domingo, 20 de octubre de 2013

Capítulo I


Bosque Luna, cerca de Argluna, hace 5 años.
- Aliec, ¡ves más despacio! ¡Vas muy rápido! - oí esa cantarina voz y volví a pararme por milésima vez para esperar a la torpe de la elfa.
Si no fuera porque necesitaba que esa elfa me acompañara la hubiera dejado atrás hacia bastantes horas. El recorrido que debíamos hacer en apenas un par de días se estaba alargando al doble por esa torpe. No lograba entender como una elfa, de mi familia, fuese tan ingenua y tan poco ágil. ¡Maldita sea! Esa cría no sabía hacer nada y se suponía que albergaba el poder que yo ansiaba, aunque empezaba a dudar seriamente que esa elfa tuviese el poder de mis ancestros en su sangre antes que yo. La miré, intentando no mostrarme demasiado molesto. Cosa difícil en mí, os lo aseguro, esa elfa me sacaba de mis casillas. Lo único que deseaba era cogerla, echármela al hombro, como hacían los bárbaros del norte del pueblo humano, y  acabar el camino. 
Seguro que acaba antes ese maldito recorrido pero no, no podía hacer eso. Necesitaba que ella misma se cansara por el recorrido y así permaneciera con la boca cerrada. Intenté que mi voz no sonara amenazadora y fuese calmada. Todo lo calmada que pudiera en una situación que te saca de las casillas.
- Aoi, nos hemos retrasado ya dos días, no podemos ir más despacio. Argluna nos queda a menos de dos horas y precisamos llegar antes de mañana, recuerda el mensaje de Padre. - sonreí, como un gilipollas, para meterme en el papel del hermano mayor.
La elfa sonrió, animada y asintió acelerando esos pequeños y danzarines pasos, como si mis palabras fueran un aliciente para ella. Será idiota. No sabía donde se metía, ni siquiera se le pasaba por la cabeza pero en eso consistía, ¿no?. Las dos horas pasaron sin más paradas. Me pareció muy raro pero me alegré. Por una vez esa elfa parecía tomarse en serio algo, aunque fuese al final del maldito camino. 
Observé sobre mi hombro y la vi mirando al suelo demasiada callada para ser normal en ella. Conocía a Aoi, esa renacuaja y pesada elfa, no callaba ni aunque la lanzaras a un estanque e intentarás ahogarla poniéndote encima. No es que lo hubiera comprobado, aunque no me faltaron ganas en más de una ocasión, pero gruñí. Sí, gruñí. Esa elfa callada implicaba que está maquinando algo y sus algos solían ser de a tomar por culo todo y tener que salvarle el puñetero culo de algo peligroso. Joder, a saber de quién lo había aprendido, aunque estaba seguro que la culpa era de esa maldita pixi, Yang.
- Estas demasiado callada, ¿Qué tramas?
 
Supongo que mi voz no sonó tan calmada como hacia dos horas porque por un momento vi como la elfa retrocedía unos pasos, asustada. A saber qué vería reflejado en mi cara pero seguro que no era agradable. Aunque no me extrañaba, mi paciencia había terminado con ella hacía tres días y suelo ser como un libro abierto para ella. Eso me molesta, me molesta tanto que me hierve la sangre hasta la ebullición. Esa pequeña elfa es la única que solía saber que estaba pensando pero ya no, ahora no. Todo ha cambiado ahora.
- N-Nada… te prometo que no tramo nada. - vi como asentía un par de veces con nerviosismo y esa elfa solo me asentía dos veces con nerviosismo cuando me tenía miedo.
- Súbete la capucha, tapa ese escuálido cuerpo y no llames la atención. - La cogí del brazo con brusquedad y tiré de ella, ya que habíamos llegado una de las entradas de Argluna, la Gema del Norte.



Y así lo hizo. Aoi se subió la capucha con la mano libre y se ajustó la capa sin rechistar.
Observó con sus azulados ojos a su hermano. Ella era curiosa, bien lo sabía, pero la ciudad, la flamante y brillante ciudad que estaban apenas entrando, no  llamó su atención en esa ocasión. Su mirada seguía fija en la espalda que le había dado su hermano desde hacia cuatro días. Desvío la mirada a su brazo, le dolía por la opresión que ejercía Aliec en él pero no se quejaría. 
Habían ido a Argluna para reunirse con su padre, eso decía el pergamino que recibieron hacía cuatro días en su hogar. La delicada letra de su madre les informaba que debían reunirse con ellos en la Gema del Norte, por orden de su estimado padre, pero, por algún motivo, Aoi no acababa de comprender ese pergamino o sí lo comprendió... no quiso darle el significado correcto. 
- Aliec, el Cruce de la Doncella está por el otro camino. - dijo tímidamente con un cantarín pero susurrante tono de voz.
- Luego iremos. Tengo algo que hacer antes, a Padre no le importará. -  le presionó con más fuerza el brazo, lo que ocasionó que la fémina gimoteara por el dolor.
Alzo la cabeza para mirar a su hermano y vio como una sonrisa macabra perfilaba sus labios. Su hermano había cambiado o algo lo había hecho cambiar. Sabía que Aliec pasaba mucho tiempo con un grupo de humanos de reputación algo difusa pero no comprendía como él, precisamente él, había cambiado tanto en apenas unos meses. Culpaba a ese grupo de dudosa reputación pero no tenía el poder suficiente ni la autoridad para separarlo de ellos. Poder o autoridad… la fémina casi se echa a reír al pensar en ello. Por no tener, no tenía ni dominio en su propia Urdimbre, siempre le costaba bastante canalizarla.
La hizo caminar hasta un edificio de dos pisos, en el que oyó como los nudillos de Aliec tocaban varias veces en un ritmo determinado. Las puertas se abrieron y pudo observar una casa sin más. Aun no entendía qué hacían allí pero su vello se erizó alertándola de un peligro del cual sabía que no saldría sin más. Se acercó a su hermano, el cual tomó del brazo con ligeros temblores por puro miedo. Caminaron por el estrecho pasillo hasta llegar a unas escaleras, las cuales descendieron en un ritmo pausado. Cuando llegaron al último escalón Aoi, que había permanecido mirando el suelo, ya que los escalones eran pequeños y la luz escasa, notó como su hermano se apartaba de ella, despojándola de la seguridad que él le otorgaba, alzó la vista hacia el lugar y lo que se reflejó en su rostro fue terror.
Se encontraban en una caverna abierta, a unos cuantos metros bajo la ciudad y en su centro se encontraba el Cuerpo, un estanque que líquido negro.
La caverna en sí tenía una forma parecida a una cúpula, con la parte superior directamente sobre el estanque. La cámara que alojaba el estanque tenía simplemente 50 pies de diámetro con dos alcobas en frente la una de la otra. El techo y paredes de la cúpula estaban estriados verticalmente, como si fueran enormes dedos labrados en la roca desde el interior de la cámara. Los bordes de la cámara estaban siempre en tinieblas y parecen resistir la luz de las antorchas, incluso si una antorcha se ponía cerca de las paredes.
El estanque tenía apenas profundidad, justo lo suficiente para sumergir a un hombre de estatura media. ¿Por qué lo sabía? Porque estaba comprobando como su Padre hundía su propio cuerpo en él, horrorizada y con el cuerpo paralizado. El estanque estaba en perfecta calma y su contenido tenía una consistencia similar a la brea, además aunque introducía el cuerpo, aunque no estaba segura de por qué, el líquido no se onduló ni varió. 
El sonido de un gruñido macabro y sombrío resonó en la caverna, al poco de que el cuerpo se introdujera en el estanque, pero el Mastín desapareció en cuando el cuerpo de su Padre se convulsionaba y retorcía mientras su carne se derretía por algún motivo que Aoi desconocía. La elfa gritó aun más horrorizada y asustada. Las lágrimas empezaron a caer en cuanto asimiló el suceso de que su Padre estaba muriendo ante sus ojos. Intentó ir hacia él pero un brazo acérrimo la oprimió mientras el captor, que pronto reconoció como Aliec, habló.
- Bienvenida a “El Cuerpo de Shar”, hermana. - rió desquiciadamente - Disfruta del espectáculo, ya nos hemos perdido el de Madre por retrasarnos.
La elfa tembló. Estaba muerta de miedo. Su hermano se había vuelto loco.



Estaba asustada. Podía oler en todo su pequeño cuerpo el terror que la había ocasionado esa magnifica escena. Hubiera sido más fácil hacerla saltar por el túnel vertical de la sala conjunta a las escaleras pero eso me hubiera prohibido ver como la elfa se retorcía y sollozaba por ver semejante escena. Le aparté el albino cabello del rostro mientras las lágrimas seguían bañándolo y la lamí, notando como se estremecía. Tan inocente y pura, que poco sabía. No sabía absolutamente nada de lo que le esperaba. 
El irritante sollozo se cortó cuando le dejé inconsciente, gracias a la Diosa. La tomé en brazos antes de que su cuerpo se desplomara en el suelo de la caverna, aunque aun no entiendo del todo porqué lo hice. La llevé a un rincón de la caverna donde los preparativos que había anticipado ya estaban posicionados y la dejé en el centro del círculo de convocación. Luego me puse a un lado, mirando al viejo sacerdote.
- ¿Es esta la elegida? Pues no parece que tenga mucho poder, ¿no os habréis confundido? - El puñetero viejo me miró con desconfianza y casi quise arrancarle la cabeza.
- Sí, es ella. Hazlo. - intenté que mi tono de voz no fuera muy molesto.
Aunque para qué mentir, estaba molesto con ese clérigo, ¿iba a adquirir el poder de nuestros mis ancestros y creía que iba a traer a otra?. Adquiriría, por fin, el poder que esa maldita elfa pesada me había quitado cuando nació. Cuando ella muriese yo adquiriría parte del poder y la Diosa la otra parte. Era sencillo. ¿Remordimientos? Ninguno, era venganza. Una sutil y planificada venganza y mi recompensa, el poder de toda nuestra estirpe.
Mi cuerpo tembló de pura euforia, anticipándose al deleite de adquirir este poder tras el ritual. Sólo tenía que empezar los salmos ese puto viejo. Lo miré entrecerrando los ojos, amenazador y simplemente me ignoró. Se tomó todo el tiempo del mundo para cambiarle las ropas a mi hermana y, como no, deleitarse con su cuerpo. ¡Joder!, ya se la tiraría tras el ritual. 
Me estaba impacientando.
Cuando mis pies tamborilearon el suelo, el viejo sacerdote inició los cánticos a la diosa, la caverna parecía desprender un halo más oscuro, las antorchas centellearon por un instante antes de apagarse quedándonos sumidos en la completa oscuridad. Noté como la estancia daba vueltas y más vueltas, mientras que la oscuridad me hacía faltar el aire. Mi respiración se entrecorto, mis ojos lloraron por la asfixia, hasta que caí de rodillas al suelo. Si estas eran las consecuencias para adquirir el poder, lo aguantaría. Mis sentidos acabaron entumeciéndose durante lo que parecieron horas.
Oí un grito, un grito de varón y el olor a la carne quemándose. El sonido de una convulsión y de vuelta un grito de retorcido dolor. 
Cuando conseguí que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad parpadeé atónito. El cuerpo del viejo sacerdote estaba calcinado a un lado de una piedra que hacía de altar y estábamos en un jodido claro, ¿qué mierdas había hecho ese viejo? No noté el gran poder que tenía que haber notado, ni mucho menos, ¿el viejo me había traicionado? No me extrañaba pero solo tenía que coger a la elfa y buscar a otro interesado. Claro, ¡Aoi!, miré alrededor y me quedé petrificado.
- ¿Me teméis? - la puñetera elfa estaba de pie al lado del cuerpo calcinado con aires de superioridad.
Estoy seguro que dijo algo más pero no presté atención y dije lo más obvio: que había matado al sacerdote. Sinceramente, fue para confirmar, y para tener la ocasión de que no prestara atención a que estaba tensando mi arco. Hablamos algo más, escueta conversación. Lo único que saqué en claro es que aunque fuera el diminuto cuerpo de Aoi, esa no era ella, desprendía un aura de depredador y su aura mágica, aunque no soy muy dicho en ello, AÚN, era elevada. Esa. Esa es el poder que yo adquiriría. 
Luchamos o hice un intento. No podía matarla, si moría me quedaba sin el poder de mis antepasados y ella se creía que podía conmigo sin más. Qué confianza la muy zorra.
- Hoy he renacido. Hoy he despertado de mi propia muerte. ¿Crees que dejaré que me robes mi sacrificio, mi poder? -  sus labios me rozaron la mejilla, ¿por qué me era tan familiar esto? Cierto, yo la lamí. - Tú no renacerás. Tu venganza es efímera e insuficiente. La muerte es lo único que te espera tras mí renacer; mientras... ella clamará por tu muerte y acudirá a mí.
Reí con diversión. Con tanta que la zorra apretó más el filo. 
- Creo que no entiendes nada. Tú habrás renacido. Me importa una mierda quien eres, solo me importa que tengas el poder que quiero y que usas el cuerpo de Aoi. - cogí su escuálida mano y la retorcí, a lo cual no me costó demasiado que apartara la daga de mi cuello. - Ahora suelta la daga y hagamos un trato.
Tras pensárselo unos minutos, mientras se debatía en a saber qué, acabó asintiendo.

Prólogo. Luz y Oscuridad.



Corrió, como alma que posee al diablo, con la respiración entrecortada y el corazón saliéndosele por la boca pero aun así, por más que corriese y averiguara no hallaba ningún indicio que revelara dónde estaba. Aciagos fueron los pensamientos que nublaron su vista en esa insaciable búsqueda.


****

La noche sin luna se había alzado tan ansiosa de sangre como lo estaba aquella temblorosa figura. Sus temblores no eran debidos a que la apuntaran con un arco y éste contuviese una flecha con el veneno más letal, sino a la excitación que recorría su cuerpo. Sus movimientos fueron tranquilos, predeterminados, se mojó los labios degustando el momento antes de morderse el labio inferior con suma sensualidad.

- ¿Me teméis? - recorrió con los dedos el altar improvisado que tenía a su lado y alzó la vista hacia su cazador. - Vos me llamasteis, ansiabais mi llegada con tanta necesidad que la clamasteis a la Diosa.. y, ¿ahora me teméis?


Empujó con su pie desnudo el cuerpo calcinado que antes podría haber sido un elfo,  ahora sólo quedaba algo imposible de reconocer, y se volvió a mirar al arquero. La risa retumbó en el claro, tan inocente y seductora como podría serlo la más encantadora de las más bellas mujeres.


- Lo has matado, sin ningún miramiento. - el arco se tensó más, la voz del elfo sonó en un susurro indiferente - ¿Dónde está ella?


La figura volvió a acariciar con excitación el altar y lo observó cuando el cazador habló. Tomó con delicadeza la daga que descansaba sobre el altar, para sentarse cómodamente en la maciza piedra, y examinó con sumo detenimiento al elfo que tenía delante. Su postura denotaba que era diestro con el arco. Una sonrisa sutil se dibujó en los labios de la figura ante un solo pensamiento: Él sería su nuevo sacrificio.


- Sigue buscándoos en la noche sin luna, ¿no os parece excepcional? La Dama Blanca no puede guiarla en esta profunda oscuridad - lo señaló, con la daga, y rió ante la incertidumbre del cazador. - Será un buen sacrificio, pero me pregunto si me refiero a vos o a ella.


Una bola de fuego imbuyó el brazo de la figura poco antes de ser lanzada contra el varón. Análogamente, la mente del elfo actuó antes de hablar. El silbido de la flecha rompió el escaso silencio que se había creado tras la frase. La flecha se calcinó al contacto del fuego mucho antes de alcanzar su objetivo; el elfo esquivó sin problemas la masa en combustión provocando ésta un incendio tras de sí. Volvió a tensar el arco, sin prestar atención al fuego que se extendía en el lugar, pero cuando dirigió la vista al altar la figura había desaparecido.


Se alejó metódicamente del fuego, introduciéndose en la oscuridad de aquel claro y acercándose a dónde segundos antes había estado esa singular figura. La sentía. Sentía ese aura de excitación de un cazador rondando una presa. Como la traición, el pesar y la venganza la hacían moverse en busca de una estrategia que le fuese favorable; pues él se sentía del mismo modo.


- Hazte a la idea, su poder es mío por derecho, ella sólo me lo robó. - ladeó la cabeza, intentado discernir dónde se oían las pisadas. - Tú sólo eres un error colateral que será extinto y la Diosa me dará el poder tras esta prueba de fe.

La daga presionó con sutileza el cuello desnudo del elfo, alertando con retraso de la posición de su agresora. El color escarlata bañó el filo de la daga y la figura sonrió ansiosa por lo que precedería.

- Hoy he renacido. Hoy he despertado de mi propia muerte. ¿Crees que dejaré que me robes mi sacrificio, mi poder? - los labios de la figura rozaron la mejilla del elfo, en una inminente amenaza. - Tú no renacerás. Tu venganza es efímera e insuficiente. La muerte es lo único que te espera tras mí renacer; mientras... ella clamará por tu muerte y acudirá a mí.

****


Y en esa noche oscura la Dama Blanca iluminó un pequeño claro, le mostró a su súbdita lo que tan desesperadamente había buscado. Las lágrimas bañaron su rostro y gritó desgarrándose. La aflicción de su voz resonó con tanta fuerza que los carroñeros graznaron y alzaron el vuelo dejando atrás el mortecino cuerpo que les hacía de festín.