>>Cuando se cree en la necesidad de librar una batalla es que se han cometido fallas.<<
No es tan extraño averiguar que las hordas de trasgos y orcos atacan estas tierras. No es siquiera una ínfima de sorpresa tras haber sido partícipe de la guerra de las brujas orcas, en tiempos pasados; pero aun así me sorprendí: Hordas orcas y trasgoides luchando unidas con mercenarios humanos por una batalla común. ¿Qué estaba uniendo humanos con esa calaña?
Un Sargento de estas tierras reunió aventureros, soldados y ciudadanos para proteger ese pueblo. Asediados por los cuernos de batalla que se acercaban a pasos agigantados para destruirnos, en las puertas del norte se había alzado una empalizada y en el interior de Drensler todos nos preparábamos para esa inminente batalla. Los arqueros se situaron en las colinas de la muralla, en los torreones. Eidán, el paladín de Uriel observaba la lejanía mientras que Syra y yo cubríamos el flanco del camino noroeste. Aun así no fue suficiente, no recuerdo cuando los gritos empezaron a alzarse ordenando los ataques, no recuerdo cuando las flechas empezaron a silbar, sólo estaba segura que otra batalla comenzaba con esas explosiones.
Las filas de los aliados cada vez era más pero los enemigos llegaban en oleadas tan intensas que muchos de los trasgoides se suicidaban hiriendo de muerte a nuestro bando. La puerta norte estalló junto a la empalizada y nos trasladamos allí a seguir contraatacando a los enemigos. Tras varias oleadas de trasgos suicidas tomamos aliento. Una gran figura con armadura fue reconocida como Tarnaka, aquel que se le acusaba de asesinato y exiliado con pena de muerte, aquel que hacia temblar a las mujeres y niños hasta encogerse en el rincón más oscuro para no ser notados. Otra batalla estaba por llegar.
El semiorco se nombró líder de la horda que nos embestía, acabando momentos antes con varios de sus hombres por ser débiles, pronto volvieron a emboscarnos, los aceros chocaban contra los cuerpos de los trasgoides; las explosiones atontaban mis oídos; y las flechas seguían silbando hasta acabar colapsando dentro de las débiles carnes de los enemigos. Sólo recuerdo como Eidán, Calendor y Zechs embestían contra ese ser y desaparecían de nuestra vista, mientras un trasgo suicida estallaba en mil pedazos mal hiriéndonos a los más cercanos a él.
Las guerras traen heridos, las guerras traen muertes, las guerras inútiles batallas de poder sólo traen pesadez. El asesino cayó a manos de los tres valientes, su cuerpo casi inerte permanecía en el suelo mientras el trío pensaba qué hacer con él. Ajenos a quienes observaban, ajenos a la emboscada que estaba a punto de suceder. Las flechas enemigas volvieron a emerger de la maleza, los encapuchados nos emboscaron en un abrir de ojos y mientras luchábamos para seguir con vida el cuerpo de ese maldito ser desaparecía de nuestra vista.
La sed de venganza se siente en el aire, la batalla está próxima. Pronto, caerán ellos o nosotros en esta guerra sin sentido en la que me he introducido.