viernes, 1 de mayo de 2009

Libro

“Hay libros cortos que, para entenderlos como se merecen, se necesita una vida muy larga.”

Mi propio aliento se helaba ante el frío de las montañas nevadas, el vaho que espiraba se formaba delante de mi propia visión, y las puertas de la pequeña villa de Thane se presenciaban no lejos de mi posición. El graznido del halcón, que pronto divisaron mis propios ojos, se oyó familiar en mis tímpanos. El majestuoso rapaz se posaba sobre la congelada madera del cartel de la entrada. Mis gélidas manos se deslizaron hasta el pergamino de una de sus patas, antes de levantar con sutileza mi mojada capucha. No podía elegir otro momento… ese elfo… un viaje en vano más. Suspiré ocultando mejor mi rostro de la fría nieve y volví sobre mis pasos hasta el Asentamiento.

Reunir a los interesados, ¿no hubiera sido mejor hacerlos llamar por los batidores? Sería más efectivo, ciertamente… Chra, tras darle el mensaje partió a las montañas de Pankaskala en busca de Mick, creí que había ido hacia allí, aunque no estaba segura de si entendería el mensaje. El resto de los presentes se fueron agrupando cerca del hogar. Erin'dör se postraba en la subida escoltado por dos batidores.

La reunión era debida a la localización de un libro cuyo lomo era verde y forrado en hierba, curioso libro. El nombre que recibía era “El Secreto de los Moldeadores”, ¿tendría algo que ver con lo comentado anteriormente en el Gran Árbol?, lo más seguro. A Amshel se le entregó una piedra con la que tendríamos que pasar la guarida de Svenshut. Francamente, no tenía ni pizca de ganas de ver a ese elemento, ni comprobar si estaba de humor en un día como hoy. Seguí al grupo, sin entusiasmo alguno, hasta la boca del Agujero de las Tormentas, los lacayos del venerable dragón pronto fueron abatidos. Miré alrededor, al igual que todos mis compañeros, ¿no estaba Svenshut? Fruncí el ceño, siempre estaba, era extraño no verlo en su morada, apacible y marcando su territorio como hacía desde siglos atrás. El grupo avanzó, antes de poder reaccionar con la mirada trastocada y pensativa proseguí sus pasos.

La lluvia que caía sobre nosotros era de un verde ácido, la vegetación se extinguía bajo el peso ardiente de las pequeñas gotas; el grupo poco tardó en regazarse, algunos heridos, otros trastocados. Schim, salió de esa morada sin darme apenas cuenta, con él salieron Amshel y Fiódor. Saria se quedó velando por Mick y por mí, ¿de dónde diantre salía? Su rostro estaba parcialmente quemado por la lluvia, maldita sea ¿no podía ir con nosotros visiblemente? Traté la herida lo más rápidamente posible, mientras Saria se trasformaba en un gigantesco Golem. Svenshut se acercaba a nosotros, no teníamos tanto tiempo. Oré las oraciones más efectivas sobre el rostro de Mick, poco antes de sentir el frío hierro de la mano de Saria aferrándome. ¿Por qué siempre acabábamos corriendo? Suspiré cuando sentí bajo el peso firme de mis pies la hierba de nuevo, miré alrededor. Estábamos todos…

El bosque mágico que hace meses había pisado para otros propósitos se presentaba ante nosotros, los Androesfinges se mostraban apacibles como antes siempre se habían mostrado. Avanzamos hacia el Este con paso tranquilo, debido a los heridos. Un golpe seco pero suave me ofreció un reacio movimiento de cabeza hacia el suelo, tras discernir la piña que había rebotado en mi propia cabeza, alcé la vista con el ceño fruncido. Pronto la piña sería una lluvia en la que ocasionaría una nueva carrera, Fiador fue abatido y el resto teníamos algunos moratones considerables. Por Silvanus, ¿por qué estaba tan hostil el bosque? Recuperé el aliento y miramos alrededor, las aguas de los ríos habían subido de nivel y crecido en corriente. Los elementales de agua nos miraban recelosos, mientras el pesado Golem nos ayudaba a cruzar la corriente. Arrugué la nariz y desenvainé al tiempo que empezaban a embestirnos los elementales, sacudí la espada antes de volver a envainarla y suspiré. Llegar a Leonyth nunca fue tan complicado…

Los que habíamos pisado ese bosque antes sabíamos que nos deparaba más allá, colosales criaturas de piedra. Hice otra mueca y nos pusimos en marcha, abatiendo con esfuerzo a los golems que se nos presentaban delante. Esperaba con ahínco que ese libro valiera tantas penumbras.

El lago de Leonyth, habíamos llegado tras esos peligros extraños. Quizás esos eran los peligros de un bosque mágico, no pensaba volver a averiguarlo si podía evitarlos. La compañía se dirigió a la casa que se encontraba en el centro. El elfo que allí nos esperaba, era de tez clara, pelo claro y con bastantes siglos de edad. Sus tímpanos estaban tan taponados que repetía innumerables veces todo lo que repetíamos sin acabar de entendernos del todo. Era bastante estresante explicarle algo a ese elfo, Amshel acabó perdiendo la paciencia y, siento decir, yo también. Musité las oraciones pertinentes sobre él, afinando de esa forma sus viejos oídos. De algo tenía que servir.

No tardó en aparecer sobre sus viejas manos el verdoso libro que buscábamos. Tras dialogar y hacer un trato, cuyo pergamino poseo entre mis pertenencias. Nos prestó el libro a cambio de la piedra de Svenshut, la cual nos sería devuelta tras devolver el libro. Pasé la mano sobre la cubierta del libro y miré la cerradura del mismo. ¿Dónde estaba la llave? El elfo hizo alusión de no saber la respuesta, suspiré y guardé el libro.

Fiódor ya recuperado hizo llamar a su compañero, el halcón no tardó en posarse sobre su musculoso brazo. Escribí un pergamino y se lo ofrecí a Fiódor, el halcón no tardó en partir en dirección al Asentamiento. No nos iríamos sin estar seguros de dónde encontrar esa dichosa llave. Pasó escaso tiempo, el tiempo suficiente para descansar un poco, antes de recibir la respuesta de Erin'dör. Teníamos que volver, no sabía dónde se encontraba la llave, ni estaba en manos de algún miembro del Asentamiento.

Saria musitó y se concentró hasta adoptar la apariencia de un dragón de escamas rojizas, ninguno de nosotros tenía intención de volver sobre ese bosque. Subimos sobre ella y abrimos vuelo sobre el frondoso bosque. ¿Por qué le gustaría tanto el cambio de forma a esta mediana? El aire nos azotaba taciturno, las vistas como siempre que volaba eran espectaculares pero el viaje como pronto averiguaríamos sería algo que recordaríamos con especulaciones posteriores.

La figura del dragón verde se acercaba a nosotros, con la velocidad apropiada de su raza. Saria con varias personas en su espalda no podría alcanzar una velocidad apropiada a su tamaño. Normalmente una dragona de esas dimensiones podría haber dejado atrás al pesado Svenshut sin problema. Mis gritos de advertencia se apagaban con el viento, oré al no saber que hacer y un relámpago cruzó el cielo enfureciendo más al viejo dragón por el contacto del mismo. Maldita sea, me aferré con más fuerza a la espalda de Amshel para no caerme. Las fauces pronto alcanzaron a Saria, ahogándola en un rugido sordo de dolor, el aire se cortó en vertical, mientras la dragona roja intentaba esquivar las fauces de nuevo, nos precipitábamos hacia los bosques. La voz de Schim resonó en mis tímpanos, el impulso de mi estómago al sentir la elevación de la dragona hizo que casi sacara el mismo por la boca. Saria empezaba a estar cansada y dolorida por las heridas del ácido y mordeduras del viejo dragón. Retomé el aire, que empezaba a escasear por el miedo a estamparnos contra el suelo. Volví a musitar, intentando controlarme, miré hacía Svenshut y otro relámpago zigzagueó sobre el cielo, alcanzando el ala del majestuoso dragón. Fruncí el ceño, eso le enfurecería más. La figura verdosa del dragón empezó a alejarse, el Asentamiento no estaba lejos ya. Las pequeñas puertas se fueron haciendo más grandes, según nos acercábamos a ellas. Saria acabó aterrizando algo forzadamente pero sin lastimarnos, traté sus heridas con el sumo cuidado que sé tratar a un dragón… hubiera sido más fácil en su forma original pero fue reacia a ello.

Estábamos vivos, por el momento. El libro pronto fue entregado en manos del mismo Svensgard pero se debatía el problema que tanto había temido... La llave. Debíamos volver a Leonyth y averiguar su paradero, no sin antes volver a ver al viejo dragón verde. Suspiré resignada… malditos dragones.

[...]