combates dignos. Ambos habían orado a la diosa durante años: los movimientos se reflejaban con un cántico armonioso que marcaba los sutiles movimientos de la danza de filos, simulando una batalla real.
La vestal empezaba a estar honrada por realizar esa oración con su señor pero no lo demostraría, ella sería quien realizase el cántico a la diosa, debía concentrarse.
Y comenzó…
Oigo tu voz en el viento
Y te oigo gritar mi nombre.
Alzó el filo con tranquilidad, dejando que las gotas de la cristalina agua rodasen por el mismo, e hizo un viro mientras el agua terminaba de perturbarse por el movimiento pesado de sus ropas mojadas. Juntó el centelleante filo de Penitencia contra el del espadón de su señor, puesto que lo había bajado siguiendo los versos de la vestal y evitar así un golpe directo.Y te oigo gritar mi nombre.
"Escucha, hijo mío, me dices:
"Yo soy la voz de tu historia
No tengas miedo, sígueme
Responde a mi llamada, y voy a dejarte libre."
"Yo soy la voz de tu historia
No tengas miedo, sígueme
Responde a mi llamada, y voy a dejarte libre."
Su señor, empujó levemente el filo de ella, sin perturbar lo más mínimo la tranquilidad del fluir del arroyo. Tan tranquilo, tan sereno, tan elegante. La vestal dio un paso atrás; mientras que tomaba de nuevo el mango de Penitencia y lo hacia girar con un viro elegante a su diestra pero él volvió a dejar su filo a escasos milímetros del de ella. La voz de la vestal se aceleró siguiendo una partitura instrumental en su cabeza y se retiró algo más del contrincante, en un marcado movimiento de baile.
Yo soy la voz en el viento y la lluvia torrencial.
Yo soy la voz de tu hambre y el dolor.
Yo soy la voz que siempre te está llamando.
Yo soy la voz, me quedaré.
Yo soy la voz de tu hambre y el dolor.
Yo soy la voz que siempre te está llamando.
Yo soy la voz, me quedaré.
Al fin y al cabo eso sólo era un baile bajo la vista de la diosa. Ser Niebla, tomó una posición de inició de combate y ella observó mientras seguía deleitándole con la oración a la diosa. El filo plateado del espadón se movió con elegancia en su dirección, imitando una fuerte estocada hacia la mujer y ésta la evitó con varias vueltas en su paralelo hasta situarse al lado de su señor y colocarle el filo a escasos centímetros de su cuello.
Yo soy la voz en los campos cuando el verano se ha ido.
La danza de las hojas cuando los vientos del otoño soplan.
Nunca puedo dormir todo el invierno largo y frío.
Yo soy la fuerza que en la primavera crecerá.
La danza de las hojas cuando los vientos del otoño soplan.
Nunca puedo dormir todo el invierno largo y frío.
Yo soy la fuerza que en la primavera crecerá.
La vestal sonrió. ¿Por qué no? Se estaba divirtiendo en esa oración. El espadón se situó con un lento movimiento a los pies de la joven y esta acabó esquivándolo levantando un pie y luego el otro. Estaba segura que su señora estaría complacida con esa oración, tan elegante y complaciente que no podía evitar querer seguir cantando para ella. Y su señor, el que le volvía a apuntar con el afilado filo que combatía a los enemigos, parecía complacerle esa danza.
Yo soy la voz del pasado que siempre será
Lleno de mi dolor y sangre en mis campos.
Yo soy la voz del futuro, tráeme tu paz
Tráeme tu paz, y mis heridas, que se curan.
Lleno de mi dolor y sangre en mis campos.
Yo soy la voz del futuro, tráeme tu paz
Tráeme tu paz, y mis heridas, que se curan.
Ambos giraron en la misma dirección, durante unos segundos, mientras ese filo seguía apuntando a la vestal y ésta portaba su Penitencia tras ella, con el filo apuntando hacia abajo. Aunque estuvieran acostumbrados a orarle a su diosa, estaban acostumbrados a orarle por separado. Kestrel estaba segura que esa danza de espadas sería glamorosa si su señor aceptaba orar con ella más noches. Y eso, lo esperaría impaciente.
Yo soy la voz en el viento y la lluvia torrencial.
Yo soy la voz de tu hambre y el dolor.
Yo soy la voz que siempre te llama.
Yo soy la voz.
Alzó la guadaña, al tiempo que su señor apartaba el filo y giraba hacia un lado con un determinado movimiento, claramente visible por ella, lo esquivó teatralmente en esa función improvisada y se volvió a separar de él para terminar ese crescendo final de los versos. Situó su filo encorvado dónde en un inicio se había situado y el cruzado hizo lo mismo con su espadón. En un lado el reflejo de su rostro y tras él, el reflejo de la vestal.Yo soy la voz de tu hambre y el dolor.
Yo soy la voz que siempre te llama.
Yo soy la voz.
Yo soy la voz del pasado que siempre será.
Yo soy la voz de tu hambre y el dolor.
Yo soy la voz del futuro.
Yo soy la voz, yo soy la voz,
Yo soy la voz, yo soy la voz.
Yo soy la voz de tu hambre y el dolor.
Yo soy la voz del futuro.
Yo soy la voz, yo soy la voz,
Yo soy la voz, yo soy la voz.
Sin duda, esperaba volver a bailar con su señor y ser digna de que le acompañase en sus oraciones.
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