miércoles, 23 de septiembre de 2009

Posada. (II)

Las pesadas botas hicieron crujir bajo el peso del varón una rama vieja, la noche era oscura, demasiado oscura para poder prestar atención al sentido de la vista. Miraba cada poco tiempo hacia el camino recorrido, se sentía angustiado, temeroso pero la angustia que sentía era por ella. Esperaba que la decisión de dejarla con Cassandra no fuera un error, iría más rápido sin ella pero se sentía vacío.

- Maldita sea, sólo son unas noches. - refunfuñó entre dientes mientras volvía a retomar su propio camino.

Agilizó el paso, angustiado y deseoso de volver junto a ella. Afinó su oído siendo el único sentido que podía centrarse en la oscuridad de la luna nueva, entre su grande palma se envolvía el collar de la pequeña, era su única pista, lo único que la única a su pasado antes de encontrarla. Había deseado tirar ese maldito collar hacía varios años pero nunca pudo hacerlo. A diferencia de su egoísmo interno y de la suma protección a la pequeña decidió que fuera ella quien eligiera con quien quedarse.

Arrancó de sus pensamientos su frustración y se dirigió a la ciudad cercana, tenía que darse prisa algo en su fuero interno le apremiaba a volver junto a ella. Pasó a grandes zancadas por las calles de la ciudad, las sombras se reflejaban a su paso, bajo la tenue luz de las luces callejeras. Atravesó esa ciudad antes de lo esperado y cruzó las puertas del Norte. Volvió a introducirse al bosque y buscó con ahínco el lugar en cuestión. Entrecerró sus azulados ojos y refunfuñó de nuevo, olfateó el aire, como era de esperar sin hallar lo que buscaba. Pero, ¿qué buscaba? Hacía ya seis años desde que encontró a la pequeña, las pistas se borran, los rastros se desvanecen y el aroma de la pequeña se había quedado en casa de Cassandra.

Volvió hacia las calles de la ciudad, era lo único que le quedaba. Abrió con demasiada brusquedad la puerta de la posada y la cerró con la misma autoridad, como era de esperar varios pares de ojos se centraron en él. Algo que él detestaba pero lo había ocasionado su mal humor.

- ¿Hoy no vienes con la pequeña Bells? Le había preparado su comida favorita como siempre. - la masculina voz del posadero llamó su atención pero no pudo evitar emitir un gruñido cuando pronunció el nombre de su cría.

Mathew le acercó la típica jarra de cerveza espumosa y apoyó su brazo en al barra de roble macizo, acercándose al licántropo.

- Mathew, ¿sabes algo nuevo? - la voz de Allec sonó demasiado ronca, se sentía vacío y de mal humor.

- He conseguido averiguar algo pero puede que no esté relacionado con ella. Es posible que sean habladurías o simple anhelo de conseguirla. Ya sabes como es ese viejo lobo, la quiere desde que la vio la noche que la trajiste. - la voz del posadero era tranquila, observaba las reacciones del hombre en cada una de sus palabras con miedo a que lo empotrara contra la barra como una vez ya le había hecho tras decir algo parecido. - Recuerda que sólo soy el informador, Allec. - no pudo evitar tragar saliva, se sentía más seguro cuando iba Isabella. La bestia que controlaba a Allec se amansaba con ella.

- Continua. - bebió media jarra de cerveza, debía estar ocupado o rompería algo al oír algo de ese despreciable ser.

- Bien, bien… - Mathew se sirvió una jarra de cerveza, bebió un poco para aclararse la garganta y continuó. - Como iba diciendo, el viejo lobo y su grupo investigó al respecto. Parece ser que hace unos años, cuando la encontraste, asaltaron una serie de carruajes cerca de los caminos... de donde la encontraste.

- Eso ya lo sabía, Mathew. Son esos bastardos quienes asaltan los malditos carruajes. - le interrumpió con brusquedad y le pidió con un gesto otra jarra de cerveza. - ¿Saben algo del collar o seguirán dándome información sin importancia y que ya sé?

Los movimientos del tabernero eran torpes y despistados, le sirvió otra jarra y le miró sin entender. Ese hombre era demasiado inocente para ser el dueño de una posada regentada por gentuza. Todos lo sabían.

- ¿Dónde están? - miró alrededor de la posada, en la esquina donde solían sentarse y frunció el ceño al no ver al grupo que buscaba.

- Se fueron temprano, al atardecer. Justo después de iros vo… - se quedó con la palabra en la boca.

“Maldita sea” es lo único que acabó oyendo Mathew.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Separación. (I)

Las pequeñas manitas de la cría se aferraban con fuerza al ropaje de la pierna de su padre. Sabía que él no era su verdadero padre pero le era indiferente, él la había cuidado durante esos años. No tardó en asomar su pequeña cabecita rubia por la misma y subir sus azulados ojos para encontrarse con los de él. Reflejó una sonrisa temerosa a través de sus pequeños labios y desvió la vista a la fémina que tenía delante, no prestó la más mínima atención a la conversación de los adultos, únicamente se centró en esconderse de esa anciana.

Miró tras de sí, alrededor, desvió la vista a través de la puerta de la casa que tenía tras de sí la canosa anciana y entrecerró los ojos al ver algo moverse tras la mujer. No pudo evitar dar tirones en los pantalones de Allec y salir algo más de su escondite. Cuando las amplias manos de él la cogieron por su pequeña cintura y la llevaron a su torso, resguardándola de cualquier temor, señaló hacia el animal que le había llamado la atención. Se encaramó por su hombro y le susurró al oído.

- Papi, papi, ¡mia!, ez un guau guau como tu - sonrió volviendo a la seguridad del amplio brazo y sonrió aun más tranquila que minutos antes.

La risa de ambos adultos la hizo abrir los ojos de par en par y parpadear confusa, sus pies pronto se depositaron de nuevo en el suelo pero aun aferraba con fuerza la robusta mano de él. La callosa mano de su padre dejó de sostenerla y la empujó sutilmente hacia la anciana.

- Bells, ya sabes que ocurre, te tienes que comportar con Cassandra y ser buena estos días. - la envolvió con un cálido abrazo y le obsequió son un beso en la frente antes de revolverle el desaliñado cabello dorado.

La pequeña no pudo evitar cruzarse de brazos y hacer un mohín hacia su padre. Frunció el ceño cuando miró a la anciana y tras tensarse le dedicó una forzada sonrisa.

- Ziii, papi. - se limitó a decir con voz aburrida.

Debía fiarse de esa mujer, su padre se fiaba de ella, aunque desconociera los motivos que le inducían a ello. Sabía que sería la primera vez que se separaban desde su encuentro pero a su vez se separaban por hallar respuestas. La angustia de la separación empezaba a formarle un nudo en la boca del estómago.

Su pequeña mano le traicionó cuando Allec decidió que estaba listo a dejarla en ese lugar, sus ojos se nublaron poco a poco y se bañaron de algunas lágrimas que resbalaban por sus mejillas sonrojadas. Cogió el aire que le faltaba en los pulmones cuando volvió a sentir los brazos de él abrazándole.

- Volveré antes de la luna llena. - volvió a obsequiarle un cariñoso beso y le limpió las lágrimas resbaladizas. - Es una buena mujer, no te hará nada y pertenece a nuestra raza, Bells.

Antes de que pudiera quejarse, llorar o siquiera asimilar las palabras sobre Cassandra, Allec ya había desaparecido por la oscura noche. Las ancianas manos de la mujer la empujaron con delicadeza a través de la puerta y oyó el chirriar de la puerta tras ellas.

- Bien, pequeña, ¿tienes hambre? - ahora que se percataba la voz de la mujer sonaba temblorosa por su avanzada edad pero a su criterio parecía muy hogareña y cariñosa. - ¿El cascarrabias te ha dado de comer esta noche?

Cassandra, andaba de un lado a otro de la grande cocina, dejando algunos platos con alimentos sobre la cuadrada mesa. Por su parte, la pequeña seguía de pie donde la había dejado tras cerrar la puerta. Dio un respingo al ver al animal que minutos antes le había llamado la atención y no pudo evitar caerse de culo por el susto de sentir al lobezno contra su pecho.

- ¡KYYYYYYYYYYAAAAAA! - los lametones del cachorro la hicieron olvidar el dolor de su trasero y empezó a reírse con ganas por las coquillas que le ocasionaba la áspera lengua del animal.

La cara de horror de Cassandra la hizo reírse aun más, sonrió con más naturalidad para tranquilizar a la preocupada mujer y se levantó torpemente, cogiendo al lobezno de mala manera entre sus bracitos.

- Cazanda, ¿quie ez el guau guau?. – dejó al lobezno en el suelo y se sentó en la mesa por una seña de la mujer.

- ¿Te gustan los lobos, Isabella? - la pequeña asintió y ella continuó. - Zephir es un lobezno que se quedó sin madre pero no es un licántropo, sólo es un lobo. - los ambarinos ojos de la anciana se centraron en Isabella y le dedicó una sonrisa. - Venga, come algo, estarás famélica por el viaje hasta aquí.

La pequeña empezó a comer lo primero que encontró frente a ella de manera bastante hambrienta pero no por ello saciaría su curiosidad sobre el cachorro ni sobre la raza a la que pertenecía su padre y la anciana.

- Cafanfa... - tragó el trozo de pan que tenía en la boca y bebió un poco de agua para quitarse el atragantamiento que se le había formado. Tosió levemente y respiró aliviada al poder sentir de nuevo el aire en sus pequeños pulmones. - Cazanda, ¿un guau guau gande como papi no ez como un guau guau peque? ¿Io zeré un gua gua peque como Zep… Zejir? Peoo, io no zoi un guau guau como papi. ¿Poque no zoi un guau guau?¿Poque papi no ez mi papi?.

Cassandra la miró y sonrió a las preguntas de la pequeña. Luego miró a Zephir y la comida que engullía la pequeña mientras esperaba a una contestación de la mujer.

- Sabes que Allec no es tu padre pero aun así deseas ser un licántropo. Pasas demasiado tiempo con ese hombre, jovencita. Aun eres muy joven para tomar la decisión de ser de nuestra raza, no deberías siquiera desearlo. Me gustaría saber qué ideas locas te ha metido ese mentecato en tu joven cabeza. Por Lancel - parecía que hablaba más para ella misma que para la cría que le miraba expectante y sin comprender una palabra de lo que decía.

La pequeña se limitó a volver a meterse demasiada comida en la boca y casi atragantarse de nuevo, mientras bebía de nuevo para hacerla bajar por su traquea. Le tendió a Zephir un buen trozo de carne y este lo devoró gustoso. Estaba segura que desde ese momento no se separaría de su lado hasta finiquitar la comida pero le daba igual, le gustaba ese lobezno.

- Eres demasiado pequeña pero pareces avispada, además dudo que ese mentecato no te haya dicho que ocurre cuando te pasa la ponzoña. Estará deseoso de protegerte de todas las maneras posibles. Tozudo mentecato…a quien se le ocurre. Ya podría tener más cabeza, es sólo una cría. - Cassandra seguía refunfuñando entre dientes, cosas sin sentidos a oídos de Isabella.

Aun oyendo los refunfuños de la anciana terminó de comer y la miró con fijeza, por supuesto no pudo evitar poner cara de incomprensión. Bostezó pesadamente y se frotó uno de los ojillos con el dorso de la mano.

- ¿Cazanda? - la anciana pareció volver en sí, negó varias veces desechando alguna idea interna y la sonrió.

- Ale, ale, a la cama, pequeña, hemos hablado demasiado y tienes que dormir. Mañana será otro día y podrás saciar tu revoltosa curiosidad.

La llevó a una suave cama, la vistió con la larga camiseta de Allec y la metió entre las sábanas. Zephir se acurrucó a su lado, aspirando poder dormir junto a la pequeña y en un lugar calentito. Cassandra miró entrecerrando los ojos unos instantes pero omitió las palabras acompañantes de desagrado. Los secos labios de la anciana se depositaron protectores sobre la frente de Isabella antes de caer ésta rendida a los mundos de Morfeo.

Algo la despertó, el pelaje áspero de Zephir seguía a su lado y antes de poder gritar una mano le presionó la boca para apagarlo.