miércoles, 27 de enero de 2010

Fragmento II. Alevosía.

La tumba de mi hermana se cernía sobre mí, su muerte causada por mi ignorancia me atormentaba como daga envenenada. Las lágrimas me acompañaban con el luto de su perdida, el suave pelaje oscuro de Chra permanecía a mi lado y su áspera lengua me limpiaba el rostro afligido. Mis propios vendajes se volvían rojizos antes de dejar cambiarlos, había pedido que no se usara magia con las heridas. Arya siempre me enseñó que de los errores se ha de aprender, mis enseñanzas en esa lección serían dolorosas.Elrond, había corrido la misma suerte. Sus heridas fueron sanadas a los pocos días, mediante la magia de los mayores. En su rostro no vi lágrima alguna, en cambio su mirada se volvió arrogante y fría a mi persona. Quizás me echaba la culpa de todo, como yo misma hacia. Nunca le pregunté, estaba tan sumida en la desolación que no deseaba saberlo.


De mis labios no volvió a verse una sonrisa, la vivacidad de mi mirada se tornó apagada y con un rojizo tono debido a las lágrimas derramadas. Mi delgadez se extremó bastante, mi piel se volvió más pálida, mis ojos se habían hundido ligeramente formando ojeras por el mismo cansancio, según decían moriría pronto si seguía así. Me daba igual, era un pensamiento egoísta ahora lo sé, pero no podía aguantar el hecho de sentir como me arrancaban el corazón; mi respiración se entrecortaba con un ataque de locura cada día de mi miserable vida.


Hasta ese día… como cada día, mis rodillas se encontraban en la húmeda hierba, el pequeño surco que había hecho en esos meses era tierra pura, mis propias rodillas estaban ensangrentadas y en carne viva. Mi vacía mirada estaba perdida en la propia tumba, absorta en la desolación y en el recuerdo de esos momentos de dolor. La brisa del precipicio enmarañaba mis cabellos con el frío aire, el precipicio estaba a pocos metros más allá de mi posición. Chra no me había acompañado, posteriormente hubiera preferido lo contrario.


Los brazos que ahora me rodeaban eran fornidos, bronceados, estaban descubiertos y me presionaban contra el torso del varón. Sus labios se acercaron a mi oído, susurraron rudos y melancólicos. No presté atención, no valía la pena. No hice caso a quien me abrazaba y susurraba hasta que de sus finos labios salió el nombre de mi hermana. Mis ojos se abrieron por acto reflejo siempre que lo oía, desvié la vista hacía el elfo, mi mirada era desenfocada.


El borroso rostro se fue aclarando hasta reconocer esa sonrisa burlona y tenaz, Elrond me estaba abrazando ¿Por qué me abrazaba? Mis labios se abrieron ligeramente y se cerraron al instante, incapaz de mediar palabra. El elfo únicamente me sonrió, sin darme cuenta sentí nostalgia y pena ante ese gesto. Sus brazos dejaron de presionarme contra él, deshizo el abrazo y se enderezó taciturno. Su sombría mirada pasó por la tumba de mi hermana unos instantes y luego se volcó en mí. Sus labios empezaron a recitar de nuevo, tardé unos instantes en centrarme en sus palabras. Esta vez le escucharía, no podía evitar su parecer eternamente.


- … ella quien tenía que morir. Era mi musa, la amaba más que a mi propia vida. ¿Qué más podía desear con ella a mi lado? Deseaba que fuera sólo mía, deseaba que tuviéramos un hijo pero ella no lo deseaba hasta que tú decidieras tu destino. Siempre estabas presente, siempre eras tu quien nos coaccionaba las decisiones, eras su pequeña…


La risa gutural retumbó en mis oídos y se acopló en mi pecho como pequeñas estocadas, mi respiración se entrecortó de nuevo y mis ojos oscilaban de su rostro hacia alrededor, intentando entender esas palabras. Mis piernas reaccionaron antes que mi conciencia, me elevé sin saber por qué y mis propias piernas temblaban de ¿miedo?


- Ella no tenía que morir pero no me hizo caso, no quería escucharme. Nunca lo hacía, te quería demasiado para aceptarlo. No quise entenderlo hasta que me diste la oportunidad. Ahora lo entiendo, estabas sobre ella. La dominabas, eres tan adorable y retorcida que la embaucaste. Es culpa tuya, todo esto es por tu mera existencia.


El torso de su mano recorrió mi rostro con una delicadeza que me hizo estremecer, mis labios se entreabrieron para protestar pero un fuerte golpe en la mejilla me hizo mirarle con la mano sobre mi golpeada mejilla. Aunque el miedo amenazaba con nublar mis pensamientos, lo resistí. Si me rendía al pánico estaba perdida. Di varios pasos atrás, era una cría, ¿qué podía hacer yo contra él? Cavilé y miré alrededor, era rápida, más al norte encontraría a alguien con eso bastaría. Mi vista se desvió hacia Elrond, bajé la mano y endurecí los puños hasta clavarme las uñas, tenía que reaccionar. Ahora sí estaba despierta, le miré con esa ira contenida en los largos meses. Sabía a ciencia cierta sus intenciones, estaban escritas en su arrogante rostro. Sentí como una descarga perseguía mi columna hasta llegar a mi cabeza. Aspiré hondo, temblorosa, tratando de resistirme al pánico, conteniendo conscientemente el grito que, según temía, no haría más que precipitar la violencia de Elrond y, en definitiva, su propio fin.


- Eres un maldito bastardo - una de sus rudas manos me aferraba, ahora, de una de mis muñeca sin poder zafarme. El sabor a sangre, metálico y agrio me era muy familiar.


Entonces él se volvió hacia mí; un resplandor en su mirada me indicó que ya no me quedaba tiempo. De mis cuerdas vocales salió un grito agudo, que había intentado retener, mientras clavaba las uñas de mi mano libre a la mano que me sujetaba. Elrond lanzó una maldición y, de un tirón, retiró la mano. Mis piernas corrieron, veloz como una gata, corría, corría como jamás había corrido en mi vida, ni siquiera aquella vez en los bosques, huyendo de aquel lobezno, porque nunca había tenido tanto miedo.


- Vuelve aquí, pequeña zorra. Vuelve, Rael ¿me oyes? ¡Que vuelvas!


Siempre había tenido pies veloces, pero él era casi tan rápido como yo. Al final, la capa flotante que portaba fue mi ruina. Elrond atrapó la punta, dio un tirón… y caí de rodillas. Luego el pesado cuerpo de Elrond sobre mí me bloqueó sin poder zafarme.


- Zorra, zorra.


Volvió a retumbar en mis propios tímpanos otro grito, cuando él me obligó a incorporarme, alcé las manos para protegerme del golpe que vi avecinarse. Pero fue demasiado tarde. Violentamente, él me golpeó de nuevo la cara. El dolor estalló en el lado derecho de mi mandíbula. Entonces noté como me levantaba sobre sus propios brazos…


Sabiendo que no debía desvanecerme, me defendí peleando como un ser enloquecido, mordiendo, arañando, pataleando en un frenético esfuerzo por sobrevivir. Le pegué en los ojos, y él, con una violenta maldición, casi me dejó caer; luego me obligó a tenderme en el suelo. Pese a mis intentos por alejarme arrastrando, él me alcanzó. Alcé la vista, me encogí, gritando, y vi en su mano una piedra de dentados bordes.


Casi en el momento en que vi la afilada piedra, él me golpeó en la frente. Oí un repugnante crujido. Resonó de nuevo un agudo grito por el dolor, creyendo que iba a morir, por el horror de sentir que la cabeza se me partía como un melón bajo el golpe salvaje. La piedra cayó por segunda vez. Sin duda me desmayé, porque cuando recobré el sentido, él me llevaba en sus brazos, a no más de un metro del precipicio.


Pero, por fortuna, ya no estábamos solos.


- Suéltala - dijo alguna voz que llegó a mis tímpanos. Y al mirarle pestañeando incrédulo, vi que tenía una ballesta apuntando de lleno a la cabeza de Elrond.


- ¿Quién diablos eres tú? – Elrond habló muy normalmente, como si no fuera a mí a quien se proponía asesinar, sangrante e histérica, sujeta en sus brazos a menos de un metro del borde de un precipicio de treinta metros de altura.
- He dicho que la sueltes. Ahora mismo.


Aunque tenía la sangre en los ojos y en la boca, sacudí la cabeza para despejarla y clavé la mirada en el humano. La situación era todavía precaria; era posible que Elrond pudiera lanzarme al vacío antes de que el humano lograra disparar… si estaba tan loco como para sacrificar su propia vida para hacerlo. Pero el solo hecho de saber que el humano estaba presente disminuyó en parte mi terror. Si alguien podía hacerlo, él me protegería. Intenté pronunciar una llamada, pero la sangre que tenía en la boca hizo que brotara todo confuso.


- ¿No te he visto antes en alguna parte? - Elrond, que parecía levemente intrigado, tenía la mirada fija en el rostro del humano y no en la ballesta.
- Es posible. Suelta a la niña y procuremos descubrir dónde.
- En el valle, creo. ¿Tal vez en la posada? Ya lo tengo… en la aldea.
- Suelta a la niña, dije. No lo repetiré.


La ballesta se alzó amenazadora, con su negra punta de virote apuntando entre los ojos de Elrond. A tan poca distancia, sería imposible que el humano fallara. Me pregunté si Elrond estaba demasiado enloquecido para darse cuenta de eso.


El elfo me miró como si hubiese olvidado mi existencia. Luego, con una mueca pesarosa, se inclinó y me depositó suavemente en el suelo. El alivió me inundó, que por un instante me quedé allí tendida, inmóvil, cerrando los ojos al darme cuenta que no iba a morir ese día, después de todo.


- ¿Rael? – De pronto la voz del humano parecía lejana. – Maldición, Rael, contéstame.
- ¿La conoces? – inquirió Elrond con gesto de sorpresa.
- A…lec. – Esta vez conseguí reconocerlo y pronunciar su nombre.


Aquellos ojos dorados me miraron fugazmente; luego se volvieron a fijar en Elrond con un destello de violencia.


- Sí, la conozco, cerdo.- Aunque su tono de voz era tranquilo, el resplandor de su mirada me indicó que su furia era peligrosa. – Apártate de ella. ¡Hazlo!.
- Pero ¿cómo? Ella nuca ha estado en la aldea. Exceptuando cuando…


Cuando sus ojos se cruzaron con los de Alec, Elrond pareció advertir el peligro que corría, ya que retrocedió unos pasos. Alec avanzó hasta llegar hasta mí. Apoyando una rodillas y sin dejar de apuntar con la ballesta al elfo, me tocó la cara suavemente. Su expresión fue una mueca cuando se vio los dedos húmedos de sangre.


- Todo estará bien, ya te tengo, pequeña. – dijo en voz baja – Ya te tengo. Todo estará bien.
- A…lec. – repetí. En mi boca se amontonaba la sangre.
Ahogándome, traté de escupir. Con la boca retorcida en un gesto salvaje, Alec se incorporó.
- Maldita carroña, más te vale decir tus oraciones, porque no vivirás mucho tiempo más – dijo Alec entre dientes. Alzó ambas manos con las que empuñaba la ballesta.
- ¡Fuiste tu!¡Tú me traicionaste! – aulló Elrond y saltó.


Alec sonrió con una expresión en la que creí ver torva satisfacción. La ballesta se disparó.El virote alcanzó al elfo de lleno en la garganta. Sus manos arañaron la herida, de la cual brotaba sangre como un manantial, volcándose sobre el elegante corbatín y tiñéndolo de rojo vivo. Demasiado conmovida para respirar siquiera, lo vi tambalearse, cayó por la orilla del precipicio y desapareció de la vista.

domingo, 3 de enero de 2010

Fragmento I. Óbito.


Mis cetrinos ojos se abrían de euforia y mis brazos la abrazaban con el mismo cariño que ella desprendía, cabía decir por aquel entonces que adoraba a mi hermana y aun hoy dura esa sensación. Su carácter era gentil y cálido, sus cabellos eran de un color rojizo como el mío y sus ojos eran de un azul tan intenso que me dejaban sin habla en muchas ocasiones. Sonreía tanto con su presencia y lloraba tanto en sus ausencias…


Mi curiosidad y mis torpezas siempre eran respaldas por Arya, era como mi ángel guardián, y yo me sentía feliz por ello. Mis heridas siempre eran sanadas con sus suaves manos y vendadas con el sumo cuidado que eso suponía; su cálida y familiar voz siempre me envolvía con la misma frase “Ten más cuidado”. Según ella, por muy curiosa y extravagante que fuera, siempre me vería como un cachorro en crecimiento, puesto que siempre me mostraba pura y orgullosa de ser como era. Nunca retrocedía y embestía los acontecimientos como un tifón, nunca entendí a que se refería y aun hoy, sigo deambulando sobre esos recuerdos…


Ahora que pienso en ello, quizás me hubo consentido demasiado pero era feliz de tenerla a mi lado; era mi maestra, no porque no tuviera a nuestros padres con más experiencia, sino porque deseaba que fuera mi hermana quien lo hiciera. Las enseñanzas en el camino de Silvanus era una ardua tarea que sobrepasaba por su presencia a mi lado. Siempre se mostraba tan alegre, risueña, hacía que las enseñanzas fueran divertidas para una cría tan impetuosa. Apaciguaba mis pequeñas rebeldías, saciando mi curiosidad cuando así lo precisaba… recordando esos momentos sé que era una niña bastante difícil y ella, simplemente, demasiado buena.


Pero el día llegó, con todas las alegrías y desgracias que eso nos ocasionarían en el futuro. Mi hermana era mayor que yo, y con toda ceremonia se casó con ese elfo, Elrond, de las que tanto la envolvían sus aterciopeladas palabras de amor. Por ese entonces no podía imaginar cuán envenenadas podrían estar esas hermosas palabras. Como toda niña, cabe decir mimada, a la cual le quitan su mayor tesoro me enfadé pero poco duró este enfado tras la complicidad entablada entre ambas. Mí querida hermana aunque estuviera con él seguía a mi lado, ambas permanecíamos en nuestra burbuja de felicidad, supongo que el amor que nos teníamos no podía romperse con cosas tan superficiales y me alegré de ello.


Los días pasaban con esa armonía que acabamos alcanzando con los años venideros, mi curiosidad se iba sosegando al tiempo que Arya me enseñaba pero, no por ello, sosegaba mi curiosidad por las cosas que jamás había visto u oído. Y así pasó, Elrond, Arya y yo, fuimos a las áridas tierras del desierto, gracias a Elrond sentía una curiosidad atroz por esas tierras y su atardecer. Nuestro viaje no duró más de dos días de ida, en nuestra pequeña cruzada aprendí a diferenciar algunas plantas del bosque y practiqué mi habla con los animales. Según parecía nuestras excursiones también servirían para el camino de la enseñanza, suspiré, maldecía y refunfuñaba, cual enano embravecido, sólo de pensar que nuestra escapa constara de más enseñanzas pero como era de esperar mis enfados no servirían para desalentar a Arya.


Mis ojos se desviaron a la pequeña duna que tenía delante de nosotros, mis pasos se guiaron hasta su arenosa cima y mis ojos se abrieron de par en par, al igual que mi asombro ante tal escenario. El sol se ocultaba majestuoso, bajo el anaranjado mar de arena, la brisa que horas antes nos había sofocado de calor se convertía ahora en una cálida brisa que me envolvía con esa tranquilidad que había comentado Elrond. Mi mano se deslizó hasta la suave mano de Arya y la aferró con fuerza, mientras en mis labios se asomaba una sonrisa de agrado. Elrond posaba uno de sus brazos sobre los hombros de ella y le regaló un delicado beso, ese sería un pasaje que recordaría por siempre. Mis cetrinos ojos se perdieron en el firmamento y pronto me deshice de la mano de Arya dejándoles solos, tampoco tenía derecho a molestarles en su momento de felicidad.


El crepitar da las llamas de la hoguera era algo que me agrada ver, sus formas danzarinas daban vida a la oscuridad de la noche. Un grito de aflicción llegó a mis oídos, antes de llevarme una mano a la cabeza, al sentir el golpe, y ver mis manos ensangrentadas. Desvié la vista hacia atrás con cara de estupor y miedo, antes de nublárseme la vista y, supongo, desvanecerme.


Mis ojos oscilaron alrededor de la celda, intenté llevarme una de mis manos al dolor de cabeza pero tardé en darme cuenta que la falta de reacción era debida a que estaba atada. Los gruñidos y habla extraña me acabaron de devolver a la realidad, busqué por la zona, afligida, hasta encontrar el cuerpo desvalido de Arya; miré de nuevo, el miedo me envolvía la sensatez hasta conseguir que mis dientes tintinearan de miedo ¿Dónde estaba Elrond? ¿Estaba muerto o nos había dejado en manos de estos indeseables?


Los gritos de dolor de Arya me retumbaban en los oídos mientras mis mejillas eran bañadas en lágrimas; mi voz estaba acongojada en algún punto de mis adentros, sin poder reaccionar, sin poder decir que parasen, sólo lloraba ante la imagen que esos seres me brindaban. Yo que siempre había sido protegida por Arya, me sentía incapaz de hacer lo mismo por ella, quería gritar, ayudarla, aunque eso me costara esa vida que ella tanto apreciaba. ¿Qué significaría esa vida sin el ser más preciado que tenía?


Nuestros ojos se miraron, su visión era de comprensión y dolor, la sangre que caía de sus innumerables heridas se vertía en el suelo, no podía dejar de llorar y nublar esa visión. No podía mantenerme fuerte como ella hacía, luché con las cuerdas que ataban mis manos y pataleé ante la visión de mi hermana muerta. Grité, con la mordaza que apaciguaba el sonido, llamándola. Los ojos azules que siempre me miraban tras recibir una tortura, se volvieron blancos, llenos de lágrimas de desolación y lástima, y mis fuerzas se desvanecieron en ese instante, temblaba como no lo había hecho jamás. En mi cabeza retumbaba la misma frase una y otra vez, “Sólo se ha desmayado, pronto abrirá los ojos y te mirará. Lo hará”.


El cuerpo de mi hermana cayó como un peso muerto contra el suelo, mis ojos no pudieron dejar de mirarla. No podía estarlo, se levantaría. Sentí una fuerte presión en mis muñecas y el tirón de las cuerdas hacía donde estaba mi hermana, me arrastraron y me ataron donde había permanecido por varias horas mi querida hermana. Mi mirada no se desvió ni un ápice de ese frágil cuerpo en ningún instante, ahora estando a su lado, podía comprobar la gravedad de esas heridas. No lo haría, no se levantaría. Mis ojos no dejaban de verter las lágrimas, desde lo más profundo de mi ser se oyó una risa gutural que llegó hasta mis oídos, dejándolos sordos. Comprendí que quizás la locura no fuera tan penosa, al fin y al cabo iba a morir, como había hecho mi amada hermana antes que yo.


Mi inquietante risa se acabó cortando en algún momento, perdí la noción del tiempo, los golpes eran peores de lo que hubiera imaginado y no comprendía como había aguantado tanto Arya. Con cada golpe se notaba el retorcer de las entrañas hasta salpicar mi traquea de sangre. Seguramente, habría estado pensando en mí en todo momento, para permanecer consciente, aguantando el dolor que esos golpes implicaban y que posteriormente serían destinados a mi frágil cuerpo. Pero, a diferencia de ella, yo no tenía nada por lo que luchar… El sabor metálico y agrio de mi propia sangre me bañaba la boca y en mis labios volvió a difuminarse otra sonrisa. Las lágrimas no dejaban de derramarse y mezclarse con la sangre que me envolvía pero sólo tenía ojos para su cuerpo tendido en ese mugriento suelo. El sonido de mis gritos de dolor no cesaron; mis costillas se rompieron, las oí crujir en algún momento de esa risa enloquecida ¿Por qué no me mataban de una vez?


La visión del cuerpo de Arya, empezaba a desvanecerse poco a poco, el dolor era agudo, era extraño pero sentía la calidez de mi propia sangre envolviendo cada recoveco de mi cuerpo. Seguramente, así se sintió ella. Acabé perdiendo el conocimiento, quizás ya estaba muerta y ella me esperaba para darme uno de sus cálidos abrazos…


Pero la cruda realidad era que al despertar en las mullidas sábanas de la cama, ella no estaba, ni deseaba saber por qué yo seguía viva sin ella.