lunes, 23 de marzo de 2009

Veneno

“Nada es veneno, todo es veneno: la diferencia está en la dosis.”

… mis manos se guiaron por instinto hasta el cierre de mi capa, al notar el frío de las blanquecinas montañas de Thane. Oteé un momento alrededor, el grupo había desaparecido, quizás ya estaban de camino a Svensgard no sería de extrañar con Gaerali al mando. Mi vista se desvió hasta mi acompañante, Mick, que empezó a caminar dejando sus pesadas huellas en la inmaculada nieve. Supongo que teníamos trabajo que hacer…

El Agujero de las tormentas, tan tranquilo como uno cabria esperar… las magias de los adeptos de ese maldito dragón nos apresaron tan pronto nos vieron aparecer, al menos a mí, vi centellear algunas magias a mi alrededor mientras musitaba un conjuro a los dioses. ¿Por qué tenían que ser tan pesados? Debería a ver recordado lo amistoso que era dicho dragón pero poco tardaron en cesar las magias bajo el ágil filo de Mick. Nuestras vistas miraron el amplio cubil de Svenshut sin divisarlo en las cercanías, quizás fuese suerte o estuviese demasiado cansado para tratar con nosotros temas irrelevantes para él, de todas formas no le afectaban ni sacaría nada con ello.
Los bandidos se habían apostado, como días antes en la entrada del camino, entre un cubil de dragón y un bosque mágico prefería no pensar porque habían elegido tal lugar. Nos debatimos vagamente entre ellos y nosotros, la verdad es que no me interesaban ellos. Cavilé con tranquilidad cuando el silencio volvió a emerger bajo el goteo de la lluvia, ¿qué plantas precisaba?... Miré alrededor y me ceñí la capucha con más afán. La delicada planta se encontraba ante nosotros, sus hojas ovales manchadas y sus tallos serpenteantes representaban mirado de algún modo los pulmones de un ser. La necesidad de la Pulmonaria era debida a su venenosa existencia, la planta en sí era un veneno que tenía la función de acelerar el ritmo cardiaco, quizás a un extremo casi mortal. Corté su tallo sin diligencias y la envolví con cuidado en un pañuelo tras mostrársela a Mick.

El Bosque Mágico se alzaba ante nosotros tan taciturno y tranquilo como cualquier otro bosque a diferencia que este irradiaba gran cantidad de magia. Precisaba otra planta que quizás se hallara en este bosque, aunque no recordaba gran cosa de la Mandrágora, habíamos oído rumores de que dicha planta crecía bajo los pies de un ahorcado y que algunos arcanos la utilizaban para los rituales… pero ¿cómo encontrarla? La figura de uno de los Androesfinges se divisó a nuestro lado, era extraño que esos seres se acercaran a nosotros, o ¿no lo era? No estaba segura, la majestuosa criatura nos preguntó nuestro destino y nuestra búsqueda de la Mandrágora, puesto que estábamos perdidos en nuestra propia búsqueda. El Androesfinge aceptó ayudarnos si resolvíamos unos acertijos. Tres enloquecidos acertijos que nos ayudarían a encontrar el siguiente ingrediente, sino acertábamos nos quedaría ayudar a ese mágico bosque ¿Acaso necesitaban ayuda? Aceptamos sin pensarlo, ni siquiera pedí opinión ha Mick pero no puso objeción entonces supuse que estaría de acuerdo.

Tres eran los acertijos “Soy animal que primero camino a cuatro aptas, después a dos, y por último a tres”, Mick contestó en tono de pregunta si era el humano pero quedaba la duda, quizás el elfo, mediano o enano también contaran en dicho acertijo. Cabía una posibilidad entre otras tantas, Mick afirmó por fin tras las exigencias del Androesfinge y sonrió de una manera que podíamos admirar toda su inmensa dentadura; el segundo acertijo salió de su inmensa boca y recitó “De la tierra va al cielo y del cielo a de volver. Es el alma de los campos pues los hace florecer”, esta vez salió de mis labios la respuesta correcta recitando con tranquilidad la palabra agua, tuvo que recriminarme que fuese la lluvia pero después de todo era el mismo componente; el tercer y último acertijo fue a elección entre cuatro números. Mick eligió el tres al igual que el acertijo sería el número y así recitó las últimas palabras de esa prueba “Verde nací, rubio me cortaron, presto me molieron y blanco me amasaron”, tras pensarlo tendido tiempo las palabras de Mick fueron cortantes, ¿había realizado una amenaza al Androesfinge por el tercer acertijo? Me sorprendí al comprobar que no había divisado la manda de más allá de los árboles. Poco tardó Mick en contestar al acertijo con la palabra trigo y así proseguir a por lo que en verdad necesitábamos.

Otro Androesfinge se presentó ante nosotros, tan majestuosos como el que nos había realizado la prueba, volamos hasta no muy lejos de lo que creí el centro del bosque. Un inmenso árbol se divisaba en el montículo, tiempo atrás un hombre fue ahorcado en sus ramas y el grito de la Mandrágora era inquietante a su alrededor. Buscamos una rama robusta y digna de soportar el peso de un cuerpo, mientras a nuestros pies gimoteaba la pequeña planta. A su alrededor se esparcían los huesos del que antaño fue hombre, retiré con cuidado los huesos y observé incrédula, mis tímpanos se estaban perforando por los incansables chillidos de la Mandrágora, mi alrededor se movía extrañamente. Mick se quejó, supongo que sentía lo mismo que yo, las Mandrágoras eras conocidas por su función somnífera y de crear alucinaciones. El silencio se hizo presente en cuestión de algunos segundos o quizás minutos, no estaba del todo segura. La varita que usaba constantemente Mick hacia que todo se volviese silencio, era curioso… pero no duraría eternamente. Con ayuda de la pala, saqué la mandrágora de su hogar y la volteé enterrándola de nuevo, quizás de ese modo no gritaría pero gritaba. Esperamos hasta que la varita de Mick dejó de hacer efecto y la Mandrágora dejó de oírse, no aguantó demasiado. La planta parecía inerte bajo el peso ahogado de su propia tierra, bueno ya no gritaría más o eso esperaba. Envolví con cuidado la Mandrágora en mi capa y la guarde junto a la Pulmonaria.

El vuelo de los Androesfinges cesó a nuestro lado, parecían bastante sorprendidos de no vernos despeñados en el precipito de al lado… ¿Eso implicaba que más gente deseaba esa planta? El ligero aire que nos rodeaba en el vuelo se hizo escaso al llegar al recaudo de los árboles. Sólo hubo un acertijo más antes de partir al desierto de Athoran, “Vives para ella, y la temes con tu vida” el cual quedó sin respuesta… ¿Algún día llegaría a saber su respuesta?

El desierto de Athoran, caluroso, arena a borbotones, odiaba ese lugar… pero las serpientes lo adoraban, deambulamos por el mismo durante algunas horas, las serpientes como eran de esperar eran escurridizas en un lugar como aquel. La sangre no tardó en manchar la blanquecina arena de nuestros pies, quizás hubiera sido mejor obligarlas a segregar el veneno en vida pero la agresividad de los reptiles fue precoz. Me dejé caer en la arena y cogí el cuerpo inerte de una de ellas, abrí la boca del reptil y presioné con fuerza las glándulas que segregaban el veneno, bajo los colmillos del animal, el vertido incoloro pronto lleno el vial. El veneno de las serpientes se expande por los vasos sanguíneos hasta llegar al músculo cardiovascular, el corazón, produciendo un infarto bastante indeseable si no consigues una cura lo suficientemente rápido como para pararlo. Sería un buen veneno si conseguíamos elaborarlo correspondientemente, estaba segura.

La mesa de alquimista se postraba ante nosotros y los ingredientes estaban puestos sobre la mesa, ahora bastaba elaborarlos. Dos fueron los viales que conseguimos sacar con las partes necesarias de los ingredientes. Los resultados estaban por ver, un veneno que fuese instantáneo e indoloro. ¿Sería verdad?

lunes, 16 de marzo de 2009

Hadas I

“Espíritus del aire, del viento, de los bosques y de las flores, las hadas y los elfos abren para los hombres el mundo encantado del sueño.”

Siempre se atormenta al bosque y sus animales, asustadizos e irritados. Tan molestos con los seres, que nos atacan a nosotros los guardianes. Muchos perecerán por el egoísmo y otros muchos serán heridos en el intento de protegerlo, ¿pero? hasta cuándo llegará a sucumbir tal arrogancia, ¿cuánto tiempo será instaurada esta travesura en los lindes de nuestro bosque? Los animales se asesinan e hieren entre sí, pereciendo en la irritación y el equilibrio se descompensa hacia el lado más deshonesto que podemos imaginar. Los lobos aúllan, los oso braman, los felinos clavan sus zarpas con movimientos tan gráciles que los batidores deben utilizar sus mejores habilidades. El bosque se envuelve en el caos de la travesura de esa pequeña Reina y nosotros nos quedamos mirando…

Ante mí se erguía una joven elfa, de cabellos dorados y ojos azules, se la veía tan frágil. El delicado sombrero le ocultaba el rostro, tanto que me fue difícil poder vérselo completo. La joven Nur, como así se me presentó recogía ajos para su alquimia, poco después nos encaminamos hacia el lado este del bosque. Mis pasos la guiaron hasta sus siguientes ingredientes, los hongos moteados. El bosque seguía tranquilo bajo el peso de mis pasos, tan tranquilo y taciturno como siempre, la manada de lobos nos acompañaba en la recolecta. Los pesados pasos de Kuea se acercaron a mí hasta recibir uno de sus cálidos abrazos, hacía apenas varias horas que la había visto… ¿De verdad me echaba tanto de menos?

Era extraño, tan pronto un abrazo como correr por nuestras vidas, Nur y Kuea corrieron hacia el Oeste, yo las seguí poco después de ver la matanza realizada en una cercana familia de osos. Los jóvenes oseznos atacaban a sus mayores sin pudor alguno, un zarpazo rozó mi brazo dejándome absorta con su comportamiento pero mis heridas pronto fueron sanadas por las habilidosas manos de Kuea. El joven Mayn se encontraba ante nosotras con el arcano Perom. ¿Por qué estaba tan molesta? Les había gritado que se movieran y no lo hicieron hasta volver a ser atacados por otra manada, los animales estaban irritados demasiado como para escucharme… pero no me irritaba esa reacción.

Desvié de nuevo la vista hacia el gnomo, imbuido ahora en sus magias quizás fuese ese arcano quien me irritaba. Maestro de los arcanos y ¿antiguo? servidor de Tiamat, no estaba segura. Había pasado bastante tiempo desde su partida de Athoran. Sus palabras fueron simples, la Orden arcana no nos ayudaría, sino que matarían a todo animal que les atacara antes de ayudarnos. ¿Incluía en esta conclusión a todos sus miembros?, daba igual.
Volvimos a las puertas del Asentamiento, los animales se colapsaban enfurecidos ante las puertas y no permitiría nuestra salida, los batidores atacaban con el silbar de la flechas sobre nuestras cabezas, sin poder calmarlos de otra manera. ¿No podíamos hacer nada? Murmuré unas plegarias a nuestros dioses y una neblina se alzó sobre los páramos cercanos. Sin distinción, envolvía a amigos y enemigos hasta dejarlos atrapados en una fuerte capa de tierra. ¿Quizás no debí usarlo? pero era mejor que ver morir a tantos animales con la confusión.
Los gemelos hablaron, Mayn y Deven, situaban a Erin'dör en el templo de bosque. Puesto que allí partimos, Nathelinn nos acogió con su gran sabiduría pero no resolvió nuestras dudas. Estaba tan perdido en este caos como nos hallábamos nosotros minutos antes. ¿Era posible qué fuera obra de Malar? No, estaba segura…

Los cinco nos dirigimos con pasos tranquilos y recelosos hasta más allá del este, Nathelinn nos había comunicado que Erin’dör y quizás el viejo Svensgard se encontraban en los lindes. Los orcos nos dieron una grata bienvenida, como era costumbre cuando pisabas sus territorios, pero no fueron los únicos en dárnosla. El aleteo de una bandada de aves nos envolvió y atacó sin juicio alguno, las heridas fueron distinguidas entre nuestros cuerpos y el sonido de una voz volvió a resonar sobre el aire. Heridos y algo magullados nos dirigimos hacia el norte.

El pastor del círculo, majestuosos, hermoso, sus raíces y ramas eran tan anchas que cubrían todo el paso. Tras nosotros se adentraban al pequeño precipicio una manada de animales, tan diversos que me quedé absorta. La melodía de Kuea sonó entre el aire y calmó vagamente el avance de las fieras, mis manos y mis plegarias alzaron con ayuda del Padre Roble un muro vegetal entre ellos y nosotros, esperaba con ansia no tener que atacarles. Uno de los gemelos, Deven, se mantenía al lado del Pastor, mostrándole algo entre sus raíces. Mayn, se mantenía tras Kuea alerta o absorto, no comprendía esa cara; la joven Nur, permanecía entre Kuea y yo, era posible que tuviese miedo. Miré de nuevo al majestuoso Pastor, cuando pude comprobar que el Padre roble nos ayudaría con mi muro. Una de sus pesadas piernas pasó sobre el grupo y nos permitió el paso, ¿nos había escuchado? ¿Había entendido que no éramos el enemigo? Me apresuré a pasar por el puente y poco después fui seguida por el resto. El viejo Svensgard se erguía ante nosotros, tan sabio y tranquilo como su rostro solía demostrar. La conversación se alargó lo suficiente para comprender que las causantes del caos eran las pequeñas hadas, tan traviesas e irritantes. Habían llegado al punto de irritar al bosque pero ¿por qué?, al igual que nosotros era su hogar, la Reina se había molestado en algún momento o quizás fuese una de sus odiosas travesuras. Habría que averiguarlo, aunque ¿cómo encontrar a la Reinas de las hadas?

Svensgard con unas pocas plegarias y unos movimientos de manos reclamó la ayuda de los Hipogrifos, desvié la vista hacia donde aterrizaron y poco después el grupo entero los observó, mitad águila, mitad yegua. Me fascinaban esos seres. Kuea algo temerosa fue la primera en acercarse, pronto entabló una acaricia con uno de ellos y el grupo la siguió. Me dirigí con tranquilidad al único hipogrifo que no había comido, sabían los dioses cuanto… Me preguntaba por qué el viejo Svensgard había llamado a un Hipogrifo sin darle de comer, supongo que confiaba en ellos y eso haría yo. Mi mano pasó por debajo de su pico y posteriormente le acarició la cabeza y la crin, antes de subirme. Contemplé con éxito que los cuatro habían subido, creo que los gemelos lo iban a pasar bien en este vuelo. Sonreí y alzamos el vuelo, mientras divisaba como desaparecían bajo mis pies la manada, el Pastor y el viejo Svensgard. ¿Por qué sería costumbre ver a Svensgard sólo cuando teníamos problemas?

Ahora sólo nos faltaba encontrar a la Reina de las Hadas y al viejo Thraluril, al fin y al cabo era nuestro arcano. Suspiré con angustia, creí con gran resignación que este problema sería más largo de lo que imaginaba pero al menos no había dragones ni la garra de la bestia.

[…]