Tei’rusu, ese bárbaro le había robado más de una sonrisa, sus inquietudes y miedos iban desapareciendo con su presencia. Había conseguido que Hedien se sintiera bien en un asentamiento que apenas conocía pero todo lo bueno tiene un fin, ahora debía aprender a caminar por los bosques.
Los rumores remoloneaban las ciudades, junto a ataques ilícitos y de dragones, portaban temor a las tierras de Arthena. Pero la joven elfa, parecía perdida en ese mundo recién descubierto, poco le había podido enseñar Tei’rusu antes de su partida y sus pasos vagaban sin rumbo concreto por el bosque. Varios conjuros remoloneaban el aire, mientras la fata miraba enredador. Sus pasos les habían llevado a una cueva, recordaban la cueva, eran las montañas y alguna vez habían sido visitadas por ellas, junto a Tei’rusu. Su magia había sido incrementada, desde la partida del mismo y su puntería del arco, había ido afianzándose tras las prácticas. El ligero ruido de sus tacones, sonaba con eco en la cueva, un conjuro la envolvió al pronunciarlo la fata y esta desapareció. La cueva estaba tranquila, oscura, pero no había indicios de hamatutas, el sonido de las gotas se recalcaba en el silencio y tras varios minutos apareció.
La figura de un humano, apareció ante ella. Sus pasos resonaron de nuevo en la cueva y se acercaron a él, sus ojos le miraron y observaron con disimulo. Ante ella se encontraba un extraño ser, ataviado con una armadura de tonos oscuros entre dorados y plateados; su abultada capucha permitía discernir un extraño rostro, averiguaría a su detenido tiempo el rosotro de un semidragón dorado. De la espalda del mismo, surgían dos majestuosas alas en tonalidades doradas, era un ser de estatura entre humano y semiorco. Seguía en pie, aun cuando la joven elfa se acercó, quizás le había molestado que abriéramos el cofre, quién sabía. Azure, como pronto averiguaría, seguía con su mirada en ella y posición firme, en su hombro descansaba ahora una espada de doble puño, el cual aferraba de la empuñadura, como si nada. La voz de Hedien no salió de sus labios, hasta que la tranquila y segura voz de él, articuló un cordial saludo. Pronto sería guiada por las montañas, con el semidragón de guía, sus pasos les llevaron a Thane. Thane, sueño del mismo Azure, según sus palabras tras tantos esfuerzos, conseguiría sus avances. Pronto sería una fortificación, en las gélidas montañas pero todo estaba en construcción, aún.
Un libro descansaba ahora entre sus manos, su título se acabó transcribiendo a “Dragones en la era de los mortales”, y Azure empezó leyendo entre rugidos incomprensibles para ella las siguientes líneas.
“Desde tiempos inmemorables, los dragones gobernaban la tierra y el cielo, aún cuando los primeros pobladores humanos, no eran más que simios; los elfos construían las primeras comunidades. Los dragones decidirían su destino.”
La voz de Hedien, sonó tras de él, para traducir los párrafos élficos, que no conseguía entender. Al fin y al cabo, debían hallar las respuestas que él deseaba y ella tenía curiosidad. El primer capítulo, “La era de los dragones” comenzada así…
“La era de los primeros pobladores, explica como en un mundo hostil, lleno de nuevas razas de intelecto inferior, aprendían el arte de la guerra. Los elfos buscaban la sabiduría y el arte arcano de mano de los dragones. Señores del mundo estas majestuosas bestias eran polos opuestos unas a otras, al igual que los simios con grandes rasgos entre unas raza y otra, se mataban por el terreno, el fuego y la comida. Los dragones luchaban entre ellos por el tesoro, la nidada y el territorio. Más no fueron ajenos al desarrollo de las razas mortales.
Los dragones conscientes de la inteligencia, pese a ser inferiores a la suya. Comenzaron a instruir a los elfos, pobladores de la gran longevidad que en sus largas vidas podían llegar a aprender lo que los dragones conocían de este mundo. Unos pocos sabios, aprendieron el valor de la magia, la naturaleza y la bondad de estos dragones, quienes en su coloración de escamas portaban brillos metálicos.
Las comunidades avanzaron por siglos. Los dragones enseñaron a los elfos y estos a los hombres, quienes fueron resultado de siglos de guerra fraticidazas entre especies. Una nueva de ellas, de gran tamaño y fuerza pero escaso intelecto amenazaba tanto hombres como elfos.
La raza orca, de rápida progenie y más rápida beligerancia, puso en jaque las distintas razas; los dragones apoyaron los conclaves más importantes en la lucha contra los salvajes, y de la cooperación los hombres aprendieron de los elfos las artes de la forja, la ingeniería básica y poco a poco, comenzaron a comprender la magia. Con el conocimiento, las razas prosperaron. Las comunidades de mortales se hicieron más numerosas y más ricas. Cosa que no pasó inadvertido a los dragones más codiciosos.
En pleno cisma de la raza élfica, al guerra civil mantendría a los primeros pobladores mortales en una fraticida guerra que les dividiría en dos mundos. Los dragones saqueaban y destruían las tierras humanas, que tan rápidamente se extendían, siendo una fuente de riqueza fácil de conseguir. La crueldad y la codicia de los dragones no tenía freno más que la de otros dragones. Quieres vieron la injusticia cometida por los suyos y comenzaron las hostilidades que aún persisten hoy en día.
Pronto en estas guerras, los humanos, de fácil aprendizaje y crecimiento, lograrían el poder necesario para hacer frente a cualquier peligro. Lucharon junto a los dragones del bien. Pero la codicia de los hombres no tiene límite y pronto comenzarían a usar lo aprendido, no para defensa sino para llenar sus arcas. El mundo se llenó de cazadragones, la sola caza de uno de ellos podrían sustentar una aldea entera y el saqueo de sus bienes financiar por años la comunidad, aquellos a quienes habían enseñado, se volvían contra ellos.
La hegemonía de los dragones como raza dominante había llegado a su fin.”
Hedien concluyó el primer capítulo del voluminoso libro y miró a Azure, tras tomar un poco de agua para aclarar su garganta. Como había podido deducir, esto no aclaraba la respuesta que él buscaba pero como bien argumentó no se podía desestimar el conocimiento que nos ofrecía dicho volumen.
El sonido de un cristal y la gélida brisa embargó al sala, el ligero fuego de la chimenea de Thane mecía ante el aire. La anciana que se encontraba ante ella, se arropó por el frío y avivó ligeramente el fuego, para que no se apagara. En el marco de la ventana, se distinguía la pequeña figura de una fata, muerta de frío, tras un ligero conjuro el fata entró en calor y dio su mensaje al destinatario, para partir en breve al destino solicitado.
Hedien se encontraba ahora recluida, rodeada de papiros, plumas, en la gran cama del Hogar, de Svensgard. Su fata se daba un festín de frutas en ella y Hedien se dedicaba a transcribir otro capítulo del libro, “Las guerras de Ascensión”, la pluma era lo único que se oía en la habitación junto a la glotonería de la fata.
“El mundo se sumía en el más absoluto de los caos, la raza superior había sido destronada de su hegemonía, por el resto de las razas mortales, que luchaban entre ellas por el poder. Los dragones se retiraron en un segundo plano, una vida contemplativa en la que prosperar, perpetuar la raza, y amasar grandes fortunas en sus territorios, algo que aun no se puede explicar porqué lo hacen.
El poder existente era algo que los mortales no llegaban a comprender y fácilmente malograban o ansiaban por encima del resto. El dominio de la magia por parte de la raza humana ayudó a este caos. Los demonios comenzaron a perforar las barreras eplanarias, gracias a la codicia de los arcanos, tomando la posición entro los mortales a quienes tentaban.
Las sociedades nacían y morían en apenas generaciones humanas, ante la atenta mirada de los dragones, que veían destruir el mundo, unos aprovechaban otros se lamentaba. Pues esa no era su guerra.
En tiempo de oscuridad unos pocos héroes, quienes tomaron los valores que predicaban los dragones y los elfos del bien. Iniciaron la búsqueda de poder. No por egoísmo, el gran mal de la era. Alcanzarían el poder para defender el mundo de la oscuridad. Más no solo ellos buscaron el poder. Grandes héroes lucharon entre ellos seguidos por innumerables sociedades, al mayor guerra que el mundo conoce, a ellos se aliaron los planarios, quienes se alinearon en la guerra. Los supervivientes de entre esos héroes, serían Ascendidos. La búsqueda del poder eterno, les había sido recompensada por sus actos. Consagradas sus gestas, llegaron a alcanzar la divinidad, persistente, algunos hoy en día siendo adorados por infinidad de fieles. Los dioses del bien y el mal se erigieron de esta era.
Al concluir la guerra el mundo estaba devastado, los dioses, decidirían no volver a ser partícipes personales en sus fines, pues sólo evocaría a la destrucción de la tierra. Muchos milenios pasaron y el auge de la raza humana, de fácil procreación, aprendizaje y adaptabilidad. La convirtió en la raza pobladora de la tierra. Otras razas se recluirían y confinados en su hábitat como siempre hicieron.”
El sonido de la pluma dejó de sonar, en la habitación, cuando Hedien mandó a su fata portar el papiro a Thane. En la próxima ocasión, iría personalmente.
El sonido de las olas al romper en la playa, hacía del lugar agradable y tranquilo, la brisa mecía suave y las gaviotas graznaban lanzándose al agua tras una presa. Hedien volvió a aquel lugar donde la esperaba, su partida a Svensgard había sido precipitada y fue grato volver a ver a Tei, pero echaba de menos esa Atalaya y con ella a quien la esperaba.
El libro volvió a sus manos, voluminoso y grandioso, la había embelesado pero no creía que ese fuera el único motivo de volver allí. Su curiosidad era extrema y no sólo con lo que reparaba el libro. Tras su partida, Azure había leído conjuros y rituales del libro. Todos ellos relacionados con conjuros que los dragones habían conseguido dominar, aunque también trataban del abandono de un dragón sobre su existencia mortal para convertirse en liche, es decir los dracoliches. Como poder imbuir su alma, una vez les llegara el crepúsculo y ligarla a un territorio, el cual su alma protegería y guardaría. La elfa se mostró reacia, puesto que dichos rituales eran algo oscuros. Él se limitó a tranquilizarla diciendo que eran meros conjuros transcritos del libro, más dichos rituales sólo eran un modo de conseguir un objetivo en común pero averiguar que objetivo era trabajo de Hedien, ya que era élfico lo que continuaba. Ambos se sentaron sobre la Atalaya, sintiendo la brisa, y Hedien comenzó a leer el tercer capítulo “El Concilio de los dragones del bien”
“Terminada la locura que causó la era de la Ascensión. Las razas prosperaron bajo el legado de los héroes alzados en dioses, quienes seguían las dichas de sus admirados dioses.
Las comunidades seguirían se propio destino, basados en los ejemplos de aquellos quienes lucharon en la guerra de la Ascensión. El orden dominaría las razas civilizadas. Mientras que el mal se ocultaba en tribus y cavernas de las razas salvajes, más preocupante era la mano negra que corrompía las sociedades. Seguidores del mal se infiltraban en los estamentos sociales, sobre todo en civilizaciones humanas donde fácilmente manipulables eran sus gobernantes.
Muchos gobiernos tornaron en tiranía, otras comunidades se consagraron como imperios, subyugando el territorio de los imperios. Muchas veces acabarían acechando a lso dragones en sus propias moradas, al invadir el territorio de estos. La tierra seguía en manos de los mortales, y el bien y el mal, el orden y el caos, se disputaban el dominio de las comunidades. Esta vez, los propios mortales eran los que actuaban.
Viendo como ningún ser superior, experimentados en la anterior era, actuaría en esta disputa. Los dragones aprendieron de su ausencia, provocó las catástrofes de la pasada era. Aquellas razas de entre los dragones, que se preocuparían por el devenir de la tierra, acudieron a un concilio donde las más sabias y ancestrales sierpes representarían a cada raza dracónica.
En el concilio se parlamentó, acerca de la posición de los dragones en este mundo. Las más sabias sierpes declararon, que la contemplación y la búsqueda de la sabiduría, les llevaría a comprender, su posición en el mundo. Ante tal difusa respuesta, los dragones más jóvenes preguntaron a sus sabios ancestros, quienes habían alcanzado el milenio en su vida, y visto pasar las generaciones y eras. Estos respondieron claramente: El mundo es un ente, formado por cada uno de los elementos que lo pueblan; montañas, ríos, bosques, cielos y razas y el destino de ese ente, les sería el mismo a todas las razas.
Los ancestros dragones afirmaron que los dragones habrían de mantener las comunidades de las razas menores, de tal modo que su presencia no fuera percibida, tan cercano que pudieran ser conscientes de los problemas del mundo.
Así, con sabiduría de las milenarias sierpes, concluyó el concilio de los dragones, aclarada su posición en el mundo, aquellos quienes mostraban más preocupación por el devenir de las razas, siguió el sabio consejo. Y empezaron a vivir en el anonimato entre las razas que les rodeaban. Ocultas sus guardias cerca de las comunidades."
Hedien pasó de página, el capitulo concluyó de esa manera y vislumbró un relato, un relato cuyo individuo no era histórico sino una historia particular. Su título decía así “La crónica de Nithara, la elfa de los cabellos de plata.”
Ahora la miraba pensativo, ella le devolvía la mirada sin comprenderle. Un debate comenzó en base a las lecturas. La conclusión hallada fue algo confusa para ella, los dragones atenderían al devenir de las sociedades y se mezclarían entre las razas pero no aclaraba como fue posible dicho aspecto. Igualmente Azure, parecía que comprendía más sobre este último capítulo que la propia Hedien, la cual había puesto empeño en traducirlo pero a su parecer no explicaba nada. La voz de él, le resonó impaciente y expectante en sus elficos oídos, sonrió al notar ese sentimiento en él y prosiguió leyendo.
“Din’Alenthur. Era una próspera comunidad élfica, el más próspero reino élfico de los bosques de la marca. Un gobierno que promovía el arte de la libertad y la magia, bajo los preceptos de Colleron Larethian, dios de los elfos. Su rey, un venerable elfo del más casto linaje gobernaba ya su segundo siglo de reinado. Era aclamado por su pueblo, pues la gran sabiduría que vivía Din’Alenthur era en gran medida gracias a su gestión
De impecable servicio, valor y valía en combate, estrategia y diplomacia. Era la mano derecha del rey. Suscitando las envidias de aquellos quienes rodeaban al rey, en el puesto de consejeros, que buscaban más adular al rey en propio beneficio que la progresión de la comunidad. Esta envidia se convirtió en una conspiración contra el valeroso comandante. Quien sabía de las malas costumbres de los consejeros, éstos, decidieron quitarlo de en medio.
Una de las comunidades periféricas del reino de Din’Alenthur fue atacado con crueldad, y los pocos supervivientes que quedaban resistían un asedio terrible. Su majestad envió a su fiel siervo a aplacar el asedio y poder salvar a los habitantes de la comunidad. Momento que aprovecharon los consejeros.
Los ejércitos élficos recorrieron los bosques hasta llegar en ayuda de los asediados. La batalla pronto comenzarían. El comandante junto con sus tropas habría de hacer brecha en la noche del ejército enemigo. Y lograr entrar en la ciudad asediada, entregando los refuerzos y suministros necesarios para poder vencer a los invasores. Todo estaba preparado, en la noche la caballería del reino, los más rápidos corceles montados por los más hábiles jinetes, la gloria del ejército. Liderada por Cal’Haris, Marchó a la batalla en cabeza. Una vez abrieron brecha, el comandante ordenó a la infantería, mediante la señalización de un cuerno, atacar el grueso del ejército enemigo. Los oficiales. No obedecieron. Habían sido sobornados por el consejo de la corte, para traicionar al comandante, que honorablemente muriera en combate.
Solos y en inferioridad de número la caballería quien había abierto brecha en las filas enemigas, quedó encerrada entre los soldados contrarios, quien acabarían con todos ellos. Sin ayuda, traicionado y solo, Cal’Haris combatía encima de los cadáveres de la batalla, amigos y enemigos se amontonaban en la cruenta batalla. Nadie podía con él en combate. Fue reducido en la distancia, una andanada de flechas acabó con su vigor.”
La primera crónica concluía con dichas líneas, ambos se quedaron atónitos puesto que esta crónica poco tenía que ver con la visión anterior en la historia. Pero como bien dijeron y concluyeron, todo tiene un principio y una relación, por tanto concluirían estas crónicas para averiguar las ataduras de la historia y con ellas las respuestas que deseaba Azure.
Ambos habían pasado bastantes horas en ese lugar, la noche los había envuelto hacía tiempo y la brisa agradable refrescó. Sus pasos fueron lentos, debatidas las palabras del libro y con ellas las informaciones que hasta ahora habían leído, pero lo que ahora deseaban era saber que relación había entre la crónica y la historia de antaño.
Thane, tierras gélidas. La pequeña aldea estaba tranquila, como de costumbre. La tenue luz de la sala era agradable, Hedien había llegado hacía unas horas con Azure. Últimamente, pasaba la mayoría de sus horas allí, le atraía ese lugar o quizás su acompañante y más aun saber que ocultaba ese libro. Aunque en esta ocasión no estarían solos, Tei les acompañaría en sus las siguientes Crónicas de Nithara. Tei se mostró tranquilo incluso interesado por la lectura de Hedien sobre el comandante Cal’Haris, cuando los tres se acomodaron ella prosiguió la que fuese la segunda crónica.
“Cuando Cal’Haris despertó no supo predecir donde se encontraba, en su estado moribundo, sintió como comenzaba un viaje, que al fin llegó a su destino, se encontraba en una alta montaña, en un pequeño poblado humano. Pudo ver el cielo estrellado en la noche, las luces del hogareño pueblo, de no más de 40 habitantes, sus heridas habían sido tratadas, estaba vendado por su costado y abdomen. Aun se preguntaba. Como es posible que siguiera vivo. Preguntó, más no sabía la respuesta. Una mula tiraba del carro donde él se encontraba. Pero no podía ver quien llevaba las riendas de la mula
Le introdujeron dentro de una rústica cabaña donde pudo por fin poner un rostro a quién tiraba de la mula. Un mujer elfa, cuya belleza no encontraría en las aduladas muchachas de la corte, un rostro humilde de pretensiones que reflejaba la más pura inocencia, y una larga y plateada melena que caía por sus hombros y tapaba gracilmente su rostro con su flequillo, que suavemente apartaba con su mano. Cal’Haris quedó anonadado, trató de preguntar esta vez. Ahora sí recibiría respuesta. Pero de su boca no salió voz. Esta muchacha le dispuso encima de una mullida cama y atendió sus heridas, con una permanente sonrisa y unos ojos claros y brillantes de un destello argénteo.
Pasaron los días, y mientras la salud del traicionado comandante élfico se fortalecía, mayor era su curiosidad, aquella muchacha élfica aparecía de vez en cuando a preocuparse de su estado. Mientras el sabio patriarca del pueblo le preguntaba por su estado de salud.
Al parecer este pueblo había sido nómada, generaciones habían recorrido la tierra tomando lo que el mundo les ofrecía sin lugar al que llamar hogar, se habían asentado. El patriarca era un humano de avanzada edad. Un hombre sabio que se preocupaba por los suyos. Cal’Haris pronto encontraría, una nueva amistad, nunca creyó que un humano, pudiera tener esa visión del mundo. Quizás no tan estilizada y bella, o artística. Pero sí consciente de lo verdaderamente importante. Cal’Haris preguntaría por qué una elfa se encontraría junto a ellos.
Su respuesta fue tal que terminó por quedar prendado de ella. Nithara se llamaba. Luna plateada era su apodo entre los hombres de la tribu. Ella había sido salvada por la tribu cuando era pequeña, ella creció en la tribu. Mientras las generaciones de hombres pasaban, ella seguía joven y bella. Fue quien hizo lo posible por establecer en la montaña la tribu nómada.
Una noche la luna bañaba con su mejor cara, la montaña, en un mirador observaba Nithara, su larga melena plateada se movía suave al son del viento, al igual que su bello vestido de seda acariciaba su piel. Embrujado, Cal’Haris se acercó, y junto a ella se apoyó en el mirador, más ningún paisaje podría equipararse a la muchacha en belleza. Varias lunas pasaron entonces sus deseos se hicieron realidad.
En muchas ocasiones Cal’Haris preguntaría a Nithara, como es que le había encontrado y sacado del bosque, dónde el único recuerdo era recibir una terrible andanada de flechas. Debía saber que ocurrió, pero una sonrisa de Nithara bastaba para aplacar la curiosidad del elfo.
Algunos meses pasaron y la unión entre Nithiara y Cal’Haris se hizo oficial. Habían pasado ya un año de la batalla, y el comandante tenía la necesidad de volver al reino élfico. Él le prometió volver, y cuando lo hiciera, vivirían juntos en la capital del reino élfico, en el lugar que el correspondía. Volvió descendiendo la montaña, hacía el bosque y se internó por al antigua ruta. Allí encontró la ciudad que un año atrás fue asediada, los muros de la ciudad estaban derrumbados, más entre las brechas pudo vislumbrar un pequeño poblado en ruinas…”
La voz de Tei, paró por unos instantes el relato con la pregunta de si habían muerto todos, pero no obtuvo respuesta de ninguno de ambos, Hedien continuó leyendo para intentar averiguar lo ocurrido.
“…Se acercó al pòblado, y pasó allí dos noches, buscando respuestas a aquella pregunta que no le era atendida.
La historia le revelaron, que tras el fallido ataque del ejército de Din’Alenthur, todo estaba perdido, las tropas enemigas asaltaron la ciudad atacando a todo soldado y civil que encontraban. Pero se retiraron. Sóno el cuerno de la retirada. Los soldados huían despavoridos al grito de “DARASTRIX, DARASTRIX”. Los invasores habían asaltado la ciudad, pero sus habitantes pudieron vivir, con la incógnita de que había hecho huir a los invasores. Sólo “Darastrix” era la respuesta.”
Azure se mostró extrañado, pronunciando algo desconocido para Tei y Hedien, para ellos les resonaba un rugido en los tímpano y ambos le miraron sin comprender. Hedien le mostró la palabra de “Darastrix” y él volvió a emitir ese rugido. Tei acabó preguntando que era esa palabra y él respondió, era dracónico y su traducción al común era Dragón. Azure pidió a Hedien que continuara y así lo hizo, no sin antes pedirle paciencia a Tei, con sus preguntas.
“El enigma aun seguía sin resolverse. Algo había intercedido por aquellas personas y por él. Continuó cabalgando hacia la capital de Din’Alenthur bajo el vuelo de un halcón. Por fin podría vengar la afrenta, el rey era sabio y estimaba a Cal’Haris, echaría la corrupción del consejo y podría retomar su vida junto con su esposa Nithara. Cuando llegó a la capital, nada era lo que recordaba, la decadencia dominó el reino, los gobernantes se enriquecían usando los privilegios de su puesto ignorando las responsabilidades, Llegó a Palacio. Allí pudo ver, lo que en su ausencia ocurrió. No había rey ni heredero, la línea de sangre junto con el rey sucumbieron en extrañas circunstancias, alegando enfermedad hereditaria.
El consejo se había repartido el poder, el ejército había sido sobornado y todos aquellos quienes se opusieron fueron ajusticiados. Cal’Haris no pudo soportar lo que veía e imprudente intentó imponer justicia, superado se vio obligado a huir.”
La voz de Hedien dejó de sonar ya que el capítulo había concluido, a Tei por su parte la historia le estaba agradando descontando las partes de traición y muerte y así lo daba entender. Pero de igual forma una pregunta envolvió la sala, era un historia del pasado. Según Azure esta historia relataba el mundo según la visión de los dragones. El trío deseaba saber que ocurriría con las traiciones ante el comandante así que Hedien continuó la tercera crónica.
“Impotente, Cal’Haris volvió al pueblo de los hombres, donde aguardaba su esposa. Él portaba su rostro de pena que no pasó desapercibido por la hermosa elfa de plateados cabellos. Más ella tenía una nueva esperanza que dar a su amado elfo. El fruto de su unión gestaba en su vientre.
Una aciaga noche, los caballos relinchaban y las vacas mugían, la oscuridad de la noche fue interrumpida por las llamas de las casas que ardían. Los lugareños observaban como la escasa guardia yacía en el suelo muerta, mientras unas figuras ágiles se movían en la noche destruyendo toda vida del pueblo. El patriarca salió junto con sus hombres a luchar contra los atacantes, pero la habilidad de éstos era superior, pues los nómadas eran cazadores, no sabían de guerras y traiciones, como parecían dominar los asaltantes.
Cal’Haris raudo salió a la defensa de quienes le habían acogido pese a ser diferente, él si era un guerrero. Su mujer arropada en las sábanas temía por su vida mientras veía con lágrimas en los ojos como su esposo, lucharía a muerte contra los asaltantes. Uno tras otro fueron batiéndose con el hábil elfo, más su pericia no había menguado. No podían con él, atacaron al patriarca de la tribu. Cal’Haris apresuró a defender al sabio hombre, esto supuso dividir la defensa hacia dos personas. Fue alcanzado, en el suelo sangrando, observaba como los asesinos le rodeaban. Pudo escuchar: “El fiel comandante no volverá a molestar al gobierno de Din’Alethur”. Pudo entender, que había triado la desgracia a quienes le habían acogido. Le habían seguido, y mandado a unos asesinos a acabar con todos ellos. Sus heridas eran graves, más el daño yacía en su alma, no pudo sostener la espada y sus lágrimas caían cual lluvia en una tormenta de verano.
Un rugido heló las estepas de la montaña. Helando las almas de todo aquél que estuviera vivo. Una gélida brisa recubrió de hielo a varios de los asesinos, quienes cayeron al suelo moribundos por la escarcha que se aferraba a sus huesos y músculos desgarrándolos y rompiéndolos. Al darse la vuelta todos y mirar, un enorme dragón yacía sobre los restos de la cabaña de Cal’Haris, la cual había quedado destruida. El dragón de plateada piel acabó uno a uno con aquellos quienes provocaron el mal y la injusticia contra aquellas inocente personas. El miedo dominó las almas de todos los presentes , quienes no podían dar crédito ante tal soberbia criatura. Contra todo pronóstico su ira acabó cuando el último de los asesinos murió. Se acercó hacia Cal’Haris, su tamaño se reduciría hasta adoptar la forma de la bella elfa de cabellos plateados. Ante la atónita mirada de los supervivientes.
Nithara, luna plateada, había guardado el destino de aquella tribu nómada, quien con sabios valores había prosperado. Cal’Haris, quien había perdido su gloria, su honor, había llevado a la condena a aquellos que le acogieron, solo una cosa se animaba a vivir. Una mentira que no pudo digerir. A las pocas semanas, y tras no dirigir la palabra a Nithara que no podía evitar las lágrimas ante la situación. Cal’Haris se colgó de la rama más gruesa de un árbol, quitándose la vida.
La muerte de su amado fue llorada por Nithara, quien no pondría una camada más en toda su vida. Se retiró a su guarida, y crió como único recuerdo que tenía de su elfo. El ser que resultaría. El primer cruce entre una raza menor y un dragón.”
Así concluían las Crónicas de Nithara, Tei miraba el libro fijamente. Azure se levantó a atender a Yasham y un invitado del mismo, mientras que Hedien seguía con la vista en el libro. Se derramaron lágrimas por el comandante y su desdicha, Azure le tomó la mano y la tranquilizó. Tei, por su parte la animó y desvió el tema, buscando las respuestas que intentaban conseguir y creían habían encontrado.
Encontrarían el modo, en breve tiempo.