miércoles, 23 de septiembre de 2009

Posada. (II)

Las pesadas botas hicieron crujir bajo el peso del varón una rama vieja, la noche era oscura, demasiado oscura para poder prestar atención al sentido de la vista. Miraba cada poco tiempo hacia el camino recorrido, se sentía angustiado, temeroso pero la angustia que sentía era por ella. Esperaba que la decisión de dejarla con Cassandra no fuera un error, iría más rápido sin ella pero se sentía vacío.

- Maldita sea, sólo son unas noches. - refunfuñó entre dientes mientras volvía a retomar su propio camino.

Agilizó el paso, angustiado y deseoso de volver junto a ella. Afinó su oído siendo el único sentido que podía centrarse en la oscuridad de la luna nueva, entre su grande palma se envolvía el collar de la pequeña, era su única pista, lo único que la única a su pasado antes de encontrarla. Había deseado tirar ese maldito collar hacía varios años pero nunca pudo hacerlo. A diferencia de su egoísmo interno y de la suma protección a la pequeña decidió que fuera ella quien eligiera con quien quedarse.

Arrancó de sus pensamientos su frustración y se dirigió a la ciudad cercana, tenía que darse prisa algo en su fuero interno le apremiaba a volver junto a ella. Pasó a grandes zancadas por las calles de la ciudad, las sombras se reflejaban a su paso, bajo la tenue luz de las luces callejeras. Atravesó esa ciudad antes de lo esperado y cruzó las puertas del Norte. Volvió a introducirse al bosque y buscó con ahínco el lugar en cuestión. Entrecerró sus azulados ojos y refunfuñó de nuevo, olfateó el aire, como era de esperar sin hallar lo que buscaba. Pero, ¿qué buscaba? Hacía ya seis años desde que encontró a la pequeña, las pistas se borran, los rastros se desvanecen y el aroma de la pequeña se había quedado en casa de Cassandra.

Volvió hacia las calles de la ciudad, era lo único que le quedaba. Abrió con demasiada brusquedad la puerta de la posada y la cerró con la misma autoridad, como era de esperar varios pares de ojos se centraron en él. Algo que él detestaba pero lo había ocasionado su mal humor.

- ¿Hoy no vienes con la pequeña Bells? Le había preparado su comida favorita como siempre. - la masculina voz del posadero llamó su atención pero no pudo evitar emitir un gruñido cuando pronunció el nombre de su cría.

Mathew le acercó la típica jarra de cerveza espumosa y apoyó su brazo en al barra de roble macizo, acercándose al licántropo.

- Mathew, ¿sabes algo nuevo? - la voz de Allec sonó demasiado ronca, se sentía vacío y de mal humor.

- He conseguido averiguar algo pero puede que no esté relacionado con ella. Es posible que sean habladurías o simple anhelo de conseguirla. Ya sabes como es ese viejo lobo, la quiere desde que la vio la noche que la trajiste. - la voz del posadero era tranquila, observaba las reacciones del hombre en cada una de sus palabras con miedo a que lo empotrara contra la barra como una vez ya le había hecho tras decir algo parecido. - Recuerda que sólo soy el informador, Allec. - no pudo evitar tragar saliva, se sentía más seguro cuando iba Isabella. La bestia que controlaba a Allec se amansaba con ella.

- Continua. - bebió media jarra de cerveza, debía estar ocupado o rompería algo al oír algo de ese despreciable ser.

- Bien, bien… - Mathew se sirvió una jarra de cerveza, bebió un poco para aclararse la garganta y continuó. - Como iba diciendo, el viejo lobo y su grupo investigó al respecto. Parece ser que hace unos años, cuando la encontraste, asaltaron una serie de carruajes cerca de los caminos... de donde la encontraste.

- Eso ya lo sabía, Mathew. Son esos bastardos quienes asaltan los malditos carruajes. - le interrumpió con brusquedad y le pidió con un gesto otra jarra de cerveza. - ¿Saben algo del collar o seguirán dándome información sin importancia y que ya sé?

Los movimientos del tabernero eran torpes y despistados, le sirvió otra jarra y le miró sin entender. Ese hombre era demasiado inocente para ser el dueño de una posada regentada por gentuza. Todos lo sabían.

- ¿Dónde están? - miró alrededor de la posada, en la esquina donde solían sentarse y frunció el ceño al no ver al grupo que buscaba.

- Se fueron temprano, al atardecer. Justo después de iros vo… - se quedó con la palabra en la boca.

“Maldita sea” es lo único que acabó oyendo Mathew.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Separación. (I)

Las pequeñas manitas de la cría se aferraban con fuerza al ropaje de la pierna de su padre. Sabía que él no era su verdadero padre pero le era indiferente, él la había cuidado durante esos años. No tardó en asomar su pequeña cabecita rubia por la misma y subir sus azulados ojos para encontrarse con los de él. Reflejó una sonrisa temerosa a través de sus pequeños labios y desvió la vista a la fémina que tenía delante, no prestó la más mínima atención a la conversación de los adultos, únicamente se centró en esconderse de esa anciana.

Miró tras de sí, alrededor, desvió la vista a través de la puerta de la casa que tenía tras de sí la canosa anciana y entrecerró los ojos al ver algo moverse tras la mujer. No pudo evitar dar tirones en los pantalones de Allec y salir algo más de su escondite. Cuando las amplias manos de él la cogieron por su pequeña cintura y la llevaron a su torso, resguardándola de cualquier temor, señaló hacia el animal que le había llamado la atención. Se encaramó por su hombro y le susurró al oído.

- Papi, papi, ¡mia!, ez un guau guau como tu - sonrió volviendo a la seguridad del amplio brazo y sonrió aun más tranquila que minutos antes.

La risa de ambos adultos la hizo abrir los ojos de par en par y parpadear confusa, sus pies pronto se depositaron de nuevo en el suelo pero aun aferraba con fuerza la robusta mano de él. La callosa mano de su padre dejó de sostenerla y la empujó sutilmente hacia la anciana.

- Bells, ya sabes que ocurre, te tienes que comportar con Cassandra y ser buena estos días. - la envolvió con un cálido abrazo y le obsequió son un beso en la frente antes de revolverle el desaliñado cabello dorado.

La pequeña no pudo evitar cruzarse de brazos y hacer un mohín hacia su padre. Frunció el ceño cuando miró a la anciana y tras tensarse le dedicó una forzada sonrisa.

- Ziii, papi. - se limitó a decir con voz aburrida.

Debía fiarse de esa mujer, su padre se fiaba de ella, aunque desconociera los motivos que le inducían a ello. Sabía que sería la primera vez que se separaban desde su encuentro pero a su vez se separaban por hallar respuestas. La angustia de la separación empezaba a formarle un nudo en la boca del estómago.

Su pequeña mano le traicionó cuando Allec decidió que estaba listo a dejarla en ese lugar, sus ojos se nublaron poco a poco y se bañaron de algunas lágrimas que resbalaban por sus mejillas sonrojadas. Cogió el aire que le faltaba en los pulmones cuando volvió a sentir los brazos de él abrazándole.

- Volveré antes de la luna llena. - volvió a obsequiarle un cariñoso beso y le limpió las lágrimas resbaladizas. - Es una buena mujer, no te hará nada y pertenece a nuestra raza, Bells.

Antes de que pudiera quejarse, llorar o siquiera asimilar las palabras sobre Cassandra, Allec ya había desaparecido por la oscura noche. Las ancianas manos de la mujer la empujaron con delicadeza a través de la puerta y oyó el chirriar de la puerta tras ellas.

- Bien, pequeña, ¿tienes hambre? - ahora que se percataba la voz de la mujer sonaba temblorosa por su avanzada edad pero a su criterio parecía muy hogareña y cariñosa. - ¿El cascarrabias te ha dado de comer esta noche?

Cassandra, andaba de un lado a otro de la grande cocina, dejando algunos platos con alimentos sobre la cuadrada mesa. Por su parte, la pequeña seguía de pie donde la había dejado tras cerrar la puerta. Dio un respingo al ver al animal que minutos antes le había llamado la atención y no pudo evitar caerse de culo por el susto de sentir al lobezno contra su pecho.

- ¡KYYYYYYYYYYAAAAAA! - los lametones del cachorro la hicieron olvidar el dolor de su trasero y empezó a reírse con ganas por las coquillas que le ocasionaba la áspera lengua del animal.

La cara de horror de Cassandra la hizo reírse aun más, sonrió con más naturalidad para tranquilizar a la preocupada mujer y se levantó torpemente, cogiendo al lobezno de mala manera entre sus bracitos.

- Cazanda, ¿quie ez el guau guau?. – dejó al lobezno en el suelo y se sentó en la mesa por una seña de la mujer.

- ¿Te gustan los lobos, Isabella? - la pequeña asintió y ella continuó. - Zephir es un lobezno que se quedó sin madre pero no es un licántropo, sólo es un lobo. - los ambarinos ojos de la anciana se centraron en Isabella y le dedicó una sonrisa. - Venga, come algo, estarás famélica por el viaje hasta aquí.

La pequeña empezó a comer lo primero que encontró frente a ella de manera bastante hambrienta pero no por ello saciaría su curiosidad sobre el cachorro ni sobre la raza a la que pertenecía su padre y la anciana.

- Cafanfa... - tragó el trozo de pan que tenía en la boca y bebió un poco de agua para quitarse el atragantamiento que se le había formado. Tosió levemente y respiró aliviada al poder sentir de nuevo el aire en sus pequeños pulmones. - Cazanda, ¿un guau guau gande como papi no ez como un guau guau peque? ¿Io zeré un gua gua peque como Zep… Zejir? Peoo, io no zoi un guau guau como papi. ¿Poque no zoi un guau guau?¿Poque papi no ez mi papi?.

Cassandra la miró y sonrió a las preguntas de la pequeña. Luego miró a Zephir y la comida que engullía la pequeña mientras esperaba a una contestación de la mujer.

- Sabes que Allec no es tu padre pero aun así deseas ser un licántropo. Pasas demasiado tiempo con ese hombre, jovencita. Aun eres muy joven para tomar la decisión de ser de nuestra raza, no deberías siquiera desearlo. Me gustaría saber qué ideas locas te ha metido ese mentecato en tu joven cabeza. Por Lancel - parecía que hablaba más para ella misma que para la cría que le miraba expectante y sin comprender una palabra de lo que decía.

La pequeña se limitó a volver a meterse demasiada comida en la boca y casi atragantarse de nuevo, mientras bebía de nuevo para hacerla bajar por su traquea. Le tendió a Zephir un buen trozo de carne y este lo devoró gustoso. Estaba segura que desde ese momento no se separaría de su lado hasta finiquitar la comida pero le daba igual, le gustaba ese lobezno.

- Eres demasiado pequeña pero pareces avispada, además dudo que ese mentecato no te haya dicho que ocurre cuando te pasa la ponzoña. Estará deseoso de protegerte de todas las maneras posibles. Tozudo mentecato…a quien se le ocurre. Ya podría tener más cabeza, es sólo una cría. - Cassandra seguía refunfuñando entre dientes, cosas sin sentidos a oídos de Isabella.

Aun oyendo los refunfuños de la anciana terminó de comer y la miró con fijeza, por supuesto no pudo evitar poner cara de incomprensión. Bostezó pesadamente y se frotó uno de los ojillos con el dorso de la mano.

- ¿Cazanda? - la anciana pareció volver en sí, negó varias veces desechando alguna idea interna y la sonrió.

- Ale, ale, a la cama, pequeña, hemos hablado demasiado y tienes que dormir. Mañana será otro día y podrás saciar tu revoltosa curiosidad.

La llevó a una suave cama, la vistió con la larga camiseta de Allec y la metió entre las sábanas. Zephir se acurrucó a su lado, aspirando poder dormir junto a la pequeña y en un lugar calentito. Cassandra miró entrecerrando los ojos unos instantes pero omitió las palabras acompañantes de desagrado. Los secos labios de la anciana se depositaron protectores sobre la frente de Isabella antes de caer ésta rendida a los mundos de Morfeo.

Algo la despertó, el pelaje áspero de Zephir seguía a su lado y antes de poder gritar una mano le presionó la boca para apagarlo.

miércoles, 17 de junio de 2009

Hadas III

“Comúnmente, se cree que las hadas pueden ser vistas sólo por los niños, aunque en realidad cualquier persona que conserve rasgos de inocencia y tenga una conducta recta podría encontrarse con ellas.”


[…]


… el frío suelo que había notado poco antes de desvanecerme se convirtió en una mullida cama de hierba, mis ojos observaron la sala cuando vagamente recuperé la conciencia… ¿Cuánto tiempo estuvimos inconscientes?


Oteé alrededor, el grupo se hallaba allí, poco a poco los caídos se recuperaron, algunos ya estaba deambulando por la sala ayudando a encontrar otra salida. Al parecer teníamos tres puertas ante nosotros, la puerta que habíamos pasado a rastras Asgrim y yo, una segunda puerta en la cual se oían ruidos que no conseguimos diferenciar aparte de pertenecer a animales, y una tercera puerta de piedra bastante gruesa, cuyas runas la envolvían dándonos un mensaje. El mensaje no tardó en ser descifrado por la joven Aynur, dicho escrito decía así, “Sólo aquel que posea el brillo de la sangre podrá abrir la puerta”.

Pensamos, debatimos, dimos mil vueltas a dicho escrito pero no encontramos nada. Saqué una daga, intentando ser racional ante el dilema que se nos planteaba, y deslicé el frío acero sobre la pálida piel de mi mano derecha, no pasaría nada por intentarlo y la cara de estupor de Saria sería digna de recordar. Contuve una mueca de dolor, sólo era un rasguño nada más, no tardaría en cerrarse si lo precisaba; dejé que el rojizo brillo de mi sangre se deslizara sobre la palma de la mano, antes de presionar la herida sobre la gélida piedra de la puerta. No ocurrió nada, la puerta no cedió ni un ápice de su posición, esto implicó que volviéramos a estrujar nuestros cansados cerebros sin éxito alguno, estábamos en blanco. Selene, Aynur y Saria se debatían en la reexaminación de la puerta, pronto encontraron una pequeña muesca, la cuál nos hizo levantar y buscar por todo la sala sin hallazgo alguno. La verdad es que nos hallábamos tan encerrados en ese pequeño acertijo que ninguno supo que buscar…


Era tan desalentador, encerrados en una sala sin salida aparente, suspiré y me senté en uno de los troncos que se situaban al lado de la puerta. El grupo precisaba más tiempo pero ¿teníamos tanto tiempo? La suave voz de Aynur me hizo volver a la realidad, a su parecer y no habiendo caído ninguno más, estábamos en una sala cuya vegetación quizás estuviese otro ingrediente que precisábamos, Rúcula. Dicha planta se trata de una planta semierguida muy ramificada y pubescente. Sus hojas son verdes y rojizas de 20 a 30 cm. de largo. Sus flores están agrupadas en racimos blancos o amarillas. Tras buscar entre la vegetación, Ayuri halló la planta y cortó un pequeño tallo. ¡Por Silvanus! No era momento de ser protectora con la planta, le dije que cogiera toda la planta, no sabíamos que precisábamos exactamente y no pensaba volver a buscar el ingrediente si no cogíamos lo que necesitábamos ahora, así lo hizo. Me pareció que se quedaba absorta con mi punto de vista pero no estaba para indagar sobre el tema.


La puerta se presentaba ante nosotros de nuevo, nos volvimos a devanar los sesos pensando en qué sería posible usar como llave. Sinceramente, acabé perdiendo la noción del tiempo en pensar sobre el respectivo objeto antes de ser arrastrada hacia la maldita puerta. ¿Por qué diantre me sentía arrollada hasta la superficie pétrea de la puerta? Me deshice de la mochila con la mayor agilidad que pude y miré su contenido, creo que no quedaba rastro de duda en ninguno de nosotros, todos los ojos de la sala se centraron en ella. La piedra que había olvidado por completo, volvía a brillar con su fulgor carmesí, mis manos se deslizaron hasta la ranura de la puerta y con un suave sonido la puerta se abrió sobre su propio peso, dejándonos divisar la sala continua.


La sala que sucedía estaba iluminada por una tenue luz que no nos permitía ver mucho más allá de unos metros, Ayuri se adelantó para buscar posibles trampas, no podíamos arriesgarnos a volver a caer en los mismos errores. La compañía esperó, lo que a mí me resultó demasiado tiempo, los murciélagos empezaron a rodearnos y a caer bajo nuestros filos en pocos minutos. Selene y yo no pudimos calmarlos, ¿por qué no pudimos? ¿Acaso lo que nos deparaba de ahora en adelante sería peor de lo que dejamos tras nuestros pasos? Nos habían alertado sobre ello pero… aun me quedaba cierta duda. ¿Hasta dónde llegarían las perversidades de la hadas?


Miré los pequeños cuerpos amontonados en el suelo, antes de avanzar y poder discernir a Ayuri con otro murciélago. El único que quedaba en pie, supuse que sería el líder, no tardó en verificarlo tras sus hipocresías y alto ego. Suspiré y negué, tenía unas ganas atroces de cerrarle esa boca. Ayuri había encontrado el guano de murciélago, al menos ya teníamos dos ingredientes, era un avance, creí. Mis pasos se guiaron por el resto del grupo hasta donde estaba la ofrenda de los vampiros. ¿Por qué ese murciélago ansiaba tanto la inmortalidad? ¿Acaso no habíamos atacado en defensa propia a sus súbditos quedándose él solo? Mira que hay que ser egoísta, suspiré con más ahínco y miré al humano que se presentaba ante nosotros como esa ofrenda. Me pregunté varias veces como era posible que se hubiese dejado coger con tanta facilidad, tratándose de él, y como era posible que le hubieran desnudado. Cabía decir a favor de los murciélagos que era lo mejor tratándose de Mick y seguramente estaría enojado…


Me acerqué a él sin demasiada demora y corté las ataduras que lo inmovilizaban, Selene comprobó su estado, no parecía dañado físicamente. La cálida voz de Saria se deslizó a mis oídos, antes de poder girarme y reaccionar apartando a Selene. Fruncí el ceño mirando como el animal estaba a pocos pasos de nosotras, ¡que ganas tenía de cortarle sus preciadas alas!
Avanzamos siguiendo las indicaciones nos había dado el murciélago, supuse que muy a su pesar, el pasillo que se presentaba ante nosotros no auguraba demasiada confianza. Poco tardamos en verificar que las trampas hacían acto de presencia ante nosotros. El cuerpo de Ayuri, Yax y Aynur fueron desplomados en diversas ocasiones, avanzamos con tantas artimañas como nos fue posible, las trampas eran desactivadas de una u otra forma, cuya mayoría de veces era a extensas de nuestros propios cuerpos. Las heridas eran sanadas la mayoría de las veces, por Selene y por mí, el resto de la compañía ayudaba cuando era posible o seguían buscando en nuestra ciega avanzada.


Tardamos varias horas, demasiadas, en franquear ese pasillo, estábamos heridos, exhaustos y yo al menos hasta el diablo de esas criptas. Ante nosotros se divisaba una puerta de madera, dos de los vampiros no tardaron en divisarnos y lo único que nos separaba de ellos era una trampa, la cual no conseguía ver por mucho que me lo propusiera. El confiado vampiro avanzó, molesto por nuestra indiferencia ante ellos, la trampa que nos separaba estalló sobre él, haciéndose visible para todos los ojos ajenos hasta entonces, su cuerpo se desvaneció in situ con el sonido sordo que esto genera. No tardó demasiado en atacar su acompañante, el cual fue abatido con gran facilidad, el estoque que hasta entonces empuñaba Mick estaba incrustado en el pecho del vampiro. La puerta se cerró tras mirar alrededor de la sala, lo que nos deparaba más allá de la puerta no imbuía demasiada confianza, el pequeño y sagaz ejército de vampiros constaba de varios guerreros, arcanos y quizás algunos individuos más que no conseguí divisar mientras intentaba comprobar en vano si el vampiro caído tenía sangre en las venas. Me enderecé y le di una patada al cuerpo, maldita sea, teníamos que enfrentarnos a ese grupo de engendros. Sería una ardua batalla.


No me percaté de cuando abrieron la puerta y empezaron a atacarnos, ni cuando empecé a musitar mis oraciones y a esquivar golpes de esos seres, ni siquiera cuando cayó el último asaltante. Mi respiración era entrecortada pero retomé el aliento y miré a mí alrededor. Mis compañeros estaban heridos, algunos más otros menos. Pronto traté a los heridos más graves, mientras en mis oídos se oía una conversación entre el líder y parte del grupo. ¿Es que no se iba a acabar nunca?
Por Silvanus, ¡esto empezaba a ser una pesadez!, entre mis labios se volvió a sentir mis acostumbrados suspiros y mi cuerpo se acabó sentando en uno de los escalones. Al parecer el vampiro deseaba volver a ver a su amor, Valine, entonces ¿teníamos que hacer de casamenteros también? Lo que me faltaba… Valine, era la medusa que habíamos dejado salas atrás, entonces debíamos volver sobre nuestros pasos pero era preciso, el vampiro nos daría su sangre y esperaba a con euforia que también la llave que encerraba al Oso. Suspiré y seguí los pasos de mis compañeros, con un quedo de histeria…

viernes, 1 de mayo de 2009

Libro

“Hay libros cortos que, para entenderlos como se merecen, se necesita una vida muy larga.”

Mi propio aliento se helaba ante el frío de las montañas nevadas, el vaho que espiraba se formaba delante de mi propia visión, y las puertas de la pequeña villa de Thane se presenciaban no lejos de mi posición. El graznido del halcón, que pronto divisaron mis propios ojos, se oyó familiar en mis tímpanos. El majestuoso rapaz se posaba sobre la congelada madera del cartel de la entrada. Mis gélidas manos se deslizaron hasta el pergamino de una de sus patas, antes de levantar con sutileza mi mojada capucha. No podía elegir otro momento… ese elfo… un viaje en vano más. Suspiré ocultando mejor mi rostro de la fría nieve y volví sobre mis pasos hasta el Asentamiento.

Reunir a los interesados, ¿no hubiera sido mejor hacerlos llamar por los batidores? Sería más efectivo, ciertamente… Chra, tras darle el mensaje partió a las montañas de Pankaskala en busca de Mick, creí que había ido hacia allí, aunque no estaba segura de si entendería el mensaje. El resto de los presentes se fueron agrupando cerca del hogar. Erin'dör se postraba en la subida escoltado por dos batidores.

La reunión era debida a la localización de un libro cuyo lomo era verde y forrado en hierba, curioso libro. El nombre que recibía era “El Secreto de los Moldeadores”, ¿tendría algo que ver con lo comentado anteriormente en el Gran Árbol?, lo más seguro. A Amshel se le entregó una piedra con la que tendríamos que pasar la guarida de Svenshut. Francamente, no tenía ni pizca de ganas de ver a ese elemento, ni comprobar si estaba de humor en un día como hoy. Seguí al grupo, sin entusiasmo alguno, hasta la boca del Agujero de las Tormentas, los lacayos del venerable dragón pronto fueron abatidos. Miré alrededor, al igual que todos mis compañeros, ¿no estaba Svenshut? Fruncí el ceño, siempre estaba, era extraño no verlo en su morada, apacible y marcando su territorio como hacía desde siglos atrás. El grupo avanzó, antes de poder reaccionar con la mirada trastocada y pensativa proseguí sus pasos.

La lluvia que caía sobre nosotros era de un verde ácido, la vegetación se extinguía bajo el peso ardiente de las pequeñas gotas; el grupo poco tardó en regazarse, algunos heridos, otros trastocados. Schim, salió de esa morada sin darme apenas cuenta, con él salieron Amshel y Fiódor. Saria se quedó velando por Mick y por mí, ¿de dónde diantre salía? Su rostro estaba parcialmente quemado por la lluvia, maldita sea ¿no podía ir con nosotros visiblemente? Traté la herida lo más rápidamente posible, mientras Saria se trasformaba en un gigantesco Golem. Svenshut se acercaba a nosotros, no teníamos tanto tiempo. Oré las oraciones más efectivas sobre el rostro de Mick, poco antes de sentir el frío hierro de la mano de Saria aferrándome. ¿Por qué siempre acabábamos corriendo? Suspiré cuando sentí bajo el peso firme de mis pies la hierba de nuevo, miré alrededor. Estábamos todos…

El bosque mágico que hace meses había pisado para otros propósitos se presentaba ante nosotros, los Androesfinges se mostraban apacibles como antes siempre se habían mostrado. Avanzamos hacia el Este con paso tranquilo, debido a los heridos. Un golpe seco pero suave me ofreció un reacio movimiento de cabeza hacia el suelo, tras discernir la piña que había rebotado en mi propia cabeza, alcé la vista con el ceño fruncido. Pronto la piña sería una lluvia en la que ocasionaría una nueva carrera, Fiador fue abatido y el resto teníamos algunos moratones considerables. Por Silvanus, ¿por qué estaba tan hostil el bosque? Recuperé el aliento y miramos alrededor, las aguas de los ríos habían subido de nivel y crecido en corriente. Los elementales de agua nos miraban recelosos, mientras el pesado Golem nos ayudaba a cruzar la corriente. Arrugué la nariz y desenvainé al tiempo que empezaban a embestirnos los elementales, sacudí la espada antes de volver a envainarla y suspiré. Llegar a Leonyth nunca fue tan complicado…

Los que habíamos pisado ese bosque antes sabíamos que nos deparaba más allá, colosales criaturas de piedra. Hice otra mueca y nos pusimos en marcha, abatiendo con esfuerzo a los golems que se nos presentaban delante. Esperaba con ahínco que ese libro valiera tantas penumbras.

El lago de Leonyth, habíamos llegado tras esos peligros extraños. Quizás esos eran los peligros de un bosque mágico, no pensaba volver a averiguarlo si podía evitarlos. La compañía se dirigió a la casa que se encontraba en el centro. El elfo que allí nos esperaba, era de tez clara, pelo claro y con bastantes siglos de edad. Sus tímpanos estaban tan taponados que repetía innumerables veces todo lo que repetíamos sin acabar de entendernos del todo. Era bastante estresante explicarle algo a ese elfo, Amshel acabó perdiendo la paciencia y, siento decir, yo también. Musité las oraciones pertinentes sobre él, afinando de esa forma sus viejos oídos. De algo tenía que servir.

No tardó en aparecer sobre sus viejas manos el verdoso libro que buscábamos. Tras dialogar y hacer un trato, cuyo pergamino poseo entre mis pertenencias. Nos prestó el libro a cambio de la piedra de Svenshut, la cual nos sería devuelta tras devolver el libro. Pasé la mano sobre la cubierta del libro y miré la cerradura del mismo. ¿Dónde estaba la llave? El elfo hizo alusión de no saber la respuesta, suspiré y guardé el libro.

Fiódor ya recuperado hizo llamar a su compañero, el halcón no tardó en posarse sobre su musculoso brazo. Escribí un pergamino y se lo ofrecí a Fiódor, el halcón no tardó en partir en dirección al Asentamiento. No nos iríamos sin estar seguros de dónde encontrar esa dichosa llave. Pasó escaso tiempo, el tiempo suficiente para descansar un poco, antes de recibir la respuesta de Erin'dör. Teníamos que volver, no sabía dónde se encontraba la llave, ni estaba en manos de algún miembro del Asentamiento.

Saria musitó y se concentró hasta adoptar la apariencia de un dragón de escamas rojizas, ninguno de nosotros tenía intención de volver sobre ese bosque. Subimos sobre ella y abrimos vuelo sobre el frondoso bosque. ¿Por qué le gustaría tanto el cambio de forma a esta mediana? El aire nos azotaba taciturno, las vistas como siempre que volaba eran espectaculares pero el viaje como pronto averiguaríamos sería algo que recordaríamos con especulaciones posteriores.

La figura del dragón verde se acercaba a nosotros, con la velocidad apropiada de su raza. Saria con varias personas en su espalda no podría alcanzar una velocidad apropiada a su tamaño. Normalmente una dragona de esas dimensiones podría haber dejado atrás al pesado Svenshut sin problema. Mis gritos de advertencia se apagaban con el viento, oré al no saber que hacer y un relámpago cruzó el cielo enfureciendo más al viejo dragón por el contacto del mismo. Maldita sea, me aferré con más fuerza a la espalda de Amshel para no caerme. Las fauces pronto alcanzaron a Saria, ahogándola en un rugido sordo de dolor, el aire se cortó en vertical, mientras la dragona roja intentaba esquivar las fauces de nuevo, nos precipitábamos hacia los bosques. La voz de Schim resonó en mis tímpanos, el impulso de mi estómago al sentir la elevación de la dragona hizo que casi sacara el mismo por la boca. Saria empezaba a estar cansada y dolorida por las heridas del ácido y mordeduras del viejo dragón. Retomé el aire, que empezaba a escasear por el miedo a estamparnos contra el suelo. Volví a musitar, intentando controlarme, miré hacía Svenshut y otro relámpago zigzagueó sobre el cielo, alcanzando el ala del majestuoso dragón. Fruncí el ceño, eso le enfurecería más. La figura verdosa del dragón empezó a alejarse, el Asentamiento no estaba lejos ya. Las pequeñas puertas se fueron haciendo más grandes, según nos acercábamos a ellas. Saria acabó aterrizando algo forzadamente pero sin lastimarnos, traté sus heridas con el sumo cuidado que sé tratar a un dragón… hubiera sido más fácil en su forma original pero fue reacia a ello.

Estábamos vivos, por el momento. El libro pronto fue entregado en manos del mismo Svensgard pero se debatía el problema que tanto había temido... La llave. Debíamos volver a Leonyth y averiguar su paradero, no sin antes volver a ver al viejo dragón verde. Suspiré resignada… malditos dragones.

[...]

lunes, 20 de abril de 2009

Hadas II

“En verdad, el reino de las hadas no está lejos de nosotros; está incluso al alcance de nuestra mano. Para penetrar en él basta cambiar la propia manera de ver las cosas.”

[…]

El suave retintín de las gotas al caer era sordo a nuestro alrededor, nos envolvía la fría brisa y nos empapaba las ropas hasta quedar calados pero nadie se quejaba sobre ello. El grupo se hallaba con los preparativos de la partida al Bosque de Rahm; Mayn y Ayuri se encontraban en lo alto del muro natural; Gaerali hacia guardia a nuestro lado, cual hombre enfrascado en su tarea; Selene había partido a descansar horas antes; y el joven Yax se entretenía en un abstracto dibujo realizado en la madera de las puertas. Los murmullos de una conversación me hicieron otear hacia la misma, divisando a Asgrim y Gaerali, al menos Gaerali se dignaba a hablar en estos momentos. Me resultaba bastante difícil no creer en su persona e intentar por todos mis medios hacerle entrar en razón, aunque dicho método fuese bastante cruel. Dudé y dudo que la pérdida de una persona querida le haga abrir los ojos, es demasiado testarudo.

La sombría piedra, que horas antes me había dado Mayn, se removía con leves vibraciones entre mis pertenencias, el rojizo brillo de la misma hizo que mis ojos se abrieron por la sorpresa. El frío tacto de la humedecía hierba traspasó mis guantes al dejar la extraña piedra en el suelo, el peso de la misma junto con el entorpecimiento de la alta hierba pasó a ser un vago intento de moverse en dirección al Este. La tomé entre misma manos y el grupo pronto se reunió en la dirección indicada. El bosque de Rahm se mostraba ante nosotros, al final llegamos donde íbamos, como bien indicó Selene en un momento de búsqueda. Los batidores buscaban alrededor, tampoco sabíamos exactamente que buscar, Gaerali divisó bien adentrados en el bosque la figura de las hadas en las copas de los árboles más altos, para el resto del grupo nos fue imposible divisarlas... quizás por ese motivo confiamos en sus sentidos y los seguimos.

Un grito rompió el silencio de mis oídos, centrados en el sonido de mi alrededor, los pasos se agitaron y se aceleraron gritando Kuea, ¿acaso Kuea se encontraba en el bosque? No partió con nosotros... Fruncí el ceño y divisé entre los presentes el cuerpo de Kuea, atado en lo alto del puente; sus ropas estaban desgarradas, su pelo revuelto pero no divisaba herida alguna. Las quejas ayudaron a tranquilizarme, si tenía ánimo para maldecir a las traviesas hadas implicaba que estaba perfectamente. Sinceramente, en mis labios se deslizó fugazmente una sonrisa de alegría. Kuea nos guiaba ahora hacia más entrado el bosque, crucé al otro lado observando la manada que solía descansar en esos páramos, miré atrás unos instantes impaciente, cabe decir, puesto que más de la mitad del grupo se encontraba plantado al inicio del puente que mis pasos ya habían dejado atrás. Oí pequeños murmullos que verificaron las palabras de los mismos cuando se decidieron a avanzar a mi posición, habían encontrado un pequeño rastro pero estaba demasiado erosionado como para comprenderlo o seguirlo. Selene se hallaba frente a un enorme osos, por su estatura tendría bastantes años, era gracioso verla al lado de ese inmenso animal cuyo peso le cuadriplicaba. El grupo se distanció mientras dejaba que mi pequeña erudita se informara con el animal, las hadas horas antes habían seguido el cauce del río. Era de ayuda si posteriormente encontrábamos nuevas pistas, sonreí ante la desenvoltura de Selene al encontrar la armonía con él, ciertamente era mi pequeña erudita, aunque no recuerdo habérselo comentado en persona.

La voz de Asgrim nos hizo volvernos hacia el pequeño lago vecino, ¿había encontrado algo? Que más daba, todos nos encontrábamos mirando sobre las oscuras aguas del mismo, buscando lo que él había visto. La pequeña y minúscula figura que flotaba sobre el mismo fue descrita como la figura de una pequeña hada, cuando Gaerali subió con el pequeño cuerpecito inerte de la misma. Sentí el frío cuerpo sobre mis manos, su pulso era débil pero estaba viva, quizás con un poco de suerte ella nos podría ayudar en esta cruzada. Musité unas oraciones al Padre Roble y la pequeña fue retomando su color de piel, vivacidad y movilidad. Saria, como poco después descubriría, nos comentó que se hallaba allí por los motivos que me indicó días antes, buscar información, pero las hadas al parecer no eran tan simpáticas.

Suspiré y proseguimos el camino hacia el Lago de los diamantes, la cripta que se cierne al final del mismo se presentó ante nosotros sombría y misteriosa. Ladeé la cabeza y fruncí el ceño, ¿dónde diantres se metía Mick en momentos como estos? … odiaba las criptas. Entramos, decididos pero con cautela, si cabe decir puesto que no sabíamos que nos deparaba dicho lugar. Ayuri se adelantó, sus pasos alarmaron a las criaturas que nos esperaban más allá, las garras de las criaturas repiqueteaban sobre el suelo mientras que se acercaban, sus pronunciados picos se abrían emitiendo graznidos por quizás ira..., y sus oscuros ojos se centraban en el grupo, mientras empezaban ha sonar entre las paredes el choque de espadas y el susurro de las flechas sobre nuestras cabezas, la sangre empezó ser resbaladiza en el pavimento pero nos debatimos en una victoria sangrienta.

Continuamos en el laberinto de las criptas hasta hallar una habitación cuyos adornos constaban de cinco pilares y una extraña pareja al fondo, petrificada... ¿Por qué estaban petrificados? Nos desviamos y abrimos batalla de nuevo, las criaturas que nos atacaban eran viscosos reptiles, de aspecto humanoide y ojos saliente. No pudimos hacer más que defendernos y ellos perecer… el que parecía su líder no miró con desdicha, con lástima y miraba a sus compañeros con dolor pero aun así no atacó, ni siquiera ayudó a sus caídos en la batalla… era bastante extraño pero así fue, se quedó allí donde lo encontramos hasta que la sombra de Asgrim apareció tras él, y con un golpe seco le hizo caer malherido sobre el suelo. Teníamos que avanzar, delante nos encontrábamos con las bien conocidas medusas, conocidas a su vez por ser capaces de petrificar a sus oponentes… sería difícil ese combate, demasiado. Traté las heridas del líder por orden de Gaerali, quizás tuviese razón esta vez y podría ayudarnos, al fin y al cabo no perdíamos nada ¿o sí? … la pérdida de sangre y el golpe apropiando le había hecho perder el sentido. Selene me ayudó con las heridas del ser e intentamos reanimarlo, para dicha perdida no costó demasiado. Contestó con simpleza algunas preguntas, las estatuas situadas en la sala anterior eran los Dioses del Aire petrificados por Atin, ¿Quién era Atin? Alguien preguntó como despertar a los Dioses del Aire y la receta sería la siguiente “Piel de oso, sangre de vampiro, recula, guano de murciélago, whisky y oro en polvo”. Entonces, debíamos encontrar a las hadas y acabar con su locura, y además encontrar una receta, ¿maldita sea por qué me meto siempre en estos líos? Los ingredientes estaban dentro, puesto que no había salida sin ayuda precisa. ¡Genial, encima encerrados en la cripta! Antes de caer rendido en su estado de cansancio y sueño nos indicó que pereceríamos más allá de las criptas, fue muy alentador… sin lugar a dudas…

El dilema se plantaba ahora ante nosotros, las medusas empezaban a avanzar a nuestra posición, Ayuri me entregaba un pergamino que pronto reconocí como enmarañar... pero de verdad, ¿serviría un conjuro tan básico? No, no podía arriesgarme. Musité de nuevo al Padre Roble y alcé una neblina sobre ellas, atrapadas y fuera de su alcance fue fácil acabar con el peligro para los batidores. La líder, se mostraba con semblante sombrío y dolorido, nos culpaba de dichas muertes pero ella no era capaz de detenerlas. No moriríamos por ellas de eso estaba segura. Nos indicó el camino para seguir adelante, pero no nos acompañaría como bien nos indicó el líder de los anteriores enemigos, temía demasiado por su vida… ¿Eran egoístas o únicamente temían por sus vidas? Suspiré y avanzamos a la siguiente zona, abrí los ojos de par en par, como el resto de mis compañeros al encontrar tal manada de inmensos y peludos osos. Me pregunté que hacían allí, sinceramente ¿osos en una cripta? Selene y yo avanzamos, un oso de inmensas medidas bramó, furioso y retumbando sobre nuestros oídos el sonido aterrador pero los osos restantes no atacaban. Lo que me pareció un sonido desgarrador me retumbó en los oídos y me nubló los tímanos hasta quedar casi sorda, me atolondró y viré hacia atrás mirando el cuerpo inerte de Selene en el suelo. Avancé hacia el oso cuando comprobé que Selene sería recogida por mis compañeros. El Oso bramaba tan alto que no me fue difícil oírle aun teniendo medio sordera, debido a la trampa. Como bien indicó se encontraba encerrado en una celda mágica que sólo podría abrirse con una llave concreta, la cual poseían los vampiros, a cambio de su libertad nos daría su piel. Era un trato justo, aunque me sentía algo despreciable por pedirle algo a cambio de salvarle. Con suerte, si encontrábamos la llave, encontraríamos la sangre que precisábamos de esos seres… ¿pero cómo se le sacaba sangre a un vampiro? Es más, ¿dichos seres tenían sangre?

Negué en mis adentros, era preciso para salir de ese calvario, sea como fuese hallaríamos la forma. Comprobé el pulso de Selene antes de continuar y la puerta que nos seguía nos estañó con fuego vivo a Asgrim y a mí, los murmullos de detrás se oían algo lejanos mientras trataba las quemaduras de ambos. Lo último que recuerdo era el sonido de un paso y el sordo caer de mi propio cuerpo, desplomado, sobre el frío suelo.

[…]

lunes, 23 de marzo de 2009

Veneno

“Nada es veneno, todo es veneno: la diferencia está en la dosis.”

… mis manos se guiaron por instinto hasta el cierre de mi capa, al notar el frío de las blanquecinas montañas de Thane. Oteé un momento alrededor, el grupo había desaparecido, quizás ya estaban de camino a Svensgard no sería de extrañar con Gaerali al mando. Mi vista se desvió hasta mi acompañante, Mick, que empezó a caminar dejando sus pesadas huellas en la inmaculada nieve. Supongo que teníamos trabajo que hacer…

El Agujero de las tormentas, tan tranquilo como uno cabria esperar… las magias de los adeptos de ese maldito dragón nos apresaron tan pronto nos vieron aparecer, al menos a mí, vi centellear algunas magias a mi alrededor mientras musitaba un conjuro a los dioses. ¿Por qué tenían que ser tan pesados? Debería a ver recordado lo amistoso que era dicho dragón pero poco tardaron en cesar las magias bajo el ágil filo de Mick. Nuestras vistas miraron el amplio cubil de Svenshut sin divisarlo en las cercanías, quizás fuese suerte o estuviese demasiado cansado para tratar con nosotros temas irrelevantes para él, de todas formas no le afectaban ni sacaría nada con ello.
Los bandidos se habían apostado, como días antes en la entrada del camino, entre un cubil de dragón y un bosque mágico prefería no pensar porque habían elegido tal lugar. Nos debatimos vagamente entre ellos y nosotros, la verdad es que no me interesaban ellos. Cavilé con tranquilidad cuando el silencio volvió a emerger bajo el goteo de la lluvia, ¿qué plantas precisaba?... Miré alrededor y me ceñí la capucha con más afán. La delicada planta se encontraba ante nosotros, sus hojas ovales manchadas y sus tallos serpenteantes representaban mirado de algún modo los pulmones de un ser. La necesidad de la Pulmonaria era debida a su venenosa existencia, la planta en sí era un veneno que tenía la función de acelerar el ritmo cardiaco, quizás a un extremo casi mortal. Corté su tallo sin diligencias y la envolví con cuidado en un pañuelo tras mostrársela a Mick.

El Bosque Mágico se alzaba ante nosotros tan taciturno y tranquilo como cualquier otro bosque a diferencia que este irradiaba gran cantidad de magia. Precisaba otra planta que quizás se hallara en este bosque, aunque no recordaba gran cosa de la Mandrágora, habíamos oído rumores de que dicha planta crecía bajo los pies de un ahorcado y que algunos arcanos la utilizaban para los rituales… pero ¿cómo encontrarla? La figura de uno de los Androesfinges se divisó a nuestro lado, era extraño que esos seres se acercaran a nosotros, o ¿no lo era? No estaba segura, la majestuosa criatura nos preguntó nuestro destino y nuestra búsqueda de la Mandrágora, puesto que estábamos perdidos en nuestra propia búsqueda. El Androesfinge aceptó ayudarnos si resolvíamos unos acertijos. Tres enloquecidos acertijos que nos ayudarían a encontrar el siguiente ingrediente, sino acertábamos nos quedaría ayudar a ese mágico bosque ¿Acaso necesitaban ayuda? Aceptamos sin pensarlo, ni siquiera pedí opinión ha Mick pero no puso objeción entonces supuse que estaría de acuerdo.

Tres eran los acertijos “Soy animal que primero camino a cuatro aptas, después a dos, y por último a tres”, Mick contestó en tono de pregunta si era el humano pero quedaba la duda, quizás el elfo, mediano o enano también contaran en dicho acertijo. Cabía una posibilidad entre otras tantas, Mick afirmó por fin tras las exigencias del Androesfinge y sonrió de una manera que podíamos admirar toda su inmensa dentadura; el segundo acertijo salió de su inmensa boca y recitó “De la tierra va al cielo y del cielo a de volver. Es el alma de los campos pues los hace florecer”, esta vez salió de mis labios la respuesta correcta recitando con tranquilidad la palabra agua, tuvo que recriminarme que fuese la lluvia pero después de todo era el mismo componente; el tercer y último acertijo fue a elección entre cuatro números. Mick eligió el tres al igual que el acertijo sería el número y así recitó las últimas palabras de esa prueba “Verde nací, rubio me cortaron, presto me molieron y blanco me amasaron”, tras pensarlo tendido tiempo las palabras de Mick fueron cortantes, ¿había realizado una amenaza al Androesfinge por el tercer acertijo? Me sorprendí al comprobar que no había divisado la manda de más allá de los árboles. Poco tardó Mick en contestar al acertijo con la palabra trigo y así proseguir a por lo que en verdad necesitábamos.

Otro Androesfinge se presentó ante nosotros, tan majestuosos como el que nos había realizado la prueba, volamos hasta no muy lejos de lo que creí el centro del bosque. Un inmenso árbol se divisaba en el montículo, tiempo atrás un hombre fue ahorcado en sus ramas y el grito de la Mandrágora era inquietante a su alrededor. Buscamos una rama robusta y digna de soportar el peso de un cuerpo, mientras a nuestros pies gimoteaba la pequeña planta. A su alrededor se esparcían los huesos del que antaño fue hombre, retiré con cuidado los huesos y observé incrédula, mis tímpanos se estaban perforando por los incansables chillidos de la Mandrágora, mi alrededor se movía extrañamente. Mick se quejó, supongo que sentía lo mismo que yo, las Mandrágoras eras conocidas por su función somnífera y de crear alucinaciones. El silencio se hizo presente en cuestión de algunos segundos o quizás minutos, no estaba del todo segura. La varita que usaba constantemente Mick hacia que todo se volviese silencio, era curioso… pero no duraría eternamente. Con ayuda de la pala, saqué la mandrágora de su hogar y la volteé enterrándola de nuevo, quizás de ese modo no gritaría pero gritaba. Esperamos hasta que la varita de Mick dejó de hacer efecto y la Mandrágora dejó de oírse, no aguantó demasiado. La planta parecía inerte bajo el peso ahogado de su propia tierra, bueno ya no gritaría más o eso esperaba. Envolví con cuidado la Mandrágora en mi capa y la guarde junto a la Pulmonaria.

El vuelo de los Androesfinges cesó a nuestro lado, parecían bastante sorprendidos de no vernos despeñados en el precipito de al lado… ¿Eso implicaba que más gente deseaba esa planta? El ligero aire que nos rodeaba en el vuelo se hizo escaso al llegar al recaudo de los árboles. Sólo hubo un acertijo más antes de partir al desierto de Athoran, “Vives para ella, y la temes con tu vida” el cual quedó sin respuesta… ¿Algún día llegaría a saber su respuesta?

El desierto de Athoran, caluroso, arena a borbotones, odiaba ese lugar… pero las serpientes lo adoraban, deambulamos por el mismo durante algunas horas, las serpientes como eran de esperar eran escurridizas en un lugar como aquel. La sangre no tardó en manchar la blanquecina arena de nuestros pies, quizás hubiera sido mejor obligarlas a segregar el veneno en vida pero la agresividad de los reptiles fue precoz. Me dejé caer en la arena y cogí el cuerpo inerte de una de ellas, abrí la boca del reptil y presioné con fuerza las glándulas que segregaban el veneno, bajo los colmillos del animal, el vertido incoloro pronto lleno el vial. El veneno de las serpientes se expande por los vasos sanguíneos hasta llegar al músculo cardiovascular, el corazón, produciendo un infarto bastante indeseable si no consigues una cura lo suficientemente rápido como para pararlo. Sería un buen veneno si conseguíamos elaborarlo correspondientemente, estaba segura.

La mesa de alquimista se postraba ante nosotros y los ingredientes estaban puestos sobre la mesa, ahora bastaba elaborarlos. Dos fueron los viales que conseguimos sacar con las partes necesarias de los ingredientes. Los resultados estaban por ver, un veneno que fuese instantáneo e indoloro. ¿Sería verdad?

lunes, 16 de marzo de 2009

Hadas I

“Espíritus del aire, del viento, de los bosques y de las flores, las hadas y los elfos abren para los hombres el mundo encantado del sueño.”

Siempre se atormenta al bosque y sus animales, asustadizos e irritados. Tan molestos con los seres, que nos atacan a nosotros los guardianes. Muchos perecerán por el egoísmo y otros muchos serán heridos en el intento de protegerlo, ¿pero? hasta cuándo llegará a sucumbir tal arrogancia, ¿cuánto tiempo será instaurada esta travesura en los lindes de nuestro bosque? Los animales se asesinan e hieren entre sí, pereciendo en la irritación y el equilibrio se descompensa hacia el lado más deshonesto que podemos imaginar. Los lobos aúllan, los oso braman, los felinos clavan sus zarpas con movimientos tan gráciles que los batidores deben utilizar sus mejores habilidades. El bosque se envuelve en el caos de la travesura de esa pequeña Reina y nosotros nos quedamos mirando…

Ante mí se erguía una joven elfa, de cabellos dorados y ojos azules, se la veía tan frágil. El delicado sombrero le ocultaba el rostro, tanto que me fue difícil poder vérselo completo. La joven Nur, como así se me presentó recogía ajos para su alquimia, poco después nos encaminamos hacia el lado este del bosque. Mis pasos la guiaron hasta sus siguientes ingredientes, los hongos moteados. El bosque seguía tranquilo bajo el peso de mis pasos, tan tranquilo y taciturno como siempre, la manada de lobos nos acompañaba en la recolecta. Los pesados pasos de Kuea se acercaron a mí hasta recibir uno de sus cálidos abrazos, hacía apenas varias horas que la había visto… ¿De verdad me echaba tanto de menos?

Era extraño, tan pronto un abrazo como correr por nuestras vidas, Nur y Kuea corrieron hacia el Oeste, yo las seguí poco después de ver la matanza realizada en una cercana familia de osos. Los jóvenes oseznos atacaban a sus mayores sin pudor alguno, un zarpazo rozó mi brazo dejándome absorta con su comportamiento pero mis heridas pronto fueron sanadas por las habilidosas manos de Kuea. El joven Mayn se encontraba ante nosotras con el arcano Perom. ¿Por qué estaba tan molesta? Les había gritado que se movieran y no lo hicieron hasta volver a ser atacados por otra manada, los animales estaban irritados demasiado como para escucharme… pero no me irritaba esa reacción.

Desvié de nuevo la vista hacia el gnomo, imbuido ahora en sus magias quizás fuese ese arcano quien me irritaba. Maestro de los arcanos y ¿antiguo? servidor de Tiamat, no estaba segura. Había pasado bastante tiempo desde su partida de Athoran. Sus palabras fueron simples, la Orden arcana no nos ayudaría, sino que matarían a todo animal que les atacara antes de ayudarnos. ¿Incluía en esta conclusión a todos sus miembros?, daba igual.
Volvimos a las puertas del Asentamiento, los animales se colapsaban enfurecidos ante las puertas y no permitiría nuestra salida, los batidores atacaban con el silbar de la flechas sobre nuestras cabezas, sin poder calmarlos de otra manera. ¿No podíamos hacer nada? Murmuré unas plegarias a nuestros dioses y una neblina se alzó sobre los páramos cercanos. Sin distinción, envolvía a amigos y enemigos hasta dejarlos atrapados en una fuerte capa de tierra. ¿Quizás no debí usarlo? pero era mejor que ver morir a tantos animales con la confusión.
Los gemelos hablaron, Mayn y Deven, situaban a Erin'dör en el templo de bosque. Puesto que allí partimos, Nathelinn nos acogió con su gran sabiduría pero no resolvió nuestras dudas. Estaba tan perdido en este caos como nos hallábamos nosotros minutos antes. ¿Era posible qué fuera obra de Malar? No, estaba segura…

Los cinco nos dirigimos con pasos tranquilos y recelosos hasta más allá del este, Nathelinn nos había comunicado que Erin’dör y quizás el viejo Svensgard se encontraban en los lindes. Los orcos nos dieron una grata bienvenida, como era costumbre cuando pisabas sus territorios, pero no fueron los únicos en dárnosla. El aleteo de una bandada de aves nos envolvió y atacó sin juicio alguno, las heridas fueron distinguidas entre nuestros cuerpos y el sonido de una voz volvió a resonar sobre el aire. Heridos y algo magullados nos dirigimos hacia el norte.

El pastor del círculo, majestuosos, hermoso, sus raíces y ramas eran tan anchas que cubrían todo el paso. Tras nosotros se adentraban al pequeño precipicio una manada de animales, tan diversos que me quedé absorta. La melodía de Kuea sonó entre el aire y calmó vagamente el avance de las fieras, mis manos y mis plegarias alzaron con ayuda del Padre Roble un muro vegetal entre ellos y nosotros, esperaba con ansia no tener que atacarles. Uno de los gemelos, Deven, se mantenía al lado del Pastor, mostrándole algo entre sus raíces. Mayn, se mantenía tras Kuea alerta o absorto, no comprendía esa cara; la joven Nur, permanecía entre Kuea y yo, era posible que tuviese miedo. Miré de nuevo al majestuoso Pastor, cuando pude comprobar que el Padre roble nos ayudaría con mi muro. Una de sus pesadas piernas pasó sobre el grupo y nos permitió el paso, ¿nos había escuchado? ¿Había entendido que no éramos el enemigo? Me apresuré a pasar por el puente y poco después fui seguida por el resto. El viejo Svensgard se erguía ante nosotros, tan sabio y tranquilo como su rostro solía demostrar. La conversación se alargó lo suficiente para comprender que las causantes del caos eran las pequeñas hadas, tan traviesas e irritantes. Habían llegado al punto de irritar al bosque pero ¿por qué?, al igual que nosotros era su hogar, la Reina se había molestado en algún momento o quizás fuese una de sus odiosas travesuras. Habría que averiguarlo, aunque ¿cómo encontrar a la Reinas de las hadas?

Svensgard con unas pocas plegarias y unos movimientos de manos reclamó la ayuda de los Hipogrifos, desvié la vista hacia donde aterrizaron y poco después el grupo entero los observó, mitad águila, mitad yegua. Me fascinaban esos seres. Kuea algo temerosa fue la primera en acercarse, pronto entabló una acaricia con uno de ellos y el grupo la siguió. Me dirigí con tranquilidad al único hipogrifo que no había comido, sabían los dioses cuanto… Me preguntaba por qué el viejo Svensgard había llamado a un Hipogrifo sin darle de comer, supongo que confiaba en ellos y eso haría yo. Mi mano pasó por debajo de su pico y posteriormente le acarició la cabeza y la crin, antes de subirme. Contemplé con éxito que los cuatro habían subido, creo que los gemelos lo iban a pasar bien en este vuelo. Sonreí y alzamos el vuelo, mientras divisaba como desaparecían bajo mis pies la manada, el Pastor y el viejo Svensgard. ¿Por qué sería costumbre ver a Svensgard sólo cuando teníamos problemas?

Ahora sólo nos faltaba encontrar a la Reina de las Hadas y al viejo Thraluril, al fin y al cabo era nuestro arcano. Suspiré con angustia, creí con gran resignación que este problema sería más largo de lo que imaginaba pero al menos no había dragones ni la garra de la bestia.

[…]

miércoles, 25 de febrero de 2009

Dragones


Habían pasado algunos meses desde su llegada a Svensgard, la joven elfa pasada desapercibida, bajo su capucha blanca y la mayor de sus preocupaciones tras la marcha del bárbaro, Tei’rusu, era remolonear por las periferias. Recordaba de vez en cuando su llegada, como una humana gennita llegó a las puertas de Svensgard y atrajo a unos cuantos interesados al rescate de su hija. Esa pequeña aventura, aventuró a un elfo, Elrandah; al bárbaro de Tei; y a las dos mujeres, la madre y Hedien a una pequeña cripta. Poco duró dicho entuerto pues el vampiro sucumbió veloz bajo los filos y sus cenizas se dejaron llevar por el denso aire que recorría la cripta. Poco más se supo de esa madre y su pequeña, la elfa deseaba pensar que se encontrarían bien.


Tei’rusu, ese bárbaro le había robado más de una sonrisa, sus inquietudes y miedos iban desapareciendo con su presencia. Había conseguido que Hedien se sintiera bien en un asentamiento que apenas conocía pero todo lo bueno tiene un fin, ahora debía aprender a caminar por los bosques.


Los rumores remoloneaban las ciudades, junto a ataques ilícitos y de dragones, portaban temor a las tierras de Arthena. Pero la joven elfa, parecía perdida en ese mundo recién descubierto, poco le había podido enseñar Tei’rusu antes de su partida y sus pasos vagaban sin rumbo concreto por el bosque. Varios conjuros remoloneaban el aire, mientras la fata miraba enredador. Sus pasos les habían llevado a una cueva, recordaban la cueva, eran las montañas y alguna vez habían sido visitadas por ellas, junto a Tei’rusu. Su magia había sido incrementada, desde la partida del mismo y su puntería del arco, había ido afianzándose tras las prácticas. El ligero ruido de sus tacones, sonaba con eco en la cueva, un conjuro la envolvió al pronunciarlo la fata y esta desapareció. La cueva estaba tranquila, oscura, pero no había indicios de hamatutas, el sonido de las gotas se recalcaba en el silencio y tras varios minutos apareció.


La figura de un humano, apareció ante ella. Sus pasos resonaron de nuevo en la cueva y se acercaron a él, sus ojos le miraron y observaron con disimulo. Ante ella se encontraba un extraño ser, ataviado con una armadura de tonos oscuros entre dorados y plateados; su abultada capucha permitía discernir un extraño rostro, averiguaría a su detenido tiempo el rosotro de un semidragón dorado. De la espalda del mismo, surgían dos majestuosas alas en tonalidades doradas, era un ser de estatura entre humano y semiorco. Seguía en pie, aun cuando la joven elfa se acercó, quizás le había molestado que abriéramos el cofre, quién sabía. Azure, como pronto averiguaría, seguía con su mirada en ella y posición firme, en su hombro descansaba ahora una espada de doble puño, el cual aferraba de la empuñadura, como si nada. La voz de Hedien no salió de sus labios, hasta que la tranquila y segura voz de él, articuló un cordial saludo. Pronto sería guiada por las montañas, con el semidragón de guía, sus pasos les llevaron a Thane. Thane, sueño del mismo Azure, según sus palabras tras tantos esfuerzos, conseguiría sus avances. Pronto sería una fortificación, en las gélidas montañas pero todo estaba en construcción, aún.


Un libro descansaba ahora entre sus manos, su título se acabó transcribiendo a “Dragones en la era de los mortales”, y Azure empezó leyendo entre rugidos incomprensibles para ella las siguientes líneas.


“Desde tiempos inmemorables, los dragones gobernaban la tierra y el cielo, aún cuando los primeros pobladores humanos, no eran más que simios; los elfos construían las primeras comunidades. Los dragones decidirían su destino.”


La voz de Hedien, sonó tras de él, para traducir los párrafos élficos, que no conseguía entender. Al fin y al cabo, debían hallar las respuestas que él deseaba y ella tenía curiosidad. El primer capítulo, “La era de los dragones” comenzada así…


“La era de los primeros pobladores, explica como en un mundo hostil, lleno de nuevas razas de intelecto inferior, aprendían el arte de la guerra. Los elfos buscaban la sabiduría y el arte arcano de mano de los dragones. Señores del mundo estas majestuosas bestias eran polos opuestos unas a otras, al igual que los simios con grandes rasgos entre unas raza y otra, se mataban por el terreno, el fuego y la comida. Los dragones luchaban entre ellos por el tesoro, la nidada y el territorio. Más no fueron ajenos al desarrollo de las razas mortales.
Los dragones conscientes de la inteligencia, pese a ser inferiores a la suya. Comenzaron a instruir a los elfos, pobladores de la gran longevidad que en sus largas vidas podían llegar a aprender lo que los dragones conocían de este mundo. Unos pocos sabios, aprendieron el valor de la magia, la naturaleza y la bondad de estos dragones, quienes en su coloración de escamas portaban brillos metálicos.
Las comunidades avanzaron por siglos. Los dragones enseñaron a los elfos y estos a los hombres, quienes fueron resultado de siglos de guerra fraticidazas entre especies. Una nueva de ellas, de gran tamaño y fuerza pero escaso intelecto amenazaba tanto hombres como elfos.
La raza orca, de rápida progenie y más rápida beligerancia, puso en jaque las distintas razas; los dragones apoyaron los conclaves más importantes en la lucha contra los salvajes, y de la cooperación los hombres aprendieron de los elfos las artes de la forja, la ingeniería básica y poco a poco, comenzaron a comprender la magia. Con el conocimiento, las razas prosperaron. Las comunidades de mortales se hicieron más numerosas y más ricas. Cosa que no pasó inadvertido a los dragones más codiciosos.
En pleno cisma de la raza élfica, al guerra civil mantendría a los primeros pobladores mortales en una fraticida guerra que les dividiría en dos mundos. Los dragones saqueaban y destruían las tierras humanas, que tan rápidamente se extendían, siendo una fuente de riqueza fácil de conseguir. La crueldad y la codicia de los dragones no tenía freno más que la de otros dragones. Quieres vieron la injusticia cometida por los suyos y comenzaron las hostilidades que aún persisten hoy en día.
Pronto en estas guerras, los humanos, de fácil aprendizaje y crecimiento, lograrían el poder necesario para hacer frente a cualquier peligro. Lucharon junto a los dragones del bien. Pero la codicia de los hombres no tiene límite y pronto comenzarían a usar lo aprendido, no para defensa sino para llenar sus arcas. El mundo se llenó de cazadragones, la sola caza de uno de ellos podrían sustentar una aldea entera y el saqueo de sus bienes financiar por años la comunidad, aquellos a quienes habían enseñado, se volvían contra ellos.
La hegemonía de los dragones como raza dominante había llegado a su fin.”


Hedien concluyó el primer capítulo del voluminoso libro y miró a Azure, tras tomar un poco de agua para aclarar su garganta. Como había podido deducir, esto no aclaraba la respuesta que él buscaba pero como bien argumentó no se podía desestimar el conocimiento que nos ofrecía dicho volumen.


El sonido de un cristal y la gélida brisa embargó al sala, el ligero fuego de la chimenea de Thane mecía ante el aire. La anciana que se encontraba ante ella, se arropó por el frío y avivó ligeramente el fuego, para que no se apagara. En el marco de la ventana, se distinguía la pequeña figura de una fata, muerta de frío, tras un ligero conjuro el fata entró en calor y dio su mensaje al destinatario, para partir en breve al destino solicitado.


Hedien se encontraba ahora recluida, rodeada de papiros, plumas, en la gran cama del Hogar, de Svensgard. Su fata se daba un festín de frutas en ella y Hedien se dedicaba a transcribir otro capítulo del libro, “Las guerras de Ascensión”, la pluma era lo único que se oía en la habitación junto a la glotonería de la fata.


“El mundo se sumía en el más absoluto de los caos, la raza superior había sido destronada de su hegemonía, por el resto de las razas mortales, que luchaban entre ellas por el poder. Los dragones se retiraron en un segundo plano, una vida contemplativa en la que prosperar, perpetuar la raza, y amasar grandes fortunas en sus territorios, algo que aun no se puede explicar porqué lo hacen.
El poder existente era algo que los mortales no llegaban a comprender y fácilmente malograban o ansiaban por encima del resto. El dominio de la magia por parte de la raza humana ayudó a este caos. Los demonios comenzaron a perforar las barreras eplanarias, gracias a la codicia de los arcanos, tomando la posición entro los mortales a quienes tentaban.
Las sociedades nacían y morían en apenas generaciones humanas, ante la atenta mirada de los dragones, que veían destruir el mundo, unos aprovechaban otros se lamentaba. Pues esa no era su guerra.
En tiempo de oscuridad unos pocos héroes, quienes tomaron los valores que predicaban los dragones y los elfos del bien. Iniciaron la búsqueda de poder. No por egoísmo, el gran mal de la era. Alcanzarían el poder para defender el mundo de la oscuridad. Más no solo ellos buscaron el poder. Grandes héroes lucharon entre ellos seguidos por innumerables sociedades, al mayor guerra que el mundo conoce, a ellos se aliaron los planarios, quienes se alinearon en la guerra. Los supervivientes de entre esos héroes, serían Ascendidos. La búsqueda del poder eterno, les había sido recompensada por sus actos. Consagradas sus gestas, llegaron a alcanzar la divinidad, persistente, algunos hoy en día siendo adorados por infinidad de fieles. Los dioses del bien y el mal se erigieron de esta era.
Al concluir la guerra el mundo estaba devastado, los dioses, decidirían no volver a ser partícipes personales en sus fines, pues sólo evocaría a la destrucción de la tierra. Muchos milenios pasaron y el auge de la raza humana, de fácil procreación, aprendizaje y adaptabilidad. La convirtió en la raza pobladora de la tierra. Otras razas se recluirían y confinados en su hábitat como siempre hicieron.”


El sonido de la pluma dejó de sonar, en la habitación, cuando Hedien mandó a su fata portar el papiro a Thane. En la próxima ocasión, iría personalmente.


El sonido de las olas al romper en la playa, hacía del lugar agradable y tranquilo, la brisa mecía suave y las gaviotas graznaban lanzándose al agua tras una presa. Hedien volvió a aquel lugar donde la esperaba, su partida a Svensgard había sido precipitada y fue grato volver a ver a Tei, pero echaba de menos esa Atalaya y con ella a quien la esperaba.


El libro volvió a sus manos, voluminoso y grandioso, la había embelesado pero no creía que ese fuera el único motivo de volver allí. Su curiosidad era extrema y no sólo con lo que reparaba el libro. Tras su partida, Azure había leído conjuros y rituales del libro. Todos ellos relacionados con conjuros que los dragones habían conseguido dominar, aunque también trataban del abandono de un dragón sobre su existencia mortal para convertirse en liche, es decir los dracoliches. Como poder imbuir su alma, una vez les llegara el crepúsculo y ligarla a un territorio, el cual su alma protegería y guardaría. La elfa se mostró reacia, puesto que dichos rituales eran algo oscuros. Él se limitó a tranquilizarla diciendo que eran meros conjuros transcritos del libro, más dichos rituales sólo eran un modo de conseguir un objetivo en común pero averiguar que objetivo era trabajo de Hedien, ya que era élfico lo que continuaba. Ambos se sentaron sobre la Atalaya, sintiendo la brisa, y Hedien comenzó a leer el tercer capítulo
“El Concilio de los dragones del bien”


“Terminada la locura que causó la era de la Ascensión. Las razas prosperaron bajo el legado de los héroes alzados en dioses, quienes seguían las dichas de sus admirados dioses.
Las comunidades seguirían se propio destino, basados en los ejemplos de aquellos quienes lucharon en la guerra de la Ascensión. El orden dominaría las razas civilizadas. Mientras que el mal se ocultaba en tribus y cavernas de las razas salvajes, más preocupante era la mano negra que corrompía las sociedades. Seguidores del mal se infiltraban en los estamentos sociales, sobre todo en civilizaciones humanas donde fácilmente manipulables eran sus gobernantes.
Muchos gobiernos tornaron en tiranía, otras comunidades se consagraron como imperios, subyugando el territorio de los imperios. Muchas veces acabarían acechando a lso dragones en sus propias moradas, al invadir el territorio de estos. La tierra seguía en manos de los mortales, y el bien y el mal, el orden y el caos, se disputaban el dominio de las comunidades. Esta vez, los propios mortales eran los que actuaban.
Viendo como ningún ser superior, experimentados en la anterior era, actuaría en esta disputa. Los dragones aprendieron de su ausencia, provocó las catástrofes de la pasada era. Aquellas razas de entre los dragones, que se preocuparían por el devenir de la tierra, acudieron a un concilio donde las más sabias y ancestrales sierpes representarían a cada raza dracónica.
En el concilio se parlamentó, acerca de la posición de los dragones en este mundo. Las más sabias sierpes declararon, que la contemplación y la búsqueda de la sabiduría, les llevaría a comprender, su posición en el mundo. Ante tal difusa respuesta, los dragones más jóvenes preguntaron a sus sabios ancestros, quienes habían alcanzado el milenio en su vida, y visto pasar las generaciones y eras. Estos respondieron claramente: El mundo es un ente, formado por cada uno de los elementos que lo pueblan; montañas, ríos, bosques, cielos y razas y el destino de ese ente, les sería el mismo a todas las razas.
Los ancestros dragones afirmaron que los dragones habrían de mantener las comunidades de las razas menores, de tal modo que su presencia no fuera percibida, tan cercano que pudieran ser conscientes de los problemas del mundo.
Así, con sabiduría de las milenarias sierpes, concluyó el concilio de los dragones, aclarada su posición en el mundo, aquellos quienes mostraban más preocupación por el devenir de las razas, siguió el sabio consejo. Y empezaron a vivir en el anonimato entre las razas que les rodeaban. Ocultas sus guardias cerca de las comunidades."


Hedien pasó de página, el capitulo concluyó de esa manera y vislumbró un relato, un relato cuyo individuo no era histórico sino una historia particular. Su título decía así “La crónica de Nithara, la elfa de los cabellos de plata.”


Ahora la miraba pensativo, ella le devolvía la mirada sin comprenderle. Un debate comenzó en base a las lecturas. La conclusión hallada fue algo confusa para ella, los dragones atenderían al devenir de las sociedades y se mezclarían entre las razas pero no aclaraba como fue posible dicho aspecto. Igualmente Azure, parecía que comprendía más sobre este último capítulo que la propia Hedien, la cual había puesto empeño en traducirlo pero a su parecer no explicaba nada. La voz de él, le resonó impaciente y expectante en sus elficos oídos, sonrió al notar ese sentimiento en él y prosiguió leyendo.


“Din’Alenthur. Era una próspera comunidad élfica, el más próspero reino élfico de los bosques de la marca. Un gobierno que promovía el arte de la libertad y la magia, bajo los preceptos de Colleron Larethian, dios de los elfos. Su rey, un venerable elfo del más casto linaje gobernaba ya su segundo siglo de reinado. Era aclamado por su pueblo, pues la gran sabiduría que vivía Din’Alenthur era en gran medida gracias a su gestión
De impecable servicio, valor y valía en combate, estrategia y diplomacia. Era la mano derecha del rey. Suscitando las envidias de aquellos quienes rodeaban al rey, en el puesto de consejeros, que buscaban más adular al rey en propio beneficio que la progresión de la comunidad. Esta envidia se convirtió en una conspiración contra el valeroso comandante. Quien sabía de las malas costumbres de los consejeros, éstos, decidieron quitarlo de en medio.
Una de las comunidades periféricas del reino de Din’Alenthur fue atacado con crueldad, y los pocos supervivientes que quedaban resistían un asedio terrible. Su majestad envió a su fiel siervo a aplacar el asedio y poder salvar a los habitantes de la comunidad. Momento que aprovecharon los consejeros.
Los ejércitos élficos recorrieron los bosques hasta llegar en ayuda de los asediados. La batalla pronto comenzarían. El comandante junto con sus tropas habría de hacer brecha en la noche del ejército enemigo. Y lograr entrar en la ciudad asediada, entregando los refuerzos y suministros necesarios para poder vencer a los invasores. Todo estaba preparado, en la noche la caballería del reino, los más rápidos corceles montados por los más hábiles jinetes, la gloria del ejército. Liderada por Cal’Haris, Marchó a la batalla en cabeza. Una vez abrieron brecha, el comandante ordenó a la infantería, mediante la señalización de un cuerno, atacar el grueso del ejército enemigo. Los oficiales. No obedecieron. Habían sido sobornados por el consejo de la corte, para traicionar al comandante, que honorablemente muriera en combate.
Solos y en inferioridad de número la caballería quien había abierto brecha en las filas enemigas, quedó encerrada entre los soldados contrarios, quien acabarían con todos ellos. Sin ayuda, traicionado y solo, Cal’Haris combatía encima de los cadáveres de la batalla, amigos y enemigos se amontonaban en la cruenta batalla. Nadie podía con él en combate. Fue reducido en la distancia, una andanada de flechas acabó con su vigor.”


La primera crónica concluía con dichas líneas, ambos se quedaron atónitos puesto que esta crónica poco tenía que ver con la visión anterior en la historia. Pero como bien dijeron y concluyeron, todo tiene un principio y una relación, por tanto concluirían estas crónicas para averiguar las ataduras de la historia y con ellas las respuestas que deseaba Azure.


Ambos habían pasado bastantes horas en ese lugar, la noche los había envuelto hacía tiempo y la brisa agradable refrescó. Sus pasos fueron lentos, debatidas las palabras del libro y con ellas las informaciones que hasta ahora habían leído, pero lo que ahora deseaban era saber que relación había entre la crónica y la historia de antaño.


Thane, tierras gélidas. La pequeña aldea estaba tranquila, como de costumbre. La tenue luz de la sala era agradable, Hedien había llegado hacía unas horas con Azure. Últimamente, pasaba la mayoría de sus horas allí, le atraía ese lugar o quizás su acompañante y más aun saber que ocultaba ese libro. Aunque en esta ocasión no estarían solos, Tei les acompañaría en sus las siguientes Crónicas de Nithara. Tei se mostró tranquilo incluso interesado por la lectura de Hedien sobre el comandante Cal’Haris, cuando los tres se acomodaron ella prosiguió la que fuese la segunda crónica.


Cuando Cal’Haris despertó no supo predecir donde se encontraba, en su estado moribundo, sintió como comenzaba un viaje, que al fin llegó a su destino, se encontraba en una alta montaña, en un pequeño poblado humano. Pudo ver el cielo estrellado en la noche, las luces del hogareño pueblo, de no más de 40 habitantes, sus heridas habían sido tratadas, estaba vendado por su costado y abdomen. Aun se preguntaba. Como es posible que siguiera vivo. Preguntó, más no sabía la respuesta. Una mula tiraba del carro donde él se encontraba. Pero no podía ver quien llevaba las riendas de la mula
Le introdujeron dentro de una rústica cabaña donde pudo por fin poner un rostro a quién tiraba de la mula. Un mujer elfa, cuya belleza no encontraría en las aduladas muchachas de la corte, un rostro humilde de pretensiones que reflejaba la más pura inocencia, y una larga y plateada melena que caía por sus hombros y tapaba gracilmente su rostro con su flequillo, que suavemente apartaba con su mano. Cal’Haris quedó anonadado, trató de preguntar esta vez. Ahora sí recibiría respuesta. Pero de su boca no salió voz. Esta muchacha le dispuso encima de una mullida cama y atendió sus heridas, con una permanente sonrisa y unos ojos claros y brillantes de un destello argénteo.
Pasaron los días, y mientras la salud del traicionado comandante élfico se fortalecía, mayor era su curiosidad, aquella muchacha élfica aparecía de vez en cuando a preocuparse de su estado. Mientras el sabio patriarca del pueblo le preguntaba por su estado de salud.
Al parecer este pueblo había sido nómada, generaciones habían recorrido la tierra tomando lo que el mundo les ofrecía sin lugar al que llamar hogar, se habían asentado. El patriarca era un humano de avanzada edad. Un hombre sabio que se preocupaba por los suyos. Cal’Haris pronto encontraría, una nueva amistad, nunca creyó que un humano, pudiera tener esa visión del mundo. Quizás no tan estilizada y bella, o artística. Pero sí consciente de lo verdaderamente importante. Cal’Haris preguntaría por qué una elfa se encontraría junto a ellos.
Su respuesta fue tal que terminó por quedar prendado de ella. Nithara se llamaba. Luna plateada era su apodo entre los hombres de la tribu. Ella había sido salvada por la tribu cuando era pequeña, ella creció en la tribu. Mientras las generaciones de hombres pasaban, ella seguía joven y bella. Fue quien hizo lo posible por establecer en la montaña la tribu nómada.
Una noche la luna bañaba con su mejor cara, la montaña, en un mirador observaba Nithara, su larga melena plateada se movía suave al son del viento, al igual que su bello vestido de seda acariciaba su piel. Embrujado, Cal’Haris se acercó, y junto a ella se apoyó en el mirador, más ningún paisaje podría equipararse a la muchacha en belleza. Varias lunas pasaron entonces sus deseos se hicieron realidad.
En muchas ocasiones Cal’Haris preguntaría a Nithara, como es que le había encontrado y sacado del bosque, dónde el único recuerdo era recibir una terrible andanada de flechas. Debía saber que ocurrió, pero una sonrisa de Nithara bastaba para aplacar la curiosidad del elfo.
Algunos meses pasaron y la unión entre Nithiara y Cal’Haris se hizo oficial. Habían pasado ya un año de la batalla, y el comandante tenía la necesidad de volver al reino élfico. Él le prometió volver, y cuando lo hiciera, vivirían juntos en la capital del reino élfico, en el lugar que el correspondía. Volvió descendiendo la montaña, hacía el bosque y se internó por al antigua ruta. Allí encontró la ciudad que un año atrás fue asediada, los muros de la ciudad estaban derrumbados, más entre las brechas pudo vislumbrar un pequeño poblado en ruinas…”


La voz de Tei, paró por unos instantes el relato con la pregunta de si habían muerto todos, pero no obtuvo respuesta de ninguno de ambos, Hedien continuó leyendo para intentar averiguar lo ocurrido.


“…Se acercó al pòblado, y pasó allí dos noches, buscando respuestas a aquella pregunta que no le era atendida.
La historia le revelaron, que tras el fallido ataque del ejército de Din’Alenthur, todo estaba perdido, las tropas enemigas asaltaron la ciudad atacando a todo soldado y civil que encontraban. Pero se retiraron. Sóno el cuerno de la retirada. Los soldados huían despavoridos al grito de “DARASTRIX, DARASTRIX”. Los invasores habían asaltado la ciudad, pero sus habitantes pudieron vivir, con la incógnita de que había hecho huir a los invasores. Sólo “Darastrix” era la respuesta.”


Azure se mostró extrañado, pronunciando algo desconocido para Tei y Hedien, para ellos les resonaba un rugido en los tímpano y ambos le miraron sin comprender. Hedien le mostró la palabra de “Darastrix” y él volvió a emitir ese rugido. Tei acabó preguntando que era esa palabra y él respondió, era dracónico y su traducción al común era Dragón. Azure pidió a Hedien que continuara y así lo hizo, no sin antes pedirle paciencia a Tei, con sus preguntas.


“El enigma aun seguía sin resolverse. Algo había intercedido por aquellas personas y por él. Continuó cabalgando hacia la capital de Din’Alenthur bajo el vuelo de un halcón. Por fin podría vengar la afrenta, el rey era sabio y estimaba a Cal’Haris, echaría la corrupción del consejo y podría retomar su vida junto con su esposa Nithara. Cuando llegó a la capital, nada era lo que recordaba, la decadencia dominó el reino, los gobernantes se enriquecían usando los privilegios de su puesto ignorando las responsabilidades, Llegó a Palacio. Allí pudo ver, lo que en su ausencia ocurrió. No había rey ni heredero, la línea de sangre junto con el rey sucumbieron en extrañas circunstancias, alegando enfermedad hereditaria.
El consejo se había repartido el poder, el ejército había sido sobornado y todos aquellos quienes se opusieron fueron ajusticiados. Cal’Haris no pudo soportar lo que veía e imprudente intentó imponer justicia, superado se vio obligado a huir.”


La voz de Hedien dejó de sonar ya que el capítulo había concluido, a Tei por su parte la historia le estaba agradando descontando las partes de traición y muerte y así lo daba entender. Pero de igual forma una pregunta envolvió la sala, era un historia del pasado. Según Azure esta historia relataba el mundo según la visión de los dragones. El trío deseaba saber que ocurriría con las traiciones ante el comandante así que Hedien continuó la tercera crónica.


“Impotente, Cal’Haris volvió al pueblo de los hombres, donde aguardaba su esposa. Él portaba su rostro de pena que no pasó desapercibido por la hermosa elfa de plateados cabellos. Más ella tenía una nueva esperanza que dar a su amado elfo. El fruto de su unión gestaba en su vientre.
Una aciaga noche, los caballos relinchaban y las vacas mugían, la oscuridad de la noche fue interrumpida por las llamas de las casas que ardían. Los lugareños observaban como la escasa guardia yacía en el suelo muerta, mientras unas figuras ágiles se movían en la noche destruyendo toda vida del pueblo. El patriarca salió junto con sus hombres a luchar contra los atacantes, pero la habilidad de éstos era superior, pues los nómadas eran cazadores, no sabían de guerras y traiciones, como parecían dominar los asaltantes.
Cal’Haris raudo salió a la defensa de quienes le habían acogido pese a ser diferente, él si era un guerrero. Su mujer arropada en las sábanas temía por su vida mientras veía con lágrimas en los ojos como su esposo, lucharía a muerte contra los asaltantes. Uno tras otro fueron batiéndose con el hábil elfo, más su pericia no había menguado. No podían con él, atacaron al patriarca de la tribu. Cal’Haris apresuró a defender al sabio hombre, esto supuso dividir la defensa hacia dos personas. Fue alcanzado, en el suelo sangrando, observaba como los asesinos le rodeaban. Pudo escuchar: “El fiel comandante no volverá a molestar al gobierno de Din’Alethur”. Pudo entender, que había triado la desgracia a quienes le habían acogido. Le habían seguido, y mandado a unos asesinos a acabar con todos ellos. Sus heridas eran graves, más el daño yacía en su alma, no pudo sostener la espada y sus lágrimas caían cual lluvia en una tormenta de verano.
Un rugido heló las estepas de la montaña. Helando las almas de todo aquél que estuviera vivo. Una gélida brisa recubrió de hielo a varios de los asesinos, quienes cayeron al suelo moribundos por la escarcha que se aferraba a sus huesos y músculos desgarrándolos y rompiéndolos. Al darse la vuelta todos y mirar, un enorme dragón yacía sobre los restos de la cabaña de Cal’Haris, la cual había quedado destruida. El dragón de plateada piel acabó uno a uno con aquellos quienes provocaron el mal y la injusticia contra aquellas inocente personas. El miedo dominó las almas de todos los presentes , quienes no podían dar crédito ante tal soberbia criatura. Contra todo pronóstico su ira acabó cuando el último de los asesinos murió. Se acercó hacia Cal’Haris, su tamaño se reduciría hasta adoptar la forma de la bella elfa de cabellos plateados. Ante la atónita mirada de los supervivientes.
Nithara, luna plateada, había guardado el destino de aquella tribu nómada, quien con sabios valores había prosperado. Cal’Haris, quien había perdido su gloria, su honor, había llevado a la condena a aquellos que le acogieron, solo una cosa se animaba a vivir. Una mentira que no pudo digerir. A las pocas semanas, y tras no dirigir la palabra a Nithara que no podía evitar las lágrimas ante la situación. Cal’Haris se colgó de la rama más gruesa de un árbol, quitándose la vida.
La muerte de su amado fue llorada por Nithara, quien no pondría una camada más en toda su vida. Se retiró a su guarida, y crió como único recuerdo que tenía de su elfo. El ser que resultaría. El primer cruce entre una raza menor y un dragón.”


Así concluían las Crónicas de Nithara, Tei miraba el libro fijamente. Azure se levantó a atender a Yasham y un invitado del mismo, mientras que Hedien seguía con la vista en el libro. Se derramaron lágrimas por el comandante y su desdicha, Azure le tomó la mano y la tranquilizó. Tei, por su parte la animó y desvió el tema, buscando las respuestas que intentaban conseguir y creían habían encontrado.


Encontrarían el modo, en breve tiempo.

martes, 3 de febrero de 2009

Argéntea

El orgullo engendra al tirano. El orgullo, cuando inútilmente ha llegado a acumular imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo, se precipita en un abismo de males, del que no hay posibilidad de salir.”


La arena era estéril, muerta, las hojas caían ante mí y mi ánimo las acompañaba; nuestros esfuerzos fueron nulos en nuestra busca del viejo Svensgard y el bosque perecía. Quizás, el dolor ocasionado por las sucesivas muertes de vegetación y animales no le llegaran a sus viejos oídos o quizás se encontrara tan sumido en la busca de los motivos que ocasionaban dicha desgracia… que no se percataba de nuestro estado de ánimo, al ver como éramos incapaces de salvarlo. Quizás empecé a sentirme desgraciada por no saber que ocurría pero en la penumbra el viejo Svensgard apareció, por fin…


Todo gira en torno a las piedras elementales, quizás debí imaginarlo, quizás no… al fin y al cabo me queda mucho por aprender. Svensgard habló de la descomposición del equilibrio y la vida a causa de su robo, y dicho esto del causante de ello. Dragones, como no. Orgullosos, engreídos, mezquinos peores que los enanos. ¡Genial!, tener que dialogar con ellos… suspiré más que resignada al oírlo… pero fuimos, que remedio…
Gaerali abrió la marcha, el verdoso brillo de las escamas de Svenshut se divisaba desde lejos, además su tamaño ayudaba a verlo desde lejos. Un presente... ¡cómo no se me ocurrió traer un presente para un dragón engreído y testarudo! Como si no tuviese otra cosa mejor que hacer que dar regalos mientras el bosque se muere. Mi paciencia empezaba a desvariar y esto era un ápice de lo que me esperaba. Cogí aire e intenté reponerme de mi mal humor, aunque quedaba mucho camino por recorrer, demasiado a mi punto de vista. Como nos había ordenado y como fieles seguidores de una muerte casi segura, seguimos sus órdenes y su destacada avaricia hasta las cordilleras heladas de Thane.


El frío no tardó en helarnos la sangre, a medida que avanzábamos, comprobábamos las innumerables pisadas y cuerpos desmembrados, muertos y helados a nuestro alrededor. Esa cueva me daba claustrofobia, las innumerables caídas, resbalones y vistas obsequiadas no ayudaban. Bueno, quizás hubo algo divertido, Gaerali no dejaba de reírse. Si íbamos a morir a manos de la dragona argéntea mejor reírse en los últimos momentos pero no podía evitar volver a caer en mi enfado por ser tan torpe. El hielo es traicionero, creí que acabaríamos cayendo por alguno de esos precipicios pero aguantamos... aun no soy capaz de creer que saliéramos ilesos, bueno casi ilesos.


Entre las trampas naturales de la cueva, nos aguardaba una majestuosa criatura, inmaculada y blanca como el hielo que nos rodeaba. Sus crías se peleaban insaciables por su presa, evité mirar al humano y sentir el crujir de sus huesos al romperse por el juego de las crías. Mis ojos se centraron en ella, no me importaba lo más mínimo ella, ni sus crías; los cadáveres, eran no más que cadáveres, cuando los gritos del humano cesaron al partirse en dos. No desvíe la vista a Gaerali, ni vi su horror ante esa imagen. Tampoco conseguiríamos nada de esa hembra, quizás la muerte, quien sabía. Las cartas se lanzaron, una flecha del arco de Gaerali impactó sobre el techo de sus cabezas y derrumbó en vano el hielo del cual pronto se deshicieron. Maldecía por mi fuero interno a todos los dragones, ahora si estaba molesta. Las crías, capaces de partirnos en dos con sus fauces se situaron tras nosotros, dejando a la dragona ante nosotros. El pasadizo en el que nos situábamos no ayudaba, pues nos acorralaron… la verdad era una estrategia digna de mentar y nosotros necios por camuflarnos en un pasadizo sin salida y fácil de emboscar por colosales criaturas.


Luchamos… ¿qué otra cosa quedaba? Morir sin luchar jamás, somos demasiado tozudos para ello. Las flechas impactaban sobre las duras escamas de los dragones, no cabía decir que no soy diestra con el arco… saltaba a la vista… Quedaba algo, fuego. Eran criaturas heladas, podía intentarlo y así lo hice, las columnas de fuego envolvieron de llamas a los dragones, mientras Gaerali les atestaba los últimos flechazos dando fin a sus vanidosas vidas. Antes de que la dragona exhalara su último aliento, Gaerali se encontraba al lado del cuerpo desmembrado del humano. Nos llevó un tiempo conseguir el tan preciado cetro que Svenshut ansiaba pero lo hallamos. Me sentí arrastrada por los brazos de Gaerali, antes de conseguir mi tributo a Svenshut. Me quedé delante de la cabeza de la dragona...sería un buen presente…muy bueno, así reprimiría mis ganas suicidas de matar al dragón verde. Dudaba que el viejo Svensgard hubiera estado de acuerdo conmigo, en dicho caso.
Fruncí el ceño, demasiado cansada para cabrearme cuando hallamos el paso del cubil cerrado. Maldije sí, no lo negaré, me desquiciaban estos alardes de grandeza.


La cabeza de la argéntea rodó hasta las zarpas de Svenshut, cuando por fin nos dejó entrar y nos preguntó por su presente. Quizás se cabreó por perder a la hembra, quien sabe. Mick y Gaerali embistieron contra sus subordinados…o bufones… si estaba molesta ahora más, ¿¡cómo podía confiar Svensgard en un ser tan despreciable!? Fruncí los labios, al comprobar que ambos estaban bien. Al menos conseguimos las piedras tras varios diálogos, si así se puede llamar...


Nuestros pasos empezaron a dirigirse al bosque de nuestro enfrente, otra misión nos aguardaba y todos estábamos de una pieza, por el momento. Guardé las piedras en uno de mis bolsillos y me dispuse a seguirles. Tosí, cogí y exhalé aire a falta de este e intenté no morir y perder la compostura, mientras mis pasos se convertían en un fuerte golpe sobre el suelo. Noté unos brazos agarrándome y como me elevaban sobre el aire pero no recuerdo más, aparte de la fatiga que sostenía a falta del aire y como mis brazos rodeaban con fuerza el cuello de Gaerali. Cuando volví a retomar el control de mi respiración, me encontraba mirando las piedras en manos de Mick y Gaerali. Volvimos, ¡por supuesto que volvimos!, y fundimos las piedras en su lugar de origen, como bien nos indicó el viejo Svensgard.


El Lago se sumió en una paz tranquila, taciturna; las flores brotaron de nuevo, bajo el peso muerto de la vegetación moribunda. Supongo que los dioses naturales se enorgullecieron de nosotros.