martes, 28 de agosto de 2012

Capítulo III

- ¿Me vas a contar algo sobre tu prometido?. - los verdes ojos del guerrero la observaron un instante, recelosos. Harto de que ella rehuyera de contarle nada.
Gillian observó en silencio la ancha espalda de Zafit cuando éste suspiró y volvió a tomar otra pala con arcilla. No debía inmiscuirlo en sus problemas, no quería. Había preguntado sobre su pasado más de una vez y ella había permanecido callada en casi todas ellas. Esa vez no seria distinta a las demás.



Desde el primer piso podía observarse aquel magnífico salón que tanto había agradado a Gillian hacía unos años. Cuando sus padres vivían había deseado estar en el enorme hogar junto a su madre y Megan, o batallando con su padre encima de la alargada mesa y golpenadose con las espadas de madera; mientras que su soñadora madre reía al ver a su marido caer teatral para complacer a su hija. Las prolongadas telas rojizas y blancas con el escudo de los Remington podían observarse caer desde el techo hasta el suelo de la paredes, junto a las lámparas de aceite que vizqueaban ante la más mínima brisa. La enorme mesa en forma de U descansaba en el centro de la estancia y un par de enormes sillones de telas escarlatas se recogían al resguardo del calor del hogar. Lo que más destacaba en ese lugar era el fabuloso cuadro familiar que pendía encima de aquel hogar. Su padre, Kenric, había pedido que se retrataran para que la felicidad que aquel castillo brindaba fuera visto por todos los que alli pusieran sus pies. Ese sería el legado más querido que le daría su difunto padre.

Aquel enorme salón. El recuerdo de sus padres. Su hogar. Había sido mancillado por su misma sangre y ella debía callar. Las vivas telas escarlatas y blanquecinas se habían descolgando de las paredes para que el escudo de la familia pendiera ahora con los colores de la casa de sus tios, verde y negro, borrando todo rastro de los estándartes de sus progenitores. Gillian observaba desde su posición la enorme tela negra que parientes habían puesto sobre su adorado cuadro, tapando todo ápice de felicidad que radiaba. Las lámparas, siempre apagadas, mostraban un sombrío y frío salón que no acogía más alma que las de sus dos tíos. Sus manos presionaban con impotencia la balaustrada de ese primer piso, mientras observaba con la mirada entrecerrada a esos dos personajillos. La habían inculcado que estaba mal odiar; pero estaba segura que el sentimiento que removía su alma cuando los veía reir en las penumbras de esos dos sillones era rabia. Rabia, por no poder hacer nada, y eso la llevaba a odiarlos.

Tras ese escrutamiento hacia sus tios, Gillian se dirigió al lugar donde más resguardada se sentía desde que su hogar era una ensombrecida y fría morada que la repugnaba. Descendió por las escaleras, oculta entre las sombras que éstas le proporcionaran, y se deslizó por el primer pasillo a la derecha. El pasillo estaba a oscuras debido a la falta de lámparas encedidas pero a Gillian le era indiferente, acostumbrada ya a recorrer los cuarenta pasos que la separaban de la enorme cocina. La mezcla de olores de la futura cena la hacían pensar en distinguir sus ingredientes y deducir con qué les deleitaría Edgard esa noche. Un leve tintineo la hizo salir de su ensoñamiento culinario, ajena a los ojos que la observaban, se encogió de hombros, sin darle mayor importancia, y abrió el portón de la cocina.

- ¡Edgard, esta noche cenaremos tu magnífica salsa de whisky, puré de nabos y patatas…! - husmeó mejor el aire, cerrando los ojos como si el sentido del olfato pudiese mejorar de esa forma. - ¿Haggis? ¡Tía Suzanne va a tirartelos a la cabeza! – río divertida al recordar la cara de su tía al ver el revuelto de corazón, hígado, pulmón, sangre y especias.
- Gillian no me digas eso, ¡mi cocina es grandiosa! - se quejó con fingida teatralidad el curtido cocinero, de pelo ya blanquecino por la edad.
- Sabes que a mi me encantan - Se acercá él y le dio un beso en la mejilla - Pero un cerdo tiene más paladar que el de mi tía.
- ¡Gillian! – la alterada voz de Megan se oyó por la puerta de la despensa y a los pocos segundos salió una enfurecida mujer. - ¿¡Qué te he dicho que hablar así de tu tía!?.
- Vamos, Megan, ¡si tu también la odias! - se acercó a su más amiga que cuidadora y le tomó la pesada cesta que portaba en los brazos. - Además, tu marido necesita saber que cocina bien, ¡sino tía Suzanne nos destrozará el paladar con sus horrendos guisos!

Megan miró alrededor con temor de ser escuchada por los nuevos dueños de la hacienda y sonrió a la pequeña bribona que siempre la enternecía.

- Eso no es motivo para criticarla, ¡pequeña bribona! - la regañó, aunque Gillian sabía que ese matrimonio opinaba igual de sus tios que ella. No los aguantaban.
- Está bien, está bien. ¡Entonces! - metió el dedo en el puré de nabo y se lo llevó a la boca. Luego se alejó unos pasos de Edgard que ya se preparaba para darle su reprimenda. - ¡No diré nada más!

Megan y Edgard se miraron significativamente antes de vovler a mirar a la risueña joven. Gillian estaba segura de lo que los atormentaba en sus noches de conversación fugaz pero evitaba ese tema con sus travesuras o sus propias quejas hacia sus tios. Sabía que esa pareja, a los que amaba como si fueran de su propia sangre, les preocupaba los preparativos que se llevarían a cabo nada más aparecer su prometido. El ambiente se tensó y se silenció, bajo el crepitar del fuego. La muchacha los observó con una sonrisa enigmática y feliz; mientras que la pareja decidía si se atrevían a recitar las palabras que tanto los desalentaban.

Por fin, Edgard habló.

- Gillian, ¿qué harás?. - la paternal y profunda voz del cocinero resonó más entristecida de lo que hubiera imaginado, ocasionándole una punzada de dolor en el pecho - Ese matrimonio no tiene amor, ¡lo sabes! Tus padres jamás… - aporreó la mesa, evitando el quiebro que le había estrechado la garganta por el pesar.
- Tranquilo, cielo. - Megan había agarrado cariñosamente la mano de su marido, apaciguando su dolor pero sin apartar sus humedecidos ojos de la pequeña. - No debiste aceptar.

Gillian los observaba sin poder hacer nada. El dolor de ese matrimonio fue por la decisión que ella había tomado hacía unos meses, cuando sus tios sentenciaron su compromiso con Neill. Tampoco podía decirles que ese compromiso había sido aceptado por el mero hecho de que los hubieran dejado sin hogar, alegando que sus servicios ya no eran necesarios. Recordaba como había suplicado que nos los echaran, que eran su familia y como sus tios se regocijaban en su pesar. El acuerdo se había concluido cuando aceptó casarse con ese hombre. Había sido un buen trato: Su libertad por el bienestar de su seres queridos.

Desde que había aceptado ese chantaje se le habían pasado por la mente varias formas de escapar pero todas se arruinaban en el momento que pensaba en sus tios y Neill. Si ella escapaba, esa pareja sería la culpable y no estaba dispuesta a que los culparan de sus acciones. Centró su vista en el puré de nabo que tenía delante, absorta en sus pensamientos. Quizás había llegado el momento de explicarles lo ocurrido. Ellos la ayudarían o.. ¿huirían con ella? Observó con una entristecida mirada a Edgard mientras que apartaba algunas silenciosas lágrimas de su amada.

- Sabéis que os quiero y nunca dejaría que os pasara nada. - Se deslizó hasta ambos y los abrazó cándidamente durante unos segundo, finalizando asi esa conversación.

Atravesó la cocina, no sin antes meter de nuevo el dedo en el puré, y los miró por encima del hombro con una sutil sonrisa estampada en sus labios. Esa mirada era característica de la joven, tras tantos años Megan y Edgard lo sabían.

- Además, tengo un plan. - sonrió divertida y abrió la puerta de un empujón para deslizarse por ella.

Se oyó un gritillo de horror, que emitió Megan, suficiente para que Gillian sonriera más encantada por lo que ello significaba. Casi todos los que habían convivido con ella, sabían que “Tengo un plan” sólo eran problemas en esas murallas. Predeterminadamente, durante los meses de estancia de sus tios, Gillian había enmarcado su problemática conducta en una máscara de educación atípica en ella. Pronto, los que la conocían desde pequeña y la habían creido enferma, entenderían el por qué.

Se ajustó los guantes en la oscuridad del pasillo cuando la puerta se cerró con un sordo *plof*, internándose en el oscuro pasillo con el único sonido de sus tacones sobre la piedra viva y su mente ceñida en tejer la enorme telaraña de su propio plan. Todo saldría bien si era cuidadosa.

Un urgente sentimiento de precaución la embargó. Su bello se erizó en un sentimiento primitivo de peligro. Había recorrido unos diez pasos en ese pasillo cuando se detuvo en seco en esa oscuridad y viró sobre sus tacones. Frente a ella había alguien. Aunque su vista era ciega, sus oidos y el próximo calor de otro cuerpo eran suficientes para confirmarlo. ¿Cómo no se había percatado antes?.

- Shhh. - es lo único que oyó antes de ser empotrada contra la pared del pasillo, siendo suficiente para petrificarla.

El cuerpo de Gillian estaba rígido, alerta, asustada pero sabía quien era su asaltante. Su respiración se retuvo cuando notó una mano recorriendo su trasero y se alzaba vertiginosamente sobre su cintura examinando minuciosamente cada parte de su recorrido. Cerró los ojo con molestia, evitando pensar en la mano que había incursado bajo su corpiño, rasgándolo en el proceso, y presionaba con demasiada fuerza su pecho; mientras que la boca de ese hombre la urgía a que abriera la suya para poder ahogarla con su lengua. Pero ella resistiría en esa barrera, al menos hasta que un escalofrío recorrió su columna al notar la presión emergida en su cuello y no pudo más que abrir la boca para exhalar algo del aire que le suprimían, aprovechando el asaltante para introducir su lengua y seguir ahogandola entre sus toses.

La presión del cuello siguió ahogandola hasta que las lágrimas surgieron de sus ojos e hizo el amago de golpear, ya sin fuerzas, a su agresor. Como un instinto primitivo de supervivencia. Ambos sabían que esa era su forma de dominarla, de decirle que ella era suya y le pertenecía. Él era su dueño y ella no era más que otra pertenencia. Soltó su cuello en una macabra risa y oyó el golpe del cuerpo de Gillian caer al suelo con una agitada respiración.

- He vuelto.
- Primo... - una ronca y agitada voz rasgó el dolor en la garganta de la joven. -…bienvenido a casa.

Una mano la arrancó del frío suelo, mientras que sus pies se arrastraban con torpeza por la falta de aire y el paso apresurado del varón, arrastrándola al exterior de aquella oscuridad. Cuando llegaron la impulsó con demasiada fuerza, haciendo que ésta cayera en medio del gran salón a vista completa de sus tios. La visión que la jóven otorgaba era desgarbada debido a los zarandeos: algunas horquillas se habían soltado haciendo que su cabello descendiera en parte hasta sus hombros, su vestido estaba rasgado dándole a sus tios una visión desnuda de sus senos y su cuello enrojecido por el casi ahogo de minutos antes. Cuando consiguió medio levantarse del suelo, apoyando sendas palmas sobre el suelo, observó a los dos pares de ojos que la miraban y se encogió aun más en ese oscuro agujero imaginario.

Su tio, Thomas, hermano menor de su padre, la observaba de la misma manera que se podría observar a una prostituta que ofrece sus servicios por dinero. Un brillo oscuro osciló en su verde mirada y los ojos que tanto le recordaban a su padre le dieron asco. Observó como la víperina lengua se relamía los labios sin pudor alguno y tuvo que apartar la mirada hacía su tía. Ésta la observaba con diversión, siempre la había odiado al igual que a su madre, aunque desconocía el motivo. No recordaba haberla ofendido, al menos en su presencia, y eso la había molestado aun más; pero lo que veía en sus ojos en ese instante conseguían que se creyese una mera ramera de tres al cuarto.

- Aparta a esa puta de mi vista. - escupió Suzanne. - Y no la mates aun.

Su tia volvió a centrarse en su plato de comida, sin prestar más atención a lo que pudiera pasarle. Aunque su orden era directa, “Haz lo que quieras pero no la mates”. Su tio, en cambio, seguía clavando su mirada en esos suculentos pechos que se veían a la perfección por el rasgón de su corpiño con una enigmática sonrisa en sus finos labios. Cuando su primo volvió a tomarla de su cabellera, Gillian emitió un grito de dolor llevándose ambas manos hacia la de él pero su primo la abofeteó con fuerza en varias ocasiones dejandola medio exhausta.

- Seré tan cuidadoso como lo soy siempre, madre.- la macabra sonrisa que tanto odiaba Gillian volvió a dibujarse en esos masculinos labios.- Tranquila, prima, solo jugaré contigo.

Los pies de Gillian volvían a arrastrase torpones por las escaleras de subida, al paso apresurado que su opresor le marcaba. Esa noche sería tan dura como la noche que había aceptado casarse con él. Recordar como había acabado durante varias semanas postrada en una cama llena de golpes y algunos huesos rotos la estremecía; pero lo que más la asustaba era que cuanto más gritaba en esa dolorosa paliza más golpes recibiría.



Cuando se despertó la mañana siguiente sólo pudo ver el desencajado y lloroso rostro de Megan al lado de su cama.

- Estoy bien, Megan. - estiró el doloroso brazo para acariciarle el rostro, en una queja muda, y sonrió para tranquilizarla.





- ¿Gillian?- Zafit se encontraba de nuevo a su lado, observandola en el silencio que seguramente se hubiera creado.

- ¿Ya has recogido suficeinte arcilla?- sonrió la sacerdotisa y lo tomó del brazo, risueñamente. - ¡Entonces volvamos!
Instó a Zafit a seguir el camino y este gruñó al ser de nuevo ignorado. Sus prolongados silencios ocasionaban esa reacción. Sabía que él la hacia recordar su pasado más de lo que ella deseaba pero le fustraba que no lo compartiera.

domingo, 19 de agosto de 2012

Regreso

“Aunque te vayas de aquí, siempre estarás en mi mente, nunca serás mi pasado, siempre serás mi presente.”

Rhodesia… así se llamaba esa extraña ciudad que se alzaba ante mi vista. La unión de las tres culturas y la unión de los problemas. En Arthena todo eran problemas: cambiaran los líderes, los intentos de paz o la nueva sangre. Ese acercamiento a la neutralidad, quizás, sólo quizás, durara una década, dos si la nueva sangre olvidaba las antiguas reyertas y creaban otras.

Todo era distinto pero a la vez era igual. Siempre lo era.

Supongo que mi vuelta no era más que una sombra, una pequeña figura que se acercaba taciturna bajo el manto estrellado de la noche y la fija mirada de la dama luna. Pasando desapercibida ante la bienvenida de los actuales guardias, como una viajera más; sin prisa, como si el paso del tiempo se parara porque, al fin y al cabo, soy como un fantasma olvidado que vaga errádico por los caminos que el destino me brinda. Tampoco esperaba más: llegar, informarme y seguir vagando en los recovecos de las calles para luego exiliarme en la pequeña arboleda que antaño había sido mi hogar.

No obstante, los caprichosos dioses hacen que lo que uno desee hacer sea menos alentador, más mordaz cuando aquello que deseabas encontrar en tu propio exilio es presentado ante ti, como la imagen de un oásis en medio de la desesperación de un árido desierto. Un vago aliento que te ayuda a seguir caminando por las desconocidas tablas del tiempo y te hace abrir los ojos para comprobar si es cierto o, si tu propia mente, te vuelve a jugar una de tantas malas pasadas.

Aquello no era una visión creada por el dios de las mentiras. Hubiera podido abrazarla en todo momento. ¿Por qué no lo hice?. Un quiebro de euforia habia envuelto mi garganta y deseaba gritar hasta quedarme afónica; pero no salió ningun grito. Más mis ojos se secaron con las lágrimas que no podían verterse en aquel extraño momento. Era cierto, había tocado con un tímido roce aquella ropa como antaño había hecho, verificando que estaba alli y aun así me parecía tan efimero. Oía la voz que se dirigía a mi pero mis oidos no oían nada, demasiado absorta en mi fingida tranquilidad.

El bosque había susurrado en mis oidos cuando por fin, estos, deseaban escuchar aquella voz. Mi regreso se debía a la reunión a la que me había citado y no a esperar encontrar a antiguos aliados. Maldije en mi fuero interno, había mucho que contar pero a la vez nada que decir, y me encaminé al templo druídico.

El Padre Roble volvería a moldear mi camino bajo su voz y mandato con la ayuda de mi viejo amigo Svensgard. Para eso había vuelto desde un principio.



El Solsticio había llegado días después de mi sobrecogedora llegada. La visión se había convertido en una vaga ilusión que no acababa de discernir como un sueño o una realidad; pues muchas había tenido en los últimos tiempos para creer que fuera del todo cierto. Maldecía mi insistencia en reunir todos mis sentidos para saber si lo era o no. Si aquella conversación inacabada o el dolor que había entristecido mi esencia tras unas dolorosas palabras seguían siendo mi propia tortura en esa extraña soledad.

Zarandeé la cabeza, endurecí mi voluntad y negué a mi fuero interno el pensar en ese encuentro. Pocas horas antes había acudido a las empedrizadas cárceles de Rhodesia y había sacado de alli a la jóven Lego. Siempre he sabido que el dinero, lejos de ser importante para mi, es importante para los humanos. Atesorandolo como un bien mayor, más incluso que la propia existencia de un ser vivo. Pero, no me importaba, el oro que portaba en esa bolsa llena de remiendos era para sacar de los apuros a mi pueblo. Ahora, lejos del recuerdo de las malas experiencias que ocasionan los muros de piedra, Lego podría asistir a la fiesta del pueblo bajo mi atenta mirada.

El murmullo del gentío hizo que saliera de mis propios pensamientos y escuchara con una media sonrisa las fabulosas canciones de mi pueblo. Svensgard, junto al resto de invitados, reían, comían y bebían al compás de la música que un elfo juglar nos amenizaba. Hacía tiempo que no acudía a una fiesta; la última que recordaba era la que antaño se estaba organizando en el viejo Lago de Svensgard y el malhumor que Mick deleitaba al ver su querido lago lleno de preparativos. Juraría que había sonreído en ese vago recuerdo pero pronto mis labios se ocultaron bajo la copa de hidromiel.

Svensgard habló en ese banquete lleno de canapés, fruta, alcohol, jabalí y muchos más platos que mis ojos dejaron de ojear para centrarse en él. Habló de la importancia del Solsticio de verano para los druida, observó todo lo severo que pudo a los que lo interrumpían y yo deseaba estampar su cabeza en el plato que tenían delante por pesados. Divagué entre las palabras que el viejo Svensgard recitaba y asentí en una afirmación ante ellas. Poco más debía decir que él no hubiera dicho y simplemnte, tras acabar de hablar, volví a ausentarme en mis propios pensamientos.

Mis ojos se desviaron ajenos de la fiesta a las tremulas sombras que el bosque obsequiaba, buscando vagamente algo pero estaba segura que no encontraría. Perdí el interés de esa lejania al ver al joven Keiro. Sané sus heridas ante la pespectiva de que eso alentaría mi interés en algo más que un viejo recuerdo y asentí al ver que mis resultados en esas artes seguían siendo tan diestras como antes de exiliarme.

El llamado de los druidas hizo que los invitados esperasen en el festejo mientras los hijos del bosque andabamos en una silenciosa procesión hacia el templo druídico. Algunos invitados parecían desilusionados por no poder ver el ritual; otros, ajenos siquiera a la desaparición de los anfitriones, seguían bebiendo y deleitandose con los manjares que les daban.



Las blanquecinas aguas del estanque se iluminaban por la pequeña obertura que se situaba en la parte alta del singular templo, los druidas como en cada ritual de ascenso a Beirdd, se colocaban alrededor en un murmullo de voz druídica que parecía un pequeño salmo de oración; aunque solo fuesen eso, murmullos. El murullo cesó cuando el viejo Svensgard inició el ritual:

“Espíritus de la naturaleza, estamos aquí reunidos para honrar y ser honrados con la presencia de lo mortal y lo inmortal en este recinto sagrado. En esta ceremonia daremos la bienvenida a una Beirdd a este círculo”

Las miradas se fijaron en mis blancas túnicas y en mi persona; haciendome sentir más observada de lo que deseaba. Había aceptado ese puesto por la confianza que Svensgard había depositado en mi y mi interés en proteger al pueblo de cualquier amenaza que osara perturbar el equilibrio de la arboleda; sin embargo, no estaba segura de saber llevar ese nuevo título tras tantos años de exilio. Evité llevar mi diestra hacia el anillo que descansaba en la cadena de mi cuello y seguí escuchando con templanza fingida.

“ Aunque creo que no hará sola el ritual está vez. Y tendremos dos Beirdds. Por favor sumergios en el agua, que limpiará las impurezas de vuestros cuerpos.”

Observé como Lego se desnudaba para adentrarse en las inmaculadas aguas y la imité con un ligero encogimiento de hombros. Me adentré a las frías aguas del estanque y esperé a que el ritual continuara.

“Dejad que el agua recorra vuestro cuerpo y os purge de los malos espíritus. Por que en esta fecha tan señalada os convertiréis en Beirdds. Y tomaréis el azul, el color del agua, y el color de la verdad. Vuestra voz y la del círculo druídico serán una.”

Mi voz no tardó en alzarse ante los salmos de una única oración, ocasionada por las voces de los druidas allí reunidos y mi mente vagó a la armonía del equilibrio que ese ritual había ocasionado en mi cuerpo. Desvié mi necesidad de pensar en algo más y me centré en salir de las aguas para vestirme.

“Bien podéis salir del agua. Cuando los primeros rayos de luz salgan, empezará vuestro primer día como beirdds. Volvamos a la fiesta”.


El primer día de Beirdd: Los primero haces de luz perfilaban mi rostro con una tenue caricia que hizo que me estremeciera.

jueves, 9 de agosto de 2012

Capítulo II

La alcoba tenía un halo de vapor y un olor a flores que descendía por la ranura de la puerta hasta el pasillo común de la taberna. Hacía escasamente una hora, Gillian, había pedido esa bañera y, ahora, se deshacía de la escasa tela que cubría su níveo cuerpo, quedando desnuda con el único vestido de sus cabellos. Desvió la vista hacia el saliente que podía observarse en el ventanal que hacía de foco de luz solar a esa habitación y entrecerró los ojos, molesta consigo misma.
Gillian observaba detenidamente el medallón que poseía desde escasamente un par de días. Un medallón del que no conseguía discernir el material de fabricación y estaba ornamentado con un pequeño entrelazado en sus bordes. Antes de darse cuenta, había recorrido la escasa distancia que la separaban de él y lo había tomado entre sus delicados dedos. El hacha que se deslumbraba en el centro la había estado dando qué pensar durante los últimos días; en realidad, el dueño de ese medallón era quien la hacía pensar demasiado.

Su cuerpo tembló levemente, recordandole su propia desnudez, y se dirigió a las cálidas aguas perfumadas de la bañera. Ahora que lo pensaba, ese hombre no dejaba de interrogarla con la escusa de saber más sobre el cargo al que deseaba ostentar o, meramente, preguntaba por su pasado. Aunque al principio ese interés la sorprendiera, con el paso de los días se había acostumbrado a su presencia y, en más de una ocasión, se había sorprendido buscandolo entre las calles de Rhodesia.

Dejó el medallón en el suelo tras recostarse en esa pequeña bañera y cerró los ojos. Aun le quedaban un par de horas para sus salmos matutinos y los días habían sido más estresantes de lo que hubiera imaginado. El día anterior, había pasado algunas horas en el templo al cuidado de los enfermos de la extraña enfermedad con la ayuda de Enora. Debía acordarse de agradecer su ayuda en esos estresantes momento cuando la viese.

Sin duda Shiro era un mal enfermo, no pudo evitar sonreir al recordar como le había hecho beber su remedio casero para que se estuviera quieto y había caido redondo en ese lecho sin muchas más complicaciones; Erys, por su parte, había decidido tomar el brebaje por su propio pie al no poder dormir, aunque sus reacciones hicieron pensar a Gillian si se había equivocado con la Angélica y había puesto algún afrodisíaco en una equivocación. Enora se había estado ocupando del pequeño mediano desde que Eryx la habñiavomitado encima, no era de extrañar. La que más la preocupó en un principio fue la joven Shai y su elevada temperatura. La joven se rehusaba a desprenderse de su capa y su capucha, haciendo que al final tuviera que hacer refriegas con alcohol a su delicado cuerpo; aun así.. tras varias horas de elevada temperatura, Gillian desistió recordando como su madre le había explicado que algunas personas tenían la temperatura más elevada por X razones.

Desvió la vista hacia la ventana y observó como los haces de luz se arrastraban taciturnos por el suelo. Los mismos rayos que lamían la piel de aquel guerrero, curtido en batallas. Seguramente, en más de una ocasión, habían hecho que su perlado sudor recorriera su esculturado cuerpo en cada entrenamiento; ese cuerpo que ella misma había deseado recorrer y conocer personalmente. De un sobresalto se levantó de la bañera y salió de la misma. ¿En qué demonios pensaba?.

Se vistió con sus ropas habituales y se recogió el cabello tras peinarlo. Oró su salmo matutino a la diosa Sune, tomándose su preciado tiempo como una pequeña caricia bordada con el contenido de las palabras que antaño su madre le enseñó y tras su habitual rutina mañanera salió por la puerta de la alcoba.

- ¡Santa Dama! – abrió la puerta de golpe y de dos zancadas llegó hasta la bañera, se agachó y recogió el medallón.

Se llevó el medallón a uno de los bolsillos internos de su falda y cerró, por segunda vez la puerta de su alcoba. En parte se sentía culpable por haber “cogido prestado” ese medallón. Recordaba como su dueño había caido vencido por el alcohol en una de las muchas partidas de cartas que organizaba la Compañía con apuestas cargadas de alcohol. Tras llevarlo a una cama entre un par, Gillian había visto ese objeto y sin saber por qué se lo había guardado. Imaginaba que deseaba saciar algo de su propia curiosidad con aquel individuo que la acribillaba a preguntas y hacía que casi se perdiera en su intrigante mirada.

- Hola Gillian. - la masculina voz hizo que Gillian saliese de sus entretenidos pensamientos con un escalofrío que le erizaba el bello.

Observó al hombre, refrescando lo que su propia mente recordaba más de lo que ella quería e incoscientemente contuvo la respiración, zambullendose en los profundos ojos verdes que la observaban.

- ¿Gillian? - volvió a repetir el hombre.
- ¿Eh?.. ah.. sí.. Buen día. - consiguió respirar de nuevo y sonreír.
- Tenemos una charla a medias. - continuó.

A Gillian no la sorprendía. Esa frase era común en el vocabulario de ese guerrero cuando ella estaba cerca. Sus conversaciones siempre se alargaban demasiado, y él nunca parecía satisfecho con las respuestas que ella le daba, cosa que empezaba a frustarla. Para su suerte, la conversación se había desviado al deseo de él de encontrar a sus compañeros para aclarar algunos asuntos sobre los extraños sucesos de rituales y el huevo que hacía días Gillian había oido en el extraño templo y, posteriormente, de ese extraño jinete.

- Quiero saber dónde está situado y quiero saber cómo organiza un ejército sin ser visto. - comentaba el guerrero.
- Haré un diario de batalla. Organizaré los puntos a realizar y descartaremos las zonas ya exploradas para descartar posiciones. - decía el explorador.
- Si es un ejército necesitarán movilizarlos y tener una vía de suministros, alguien habrá visto algo. - dijo el tercer varón
- Exacto. Tengo gente trabajando en ello, en breve tendríamos que saber algo al respecto y averiguar algo más sobre ese huevo. - insitía el guerrero.
- Si no es por uno u otro hombre, hallaremos algo. – comentaba el explorador, mientras trazaba algunos bocetos en un trozo de pergamino.

Gillian había deshechado la conversación y se servía su segunda copa de vino, pensando en su labor en todos aquellos sucesos. El guerrero, poco antes, le había pedido que hiciera algo por él y así lo haría. Simplemente, tenía que hallar los libros adecuados y las investigaciones precisas para que los rituales fuesen suficientemente conocidos por ella. Aunque, como le dijo al guerrero, su único problema sería si el Don de la Dama no conseguía discernir en todo aquel asunto. Perdida en su segunda copa, recordaba como la extraña visión de hacía unas horas los había envuelto en un recorrido de quehaceres.

Con total nitidez seguía viendo el fuego prender en su visión. Sentía aun como las lágrimas se habían derramado por sus mejillas al ver los cuervos sobrevolar los cuerpos inertes de los ciudadanos de Rhodesia en una visión tan atroz. Pero lo que más la preocupaba, fuese casualidad o no, era el incendio que poco después se había iniciado en el distrito portuario. Varios ciudadanos habían conseguido mitigarlo, haciendo que las pérdidas solo fuesen bienes materiales. Algo la inquietaba: la visión, la coincidencia, las extrañas voces grotescas y maléficas que habían retumbado en sus propios oidos vociferando que el cuarto ritual se había completado.

Dejó la copa vacía en la mesa y se levantó, al comprobar que los tres varones acababan su conversación. Todos tenían un papel que hacer en la obra que esa gitana parecía dirigir.

Las horas había pasado fugazmente por lo acontecido y había hecho que la noche silenciara casi por completo la ciudad de Rhodesia. Escasos aventureros se situaban en la plaza, cuchicheando y dialogando sobre lo pasado en ese extraño día. Gillian se agachó y se colocó mejor la parte alta de las botas, esperando que el guerrero apareciese de nuevo. Porque tarde o temprano, como dos imanes, acababan encontrándose.

- Gillian, llévame al banco.- sentenció el guerrero, mientras se acercaba.
- ¿Ahora si quieres usar el banco?.

Gillian rió divertida, más al recordar la conversación que habían tenido por insistir ella en guardar el regalo de él en su caja fuerte. En este round, ¡ella era la vencedora!.

- ¿Por qué no? Si Gillian lo usa, yo también puedo.
- Claro, claro.
- Pero no te vayas. Aun no terminé contigo. - la miró entre desafiante y divertido.

Gillian se paró y lo evaluó con la mirada.

- Capitán, ¿es que creéis que alguna vez podréis terminar conmigo? - rió, tras usar su tono más angelical y siguió la marcha. – Vamos, anda!

El guerrero, vencido, sólo pudo producir un gruñido leve y seguirla