lunes, 16 de marzo de 2009

Hadas I

“Espíritus del aire, del viento, de los bosques y de las flores, las hadas y los elfos abren para los hombres el mundo encantado del sueño.”

Siempre se atormenta al bosque y sus animales, asustadizos e irritados. Tan molestos con los seres, que nos atacan a nosotros los guardianes. Muchos perecerán por el egoísmo y otros muchos serán heridos en el intento de protegerlo, ¿pero? hasta cuándo llegará a sucumbir tal arrogancia, ¿cuánto tiempo será instaurada esta travesura en los lindes de nuestro bosque? Los animales se asesinan e hieren entre sí, pereciendo en la irritación y el equilibrio se descompensa hacia el lado más deshonesto que podemos imaginar. Los lobos aúllan, los oso braman, los felinos clavan sus zarpas con movimientos tan gráciles que los batidores deben utilizar sus mejores habilidades. El bosque se envuelve en el caos de la travesura de esa pequeña Reina y nosotros nos quedamos mirando…

Ante mí se erguía una joven elfa, de cabellos dorados y ojos azules, se la veía tan frágil. El delicado sombrero le ocultaba el rostro, tanto que me fue difícil poder vérselo completo. La joven Nur, como así se me presentó recogía ajos para su alquimia, poco después nos encaminamos hacia el lado este del bosque. Mis pasos la guiaron hasta sus siguientes ingredientes, los hongos moteados. El bosque seguía tranquilo bajo el peso de mis pasos, tan tranquilo y taciturno como siempre, la manada de lobos nos acompañaba en la recolecta. Los pesados pasos de Kuea se acercaron a mí hasta recibir uno de sus cálidos abrazos, hacía apenas varias horas que la había visto… ¿De verdad me echaba tanto de menos?

Era extraño, tan pronto un abrazo como correr por nuestras vidas, Nur y Kuea corrieron hacia el Oeste, yo las seguí poco después de ver la matanza realizada en una cercana familia de osos. Los jóvenes oseznos atacaban a sus mayores sin pudor alguno, un zarpazo rozó mi brazo dejándome absorta con su comportamiento pero mis heridas pronto fueron sanadas por las habilidosas manos de Kuea. El joven Mayn se encontraba ante nosotras con el arcano Perom. ¿Por qué estaba tan molesta? Les había gritado que se movieran y no lo hicieron hasta volver a ser atacados por otra manada, los animales estaban irritados demasiado como para escucharme… pero no me irritaba esa reacción.

Desvié de nuevo la vista hacia el gnomo, imbuido ahora en sus magias quizás fuese ese arcano quien me irritaba. Maestro de los arcanos y ¿antiguo? servidor de Tiamat, no estaba segura. Había pasado bastante tiempo desde su partida de Athoran. Sus palabras fueron simples, la Orden arcana no nos ayudaría, sino que matarían a todo animal que les atacara antes de ayudarnos. ¿Incluía en esta conclusión a todos sus miembros?, daba igual.
Volvimos a las puertas del Asentamiento, los animales se colapsaban enfurecidos ante las puertas y no permitiría nuestra salida, los batidores atacaban con el silbar de la flechas sobre nuestras cabezas, sin poder calmarlos de otra manera. ¿No podíamos hacer nada? Murmuré unas plegarias a nuestros dioses y una neblina se alzó sobre los páramos cercanos. Sin distinción, envolvía a amigos y enemigos hasta dejarlos atrapados en una fuerte capa de tierra. ¿Quizás no debí usarlo? pero era mejor que ver morir a tantos animales con la confusión.
Los gemelos hablaron, Mayn y Deven, situaban a Erin'dör en el templo de bosque. Puesto que allí partimos, Nathelinn nos acogió con su gran sabiduría pero no resolvió nuestras dudas. Estaba tan perdido en este caos como nos hallábamos nosotros minutos antes. ¿Era posible qué fuera obra de Malar? No, estaba segura…

Los cinco nos dirigimos con pasos tranquilos y recelosos hasta más allá del este, Nathelinn nos había comunicado que Erin’dör y quizás el viejo Svensgard se encontraban en los lindes. Los orcos nos dieron una grata bienvenida, como era costumbre cuando pisabas sus territorios, pero no fueron los únicos en dárnosla. El aleteo de una bandada de aves nos envolvió y atacó sin juicio alguno, las heridas fueron distinguidas entre nuestros cuerpos y el sonido de una voz volvió a resonar sobre el aire. Heridos y algo magullados nos dirigimos hacia el norte.

El pastor del círculo, majestuosos, hermoso, sus raíces y ramas eran tan anchas que cubrían todo el paso. Tras nosotros se adentraban al pequeño precipicio una manada de animales, tan diversos que me quedé absorta. La melodía de Kuea sonó entre el aire y calmó vagamente el avance de las fieras, mis manos y mis plegarias alzaron con ayuda del Padre Roble un muro vegetal entre ellos y nosotros, esperaba con ansia no tener que atacarles. Uno de los gemelos, Deven, se mantenía al lado del Pastor, mostrándole algo entre sus raíces. Mayn, se mantenía tras Kuea alerta o absorto, no comprendía esa cara; la joven Nur, permanecía entre Kuea y yo, era posible que tuviese miedo. Miré de nuevo al majestuoso Pastor, cuando pude comprobar que el Padre roble nos ayudaría con mi muro. Una de sus pesadas piernas pasó sobre el grupo y nos permitió el paso, ¿nos había escuchado? ¿Había entendido que no éramos el enemigo? Me apresuré a pasar por el puente y poco después fui seguida por el resto. El viejo Svensgard se erguía ante nosotros, tan sabio y tranquilo como su rostro solía demostrar. La conversación se alargó lo suficiente para comprender que las causantes del caos eran las pequeñas hadas, tan traviesas e irritantes. Habían llegado al punto de irritar al bosque pero ¿por qué?, al igual que nosotros era su hogar, la Reina se había molestado en algún momento o quizás fuese una de sus odiosas travesuras. Habría que averiguarlo, aunque ¿cómo encontrar a la Reinas de las hadas?

Svensgard con unas pocas plegarias y unos movimientos de manos reclamó la ayuda de los Hipogrifos, desvié la vista hacia donde aterrizaron y poco después el grupo entero los observó, mitad águila, mitad yegua. Me fascinaban esos seres. Kuea algo temerosa fue la primera en acercarse, pronto entabló una acaricia con uno de ellos y el grupo la siguió. Me dirigí con tranquilidad al único hipogrifo que no había comido, sabían los dioses cuanto… Me preguntaba por qué el viejo Svensgard había llamado a un Hipogrifo sin darle de comer, supongo que confiaba en ellos y eso haría yo. Mi mano pasó por debajo de su pico y posteriormente le acarició la cabeza y la crin, antes de subirme. Contemplé con éxito que los cuatro habían subido, creo que los gemelos lo iban a pasar bien en este vuelo. Sonreí y alzamos el vuelo, mientras divisaba como desaparecían bajo mis pies la manada, el Pastor y el viejo Svensgard. ¿Por qué sería costumbre ver a Svensgard sólo cuando teníamos problemas?

Ahora sólo nos faltaba encontrar a la Reina de las Hadas y al viejo Thraluril, al fin y al cabo era nuestro arcano. Suspiré con angustia, creí con gran resignación que este problema sería más largo de lo que imaginaba pero al menos no había dragones ni la garra de la bestia.

[…]

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