Las pesadas botas hicieron crujir bajo el peso del varón una rama vieja, la noche era oscura, demasiado oscura para poder prestar atención al sentido de la vista. Miraba cada poco tiempo hacia el camino recorrido, se sentía angustiado, temeroso pero la angustia que sentía era por ella. Esperaba que la decisión de dejarla con Cassandra no fuera un error, iría más rápido sin ella pero se sentía vacío.
- Maldita sea, sólo son unas noches. - refunfuñó entre dientes mientras volvía a retomar su propio camino.
Agilizó el paso, angustiado y deseoso de volver junto a ella. Afinó su oído siendo el único sentido que podía centrarse en la oscuridad de la luna nueva, entre su grande palma se envolvía el collar de la pequeña, era su única pista, lo único que la única a su pasado antes de encontrarla. Había deseado tirar ese maldito collar hacía varios años pero nunca pudo hacerlo. A diferencia de su egoísmo interno y de la suma protección a la pequeña decidió que fuera ella quien eligiera con quien quedarse.
Arrancó de sus pensamientos su frustración y se dirigió a la ciudad cercana, tenía que darse prisa algo en su fuero interno le apremiaba a volver junto a ella. Pasó a grandes zancadas por las calles de la ciudad, las sombras se reflejaban a su paso, bajo la tenue luz de las luces callejeras. Atravesó esa ciudad antes de lo esperado y cruzó las puertas del Norte. Volvió a introducirse al bosque y buscó con ahínco el lugar en cuestión. Entrecerró sus azulados ojos y refunfuñó de nuevo, olfateó el aire, como era de esperar sin hallar lo que buscaba. Pero, ¿qué buscaba? Hacía ya seis años desde que encontró a la pequeña, las pistas se borran, los rastros se desvanecen y el aroma de la pequeña se había quedado en casa de Cassandra.
Volvió hacia las calles de la ciudad, era lo único que le quedaba. Abrió con demasiada brusquedad la puerta de la posada y la cerró con la misma autoridad, como era de esperar varios pares de ojos se centraron en él. Algo que él detestaba pero lo había ocasionado su mal humor.
- ¿Hoy no vienes con la pequeña Bells? Le había preparado su comida favorita como siempre. - la masculina voz del posadero llamó su atención pero no pudo evitar emitir un gruñido cuando pronunció el nombre de su cría.
Mathew le acercó la típica jarra de cerveza espumosa y apoyó su brazo en al barra de roble macizo, acercándose al licántropo.
- Mathew, ¿sabes algo nuevo? - la voz de Allec sonó demasiado ronca, se sentía vacío y de mal humor.
- He conseguido averiguar algo pero puede que no esté relacionado con ella. Es posible que sean habladurías o simple anhelo de conseguirla. Ya sabes como es ese viejo lobo, la quiere desde que la vio la noche que la trajiste. - la voz del posadero era tranquila, observaba las reacciones del hombre en cada una de sus palabras con miedo a que lo empotrara contra la barra como una vez ya le había hecho tras decir algo parecido. - Recuerda que sólo soy el informador, Allec. - no pudo evitar tragar saliva, se sentía más seguro cuando iba Isabella. La bestia que controlaba a Allec se amansaba con ella.
- Continua. - bebió media jarra de cerveza, debía estar ocupado o rompería algo al oír algo de ese despreciable ser.
- Bien, bien… - Mathew se sirvió una jarra de cerveza, bebió un poco para aclararse la garganta y continuó. - Como iba diciendo, el viejo lobo y su grupo investigó al respecto. Parece ser que hace unos años, cuando la encontraste, asaltaron una serie de carruajes cerca de los caminos... de donde la encontraste.
- Eso ya lo sabía, Mathew. Son esos bastardos quienes asaltan los malditos carruajes. - le interrumpió con brusquedad y le pidió con un gesto otra jarra de cerveza. - ¿Saben algo del collar o seguirán dándome información sin importancia y que ya sé?
Los movimientos del tabernero eran torpes y despistados, le sirvió otra jarra y le miró sin entender. Ese hombre era demasiado inocente para ser el dueño de una posada regentada por gentuza. Todos lo sabían.
- ¿Dónde están? - miró alrededor de la posada, en la esquina donde solían sentarse y frunció el ceño al no ver al grupo que buscaba.
- Se fueron temprano, al atardecer. Justo después de iros vo… - se quedó con la palabra en la boca.
“Maldita sea” es lo único que acabó oyendo Mathew.